Servicio diario - 08 de diciembre de 2019


 

Homenaje del Papa a la Inmaculada Concepción en Roma
Raquel Anillo

Ángelus: “Las obras de misericordia se hacen en silencio”
Raquel Anillo

Un nuevo santo, Santiago Miller, aplaudido en la Plaza San Pedro
Raquel Anillo

El Papa ora por la Cumbre en París
Anne Kurian

Nuestra Señora de Loreto: El Papa desea que el Jubileo sea rico en gracia
Anne Kurian

Latinoamérica: Schoenstatt organiza iniciativa internacional de oración
Enrique Soros

“¡Dichosa tú que creíste!”: Primera Predicación de Adviento 2019
Raniero Cantalamessa

San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, 9 de diciembre
Isabel Orellana Vilches

Beato Marco Antonio Durando, 10 de diciembre
Isabel Orellana Vilches


 

 

 

08/12/2019-16:37
Raquel Anillo

Homenaje del Papa a la Inmaculada Concepción en Roma

(ZENIT — 8 dicimbre 2019).- "Les confío a todos los que en esta ciudad y en todo el mundo están oprimidos por la falta de confianza, por el desánimo a causa del pecado; todos aquellos que piensan que no hay esperanza para ellos, que sus faltas son demasiado numerosas y grandes, y que Dios ciertamente no tiene tiempo que perder con ellos".

Esta es la oración del Papa Francisco a la Virgen María, este 8 de diciembre de 2019. En honor a la Inmaculada Concepción, el Papa fue a la Basílica romana de Santa María la Mayor, luego, según la tradición romana a la Plaza de España, donde rindió homenaje a la Virgen coronada.

"Tú eres también Inmaculada, la llena de gracia, y puedes reflejar, incluso en la oscuridad más oscura, un rayo de luz del Cristo resucitado", dijo en su oración, diciendo que el modelo de María recuerda que "¡no estamos hechos para el mal, sino para el bien, para el amor, para Dios! "

AK

 

Publicamos a continuación la oración que el Santo Padre ha compuesto especialmente y que ha recitado durante el Acto de veneración de la Inmaculada en la Plaza de España:

***

 

Oración del Santo Padre

Oh María Inmaculada
nos reunimos a tu alrededor una vez más.
Cuanto más seguimos en la vida
más nuestra gratitud a Dios aumenta
por habernos dado como madre, a nosotros, que somos pecadores,
Tú, que eres la Inmaculada.
Entre todos los seres humanos, eres el única
preservada del pecado, como la madre de Jesús,
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Pero tu privilegio único,
te fue dado por el bien de todos nosotros, tus hijos.
De hecho, mirándote, vemos la victoria de Cristo,
La victoria del amor de Dios sobre el mal:
donde abundaba el pecado, es decir, en el corazón humano,
la gracia se desbordó,
por el suave poder de la Sangre de Jesús.
Tú, Madre, nos recuerdas que sí, somos pecadores,
¡pero ya no somos esclavos del pecado!
Tu hijo, con su sacrificio,
rompió el dominio del mal, ganó el mundo.
Esto le dice tu corazón a todas las generaciones
Tan claro como el cielo donde el viento ha disuelto cada nube.

Y entonces nos recuerdas que no es lo mismo
ser pecadores y ser corruptos: es muy diferente.
Una cosa es caer, pero luego arrepentirse, confesarlo
y levantarse de nuevo con la ayuda de la misericordia de Dios.
Otra cosa es la connivencia hipócrita con el mal,
la corrupción del corazón, que se muestra impecable por fuera,
pero por dentro está lleno de malas intenciones y mezquinos egoísmos.
Tu pureza clara nos recuerda la sinceridad,
a la transparencia, a la simplicidad.
¡Cuánto necesitamos ser liberados de
la corrupción del corazón, que es el peligro más grave!
Esto nos parece imposible, porque somos tan adictos,
y en cambio está al alcance de la mano. ¡Basta con mirar hacia arriba
a tu sonrisa de madre, a tu belleza virgen, incontaminada,
para volver a sentir que no estamos hechos para el mal,
sino para el bien, para el amor, para Dios!

Por esto, oh Virgen María,
hoy te confío a todos aquellos que, en esta ciudad
y en todo el mundo están oprimidos por la desconfianza
del desánimo por el pecado;
aquellos que piensan que para ellos no hay más esperanza,
que sus faltas son demasiadas y demasiado grandes
y que Dios no tiene tiempo que perder con ellos.
Te los confío porque no eres solo una madre
y como tal nunca dejas de amar a tus hijos,
sino también eres la Inmaculada, llena de gracia,
y puedes reflejar desde adentro de la oscuridad más profunda
un rayo de luz de Cristo resucitado.
Él, y solo Él, rompe las cadenas del mal,
libera de las adicciones más implacables,
se disuelve de los lazos más criminales,
suaviza los corazones más endurecidos.
Y si esto sucede dentro de las personas,
¡Cómo cambia la faz de la ciudad!
En pequeños gestos y en grandes elecciones,
los círculos viciosos se vuelven virtuosos poco a poco,
la calidad de vida mejora
y el clima social es más transpirable.

Te damos gracias, Madre Inmaculada,
Por recordarnos que, por el amor de Jesucristo,
ya no somos esclavos del pecado,
sino libres, libres de amar, de amarnos,
para ayudarnos como hermanos, aunque si sean diferentes de nosotros
y gracias por ser diversos entre nosotros.
Gracias porque, con tu sinceridad, nos animas a
no avergonzarnos del bien, sino del mal;
ayúdanos a mantener alejado al maligno,
que con el engaño nos atrae hacia él, en agujas de muerte;
danos el dulce recuerdo de que somos hijos de Dios,
Padre de inmensa bondad,
fuente eterna de vida, belleza y amor. Amén.

 

 

 

08/12/2019-11:51
Raquel Anillo

Ángelus: "Las obras de misericordia se hacen en silencio"

(ZENIT — 8 diciembre 2019).- A las 12 del mediodía de hoy, II Domingo de Adviento, solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, el Santo Padre Francisco se asoma a la ventana del estudio del Palacio Apostólico Vaticano para recitar el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro.

A continuación, ofrecemos las palabras del Papa antes de la oración del Ángelus:

***

 

Palabras del Papa antes del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy celebramos la solemnidad de María Inmaculada, que se sitúa en el contexto del Adviento, un tiempo de espera: Dios cumplirá lo que ha prometido. Pero en la fiesta de hoy nos es anunciado que algo ya se ha cumplido, en la persona y en la vida de la Virgen María. Hoy consideramos el comienzo de este cumplimiento, que es incluso antes del nacimiento de la Madre del Señor. De hecho, su inmaculada concepción nos lleva a ese preciso momento en el que la vida de María comenzó a palpitar en el seno de su madre: ya existía el amor santificante de Dios, preservándolo del contagio del mal que es la herencia común de la familia humana.

En el Evangelio de hoy resuena el saludo del Ángel a María: "Alégrate, llena de gracia: el Señor está contigo". (Lc 1,28). Dios siempre ha pensado en ella y la ha querido, en su plan inescrutable, como una criatura llena de gracia, es decir, llena de su amor. Pero para llenarse es necesario hacer espacio, vaciarse, hacerse a un lado. Como María, que supo escuchar la Palabra de Dios y confiar totalmente en su voluntad, acogiéndola sin reservas en su propia vida. Tanto es así que el Verbo se hizo carne en ella. Esto fue posible gracias a su "sí". Al ángel que le pide que se prepare para ser madre de Jesús, María le responde: "He aquí la esclava del Señor: que se haga en mí según tu palabra" (v. 38).

María no se pierde en tantos razonamientos, no pone obstáculos en el camino del Señor, sino que con prontitud se confía y deja espacio para la acción del Espíritu Santo. Inmediatamente pone a disposición de Dios todo su ser y su historia personal, para que sea la Palabra y la voluntad de Dios la que la modelen para llevar a cumplimiento. Así, en perfecta sintonía con el designio de Dios sobre ella, María se convierte en la "toda bella", en la "toda santa", pero sin la más mínima sombra de complacencia, es humilde. Es una obra maestra, pero sigue siendo humilde, pequeña, pobre. En ella se refleja la belleza de Dios que es todo amor, gracia, don de sí.

También me gusta subrayar la palabra con la que María se define a sí misma en su entrega a Dios: se profesa "la esclava del Señor". El "sí" de María a Dios asume desde el principio la actitud de servicio, de atención a las necesidades de los demás. Así lo atestigua concretamente el hecho de la visita a Isabel, que sigue inmediatamente a la Anunciación. La disponibilidad a Dios se encuentra en la voluntad de asumir las necesidades del prójimo. Todo esto sin clamor y sin ostentación, sin buscar lugares de honor, sin publicidad, porque la caridad y las obras de misericordia no necesitan ser exhibidas como un trofeo. Las obras de misericordia se hacen en silencio, a escondidas, sin vanagloriarse de nada. Incluso en nuestras comunidades, estamos llamados a seguir el ejemplo de María, practicando el estilo de discreción y ocultación.

Que la fiesta de la Madre nos ayude a hacer de toda nuestra vida un "sí" a Dios, un "sí" hecho de adoración a Él y de gestos cotidianos de amor y de servicio.

 

 

 

08/12/2019-15:53
Raquel Anillo

Un nuevo santo, Santiago Miller, aplaudido en la Plaza San Pedro

(ZENIT — 8 diciembre 2019).- Saludos del Papa a los peregrinos de la Plaza de San Pedro después del Ángelus y aplausos para el nuevo beato, el guatemalteco Santiago Miller, religioso de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. También pidió oraciones para la reunión entre los presidentes de la Cumbre del "Formato de Normandía" que tendrá lugar el 9 de diciembre en París.

A continuación, ofrecemos las palabras del Papa después del Ángelus:

***

 

Palabras del Papa después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas,

Ayer, en Huehuetenango, Guatemala, fue beatificado Santiago Miller, religioso de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, asesinado por odio a la fe en 1982, en el contexto de la guerra civil. Que el martirio de este ejemplar educador de jóvenes, que ha pagado con su vida por su servicio al pueblo y a la Iglesia guatemalteca, fortalezca en esa querida Nación caminos de justicia, paz y solidaridad.

Un aplauso al nuevo beato...

Mañana se celebrará en París una reunión entre los Presidentes de Ucrania, Rusia y Francia y de la Canciller Federal de Alemania -conocido como el "Cuarteto de Normandía"- para buscar soluciones al doloroso conflicto que se viene produciendo desde hace años en el este de Ucrania. Acompaño el encuentro con una intensa oración, porque allí se necesita la paz, y los invito a hacer lo mismo, para que esta iniciativa de diálogo político contribuya a llevar frutos de paz en la justicia a ese territorio y a su pueblo.

Saludo con afecto a todos ustedes, peregrinos de Italia y de varios países, en particular a los fieles polacos de Varsovia y Lublin, a los policías irlandeses y a los jóvenes de Sorbara (Módena).
Un saludo especial a las Hijas de la Cruz, recientemente reconocidas como Asociación Pública por el Cardenal Vicario.

En esta fiesta de la Inmaculada Concepción, las parroquias italianas renuevan su compromiso con la Acción Católica. Deseo a todos los miembros y grupos un buen camino de formación, servicio y testimonio.

Bendigo a los fieles de Rocca di Papa y la antorcha con la que encenderán la gran estrella en la fortaleza de la ciudad, en honor de María Inmaculada. Y mi pensamiento se dirige también al Santuario de Loreto, donde hoy se abrirá la Puerta Santa del Jubileo lauretano: que sea rica en gracia para los peregrinos de la Santa Casa.

Esta tarde iré a Santa María la Mayor para rezar a la Virgen, y luego a Plaza de España para el tradicional acto de homenaje al pie del monumento a la Inmaculada Concepción. Les pido que se unan a mí espiritualmente en este gesto, que expresa la devoción filial a nuestra Madre celestial.

Les deseo a todos una feliz fiesta y un buen camino de Adviento con la guía de la Virgen María. Por favor, no se olviden rezar por mí. ¡Que tengan un buen almuerzo y adiós!

 

 

 

08/12/2019-12:35
Anne Kurian

El Papa ora por la Cumbre en París

(ZENIT — 8 diciembre 2019).- El Papa Francisco aseguró sus oraciones para la Cumbre del "Formato de Normandía" organizada para el 9 de diciembre de 2019 en París sobre la situación en el este de Ucrania.

Durante el Ángelus que presidió en la Plaza de San Pedro, el Papa mencionó este encuentro entre los jefes de Estado y de Gobierno de Ucrania, Rusia, Francia y Alemania, "para buscar soluciones al doloroso conflicto que desde hace años se vive".

Acompaño este encuentro con mi intensa oración, "ahí es donde se necesita la paz", insistió el Papa, antes de invitar a la multitud "a hacer lo mismo, para que esta iniciativa de diálogo político contribuya a dar frutos de paz en la justicia, en este territorio y en su pueblo".

 

 

 

08/12/2019-16:13
Anne Kurian

Nuestra Señora de Loreto: El Papa desea que el Jubileo sea rico en gracia

(ZENIT — 8 diciembre 2019).- Con motivo de la Puerta Santa del Jubileo de Nuestra Señora de Loreto, en la Santa Casa de María, este 8 de diciembre de 2019, el Papa desea "que sea rica en gracia para los peregrinos de la Santa Casa".

Evocó el jubileo del santuario italiano donde, según la tradición, se venera parte de la casa de Nazaret donde vivió la Virgen María, durante el Ángelus de este domingo por la mañana, 8 de diciembre de 2019, en la fiesta del Inmaculada Concepción.

El Papa también anunció que iría por la tarde "a Santa María la Mayor para rezar a la Virgen María, y luego a la Plaza de España para el acto de homenaje tradicional al pie del monumento de la Inmaculada. Pidiendo estar espiritualmente unidos a él.

 

 

 

08/12/2019-18:44
Enrique Soros

Latinoamérica: Schoenstatt organiza iniciativa internacional de oración

(ZENIT — 8 dic. 2019).- La idea surgió por los gravísimos conflictos sociales que sufren Chile y Bolivia, pero pronto se amplió a generar conciencia de la importancia de la oración por la paz y la justicia en otros países de Latinoamérica y el Caribe, como Haití, Venezuela, Nicaragua, Ecuador, Colombia, Perú, Brasil, Honduras, México y otros países de la región. A la vez, al tomar conciencia de la persecución de cristianos, especialmente en países de Asia y África, la iniciativa tomó un carácter mundial.

 

En qué consiste la campaña

La misma consiste en rezar diez veces al día la oración de Confianza, que dice: "En tu poder y en tu bondad fundo mi vida. En ellos espero confiando como niño. Madre Admirable, en ti y en tu Hijo, en toda circunstancia, creo y confío ciegamente. Amén". Esta oración, que expresa una fe inconmovible en el poder de Jesús, y de María, como intercesora, fue escrita en el campo de concentración de Dachau, por el fundador del Movimiento de Schoenstatt, P. José Kentenich, en medio de las terribles circunstancias imperantes en el lugar bajo el dominio nazi.

Siendo Schoenstatt un movimiento de carácter espiritual con una fuerte impronta pedagógica, el autor pone como sujeto de la oración al orante, quien afirma su confianza firme en el poder de María, motivando de esta manera a que dicha actitud se haga constante y potente en quien la expresa. De esta forma se apela a las gracias que María regala a quienes la reconocen como madre, con toda su bondad, y como reina, con todo su poder.

Esta campaña está generada en la oficina de Schoenstatt Intenational, a cargo de la Hermana M. Cacilda Becker, brasilera, residente en Schoenstatt, Alemania, y del P. Heinrich Walter, alemán, residente en Roma, Italia. La misma se promociona a través de las redes sociales y a través de grupos de Whatsapp de diez miembros cada uno. A través de estos medios se envían vídeos y fotos sobre cómo se participa de la iniciativa en distintas partes del mundo.

 

Un nuevo orden social en juego

Tanto en Chile, como en Bolivia y otros países de Latinoamérica, está en juego un nuevo orden social. El descontento popular que surge en diversos países está generado en injusticias propias de los sistemas y de la corrupción, no solo de los gobiernos. Es claro que algo debe cambiar radicalmente. Se trata de un tema global. Ya nadie se salva solo. Y no es cuestión simplemente de políticas, sino desde lo más profundo, se trata de qué concepción del hombre, de la sociedad, de Dios, de la comunidad, de la familia, de la justicia social debe surgir.

Desde algunas vertientes, importa simplemente una cuestión política y económica. Desde otras, como el marxismo, se pretende instalar una nueva visión del hombre y la historia. Una diferencia trascendental marcada por el P. Kentenich, es que el hombre penetrado por la gracia de Dios, desde la Iglesia, debe ofrecer una respuesta integral, orgánica, que abrace "el tiempo y la eternidad, el más acá y el más allá, las necesidades económicas, sociales, políticas, morales y religiosas de todos los hombres, también de los desheredados, de las masas que se cuentan por millones". (Carta de N. Helvecia, 1948)

 

Pensamiento social del P. Kentenich

El pensamiento social del P. Kentenich se encuentra expresado en numerosas charlas que diera sobre esta temática, fundamental para su concepción del hombre nuevo en la nueva comunidad, uno de los tres fines de Schoenstatt. Kentenich no fue ni ecónomo ni político. Su concepción de justicia social se encuentra basada en una antropología fundamentada en valores trascendentes, desde la mirada de Dios, desde un Dios vivo, padre, que siempre busca la dignidad y justicia integral basada en el amor, tanto de cada individuo, como de la sociedad, sin exclusiones de ningún tipo. El mismo "ve en el colectivismo el compendio de las herejías antropológicas de nuestro tiempo, el cual crea un hombre radicalmente desvinculado de las personas, de Dios, del terruño, y de los ideales (y con ello, de la verdad metafísica revelada)". (El Pensamiento Social del P. José Kentenich, Nueva Patris)

El tipo de hombre orgánico para Kentenich es “el hombre radicalmente vinculado a las personas, a Dios, al terruño y a los ideales, animado en su interior por las fuerzas fundamentales del amor y, por eso, marcadamente personalizado, comunitario y sobrenatural”. (ibid)

 

Oración y acción

"Se le pide a Dios, y se asiste al hermano. Así se reza", según el Papa Francisco. Esa es también la concepción del P. Kentenich sobre la intrínseca unidad de todas las realidades humanas y sobrenaturales. La oración debe ir unida a la acción, y viceversa. No es posible imaginar un hombre nuevo en la imagen de Jesús y María que no sea radicalmente comprometido con la justicia social, la dignidad de todos, pero especialmente de los más pobres. Esa persona nueva, que atiende al hermano y a la vez se compromete en la transformación de las estructuras sociales, está llamado también a estar profundamente anclado en el mundo de Dios, y a integrar su vida de familia, de oración y fe, con el compromiso social. Siempre habrá en cada persona alguna acentuación. Lo importante es que todo converja en un corazón que ama y se entrega auténtica y generosamente.

 

Fundamento de un nuevo orden social

Este es el camino de santificación cristiana, llamado a iluminar al hombre moderno, atomizado en emociones, ideales y actitudes separadas, como en compartimentos estancos, causantes de la profunda angustia que aqueja al mundo de hoy. Al faltar Dios en los corazones, queda un vacío que produce la separación mecánica de todo un mundo que Dios concibió como uno, unido, armonioso en medio de la imperfecta humanidad de la que nadie queda exento. Aquí se percibe la inmensa misión del cristiano, del católico, cuya principal misión no es recordar constantemente el pecado de otros, ni exponer doctrinas y mandamientos divinos, sino tocar corazones sufrientes, llenos de inseguridad y aflicción, y llenarlos con un amor humano, que conduzca al corazón de Dios. No hay forma de construir un nuevo orden social que realmente trasforme el mundo, que no ponga este principio como esencial: una respuesta vital a la crisis existencial del hombre.

 

Compromiso social

Schoenstatt está llamado a dar respuestas sociales comprometidas con los más necesitados desde sus Santuarios. Desde allí, donde María llama para transformar los corazones y enviarlos a contribuir a llevar dignidad a las personas, surgen proyectos sociales, que si bien no resuelven la acuciante necesidad de millones en el mundo, son como un oasis en la inmensidad, que transforma vidas reales.

Así en Bolivia surgió hace 25 años la Fundación Arco Iris, que ha rescatado de la calle a miles de niños y adolescentes, dándoles una razón para vivir con dignidad y proyectándolos en la sociedad. Uno de los programas sociales en Chile es María Ayuda, que acoge anualmente a más de 700 niños, niñas y adolescentes que han sufrido maltrato, abuso, negligencia u otro tipo de vulneración de derechos. Algunos de los programas sociales de Schoenstatt en Argentina son La Nazarena, Casa del Niño P. José Kentenich, en Florencio Varela, y María de Nazaret, en Villa Ballester. En ellos se da asistencia de aprendizaje, talleres para padres e hijos, deportes y salida laboral, en todos los casos en zonas de villas muy humildes, donde las relaciones familiares y sociales suelen ser extremadamente difíciles, donde falta trabajo y sobra la droga.

En Paraguay, uno de los numerosos emprendimientos sociales es la asistencia integral a muchachos que salen de prisión, a cargo del P. Pedro Kühlcke, los cuales reciben educación y entrenamiento para reinsertarse en la sociedad. En el infinito Brasil, donde millones reciben a la Virgen Peregrina en sus hogares, son también numerosos los programas sociales y educativos. De entre ellos mencionamos el Centro de Educación Infantil Catarina Kentenich, que en San Pablo atiende a 100 niños y niñas diariamente; Educar e Iluminar, una campaña que brinda servicios a 200 niños, ofreciéndoles educación de calidad; en Londrina el Proyecto Sabáo y en Curitiba Cantinho de Sol Cei. A la vez en África, como en Burundi, Nigeria, Sudáfrica; y en Asia, como en India, Filipinas, etc., ante la inmensa pobreza, surgen proyectos de asistencia de salud, educación e inserción laboral.

Sin duda, otro aspecto social de importancia es la pedagogía, la educación integral de niños, niñas, adolescentes y adultos. En distintos centros educativos como en Argentina, Ecuador, Puerto Rico, Chile, Brasil, se contribuye a la formación de personalidades que sean un aporte generador de oportunidades para muchos otros en el futuro, gestando líderes con valores sociales y espirituales.

 

Un grito al cielo y al mundo

La campaña de oración que organiza Schoenstatt, a la cual están todos invitados a participar, quiere ser un llamado de atención a la Virgen María y a Jesús, a través de la oración de Confianza mencionada, apelando a su poder para lograr paz y justicia social en los pueblos, en la confianza de que con su poder, podremos cambiar el mundo para bien.

Pero también quiere ser un llamado de atención al mundo al respecto de dos puntos: sacar a la luz la visión de una Iglesia que tiene mucho que aportar en cuanto a las características que debe tener el hombre nuevo en un nuevo orden social. Todo está contenido en la doctrina social de la Iglesia, y especialmente en una respuesta actualizada, radical y comprometida socialmente, y que abarca a los pueblos y a las personas en toda su dignidad, en la exhortación apostólica del Papa Francisco Evangelii Gaudium. Es la parte teórica, basada en la médula vital de la realidad latinoamericana y del mundo.

El segundo punto es la acción. El compromiso social de la Iglesia, que en todos los rincones del mundo genera santos que entregan sus vidas por los más necesitados.

Desde la Coordinación Internacional de Schoenstatt, expresa la Hermana M. Cacilda Becker que "confiamos plenamente en el poder intercesor de María, lo experimentamos a diario. No dudamos que la oración por la paz en tantos rincones del mundo dará frutos potentes". A su vez, el P. Heinrich Walter confía que "la Iglesia juegue un rol fundamental en la construcción de un mundo más justo y solidario, ofreciendo cristianos que se toman el camino de santidad con alegría, con altos ideales, que ayuden a forjar personalidades comprometidas con los destinos de nuestros países en la hermandad y la generosidad radical".

La iniciativa de oración tiene como principal intención hasta el 7 de diciembre, la paz y la justicia social en los países de Centroamérica, Norteamérica y el Caribe; del 8 al 14 de diciembre, en Sudamérica; del 15 al 21 de diciembre, en los países de África; del 22 al 28 de diciembre, se rezará como preparación por la Navidad; del 29 de diciembre al 4 de enero, por la justicia social en Asia y Oceanía; del 5 al 11 de enero, por Europa, y hasta el 18 de enero, fecha en que culmina la campaña, se orará por todo el mundo. La idea es rezar todos los días, confiando en el poder intercesor de María, la oración de Confianza que presentamos arriba.

*Quien desee recibir más información sobre esta iniciativa, puede solicitarla en distintos idiomas a info@schoenstatt.com. Los avances de la misma se publican entre otros medios en www.facebook.com/schoenstatt.international/.

 

 

 

08/12/2019-18:26
Raniero Cantalamessa

"¡Dichosa tú que creíste!": Primera Predicación de Adviento 2019

(ZENIT — 8 dic. 2019).- Cada año la liturgia nos prepara a Navidad con tres guías: Isaías, Juan Bautista y María: el profeta, el precursor y la madre. El primero lo anunció desde lejos, el secundo lo señaló presente en el mundo, la madre lo llevó en su seno. Por esto Adviento 2019 he pensado de confiarnos enteramente a la Madre de Dios. Nadie mejor que ella puede predisponemos a celebrar con fruto el nacimiento de Jesús. Ella no ha celebrado el Adviento, sino que lo ha vivido en su carne. Como cada mujer embarazada, ella sabe qué significa estar "en la espera" y puede ayudarnos a esperar, en sentido fuerte y existencial, la venida del Redentor. Contemplaremos la Madre de Dios en los tres momentos en los cuales la misma Escritura la presenta en el centro de los acontecimientos: la Anunciación, la Visitación y Navidad.

 

1. "Heme aquí, yo soy la esclava del Señor..."

 

Empiézanos contemplando Maria en la Anunciación. Cuando María llega a la casa de Isabel, ésta la acoge con gran alegría y, "llena del Espíritu Santo", exclamó: ¡Dichosa tú que creíste! Porque se cumplirá lo que el Señor te anunció. (Lc 1, 45). El evangelista Lucas se sirve del episodio de la Visitación como medio para mostrar lo que se había cumplido en el secreto de Nazaret y que sólo en el diálogo con una interlocutora podía manifestarse y asumir un carácter objetivo y público.

Lo grandioso que había ocurrido en Nazaret, después del saludo del ángel, es que María "ha creído" y así se convirtió en "Madre del Señor". No hay dudas de que este haber creído se refería a la respuesta de María al ángel: Yo soy la esclava del Señor: que se cumpla en mí tu palabra (Lc 1, 38). Con estas simples y pocas palabras se consumó el acto de fe más grande y decisivo en la historia del mundo. Esta palabra de María representa "el vértice de todo comportamiento religioso delante de Dios, porque ella expresa, de la manera más elevada, la disponibilidad pasiva unida a la prontitud activa, el vacío más profundo que se acompaña con la más plenitud más grande" [1]. Con esta respuesta —escribe Orígenes- es como si María dijera a Dios: "Heme aquí, soy una tablilla para escribir: que el Escritor escriba lo que desea, que el Señor haga en mí lo que él quiera" [2]. Él compara a María con una tablilla encerada que se usaba, en su tiempo, para escribir. Hoy diríamos que María se ofrece a Dios como una página en blanco, sobre la cual él puede escribir lo que quiera.

"En un instante que no se desvanece nunca más y que permanece válido para toda la eternidad, la palabra de María fue la palabra de la humanidad y su "sí", el amén de toda la creación al "sí" de Dios" (K. Rahner). En él es como si Dios interpelara de nuevo la libertad creada, ofreciéndole una posibilidad de redención. Es este el sentido profundo del paralelismo: Eva-María, querido a los Padres y a toda la tradición. "Lo que Eva unió con su incredulidad, María lo deshizo con su fe" [3].

De las palabras de Isabel: "Dichosa tú que creíste", se ve cómo ya en el Evangelio, la maternidad divina de María no es entendida sólo como maternidad física, sino mucho más como maternidad espiritual, fundada en la fe. En eso se basa san Agustín cuando escribe: "La Virgen María dio a luz creyendo, lo que había concebido creyendo... Después de que el ángel hubiera hablado, ella, llena de fe (fide plena), concibiendo a Cristo primero en el corazón que en el seno, respondió: Yo soy la esclava del Señor: que se cumpla en mí tu palabra" [4]. A la plenitud de la gracia por parte de Dios, corresponde la plenitud de la fe de parte de María; al "gracia plena", la "fe plena".

 

Sola con Dios

A primera vista, lo de María fue un acto de fe fácil e incluso descontado. Convertirse en madre de un rey que reinaría eternamente sobre la casa de Jacob, ¡madre del Mesías! ¿No era lo que toda jovencita hebrea soñaba ser? Sin embargo, esto es un modo de razonar humano y carnal. La verdadera fe no es un privilegio o un honor, sino que es siempre un morir un poco, y así fue sobre todo la fe de María en este momento. Primero que nada, Dios no engaña nunca, no tironea nunca a las creaturas a un consenso solapadamente, escondiéndole las consecuencias, lo que van a encontrar.

Lo vemos en todas los grandes llamados de Dios. A Jeremías preanuncia: Lucharán contra ti (Jer 1, 19) y sobre Saulo, le dice a Ananías: Yo le mostraré lo que tiene que sufrir por mi nombre. (Hc 9, 16). Sólo con María, para una misión como la suya, ¿habría actuado de modo diverso? A la luz del Espíritu Santo, que acompaña el llamado de Dios, ella ciertamente vislumbró que también su camino no sería diferente al de todos los demás llamados. Pronto Simeón pondrá en palabras este presentimiento, cuando le dirá que una espada atravesará su alma.

Sin embargo, ya sobre el plano simplemente humano, María se encuentra en una soledad total. ¿A quién puede explicarle lo que le sucedió? ¿Quién le podrá creer cuando diga que el niño que lleva en su seno es "obra del Espíritu Santo"? Esto nunca ocurrió antes de ella y no ocurrirá nunca después de ella. María conocía ciertamente lo que estaba escrito en el libro de la ley: que si la jovencita, al momento de la boda, no fuera encontrada en estado de virginidad, debería ser sacada a la puerta de su casa paterna y apedreada por la gente de la ciudad (cfr. Dt 22, 20 s).

En la actualidad, hablamos del riesgo de la fe, entiendo, por lo general, con eso, el riesgo intelectual; pero ¡para María se trató de un riesgo real! Carlo Carretto, en su libro sobre la Virgen, narra cómo llega a descubrir la fe de María. Cuando vivía en el desierto, se había enterado de parte de algunos de sus amigos Tuareg que una muchacha del campamento había estado prometida a un joven, pero que no había ido a vivir con él, siendo demasiado joven. Había ligado este hecho con lo que Lucas dice de María. Así es cómo después de dos años, al volver a pasar por el mismo campamento, pide noticias sobre la muchacha. Notó una cierta inquietud entre sus interlocutores y más tarde uno de ellos, acercándose con gran secreto, hizo una señal: pasó una mano sobre la garganta con el gesto característico de los árabes cuando quieren decir: "Ha sido degollada". Se había descubierto que estaba embarazada antes del matrimonio y el honor de la familia exigía ese fin. Entonces, volvió a pensar en María, ante la mirada despiadada de la gente de Nazaret, a los guiños, entendió la soledad de María, y esa misma noche la eligió como compañera de viaje y maestra de su fe [5].

Ella es la única que creyó en "situación de contemporaneidad", es decir, mientras las cosas iban sucediendo, antes de cualquier confirmación y de cualquier convalidación por parte de los eventos y de la historia [6]. Creyó en total soledad. Jesús dijo a Tomás: ¡Porque me has visto, has creído; felices los que crean sin haber visto! (Jn 20, 29): María es la primera de aquellos que creyeron sin haber todavía visto.

En una situación similar, cuando también se había prometido a Abrahán un hijo aunque estaba en edad tardía, la Escritura dice, casi con aire de triunfo y de estupor: Abrahán creyó al Señor y el Señor se lo tuvo en cuenta para su justificación (Gen 15, 6). ¡Cuánto ahora se dice más triunfalmente de María! María tuvo fe en Dios y eso le fue acreditado como justicia. El acto de justicia más grande jamás realizado en la tierra de parte de un ser humano, después del de Jesús, que, de todos modos, era también Dios.

San Pablo dice que Dios ama a quien da con alegría (2 Cor 9, 7) y María dijo su "sí" a Dios con alegría. El verbo con el cual María expresa su consenso, y que se traduce con "fiat" o con "se haga", en el original, está en un modo optativo (génoito); esto no expresa una simple aceptación resignada, sino un vivo deseo. Como si dijera: "Deseo también yo, con todo mi ser, lo que Dios desea; se cumpla rápidamente lo que él quiere". En verdad, como decía san Agustín, antes incluso que en su cuerpo, María concibió a Cristo en su corazón.

Sin embargo, María no dijo "fiat" que es una palabra latina; no dijo ni siquiera "génoito" que es una palabra griega. ¿Qué dijo entonces? ¿Cuál es la palabra que, en la lengua hablada por María, corresponde de modo más cercano a esta expresión? ¿Qué decía un hebreo cuando quería decir "así sea"? Decía "¡amén!" Si es lícito remontarse, con una reflexión devota, a la ipsissima vox, a la palabra exacta salida de la boca de María —o al menos a la palabra que había, en este punto, en la fuente judaica usada por Lucas¬, esta debe haber sido propiamente la palabra "amén". Amén —palabra hebraica, cuya raíz significa solidez, certeza- era usada en la liturgia como respuesta de fe a la palabra de Dios. Cada vez que, al final de ciertos Salmos, en la Vulgata se lee "fiat, fiat" (en la versión de los Setenta: génoito, génoito), el original hebraico, conocido por María, dice: ¡Amén, amén!

Con el "amén" se reconoce lo que ha sido dicho como palabra estable, válida y vinculante. Su traducción exacta, cuando es una respuesta a la palabra de Dios, es la siguiente: "Así es y que así sea". Indica fe y obediencia juntas; reconoce que lo que Dios dice es verdadero y uno se somete. Es decir "sí" a Dios. En este sentido, lo encontramos en la misma boca de Jesús: "Sí amen, Padre, porque esa ha sido tu elección..." (cfr. Mt 11, 26). De hecho, él es el Amén personificado: Así dice el Amén... (Ap 3, 14) y es por medio de él que cada "amén" pronunciado sobre la tierra sube entonces a Dios (cfr. 2 Cor 1, 20). Como el "fiat" de María anticipa al de Jesús en el Getsemaní, así su "amén" anticipa al de su Hijo. También María es una "amén" personificado a Dios.

 

En la estela de María

Como la estela de un bello barco va ensanchándose hasta desaparecer y perderse en el horizonte, pero que comienza con una punta, que es la punta misma del barco, así es la inmensa estela de los creyentes que forman la Iglesia. Esta comienza con una punta y esta punta es la fe de María, su "fiat". La fe, junto con su hermana la esperanza, es lo único que no comienza con Cristo, sino con la Iglesia y por lo tanto, con María, que es el primer miembro, en orden de tiempo y de importancia. Nunca el Nuevo Testamento atribuye a Jesús la fe y la esperanza. La carta a los Hebreos nos da una lista de aquellos que tuvieron fe: Por fe Abel... Por fe, Abraham... Por fe, Moisés... (Heb 11, 4 ss). Sin embargo, esta lista no incluye a Jesús. Jesús es llamado "autor y consumador de la fe" (Heb 12, 2), no uno de los creyentes, aunque pudiera ser el primero.

Por el solo hecho de creer, nos encontramos entonces en la estela de María y queremos ahora profundizar qué significa seguir realmente su estela. Al leer lo que respecta a la Virgen en la Biblia, la Iglesia ha seguido, hasta el tiempo de los Padres, una criterio que se puede expresar así: "María, vel Ecclesia, vel anima", María, o sea la Iglesia, o sea el alma. El sentido es que lo que en la Escritura se dice especialmente de María, se entiende universalmente de la Iglesia y lo que se dice universalmente de la Iglesia se entiende singularmente para cada alma creyente.

Ateniéndonos también nosotros a este principio, vemos ahora lo que la fe de María tiene para decir primero a la Iglesia en su conjunto y después a cada uno de nosotros, es decir a cada alma individual. Aclaramos primero las implicancias eclesiales o teológicas de la fe de María y después las personales o ascéticas. De este modo, la vida de la Virgen no sirve sólo para acrecentar nuestra devoción privada, sino también nuestra comprensión profunda de la Palabra de Dios y de los problemas de la Iglesia.

María nos habla primero de la importancia de la fe. No existe sonido, ni música allí donde no hay un oído capaz de escuchar, por cuanto resuenan en el aire melodías y acordes sublimes. No hay gracia, o la menos la gracia no puede operar, si no encuentra la fe que la acoge. Como la lluvia no puede hacer germinar nada hasta que no encuentra la tierra que la acoge, así es la gracia sino encuentra la fe. Es por la fe que nosotros somos "sensibles" a la gracia. La fe es la base de todo; es la primera y la más "buena" de las obras para cumplir. Obra de Dios es esta, dice Jesús: que crean (cfr. Jn 6, 29). La fe es así importante porque es la única que mantiene a la gracia su gratuidad. No busca invertir las partes, haciendo de Dios un deudor y del hombre un acreedor. Por esto, la fe es tan querida a Dios que hace depender de ella prácticamente todo, en sus relaciones con el hombre.

Gracia y fe: son puestos, de este modo, los dos pilares de la salvación; se da al hombre los dos pies para caminar y las dos alas para volar. Sin embargo, no se trata de dos cosas paralelas, casi como que de Dios viniera la gracia y de nosotros la fe, y la salvación dependiera así, en partes iguales, de Dios y de nosotros, de la gracia y de la libertad. Sería una problema que alguno pensara: la gracia depende de Dios, pero la fe depende de mí; ¡juntos, yo y Dios hacemos la salvación! Habremos hecho de Dios, de nuevo, un deudor, alguien que depende de algún modo de nosotros y que debe compartir con nosotros el mérito y la gloria. San Pablo disipa todas las dudas cuando dice: Ustedes han sido salvados por la fe (es decir el creer, o más globalmente, el ser salvos por gracia mediante la fe, que es la misma cosa) no por mérito propio, sino por la gracia de Dios; y no por las obras, para que nadie se gloríe (Ef 2, 8s). Incluso en María el acto de fe fue suscitado por la gracia del Espíritu Santo.

Lo que ahora nos interesa es resaltar algunos aspectos de la fe de María que pueden ayudar a la Iglesia de hoy a creer más plenamente. El acto de fe de María es extremadamente personal, único e irrepetible. Es un confiar en Dios y un confiarse completamente a Dios. Es una relación de persona a persona. Esto se llama fe subjetiva . El acento está aquí en el hecho de creer, más que en las cosas creidas. Sin embargo, la fe de María es también extremadamente objetiva, comunitaria. Ella no cree en un Dios subjetivo, personal, aislado de todo, y que se revela sólo a ella en secreto. Por el contrario, cree en el Dios de los Padres, el Dios de su pueblo. Reconoce en el Dios que se le revela, al Dios de las promesas, al Dios de Abraham y de su descendencia.

Ella se incluye humildemente en el grupo de los creyentes, se convierte en la primera creyente de la nueva alianza, como Abraham fue el primer creyente de la antigua alianza. El Magnificat está lleno de esta fe basada en las Escrituras y de referencias a la historia de su pueblo. El Dios de María es un Dios de características típicamente bíblicas: Señor, Poderoso, Santo, Salvador. María no le habría creído al ángel, si le hubiera revelado un Dios diferente, que ella no hubiera podido reconocer como el Dios de su pueblo Israel. Incluso externamente, María se adecua a esta fe. De hecho, se comporta sujeta a todas las prescripciones de la ley; hace circuncidar al Niño, lo presenta en el templo, se somete ella misma al rito de la purificación, sube a Jerusalén para la Pascua.

Ahora, todo esto es para nosotros de gran enseñanza. También la fe, como la gracia, ha estado sujeta, a lo largo de los siglos, a un fenómeno de análisis y de fragmentación, para lo cual hay especies y subespecies de fe innumerables. Los hermanos protestantes, por ejemplo, valorizan más el primer aspecto, subjetivo y personal de la fe. "Fe —escribe Lutero- es una confianza viva y audaz en la gracia de Dios"; es una "firme confianza" [7]. En algunas corrientes del protestantismo, como en el Pietismo, donde esta tendencia está llevada al extremo, los dogmas y las llamadas verdades de fe no tienen casi ninguna relevancia. El comportamiento interior, personal, hacia Dios es lo más importante y casi exclusivo.

Por el contrario, en la tradición católica y ortodoxa, hasta la antigüedad, ha tenido una importancia grandísima el problema de la recta fe o de la ortodoxia. Prontamente, el problema de las cosas a creer adquiere una posición de gran ventaja sobre el aspecto subjetivo y personal del creer, es decir sobre el acto de la fe. Los tratados de los Padres, intitulados "Sobre la fe" (De Fide) no mencionan ni siquiera la fe como acto subjetivo, como confianza y abandono, sino que se preocupan de establecer cuáles son las verdades a creer en comunión con todas la Iglesia, en polémica contra los herejes. Después de la Reforma, en reacción al hincapié unilateral de la fe-confianza, esta tendencia se acentúa en la Iglesia católica. Creer significa principalmente adherir al credo de la Iglesia. San Pablo decía que "con el corazón creemos para ser justos, con la boca confesamos" (cfr. Rm 10, 10): la "confesión" de la recta fe ha tomado prontamente una posición de ventaja sobre el "creer con el corazón".

María nos lleva a redescubrir, también en este campo, "la totalidad" que es tanto más rica y más bella que cada su particular. No basta con tener una fe sólo subjetiva, una fe que sea un abandonarse a Dios en la intimidad de la propia conciencia. Por este camino, es tan fácil reducir a Dios a la propia medida. Esto sucede cuando se hace una idea propia de Dios, basada sobre una propia interpretación personal de la Biblia, o sobre la interpretación del propio grupo restringido, y después se adhiere a ella con toda la fuerza, incluso también con fanatismo, sin darse cuenta de que para ese entonces se está creyendo en sí mismo más que en Dios y que toda aquella confianza incontrolable en Dios, no es más que una confianza en sí mismos.

Sin embargo, no basta siquiera una fe sólo objetiva y dogmática, si esta no realiza el contacto íntimo y personal, de yo a vos, con Dios. Ésta se convierte fácilmente en una fe muerta, un creer por medio de otra persona o de la institución, que colapsa a penas entra en crisis, por cualquier razón, la relación con la institución que es la Iglesia. De este modo, es fácil que un cristiano llegue al final de la vida, sin haber nunca hecho un acto de fe libre y personal, que es el único que justifica el nombre de "creyente".

Es necesario, entonces, creer personalmente, pero en la Iglesia; creer en la Iglesia, pero personalmente. La fe dogmática de la Iglesia no mortifica el acto personal y la espontaneidad del creer, sino que lo preserva y permite conocer y abrazar a un Dios inmensamente más grande que el de mi pobre experiencia. De hecho, ninguna creatura es capaz de abrazar, con su acto de fe, todo lo que de Dios se puede conocer. La fe de la Iglesia es como el gran angular que permite ver y fotografiar, de un panorama, una porción mucho más vasta del simple objetivo. En el unirme a la fe de la Iglesia, hago mía la fe de todos los que me han precedido: de los apóstoles, de los mártires, de los doctores. Los Santos, al no poder llevarse consigo la fe la cielo —donde no sirve más-, la dejaron en herencia a la Iglesia.

Hay una fuerza increíble contenida en aquellas palabras: "Yo creo en Dios Padre Todopoderoso...". Mi pequeño "yo", unido y fusionado con lo enorme de todo el cuerpo místico de Cristo, pasado y presente, forma un grito más potente que el fragor del mar que hace temblar desde los fundamentos al reino de las tinieblas.

 

¡Creamos también nosotros!

Pasamos ahora a considerar las implicancias personales y ascéticas que surgen de la fe de María. San Agustín, después de haber afirmado, en el texto citado anteriormente, que María "llena de fe, dio a luz creyendo a quien había concebido creyendo", trae una aplicación práctica diciendo: "María creyó y en ella se cumplió lo que creyó. Creamos también nosotros, para que lo que se cumplió en ella pueda ser beneficioso también para nosotros" [8].

¡Creamos también nosotros! Contemplar la fe de María nos mueve a renovar sobre todo nuestro acto de fe personal y de abandono en Dios.

¿Qué se debe hacer entonces? Es simple: después de haber orado, para que no sea una cosa superficial, decir a Dios con las palabras mismas de María: "¡Heme aquí, soy el esclavo, o la esclava, del Señor: hágase en mí según tu palabra!". Digo amén, sí, mi Dios, a todo tu proyecto, ¡me cedo a mí mismo!

Debemos recordar que María dijo su "fiat" en un modo optativo, con deseo y alegría. Cuántas veces nosotros repetimos aquellas palabras con un estado de ánimo de resignación mal escondida, como quien, inclinando la cabeza, dice con sus dientes apretados: "Si no se puede prescindir, ¡que se haga tu voluntad!" María nos enseña a decirlo de modo diverso. Sabiendo que la voluntad de Dios es infinitamente más bella y más rica de promesas, que cada proyecto nuestro; sabiendo que Dios es amor infinito y que tiene para nosotros "designios de prosperidad y no de desgracia" (cfr. Jer 29, 11), nosotros decimos, llenos de deseo y casi con impaciencia, como María: "¡Que se cumpla rápido sobre mí, oh Dios, tu voluntad de amor y de paz!".

Con esto se realiza el sentido de la vida humana y su más grande dignidad. Decir "sí", "amén", a Dios no humilla la dignidad del hombre, como piensa a veces el hombre de hoy, sino que la exalta. Por lo demás, ¿cuál es la alternativa a este "amén" dicho a Dios? Justamente el pensamiento contemporáneo que ha hecho del análisis de la existencia su objeto primario, demostró claramente que decir "amén" es necesario y sino se le dice a Dios que es amor, se lo debe decir a cualquier otra cosa que es una necesidad fría y paralizante: al destino, a la suerte.

 

"El justo vivirá por la fe"

Todos deben y pueden imitar a María en su fe, pero en modo particular debe hacerlo el sacerdote y cualquiera que esté llamado, de alguna manera, a transmitir a otros la fe y la Palabra. "El justo —dice Dios- vivirá por la fe" (cfr. Habacuc 2, 4: Rm 1, 17): esto vale, especialmente, para el sacerdote: Mi sacerdote —dice Dios- vivirá por la fe. Él es el hombre de la fe. El peso específico de un sacerdote está dado por su fe. Él influirá en las almas en la medida de su fe. La tarea del sacerdote o del pastor en medio del pueblo, no es sólo la de ser distribuidor de los sacramentos y de los servicios, sino también la de suscitar y testimoniar la fe. Él será verdaderamente el que guía, que lleva, en la medida en que crea y haya cedido su libertad a Dios, como María.

El gran signo esencial, el que los fieles captan inmediatamente en un sacerdote y en un pastor es si "cree": si cree en lo que dice y en lo que celebra. Quien busca en el sacerdote sobre todo a Dios, lo nota rápidamente; quien no busca en él a Dios, puede ser engañado fácilmente y llevar a engaño al mismo sacerdote, haciéndolo sentir importante, brillante, actualizado, mientras que, en realidad, él también es, como se decía en el capítulo anterior, un hombre "vacío". Incluso el no creyente que se acerca al sacerdote con un espíritu de búsqueda, entiende la diferencia rápidamente. Lo que lo provocará y que podrá hacerlo entrar en crisis beneficiosamente, no son en general las más eruditas discusiones de fe, sino la simple fe. La fe es contagiosa. Así como no se adquiere un contagio, escuchando hablar de un virus o estudiándolo, sino poniéndose en contacto, así sucede con la fe.

La fuerza de un servidor de Dios es proporcionada con la fuerza de su fe. A veces se sufre e incluso se lamenta en la oración con Dios, porque la gente abandona la Iglesia, no deja el pecado, porque hablamos hablamos y no sucede nada. Un día los apóstoles intentaron expulsar el demonio de un pobre muchacho pero sin lograrlo, se acercaron a Jesús y a parte le preguntaron: ¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo? Él les contestó: Porque ustedes tienen poca fe (Mt 17, 19-20). Cada vez que, delante de un fracaso pastoral o de un alma que se alejaba de mí sin lograr ayudarla, sentí aflorar en mí aquella pregunta de los apóstoles: ¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?, escuché responderme también yo en lo más íntimo: "¡Porque tienes poca fe!". Y callé.

Como habíamos dicho, el mundo está surcado por la estela de un bello barco, que es la estela de fe abierta por María. Entremos en esta estela. Creamos también nosotros para que lo que se actualizó en ella se actualice también en nosotros. Invoquemos a la Virgen con el dulce título de Virgo fidelis: ¡Virgen creyente, ruega por nosotros!

 

 

[1] H. SHÜRMANN, Das Lukasevangelium, Friburgo en Br. 1982, ad loc. (trad. ital. El Evangelio de Lucas, Paideia, Brescia 1983, p. 154)

[2] ORÍGENES, Comentario al evangelio de Lucas, fragmento 18 (GCS, 49, p 227)

[3] S. IRENEO, Contra las herejías, III, 22, 4 (SCh 211, p. 442 s).

[4] S. AGUSTÍN, Discursos 215, 4 (PL 38, 1074).

[5] C. CARRETTO, Beata tú que has creído, Ed. Paulinas 1986, pp. 9 ss.

[6] S. KIERKEGAARD, Ejercicio del cristianismo I (ed. ital. por C. FABRO, Obras, Sansoni, Florencia 1972, pp. 693 ss).

[7] LUTERO, Prefacio a la Epístola a los Romanos (ed. Weimar, Deutsche Bibel 7, p. 11) y De las buenas obras (ed. Weimar 6, p. 206).

[8] S. AGUSTÍN, Discursos 215, 4 (PL 38, 1074).

 

 

 

08/12/2019-15:57
Isabel Orellana Vilches

San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, 9 de diciembre

«Este mexicano autóctono pervive vinculado a la advocación de la Virgen de Guadalupe, que se le apareció haciéndole protagonista de una de las grandes escenas, cuajadas de lirismo, que marcan un hito en la historia de las apariciones marianas»

En el entorno de la festividad de la Inmaculada Concepción, entre otros, la Iglesia celebra hoy la existencia de Juan Diego, que pervive para siempre vinculado a María, bajo su advocación de la Virgen de Guadalupe. Este santo indígena encarna en sí mismo una de las hermosísimas historias de amor que conmueven poderosamente. Inocencia y dulzura forman una perfecta simbiosis en su vida que instan ciertamente a perseguir la santidad y permiten comprender qué pudo ver en él la Reina del Cielo, excelso modelo de virtudes, para hacerle objeto de su dilección.

Nació en Cuauhtitlán perteneciente al reino de Texcoco, México, regido entonces por los aztecas, hacia el año 1474. Debía llevar escrito en su nombre, que significaba «águila que habla», la nobleza de esta majestuosa ave que vuela desafiando a las tempestades, de cara al infinito. Era un indio de la etnia chichimecas, sencillo, lleno de candor, sin doblez alguna, de robusta fe, dócil, humilde, obediente y generoso. Un hombre inocente que, cuando conoció a los franciscanos, recibió el agua del bautismo y se abrazó a la fe para siempre encarnando con total fidelidad las enseñanzas que recibía. Un digno hijo de Dios que no dudaba en recorrer 20 km. todos los sábados y domingos para ir profundizando en la doctrina de la Iglesia y asistir a la Santa Misa. Tuvo la gracia de que su esposa María Lucía compartiera con él su fe, y ambos, enamorados de la castidad, después de ser bautizados hacia 1524 o 1525 determinaron vivir en perfecta continencia. María Lucía murió en 1529, y Juan Diego se fue a vivir con su tío Juan Bernardino que residía en Tulpetlac, a 14 km. de la iglesia de Tlatelolco-Tenochtitlan, lo cual suponía acortar el largo camino que solía recorrer para llegar al templo.

La Madre de Dios se fijó en este virtuoso indígena para encomendarle una misión. Cuatro apariciones sellan las sublimes conversaciones que tuvieron lugar entre Ella y Juan Diego, que tenía entonces 57 años, edad avanzada para la época. El sábado 9 de diciembre de 1531 se dirigió a la Iglesia. Caminaba descalzo, como hacían los de su condición social, y se resguardaba del frío con una tilma, una sencilla manta. Cuando bordeaba el Tepeyac, la tierna voz de María llamó su atención dirigiéndose a él en su lengua náuhatl: «¡Juanito, Juan Dieguito!». Ascendió a la cumbre, y Ella le dijo que era «la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios». Además, le encomendó que rogase al obispo Juan de Zumárraga que erigiese allí mismo una iglesia. Juan Diego obedeció. Fue en busca del prelado y afrontó pacientemente todas las dificultades que le pusieron para hablar con él, que no fueron pocas. Al transmitirle el hecho sobrenatural y el mensaje recibido, el obispo reaccionó con total incredulidad. Juan Diego volvió al lugar al día siguiente, y expuso a la Virgen lo sucedido, sugiriéndole humildemente la elección de otra persona más notable que él, que se consideraba un pobre «hombrecillo». Pero María insistió. ¡Claro que podía elegir entre muchos otros! Pero tenía que ser él quien transmitiera al obispo su voluntad: «...Y bien, de nuevo dile de qué modo yo, personalmente, la siempre Virgen Santa María, yo, que soy la Madre de Dios, te mando».

El 12 de diciembre, diligentemente, una vez más fue a entrevistarse con el obispo. Éste le rogó que demostrase lo que estaba diciendo. Apenado, Juan Diego regresó a su casa y halló casi moribundo a su tío, quien le pedía que fuese a la capital para traer un sacerdote que le diese la última bendición. Sin detenerse, acudió presto a cumplir con este acto caritativo, saliendo hacia Tlatelolco. Pensó que no era momento para encontrarse con la Virgen y que Ella entendería su apremio; ya le daría cuenta de lo sucedido más tarde. Y así, tras esta brevísima resolución, tomó otro camino. Pero María le abordó en el sendero, y Juan Diego, impresionado y arrepentido, con toda sencillez expresó su angustia y el motivo que le indujo a actuar de ese modo. La Madre le consoló, le animó, y aseguró que su tío sanaría, como así fue. Por lo demás, enterada del empecinamiento del obispo y de su petición, indicó a Juan Diego que subiera a la colina para recoger flores y entregárselas a Ella.

En el lugar señalado no brotaban flores. Pero Juan Diego creyó, obedeció y bajó después con un frondoso ramo que portó en su tilma. La Virgen lo tomó entre sus manos y nuevamente depositó las flores en ella. Era la señal esperada, la respuesta que vencería la resistencia que acompaña a la incredulidad. Más tarde, cuando el candoroso indio logró ser recibido por el obispo, al desplegar la tilmase pudo comprobar que la imagen de la Virgen de Guadalupe había quedado impregnada en ella con bellísimos colores. A la vista del prodigio, el obispo creyó, se arrepintió y cumplió la voluntad de María.

Juan Diego legó sus pertenencias a su tío, y se trasladó a vivir en una humilde casa al lado del templo. Consagró su vida a la oración, a la penitencia y a difundir el milagro entre las gentes. Se ocupaba del mantenimiento de la capilla primigenia dedicada a la Virgen de Guadalupe y de recibir a los numerosos peregrinos que acudían a ella. Murió el 30 de mayo de 1548 con fama de santidad dejando plasmada la aureola de la misma no sólo en México sino en el mundo entero que sigue aclamando a este «confidente de la dulce Señora del Tepeyac», como lo denominó Juan Pablo II. Fue él precisamente quien confirmó su culto el 6 de mayo de 1990, y lo canonizó el 31 de julio de 2002.

 

 

 

08/12/2019-19:20
Isabel Orellana Vilches

Beato Marco Antonio Durando, 10 de diciembre

«Miembro de la Congregación de la Misión. Soñó con China para llevar allí el Evangelio, pero los planes de Dios fueron otros. Y se convirtió en un gran servidor de los pobres, enfermos y desvalidos en Italia, su país»

La vida de entrega no siempre discurre por los cauces que uno puede haber soñado. Este beato pensó en China, pero su itinerario espiritual y apostólico tuvo como escenario Italia, su patria. Nació en Mondoví el 22 de mayo de 1801. Pertenecía a una familia acomodada, influyente y numerosa; de diez hermanos sobrevivieron ocho, algunos de los cuales iban a centrarse en la vida militar y en la política ocupando puestos relevantes. Siendo joven, Marco Antonio se comprometió con la fe en un ambiente poco proclive a ella, al menos por parte de su padre que profesaba un laicismo de sesgo anticlerical. Pero como la madre era creyente, y se ocupaba de su educación, le inculcó el espíritu religioso. Gracias a su influjo, a los 14 años ingresó en el seminario de Mondoví, pero su deseo era evangelizar China.

Si hace unos días se recordó en esta sección de zenit que la piedra de toque de la vida consagrada es el defecto dominante, hoy conviene añadir que la obediencia es uno de sus pilares por excelencia. A través de ella se manifiesta la voluntad de Dios que puede no coincidir con la personal, pero que viene acompañada de grandes frutos como le sucedió a Marco Antonio. Llevando a China en su corazón, ya como miembro de la Congregación de la Misión y siendo un joven, casi adolescente, de 15 años, confió a sus superiores su anhelo misionero, pidiéndoles encarecidamente que lo enviaran allí. Pero su insistente demanda no fue acogida por ellos porque tenían otros planes para el muchacho. Así pues, prosiguió estudios en Sarzana dando muestras de virtud en todo su quehacer.

No gozaba de buena salud y por ese motivo en 1822 tuvo que hacer un paréntesis en su formación, momento que coincidió con la dolorosa pérdida de su madre. Ella ya no tendría la alegría de verle ordenado sacerdote, hecho que se produjo en la catedral de Fossano el 12 de junio de 1824. Después, destinado a Casale Monferrato, el beato revitalizó apostólicamente la región piamontesa con su celo apostólico, suscitando el fervor de las gentes sencillas que acudían a escuchar su vibrante predicación, aunque para ello quienes regentaban establecimientos públicos tenían que cerrarlos. Y al concluir las misiones, cuando llegaba el momento de la despedida de este insigne misionero, no ocultaban su pesar.

En 1830 fue designado superior de la casa de Turín, lugar en el que permaneció hasta el fin de sus días. Era un hombre ponderado, con enorme tacto y caridad, que dio sobradas pruebas de su templanza como se constató en situaciones difíciles y dolorosas que le tocó afrontar por razones histórico-políticas. Cuando vieron confiscados los bienes, se ocupó de atender fraternalmente a numerosos religiosos afectados, así como de ir recuperando las posesiones de su comunidad, salvando escollos y dificultades, y actuando en el momento oportuno. Su misión fue intensificar las acciones propias de su carisma que transmitió a través de las misiones populares, aunque se dirigió también al clero en sucesivas conferencias y retiros, todo ello conforme a lo establecido por san Vicente de Paúl. Siguiendo su ejemplo, asistió a los pobres espiritual y materialmente.

Fue un gran director espiritual al que acudían en busca de consejo personas de todas clases sociales, incluidos miembros relevantes de la Iglesia y de la nobleza. A él se debe el establecimiento de las Hijas de la Caridad en el Piamonte. Venciendo prejuicios de ciertos clérigos, a ellas encomendó la atención de heridos, tanto en el hospital militar como en el campo de batalla, un acto de valor y de fe, que fue recompensado personalmente por el rey Carlos Alberto. Entre otras acciones, contribuyó a difundir entre las jóvenes la asociación de la Medalla Milagrosa, que reportó numerosas vocaciones y fue el detonante de 20 fundaciones. Fundó los centros caritativos «Misericordias», una red excepcional que se fue diversificando en distintos frentes: enfermerías, hospicios, asilos, escuelas, etc., todo ello para asistencia de los enfermos y de los necesitados. Estos centros emblemáticos se abrieron en distintos lugares.

En 1837 fue nombrado visitador de la provincia de la Alta Italia de los padres paúles (antigua Lombardia), algo inusual dada su juventud, y ejerció esta misión admirablemente durante más de cuarenta años, hasta la muerte. En 1855 puso en marcha el colegio seminario de Brignole-Sale para la formación de sacerdotes. Y en 1865 con Luisa Borgiotti fundó las Hermanas Nazarenas con un grupo de jóvenes que acudieron a él porque querían consagrar su vida a Dios. Les dio esta consigna: «¡Orad, obedeced y haceos santas!», orientándolas a la asistencia de los enfermos a domicilio a tiempo completo, y a la juventud abandonada. Tenían como modelo la Pasión de Jesús, devoción integrada en un cuarto voto. El beato fue un hombre bien relacionado y supo extraer de sus amistades frutos apostólicos. Íntimamente, y aunque mostraba gran fortaleza, tuvo que luchar contra el desánimo. Fue humilde y delicado, supo combinar sabiamente la comprensión con el rigor. En muchas ocasiones sufrió incomprensiones. Con su salud muy mermada, no logró ser relevado de su misión: «Encorvado bajo el peso de los años, sentado en un sillón, siempre mantenía el rostro suave y sonriente», se dijo de él en esa etapa de su vida. Y así llego a los 79 años, falleciendo el 10 de diciembre de 1880. Fue beatificado por Juan Pablo II el 20 de octubre de 2002.