Tribunas

 

Coherencia ecologista

 

 

Ángel Cabrero

 

 

 

Un ginecólogo conocido decía hace unos días que se sentía tremendamente ecologista y, por lo tanto, totalmente defensor de la naturaleza humana. Puestos a defender la naturaleza parece evidente que la más importante es esta, la de los hombre y mujeres. Y lo decía con pena al recordar un hecho verdaderamente antiecológico, hasta límites insospechados: contaba que todos los médicos hoy día, ante una mujer embarazada, hacen un análisis del feto a las 12 semanas y si ven alguna anormalidad, muchos de ellos las animan a abortar. Por ejemplo, se puede saber ya si el niño viene con síndrome de Down.

Y se da con toda normalidad. Son muy pocas las mujeres que deciden seguir con el embarazo a pesar de los posibles peligros previstos en ese análisis. Es verdaderamente llamativo el hecho de que personas en principio cristianas, decidan abortar. En España está permitido abortar durante las 14 primeras semanas. Por eso es tan importante los datos de la semana 12. Hay que tomar una decisión.

Y la madre de la criatura decide que va a matar a su hijo. Se podría pensar que es para evitar el sufrimiento del niño con malformaciones o con alguna enfermedad, pero la realidad es que se avergüenzan de que aparezca el niño con esos estigmas. Y ante semejante barbaridad los ecologistas no mueven un dedo. Es una de esas muestras de una sociedad deshumanizada, ya no digamos descristianizada.

Los dice el Cardenal Sarah: “La Iglesia tiene una responsabilidad respecto a la creación y la debe hacer valer en público. Y, al hacerlo, no solo debe defender la tierra, el agua y el aire como dones de la creación que pertenecen a todos. Debe proteger sobre todo al hombre contra la destrucción de sí mismo. Es necesario que exista una especie de ecología del hombre bien entendida. En efecto, la degradación de la naturaleza está estrechamente unida a la cultura que modela la convivencia humana: cuando se respeta la ecología humana en la sociedad, también la ecología ambiental se beneficia” (p. 330).

Quieren cuidar la naturaleza, y es algo positivo y encomiable. Pero nadie se preocupa de que haya tantas manifestaciones de anti-ecologismo humano: la homosexualidad, el transhumanismo. ¿Como es posible que haya una lucha tan notoria para erradicar los plásticos, por poner un ejemplo, y apenas se note una acción decidida contra la prostitución? ¿No es eso algo tremendamente antinatural? No parece que a Greta Thunberg le importe demasiado esta lacra, que produce una situación de esclavitud en tantísimas mujeres de todo el mundo.

¿Cómo es posible que los ecologistas estén tan al margen de la naturaleza humana que no se preocupen para nada del daño tremendo de la pornografía? Es una problemática presente en todas las redes y un daño que se está haciendo a muchos jóvenes y no tan jóvenes, donde nadie se atreve a entrar por los millones y millones de euros que están por medio. El cuidado de la naturaleza me parece que nos preocupa a todos, pero dentro de la naturaleza en la que vivimos, la humana es infinitamente más importante que la vegetal o la animal.

“El mundo moderno envilece. Envilece la ciudad; envilece al hombre. Envilece el amor; envilece a la mujer. Envilece la raza, envilece al niño. Envilece la nación: envilece la familia. Ha logrado envilecer lo que quizá es más difícil de envilecer en el mundo: envilece la muerte”, dice Robert Sarah (p. 179) citando a Charles Péguy.

 

 

 

 

 

Robert Sarah,
Se hace tarde y anochece,
Palabra 2019

 

 

 

 

Ángel Cabrero Ugarte