Servicio diario - 01 de diciembre de 2019


 

Ángelus: "Jesús viene a nuestras vidas cada día"
Raquel Anillo

El pesebre, una señal de que Dios "nunca nos deja solos"
Redacción

Una señal admirable: "El corazón del pesebre comienza a latir ..."
Raquel Anillo

Misa en el rito zaireño: El Papa pide una economía al servicio de la paz
Raquel Anillo

Irak: El Papa pide "paz y armonía"
Anita Bourdin

Jóvenes: El Papa Francisco anuncia nuevo organismo asesor internacional
Anita Bourdin

Beata María Ángela Astorch, 2 de diciembre
Isabel Orellana Vilches


 

 

 

01/12/2019-12:07
Raquel Anillo

Ángelus: "Jesús viene a nuestras vidas cada día"

(ZENIT — 1 diciembre 2019).- Al finalizar la celebración eucarística para la comunidad católica congoleña en Roma, celebrado en la Basílica Vaticana con motivo del 25° aniversario de la fundación de la Capellanía de la comunidad católica congoleña de Roma, el Santo Padre Francisco se asoma a la ventana del estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para recitar el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro.

***

 

Palabras del Papa antes de la oración mariana

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy, primer domingo del tiempo de Adviento, comienza el nuevo año litúrgico. En estas cuatro semanas de Adviento, la liturgia nos lleva a celebrar la Navidad de Jesús, al tiempo que nos recuerda que Él viene a nuestras vidas cada día, y regresará gloriosamente al final de los tiempos. Esta certeza permitirá nos lleva a mirar al futuro con confianza, como el profeta Isaías nos invita a hacer, que con su voz inspirada acompaña todo el camino del Adviento.

En la primera lectura de hoy, Isaías profetiza que "al final de los días, estará firme el monte del templo del Señor en la cumbre de las montañas mas elevado que las colinas; hacia el confluirán todas las naciones". (2,2). El templo del Señor en Jerusalén se presenta como punto de convergencia, como punto de encuentro de todos los pueblos. Después de la Encarnación del Hijo de Dios, Jesús mismo se reveló como el verdadero templo. Por lo tanto, la maravillosa visión de Isaías es una promesa divina y nos impulsa a asumir una actitud de peregrinación, de camino hacia Cristo, sentido y fin de la historia. Los que tienen hambre y sed de justicia sólo pueden encontrarla recorriendo los caminos del Señor; mientras que el mal y el pecado provienen del hecho de que los individuos y los grupos sociales prefieren seguir caminos dictados por intereses egoístas, causando conflictos y guerras. El Adviento es tiempo favorable para acoger la venida de Jesús, que viene como mensajero de paz para mostrarnos los caminos del Señor.

En el Evangelio de hoy, Jesús nos exhorta a estar preparados para su venida: "Velen, pues, porque no saben en qué día vendrá el Señor" (Mt 24, 42). Velar no significa tener materialmente los ojos abiertos, sino tener el corazón libre y orientado en la dirección correcta, es decir, dispuesto al don y al servicio, esto es velar. El sueño del que debemos despertar está constituido por la indiferencia, por la vanidad, por la incapacidad de establecer relaciones genuinamente humanas, por la inacapacidad de hacerse cargo del hermano solo, abandonado o enfermo. La espera de Jesús que viene debe traducirse, por tanto, en un compromiso de vigilancia. Se trata, en primer lugar, de maravillarse ante la acción de Dios, ante sus sorpresas, y de darle a Él la primacía. La vigilancia significa también, concretamente, estar atentos a nuestro prójimo en dificultades, a dejarnos interpelar por sus necesidades, sin esperar a que él o ella nos pida ayuda, sino aprender a prevenir, a anticipar, como hace Dios siempre con nosotros.

Que María, la Virgen vigilante y Madre de la esperanza, nos guíe en este camino, ayudándonos a para dirigir nuestra mirada hacia la "montaña del Señor", imagen de Jesucristo, que atrae hacia sí a todos los a los hombres y a todos los pueblos.

 

 

 

01/12/2019-16:47
Redacción

El pesebre, una señal de que Dios "nunca nos deja solos"

(ZENIT — 1 diciembre 2019).- "Dios nunca nos deja solos; nos acompaña con su presencia escondida pero no invisible", declara el Papa Francisco en la peregrinación a Greccio, Italia, Umbría, este domingo 1 de diciembre de 2019.

El Papa visitó este lugar por segunda vez desde el primer pesebre de San Francisco de Asís, que había visitado en enero de 2016. Firmó su "Exhortación apostólica", " Admirabile Signum", sobre "el significado y el valor del pesebre". Luego presidió la liturgia de la Palabra.

El Papa, que salió del Vaticano a las 15:15 h. y llegó a las 16:55 h. Al bajar del helicóptero, saludó a personas enfermas o discapacitadas antes de dirigirse al santuario. El Papa se dirigió al santuario de Greccio, "un segundo Belén" para el Papa Juan Pablo II que llegó el 2 de enero de 1983.

El Papa Francisco fue recibido por el Obispo de Rieti, Mons. Domenico Pompili, el "guardián" del convento franciscano, el Padre Francesco Rossi, y Mons. Rino Fisichella, Presidente del Consejo Pontificio para la Nueva Evangelización.

En la cueva del primer pesebre, se recogió en oración y luego firmó su carta.

Luego exhortó a la comunidad franciscana a esta fidelidad a la sencillez y a la pobreza y humildad de San Francisco. Rezó con la comunidad un Padre Nuestro antes de bendecirla, y de añadir: "Y si tenéis un minuto, rezad también por mí". »

El Papa fue recibido, a la salida de la cueva de Greccio, por jóvenes vestidos con trajes medievales. Luego los niños cantaron para él.

Luego el Papa presidió una celebración de la palabra durante la cual invitó a "mantener los ojos fijos en el Niño Jesús". Su sonrisa, que estalla en la noche, dispersa la indiferencia y abre los corazones a la alegría de los que se sienten amados por el Padre en el cielo.

Al final de la liturgia, entregó oficialmente su carta. Luego se leyó en la capilla del santuario, en latín.

La historia del primer pesebre inaugurado por San Francisco de Asís en la cueva de Greccio para la Navidad de 1223 fue contada por su biógrafo y compañero, Tommaso da Celano. Quería hacer comprender a la gente la sencillez y la pobreza de Belén. Fue leído, después el Evangelio de la Natividad, durante la celebración de la Palabra en la Capilla del Santuario.

Estas son las palabras pronunciadas por el Papa durante esta liturgia.

AB

 

Discurso del Papa en Greccio

Cuántos pensamientos invaden el espíritu en este lugar santo! Y sin embargo, frente a la roca de estas montañas tan queridas por San Francisco, lo que estamos llamados a realizar es, sobre todo, redescubrir la simplicidad.

El pesebre, que San Francisco hizo por primera vez en este pequeño espacio, una imitación de la estrecha cueva de Belén, habla por sí mismo. Aquí no es necesario multiplicar las palabras, porque la escena que se pone ante nuestros ojos expresa la sabiduría que necesitamos para captar lo esencial.

Frente al pesebre, descubrimos lo importante que es para nuestra vida, tan agitada, encontrar momentos de silencio y oración. El Silencio, contemplando la belleza del rostro de Jesús de niño, el Hijo de Dios nacido en la pobreza de un establo. La Oración, para expresar el "gracias" maravillados por este inmenso regalo de amor que se nos da.

En este signo sencillo y admirable del pesebre que la piedad popular ha acogido y transmitido de generación en generación, se manifiesta el gran misterio de nuestra fe: Dios nos ama hasta el punto de compartir nuestra humanidad y nuestra vida. Nunca nos deja solos; nos acompaña con su presencia oculta pero no invisible. En todas las circunstancias, en la alegría y en el dolor, él es el Emmanuel, Dios con nosotros.

Como los pastores de Belén, acojamos la invitación a ir a la cueva, a ver y reconocer el signo que Dios nos ha dado. Entonces nuestro corazón estará lleno de alegría y podremos llevarla donde haya tristeza; estará lleno de esperanza, para compartir con los que la han perdido.

Imitemos a María, que puso a su Hijo en el pesebre, porque no había lugar en una casa. Con ella y con San José, su marido, mantenemos los ojos fijos en el Niño Jesús. Su sonrisa, que estalla en la noche, dispersa la indiferencia y abre los corazones a la alegría de los que se sienten amados por el Padre en el cielo.

 

 

 

01/12/2019-15:59
Raquel Anillo

Una señal admirable: "El corazón del pesebre comienza a latir ..."

(ZENIT 1 diciembre 2019).- "Admirabile signum", "Signo admirable": este es el título de la carta apostólica firmada por el Papa Francisco este domingo 1 de diciembre de 2019 en Greccio (Umbría, Italia), sobre el significado del pesebre, que firmó en lugar del primer pesebre, inventado por San Francisco de Asís, en 1223.

El Papa Francisco explica el significado de los diferentes elementos del pesebre antes de decir: "El corazón del pesebre comienza a latir cuando, en Navidad, colocamos el santón del Niño Jesús. Dios se presenta así, en un niño, para ser acogido en nuestros brazos".

Él anima a las familias, en todos los lugares, a la "creatividad" para los pesebres navideños, para que esta tradición sea "redescubierta y revitalizada": "En esta carta me gustaría apoyar la hermosa tradición de nuestras familias que, en los días que preceden a la Navidad, preparan el pesebre. Al igual que la costumbre de instalarlo en lugares de trabajo, escuelas, hospitales, prisiones, lugares públicos ... Es realmente un ejercicio de imaginación creativa, utilizando los más variados materiales para crear pequeñas obras maestras de belleza. Lo aprendemos desde nuestra infancia: cuando mamá y papá, junto con los abuelos, transmiten este alegre hábito que tiene en sí mismo una rica espiritualidad popular. Espero que esta práctica no se pierda; sino por el contrario, espero que donde haya caído en desuso, se pueda redescubrir y revitalizar.

También evoca la visita de los Reyes Magos en la Epifanía, antes de decir nuevamente su asombro: "En la escuela de San Francisco, abramos nuestro corazón a esta gracia simple y dejemos surgir de la maravilla una oración humilde: nuestro""gracias" a Dios que quería compartir todo con nosotros para no dejarnos solos. "

AB

 

CARTA APOSTÓLICA

Admirabile signum

DEL SANTO PADRE

FRANCISCO

SOBRE EL SIGNIFICADO Y EL VALOR DEL BELÉN

 

1. El hermoso signo del pesebre, tan estimado por el pueblo cristiano, causa siempre asombro y admiración. La representación del acontecimiento del nacimiento de Jesús equivale a anunciar el misterio de la encarnación del Hijo de Dios con sencillez y alegría. El belén, en efecto, es como un Evangelio vivo, que surge de las páginas de la Sagrada Escritura. La contemplación de la escena de la Navidad, nos invita a ponernos espiritualmente en camino, atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre. Y descubrimos que Él nos ama hasta el punto de unirse a nosotros, para que también nosotros podamos unirnos a Él.

Con esta Carta quisiera alentar la hermosa tradición de nuestras familias que en los días previos a la Navidad preparan el belén, como también la costumbre de ponerlo en los lugares de trabajo, en las escuelas, en los hospitales, en las cárceles, en las plazas... Es realmente un ejercicio de fantasía creativa, que utiliza los materiales más dispares para crear pequeñas obras maestras llenas de belleza. Se aprende desde niños: cuando papá y mamá, junto a los abuelos, transmiten esta alegre tradición, que contiene en sí una rica espiritualidad popular. Espero que esta práctica nunca se debilite; es más, confío en que, allí donde hubiera caído en desuso, sea descubierta de nuevo y revitalizada.

2. El origen del pesebre encuentra confirmación ante todo en algunos detalles evangélicos del nacimiento de Jesús en Belén. El evangelista Lucas dice sencillamente que María «dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada» (2,7). Jesús fue colocado en un pesebre; palabra que procede del latín: praesepium. El Hijo de Dios, viniendo a este mundo, encuentra sitio donde los animales van a comer. El heno se convierte en el primer lecho para Aquel que se revelará como «el pan bajado del cielo» (Jn 6,41). Un simbolismo que ya san Agustín, junto con otros Padres, había captado cuando escribía: «Puesto en el pesebre, se convirtió en alimento para nosotros» (Serm. 189,4). En realidad, el belén contiene diversos misterios de la vida de Jesús y nos los hace sentir cercanos a nuestra vida cotidiana.

Pero volvamos de nuevo al origen del belén tal como nosotros lo entendemos. Nos trasladamos con la mente a Greccio, en el valle Reatino; allí san Francisco se detuvo viniendo probablemente de Roma, donde el 29 de noviembre de 1223 había recibido del Papa Honorio III la confirmación de su Regla. Después de su viaje a Tierra Santa, aquellas grutas le recordaban de manera especial el paisaje de Belén. Y es posible que el Poverello quedase impresionado en Roma, por los mosaicos de la Basílica de Santa María la Mayor que representan el nacimiento de Jesús, justo al lado del lugar donde se conservaban, según una antigua tradición, las tablas del pesebre.

Las Fuentes Franciscanas narran en detalle lo que sucedió en Greccio. Quince días antes de la Navidad, Francisco llamó a un hombre del lugar, de nombre Juan, y le pidió que lo ayudara a cumplir un deseo: «Deseo celebrar la memoria del Niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno» [1]. Tan pronto como lo escuchó, ese hombre bueno y fiel fue rápidamente y preparó en el lugar señalado lo que el santo le había indicado. El 25 de diciembre, llegaron a Greccio muchos frailes de distintos lugares, como también hombres y mujeres de las granjas de la comarca, trayendo flores y antorchas para iluminar aquella noche santa.

Cuando llegó Francisco, encontró el pesebre con el heno, el buey y el asno. Las personas que llegaron mostraron frente a la escena de la Navidad una alegría indescriptible, como nunca antes habían experimentado. Después el sacerdote, ante el Nacimiento, celebró solemnemente la Eucaristía, mostrando el vínculo entre la encarnación del Hijo de Dios y la Eucaristía. En aquella ocasión, en Greccio, no había figuras: el belén fue realizado y vivido por todos los presentes [2]

Así nace nuestra tradición: todos alrededor de la gruta y llenos de alegría, sin distancia alguna entre el acontecimiento que se cumple y cuantos participan en el misterio. El primer biógrafo de san Francisco, Tomás de Celano, recuerda que esa noche, se añadió a la escena simple y conmovedora el don de una visión maravillosa: uno de los presentes vio acostado en el pesebre al mismo Niño Jesús. De aquel belén de la Navidad de 1223, «todos regresaron a sus casas colmados de alegría» [3]

3. San Francisco realizó una gran obra de evangelización con la simplicidad de aquel signo. Su enseñanza ha penetrado en los corazones de los cristianos y permanece hasta nuestros días como un modo genuino de representar con sencillez la belleza de nuestra fe. Por otro lado, el mismo lugar donde se realizó el primer belén expresa y evoca estos sentimientos. Greccio se ha convertido en un refugio para el alma que se esconde en la roca para dejarse envolver en el silencio. ¿Por qué el belén suscita tanto asombro y nos conmueve? En primer lugar, porque manifiesta la ternura de Dios. Él, el Creador del universo, se abaja a nuestra pequeñez. El don de la vida, siempre misterioso para nosotros, nos cautiva aún más viendo que Aquel que nació de María es la fuente y protección de cada vida. En Jesús, el Padre nos ha dado un hermano que viene a buscarnos cuando estamos desorientados y perdemos el rumbo; un amigo fiel que siempre está cerca de nosotros; nos ha dado a su Hijo que nos perdona y nos levanta del pecado.

La preparación del pesebre en nuestras casas nos ayuda a revivir la historia que ocurrió en Belén. Naturalmente, los evangelios son siempre la fuente que permite conocer y meditar aquel acontecimiento; sin embargo, su representación en el belén nos ayuda a imaginar las escenas, estimula los afectos, invita a sentirnos implicados en la historia de la salvación, contemporáneos del acontecimiento que se hace vivo y actual en los más diversos contextos históricos y culturales.

De modo particular, el pesebre es desde su origen franciscano una invitación a "sentir, a "tocar la pobreza que el Hijo de Dios eligió para sí mismo en su encarnación. Y así, es implícitamente una llamada a seguirlo en el camino de la humildad, de la pobreza, del despojo, que desde la gruta de Belén conduce hasta la Cruz. Es una llamada a encontrarlo y servirlo con misericordia en los hermanos y hermanas más necesitados (cf. Mt 25,31-46).

4. Me gustaría ahora repasar los diversos signos del belén para comprender el significado que llevan consigo. En primer lugar, representamos el contexto del cielo estrellado en la oscuridad y el silencio de la noche. Lo hacemos así, no sólo por fidelidad a los relatos evangélicos, sino también por el significado que tiene. Pensemos en cuántas veces la noche envuelve nuestras vidas. Pues bien, incluso en esos instantes, Dios no nos deja solos, sino que se hace presente para responder a las preguntas decisivas sobre el sentido de nuestra existencia: ¿Quién soy yo? ¿De dónde vengo? ¿Por qué nací en este momento? ¿Por qué amo? ¿Por qué sufro? ¿Por qué moriré? Para responder a estas preguntas, Dios se hizo hombre. Su cercanía trae luz donde hay oscuridad e ilumina a cuantos atraviesan las tinieblas del sufrimiento (cf. Lc 1,79).

Merecen también alguna mención los paisajes que forman parte del belén y que a menudo representan las ruinas de casas y palacios antiguos, que en algunos casos sustituyen a la gruta de Belén y se convierten en la estancia de la Sagrada Familia. Estas ruinas parecen estar inspiradas en la Leyenda Áurea del dominico Jacopo da Varazze (siglo XIII), donde se narra una creencia pagana según la cual el templo de la Paz en Roma se derrumbaría cuando una Virgen diera a luz. Esas ruinas son sobre todo el signo visible de la humanidad caída, de todo lo que está en ruinas, que está corrompido y deprimido. Este escenario dice que Jesús es la novedad en medio de un mundo viejo, y que ha venido a sanar y reconstruir, a devolverle a nuestra vida y al mundo su esplendor original.

5. ¡Cuánta emoción debería acompañarnos mientras colocamos en el belén las montañas, los riachuelos, las ovejas y los pastores! De esta manera recordamos, como lo habían anunciado los profetas, que toda la creación participa en la fiesta de la venida del Mesías. Los ángeles y la estrella son la señal de que también nosotros estamos llamados a ponernos en camino para llegar a la gruta y adorar al Señor.

«Vayamos, pues, a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha comunicado» (Lc 2,15), así dicen los pastores después del anuncio hecho por los ángeles. Es una enseñanza muy hermosa que se muestra en la sencillez de la descripción. A diferencia de tanta gente que pretende hacer otras mil cosas, los pastores se convierten en los primeros testigos de lo esencial, es decir, de la salvación que se les ofrece. Son los más humildes y los más pobres quienes saben acoger el acontecimiento de la encarnación. A Dios que viene a nuestro encuentro en el Niño Jesús, los pastores responden poniéndose en camino hacia Él, para un encuentro de amor y de agradable asombro. Este encuentro entre Dios y sus hijos, gracias a Jesús, es el que da vida precisamente a nuestra religión y constituye su singular belleza, y resplandece de una manera particular en el pesebre.

6. Tenemos la costumbre de poner en nuestros belenes muchas figuras simbólicas, sobre todo, las de mendigos y de gente que no conocen otra abundancia que la del corazón. Ellos también están cerca del Niño Jesús por derecho propio, sin que nadie pueda echarlos o alejarlos de una cuna tan improvisada que los pobres a su alrededor no desentonan en absoluto. De hecho, los pobres son los privilegiados de este misterio y, a menudo, aquellos que son más capaces de reconocer la presencia de Dios en medio de nosotros.

Los pobres y los sencillos en el Nacimiento recuerdan que Dios se hace hombre para aquellos que más sienten la necesidad de su amor y piden su cercanía. Jesús, «manso y humilde de corazón» (Mt 11,29), nació pobre, llevó una vida sencilla para enseñarnos a comprender lo esencial y a vivir de ello. Desde el belén emerge claramente el mensaje de que no podemos dejarnos engañar por la riqueza y por tantas propuestas efímeras de felicidad. El palacio de Herodes está al fondo, cerrado, sordo al anuncio de alegría. Al nacer en el pesebre, Dios mismo inicia la única
revolución verdadera que da esperanza y dignidad a los desheredados, a los marginados: la revolución del amor, la revolución de la ternura. Desde el belén, Jesús proclama, con manso poder, la llamada a compartir con los últimos el camino hacia un mundo más humano y fraterno, donde nadie sea excluido ni marginado.

Con frecuencia a los niños —¡pero también a los adultos!— les encanta añadir otras figuras al belén que parecen no tener relación alguna con los relatos evangélicos. Y, sin embargo, esta imaginación pretende expresar que en este nuevo mundo inaugurado por Jesús hay espacio para todo lo que es humano y para toda criatura. Del pastor al herrero, del panadero a los músicos, de las mujeres que llevan jarras de agua a los niños que juegan..., todo esto representa la santidad cotidiana, la alegría de hacer de manera extraordinaria las cosas de todos los días, cuando Jesús comparte con nosotros su vida divina.

7. Poco a poco, el belén nos lleva a la gruta, donde encontramos las figuras de María y de José. María es una madre que contempla a su hijo y lo muestra a cuantos vienen a visitarlo. Su imagen hace pensar en el gran misterio que ha envuelto a esta joven cuando Dios ha llamado a la puerta de su corazón inmaculado. Ante el anuncio del ángel, que le pedía que fuera la madre de Dios, María respondió con obediencia plena y total. Sus palabras: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38), son para todos nosotros el testimonio del abandono en la fe a la voluntad de Dios. Con aquel "sí", María se convertía en la madre del Hijo de Dios sin perder su virginidad, antes bien consagrándola gracias a Él. Vemos en ella a la Madre de Dios que no tiene a su Hijo sólo para sí misma, sino que pide a todos que obedezcan a su palabra y la pongan en práctica (cf. Jn 2,5).

Junto a María, en una actitud de protección del Niño y de su madre, está san José. Por lo general, se representa con el bastón en la mano y, a veces, también sosteniendo una lámpara. San José juega un papel muy importante en la vida de Jesús y de María. Él es el custodio que nunca se cansa de proteger a su familia. Cuando Dios le advirtió de la amenaza de Herodes, no dudó en ponerse en camino y emigrar a Egipto (cf. Mt 2,13¬15). Y una vez pasado el peligro, trajo a la familia de vuelta a Nazaret, donde fue el primer educador de Jesús niño y adolescente. José llevaba en su corazón el gran misterio que envolvía a Jesús y a María su esposa, y como hombre justo confió siempre en la voluntad de Dios y la puso en práctica.

8. El corazón del pesebre comienza a palpitar cuando, en Navidad, colocamos la imagen del Niño Jesús. Dios se presenta así, en un niño, para ser recibido en nuestros brazos. En la debilidad y en la fragilidad esconde su poder que todo lo crea y transforma. Parece imposible, pero es así: en Jesús, Dios ha sido un niño y en esta condición ha querido revelar la grandeza de su amor, que se manifiesta en la sonrisa y en el tender sus manos hacia todos.

El nacimiento de un niño suscita alegría y asombro, porque nos pone ante el gran misterio de la vida. Viendo brillar los ojos de los jóvenes esposos ante su hijo recién nacido, entendemos los sentimientos de María y José que, mirando al niño Jesús, percibían la presencia de Dios en sus vidas. «La Vida se hizo visible» (1Jn 1,2); así el apóstol Juan resume el misterio de la encarnación. El belén nos hace ver, nos hace tocar este acontecimiento único y extraordinario que ha cambiado el curso de la historia, y a partir del cual también se ordena la numeración de los años, antes y después del nacimiento de Cristo.

El modo de actuar de Dios casi aturde, porque parece imposible que Él renuncie a su gloria para hacerse hombre como nosotros. Qué sorpresa ver a Dios que asume nuestros propios comportamientos: duerme, toma la leche de su madre, llora y juega como todos los niños. Como siempre, Dios desconcierta, es impredecible, continuamente va más allá de nuestros esquemas. Así, pues, el pesebre, mientras nos muestra a Dios tal y como ha venido al mundo, nos invita a pensar en nuestra vida injertada en la de Dios; nos invita a ser discípulos suyos si queremos alcanzar el sentido último de la vida.

9. Cuando se acerca la fiesta de la Epifanía, se colocan en el Nacimiento las tres figuras de los Reyes Magos. Observando la estrella, aquellos sabios y ricos señores de Oriente se habían puesto en camino hacia Belén para conocer a Jesús y ofrecerle dones: oro, incienso y mirra. También estos regalos tienen un significado alegórico: el oro honra la realeza de Jesús; el incienso su divinidad; la mirra su santa humanidad que conocerá la muerte y la sepultura. Contemplando esta escena en el belén, estamos llamados a reflexionar sobre la responsabilidad que cada cristiano tiene de ser evangelizador. Cada uno de nosotros se hace portador de la Buena Noticia con los que encuentra, testimoniando con acciones concretas de misericordia la alegría de haber encontrado a Jesús y su amor.

Los Magos enseñan que se puede comenzar desde muy lejos para llegar a Cristo. Son hombres ricos, sabios extranjeros, sedientos de lo infinito, que parten para un largo y peligroso viaje que los lleva hasta Belén (cf. Mt 2,1-12). Una gran alegría los invade ante el Niño Rey. No se dejan escandalizar por la pobreza del ambiente; no dudan en ponerse de rodillas y adorarlo. Ante Él comprenden que Dios, igual que regula con soberana sabiduría el curso de las estrellas, guía el curso de la historia, abajando a los poderosos y exaltando a los humildes. Y ciertamente, llegados a su país, habrán contado este encuentro sorprendente con el Mesías, inaugurando el viaje del Evangelio entre las gentes.

10. Ante el belén, la mente va espontáneamente a cuando uno era niño y se esperaba con impaciencia el tiempo para empezar a construirlo. Estos recuerdos nos llevan a tomar nuevamente conciencia del gran don que se nos ha dado al transmitirnos la fe; y al mismo tiempo nos hacen sentir el deber y la alegría de transmitir a los hijos y a los nietos la misma experiencia. No es importante cómo se prepara el pesebre, puede ser siempre igual o modificarse cada año; lo que cuenta es que este hable a nuestra vida. En cualquier lugar y de cualquier manera, el belén habla del amor de Dios, el Dios que se ha hecho niño para decirnos lo cerca que está de todo ser humano, cualquiera que sea su condición.

Queridos hermanos y hermanas: El belén forma parte del dulce y exigente proceso de transmisión de la fe. Comenzando desde la infancia y luego en cada etapa de la vida, nos educa a contemplar a Jesús, a sentir el amor de Dios por nosotros, a sentir y creer que Dios está con nosotros y que nosotros estamos con Él, todos hijos y hermanos gracias a aquel Niño Hijo de Dios y de la Virgen María. Y a sentir que en esto está la felicidad. Que en la escuela de san Francisco abramos el corazón a esta gracia sencilla, dejemos que del asombro nazca una oración humilde: nuestro "gracias" a Dios, que ha querido compartir todo con nosotros para no dejarnos nunca solos.

Dado en Greccio, en el Santuario del Pesebre, 1 de diciembre de 2019.

 

FRANCISCO

 

Copyright 2019 — Librería del Vaticano

 

 

 

01/12/2019-14:44
Raquel Anillo

Misa en el rito zaireño: El Papa pide una economía al servicio de la paz

(ZENIT .- 1 diciembre 2019).- El Papa Francisco llama, particularmente a la República Democrática del Congo, a una economía al servicio de la paz, en su homilía para la misa del primer domingo de Adviento, que dura cuatro semanas y se prepara para la Navidad.

El Papa Francisco, aún resfriado, presidió la misa en el rito zaireño, este domingo 1 de diciembre de 2019, en el altar de la "Silla de San Pedro" de la Basílica del Vaticano, con motivo del jubileo de plata del La capellanía congoleña de Roma y la beatificación (24 de abril de 1994) del beato Isidoro Bakanja (1885 — 1909), y la fiesta de la beata Anuarita Marie-Clementine Nengapeta (1939-1964) beatificada el 15 de agosto de 1985, dos mártires. Se han incluido diferentes idiomas de la RDC en la misa.

El Papa ha pedido la paz en el este del país y una "economía" al servicio de la paz en el mundo: "pidamos en nombre de Dios-Amor y con la ayuda de las poblaciones vecinas, renunciar a las armas, con miras a un futuro donde los unos ya no estén en contra de los otros, sino donde los unos estén con los otros, y donde nos alejemos de una economía que utiliza la guerra por un economía que sirva a la paz!"

Lo reiteró en un tweet publicado después del Ángelus: "Hoy, rezamos por la paz en el Congo, seriamente amenazada en el este del país, donde se desata el conflicto, también alimentado desde el exterior, mientras que muchos callan".

Precisamente había comenzado su homilía con la palabra "paz", en idioma lingala: "Boboto". La asamblea respondió con "fraternidad", el Papa repitió "fraternidad". La asamblea respondió: "alegría".

Pero el Papa ha identificado otros males de la sociedad, incluido el consumismo: "El consumismo es un virus que ataca la fe desde la raíz, porque te hace creer que la vida depende únicamente de lo que haces, y así olvidas a Dios que viene a tu encuentro y que está a tu lado.

El Papa Francisco indica, después del diagnóstico, el remedio: "Hay que velar hoy: superar la tentación que hace creer que el significado de la vida reside en la acumulación; para desenmascarar la ilusión de que uno es feliz si tiene muchas cosas; resistir a las luces cegadoras del consumo que brillan durante este mes y creer que la oración y la caridad no son tiempo perdido, sino los mayores tesoros".

Al final de la misa, la hermana Rita agradeció al Papa en nombre de toda la comunidad congoleña de Roma. Ella pidió paz en el país y que el Papa Francisco pudiera hacer un viaje a la RDC.

En nombre de la comunidad, le ofreció al Papa una casulla bordada en blanco.

AB

***

 

Homilía del Papa

En las lecturas de hoy hay un verbo, venir, que se encuentra tres veces en la primera lectura, mientras que el Evangelio, para concluir, afirma que "el Hijo del Hombre vendrá". (Mt 24,44). Jesús viene: El Adviento nos recuerda esta certeza ya en su significado mismo, porque la palabra Adviento significa venida. El Señor viene: esta es la raíz de nuestra esperanza, la certeza de que en medio de las tribulaciones del mundo llega a nosotros el consuelo de Dios, un consuelo que no está hecho de palabras, sino de presencia, de la presencia del que viene entre nosotros.

El Señor viene; hoy, primer día del Año Litúrgico, este anuncio marca nuestro punto de partida: sabemos que más allá de cualquier acontecimiento favorable o contrario, el Señor no nos deja solos. Él vino hace dos mil años y vendrá de nuevo al final de los tiempos, pero viene también hoy a mi vida, a tu vida. Sí, esta vida nuestra, con todos sus problemas, sus angustias e incertidumbres, es visitada por el Señor. Esta es la fuente de nuestra alegría: el Señor no se ha cansado y nunca se cansará de nosotros, desea venir, desea visitarnos.

Hoy, el verbo venir no sólo tiene como sujeto a Dios, sino también a nosotros. Ciertamente, en la primera lectura de Isaías profetiza: "Acudirán pueblos numerosos. Ellos dirán: "¡Venid! subamos a la montaña del Señor" (2, 3). Mientras que el mal en la tierra viene del hecho de que cada uno sigue su propio camino sin los demás, el profeta ofrece una visión maravillosa: todos van juntos a la montaña del Señor. En la montaña, estaba el templo, la casa de Dios. Isaías nos transmite una invitación de Dios a su casa. Somos los invitados de Dios, y el que es invitado es esperado, deseado. "Vengan, dice Dios, porque en mi casa hay lugar para todos. Vengan, porque en mi corazón no hay un solo pueblo, sino todos los pueblos".

Queridos hermanos y hermanas, han venido desde lejos. Han dejado sus hogares, sus seres queridos y sus cosas queridas. Cuando llegaron aquí, encontraron acogida juntos, dificultades e imprevistos. Pero para Dios, siempre son bienvenidos. Para el Señor, nunca somos extraños sino hijos esperados. Y la Iglesia es la casa de Dios: aquí por lo tanto siéntanse siempre en casa. Aquí venimos para caminar juntos hacia el Señor y a realizar las palabras con las que termina la profecía de Isaías: "Vengan[...]! Caminemos a la luz de la Señor" (v. 5).

Pero a la luz del Señor se pueden preferir las tinieblas del mundo. Podemos responder "no" al Señor que viene, así como a su invitación a ir a su casa. A menudo, no se trata de un "no" directo, insolente, sino supeditado. Este es el "no" del que Jesús nos advierte en el Evangelio, exhortándonos a no hacer como "en los tiempos de Noé" (Mt 24,37). ¿Qué pasó en los tiempos de Noé? Sucedió que, mientras algo nuevo e impresionante estaba a punto de llegar, nadie le prestaba atención, porque todos pensaban sólo en comer y beber (cf. v.38). En otras palabras, todos redujeron la vida a sus propias necesidades, se contentaron con una vida plana, horizontal, sin impulso. No había ninguna expectativa de nadie, sólo la pretensión de tener algo para sí mismo, para consumir. La espera del Señor que viene, espera y no pretensión de tener algo para consumir, y esto es el consumismo.

Queridos hermanos y hermanas, el consumismo es un virus que ataca la fe desde sus raíces, porque te hace creer que la vida solo depende de lo que tienes, y así te olvidas de Dios que viene a tu encuentro y de los que te rodean. El Señor viene, pero tú más bien sigues tus apetitos; el hermano llama a tu puerta, pero te molesta, esta es la actitud, ¿no? egoísta del consumismo. El hermano llama a tu puerta, pero te molesta porque perturba tus planes. En el Evangelio, cuando Jesús señala los peligros de la fe, no se preocupa de los enemigos poderosos, de las hostilidades y persecuciones. Todo esto ha existido, existe y existirá, pero no debilita la fe. El peligro real es más bien lo que anestesia el corazón: es depender de los consumos, es dejar que las necesidades disminuyan y disipen el corazón (cf. Lc 21),34). Entonces vivimos las cosas y ya no sabemos para qué cosas; tenemos muchos bienes pero ya no se hace el bien; las casas están llenas de cosas pero vacías de niños; este es el drama de hoy, casas llenas de cosas pero vacías de hijos, el invierno demográfico que estamos sufriendo, el tiempo se pierde en pasatiempos, pero ya no tenemos tiempo para Dios y los demás. Y cuando vives para las cosas, nunca son suficientes, la avaricia crece y los otros se convierten en obstáculos en la carrera y así, uno termina sintiéndose amenazado y, siempre insatisfecho y enojado; el odio está ganando terreno. Lo vemos hoy allí donde reina el consumismo, cuanta violencia y cuanta rabia para buscar un enemigo a toda costa! Así que, mientras el mundo está lleno de armas que causan la muerte, no nos damos cuenta de que seguimos armando nuestros corazones de ira.

Jesús quiere despertarnos de todo esto. Para ello utiliza un verbo: “Velen” “estén atentos” (Mt 24, 42). La vigilia era el trabajo del centinela, que vigilaba y se mantenía despierto mientras todos los demás dormían. Permanecer despierto es resistir el sueño que nos envuelve a todos. Para poder mantenerte despierto, necesitas tener una esperanza cierta: que la noche no dura para siempre, que pronto amanecerá. Lo mismo es cierto por la misma razón para nosotros: Dios viene y su luz iluminará hasta las tinieblas más espesas. Pero hoy a nosotros nos toca  vigilar: para superar la tentación que nos lleva a creer que el sentido de la vida reside en acumular, es una tentación, el sentido de la vida no es acumular, a nosotros nos toca desenmascarar el engaño de que uno es feliz si tiene tantas cosas; resistir a las luces deslumbrantes del consumismo que brillarán por todas partes en este mes y creer que la oración y la caridad no es una pérdida de tiempo, sino los mayores tesoros.

Cuando abrimos nuestro corazón al Señor y a nuestros hermanos, viene el precioso bien que las cosas no podrán darnos jamás y que Isaías anuncia en la primera lectura, y ¿cuál es uno de los bienes más preciosos? ¡la paz!: “De sus espadas, forjarán rejas de arado, y hoces con sus lanzas. Ninguna nación contra otra nación levantará jamás la espada; ya no se ejercitarán más en la guerra” (Is 2, 4). Estas son palabras que también nos hacen pensar en su patria. Hoy, oramos por la paz, que está seriamente amenazada en el este del país, especialmente en los territorios de Béni y Minembwe, donde los conflictos se agudizan, también alimentados por afuera, en el silencio cómplice de muchos, conflictos alimentados por aquellos que se enriquecen vendiendo las armas.

Hoy, recuerden a una bellísima figura, la Beata María Clementina Anuarite Nengapeta, violentamente asesinada, no sin haberle dicho a su verdugo, como Jesús: "Te perdono, porque no sabes lo que haces. Por su intercesión, pidámosle en nombre del Dios-Amor, y con la ayuda de las poblaciones vecinas, la renuncia a las armas, por un futuro en el que uno ya no está en contra del otro, sino donde uno está con el otro, y nos convirtamos de una economía que usa la guerra a una economía que sirva a la paz!. Quién tienda oídos para entender, entienda, quién tenga corazón para consentir, consienta.

 

Copyright 2019 - Libreria editorial del Vaticano

 

 

 

01/12/2019-13:57
Anita Bourdin

Irak: El Papa pide "paz y armonía"

(ZENIT — 1 diciembre 2019).- El Papa Francisco expresó su preocupación por la situación en Irak después de los disturbios en los que hubo muertos y heridos.

Después del Ángelus de este 1 de diciembre, primer domingo de Adviento, el Papa mencionó esta situación en la Plaza de San Pedro, diciendo en italiano: "Estoy preocupado por la situación en Irak. He sabido con tristeza que las manifestaciones y protestas de los últimos días han provocado una reacción dura, que ha causado docenas de víctimas".

El Papa ha pedido paz y concordia: "Rezo por los muertos y por los heridos; Estoy cerca de sus familias y de todo el pueblo iraquí, pidiéndole a Dios paz y armonía".

La respuesta a las protestas, contra la pobreza y el desempleo, habría matado a 400 personas en dos meses, según la Radio Vaticana, especialmente en Bagdad. El primer ministro iraquí, Adel Abdul Mahdi, quien fue liberado por las autoridades religiosas chiítas, anunció el 30 de noviembre su intención de renunciar.

 

 

 

01/12/2019-15:11
Anita Bourdin

Jóvenes: El Papa Francisco anuncia nuevo organismo asesor internacional

(ZENIT — 1 diciembre 2019).- "El Departamento de los laicos, la familia y la vida ha puesto en marcha un nuevo órgano asesor internacional de la juventud", dijo el Francisco Después del Ángelus este domingo 1 st de diciembre de 2019 San Pedro.

Este Consejo, explicó el Papa, está "compuesto por veinte jóvenes de diferentes orígenes geográficos y eclesiales".

Afirma que "es una respuesta concreta a la solicitud del Sínodo dedicado a los jóvenes el año pasado" (ver Documento Final , 123).

Luego, el Papa explicó la misión de este nuevo organismo: "La tarea de este organismo es ayudar a comprender la visión de los jóvenes sobre las prioridades del Ministerio de la Juventud y otros temas de interés más general. Ora por eso. "

Presentamos este nuevo Consejo el 24 de noviembre: En la Solemnidad de Cristo Rey, el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida anunció la creación de esta " Organización Consultiva Internacional de Jóvenes", compuesta por 20 jóvenes de diferentes regiones del mundo. mundo, incluido un francés, y algunos movimientos, asociaciones y comunidades internacionales.

El documento final del Sínodo de 2018 pedía la creación de dicho cuerpo para fortalecer la actividad de la Oficina Juvenil del Dicasterio.

AB

 

Palabras del papa Francisco después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas!

Me preocupa la situación en Iraq. Supe con dolor que las manifestaciones y protestas de los últimos días han provocado una reacción dura, que ha causado docenas de víctimas. Rezo por los muertos y por los heridos; Estoy cerca de sus familias y de todo el pueblo iraquí, pidiéndole a Dios paz y armonía.

El Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida creó un nuevo Organismo internacional de asesoramiento para la juventud compuesto por veinte jóvenes de diferentes orígenes geográficos y eclesiales. Esta es una respuesta concreta a la solicitud del Sínodo dedicado a los jóvenes el año pasado (ver Fin., 123). La tarea de este organismo es ayudar a comprender la visión de los jóvenes sobre las prioridades del Ministerio de la Juventud y otros temas de interés más general. Oramos por eso.

¡Los saludo a todos, romanos y peregrinos de diferentes países! Especialmente a los fieles polacos y el coro de niños de Bucarest.

Saludo a los grupos de Giulianova Lido, Nettuno y Jesi; así como los peregrinos de Cavarzere con el coro "Serafin" y la asociación rumana en Italia.

Esta tarde iré a Greccio, lugar donde San Francisco hizo el primer pesebre. Allí, firmaré una carta sobre el significado y el valor del pesebre. El pesebre es un signo simple y maravilloso de la fe cristiana. Es una carta corta que puede ser buena para Navidad. Acompáñenme con la oración en este viaje.

Les deseo a todos un buen domingo y un buen viaje de Adviento. Por favor, no se olviden de rezar por mí. Buen almuerzo y adios.

 

 

 

01/12/2019-07:09
Isabel Orellana Vilches

Beata María Ángela Astorch, 2 de diciembre

«Cuando Juan Pablo II beatificó a esta capuchina, la denominó la 'mística del breviario'. En vida, su portentoso dominio de la sagrada Escritura y de la Patrística suscitó ciertos recelos, y tuvo que comparecer ante un tribunal»

Esta religiosa capuchina española cuya existencia discurrió entre Barcelona, Zaragoza y Murcia estuvo agraciada con singulares favores místicos. Nació el 1 de septiembre de 1592 en Barcelona, en el seno de una familia adinerada. Creció sin la presencia y tutela de sus virtuosos padres que perdió prematuramente. Su madre murió antes de que ella cumpliera su primer año de vida. Y cuanto tenía 4, falleció su padre. Arropada por su aya, que la colmó de cariño, Ángela (Jerónima de nombre de pila) no experimentó añoranzas por la ternura de sus progenitores que prácticamente no llegó a saborear.

Era una niña alegre y espontánea. Llevada de esos descuidos propios de la infancia hacia los 7 años estuvo a punto de morir por haber ingerido almendras verdes. Atribuyó su curación a la Virgen María y a la intercesión de la Madre Ángela Serafina, fundadora de las capuchinas. El hecho supuso un punto de inflexión en su vida; marcó el límite de su infancia y le abrió el camino hacia otra etapa de madurez. Es lo que manifestó en su Autobiografía: «Mi niñez no fue sino hasta los siete años: de éstos en adelante fui ya mujer de juicio y no poco advertida, y así sufrida, compuesta, callada y verdadera». Siempre al abrigo de tutores fue formándose humana e intelectualmente. En la adolescencia su prodigiosa memoria comenzó a llamar la atención de los preceptores. Familiarizada con los libros —su padre había estado vinculado al gremio de los libreros y seguramente le habría legado una selecta biblioteca—, tuvo en la lectura una de sus aficiones predilectas, y de manera especial, los textos latinos.

Al final del estío de 1603 ingresó en el convento de las capuchinas de Barcelona donde le había precedido su hermana mayor, Isabel, una de las primeras integrantes del mismo que acababa de constituirse como tal en febrero de ese mismo año. Allí se curtió en la oración y la mortificación, atenta a los rasgos de virtud que apreciaba a su alrededor, bajo la dirección espiritual de un sacerdote aragonés que tenía detrás una importante experiencia eremítica. A su lado comenzó a familiarizarse con la oración y la contemplación. En su trayectoria espiritual encontró ásperos momentos caracterizados por las humillaciones y maltrato concreto de una religiosa atrapada por sus celos que hubiera querido asemejarse a la beata en su delicadeza, elegancia, cualidades para el canto y su gran formación, además de los gestos de virtud que veía en ella.

Todo desaire sirvió a Ángela para crecer en caridad y humildad máxime cuando era consciente del antagonismo que existía entre ambas, sentimiento que le ocasionaba gran aflicción. En un momento dado, por indicación de su confesor se vio privada de los textos latinos bíblicos y litúrgicos que llevó consigo al convento, añadiendo la prohibición de tenerlos como soporte en su día a día, así como de entonar versículos fuera del coro cuando realizaba las labores que tenía encomendadas. Y eso que el breviario era el sustento de su intensísima y singular vida mística: «Me acontece muchas veces que, cantando los salmos, me comunica su Majestad, por efectos interiores, lo propio que voy cantando, de modo que puedo decir con verdad que canto los efectos interiores de mi espíritu y no la composición y versos de los salmos». Como maestra de novicias tampoco se libró del retintín con que algunas de ellas acogían sus enseñanzas. Con oración y penitencia superó todas las tentaciones, incluida la de integrarse en otra Orden donde tuviera libertad para hacer su voluntad: orar y leer textos de espiritualidad. Y creció exponencialmente en su amor a Dios de manera admirable.

En 1614 se trasladó a Zaragoza siendo componente de la primera comunidad que se establecía allí. Y siguió formando a las religiosas con sabiduría y virtud. En 1626 fue designada abadesa, y en 1645 puso en marcha la fundación de Murcia. Desde 1620 percibía gracias sobrenaturales que no cesaron. Por su sorprendente dominio de la Sagrada Escritura, así como de la Patrística, fue sometida a examen en Zaragoza por cinco expertos y en Murcia por un deán y un canónigo impresionados de su capacidad para señalar con exactitud los lugares donde se hallaban las citas escriturarias en lengua latina que le plantearon. A lo largo de su vida saboreó las numerosas gracias místicas que recibió —de las que se sentía indigna y que no pudo impedir aunque le ordenaron que las evitara—, y se afligió en las «ausencias» divinas. Ha sido denominada «mística del breviario».

Fue particularmente devota del Sagrado Corazón de Jesús: «Mi incomparable tesoro, toda mi riqueza, única esperanza cierta de todo lo que espero, claridad y sosiego de mis dudas, aliento de mis ahogos, centro íntimo de mi alma, propiciatorio de oro de mi espíritu..., escuela y cátedra donde leo ciencia y finezas de tu inmensa caridad...». A Él se ofrecía en reparación de las ofensas que recibía. Amó profundamente a la Iglesia. Tuvo como consigna de vida «callar y sufrir, y llevar el peso que las cosas de gobierno traen consigo, como sierva de la casa de Dios». Siendo abadesa consiguió que las religiosas pudieran recibir la comunión diariamente. Actuó de forma admirable en la epidemia de 1648 y en la inundación de 1651 que arrasó por completo el convento. En 1654 regresó junto con el resto de la comunidad, y seis años más tarde comenzó su declive físico con una merma tal de sus facultades mentales que le llevó a renunciar a su cargo; las recuperó en noviembre de 1665 tras un ataque de hemiplejía. Falleció con fama de santidad el 2 de diciembre de ese mismo año. Juan Pablo II la beatificó el 23 de mayo de 1982.