Tribunas

La Iglesia, el Muro de Berlín y sus paradojas

 

 

José Francisco Serrano Oceja

 

 

 

Este 9 de noviembre se celebra el 30 aniversario de la caída del muro de Berlín. Una efeméride que nos permite, entre otras cosas, recordar al papa San Juan Pablo II y plantearnos qué ha pasado, en el mundo, y en la Iglesia, en estos treinta años.

Por cierto que en el salón de actos del CEU de Julián Romea, el próximo día 9, por la tarde, se va a presentar un manifiesto titulado “Por un Nüremberg del comunismo”. Un manifiesto que tiene interés por sí mismo, pero también por quienes lo presentan.

No hace muchos días el profesor Miguel García-Baró pronunció su discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Allí dijo, entre otras cosas, que “la vida humana se logra o se malogra en la acción; pero la acción, que se refiere a las cosas, a las demás personas y a mí mismo, no se lleva a cabo más que sobre lo que conocemos, o sea, sobre lo que creemos conocer. Hago lo que hago porque sé lo que sé, incluso si en ocasiones tengo la sorprendente impresión de que termino haciendo algo que no se ajusta del todo a lo que había decidido hacer, en virtud de lo que suponía que sabía”.

Por lo tanto, en un contexto anti-ideas, de desprecio del pensamiento y fascinación por la acción, quizá también en determinados sectores de la Iglesia, debemos pensar por las ideas que rigen el hoy, el presente. Incluso para desarrollar eso que se llama “espíritu crítico”.

Y en este sentido, en referencia a la caída del Muro de Berlín, hace unos días leí una entrevista al profesor de Hermenéutica de la Universidad de Trieste, Renato Cristin, ex director del Instituto Italiano de cultura en Berlín, en la que afirmaba que “el comienzo del siglo XXI nos muestra un incremento exponencial de los problemas “moral-culturales”, que por un lado corresponden a la
desmaterialización de la economía, al desarrollo de la técnica y a la virtualización de la experiencia, y por otro lado surgen de la desorientación mental y espiritual causada por el caos general que caracteriza a la época actual”.

Pero esta situación encierra una paradoja dado que “sobreabunda –señala Cristin-, hoy un gran parlotear de ética, sobre todo en los ambientes políticamente correctos, mientras los pilares éticos se están desmoronando. Hoy la ética en sentido propio, la ética occidental que conocemos desde Aristóteles, pasando por San Agustín, y de Pascal a Kant, hasta Juan Pablo II, se ve eclipsada por la ético-logía, un torrencial discursear de ética pero sin fundamentos ontológicos (la ontología está de hecho vetada, lo políticamente correcto la considera una mala palabra, porque evoca el nexo entre la moral y el terreno concreto, el espacio de pueblo y nación en el cual desarrollarla) y sin los ejes tradicionales, una suerte de ética posmoderna y post-humana”.

 

José Francisco Serrano Oceja