Servicio diario - 15 de diciembre de 2019


 

Ángelus: "¡Ánimo, no tengas miedo! Aquí está tu Dios"
Raquel Anillo

Bendición de las figuritas del Niño Jesús
Raquel Anillo

Misa para la comunidad filipina
Raquel Anillo

Beata María de los Ángeles (Marianna) Fontanella, 16 de diciembre
Isabel Orellana Vilches


 

 

 

15/12/2019-12:23
Raquel Anillo

Ángelus: "¡Ánimo, no tengas miedo! Aquí está tu Dios"

(ZENIT — 15 diciembre 2019).- En este tercer domingo de Adviento el Papa en su reflexión dominical sobre el Evangelio antes de la oración mariana, nos invita a la alegría del profeta Isaías: "Que el desierto y la tierra seca se alegren, que la estepa florezca y se regocije" (35,1) y junto con María vivamos este tiempo de Adviento como un tiempo de gracia.

A continuación, ofrecemos las palabras del Papa antes de la oración del Ángelus

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Palabras del Papa antes del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En este tercer domingo de Adviento, llamado domingo de la "alegría", la Palabra de Dios nos invita por un lado a la alegría, y por otro a la conciencia de que la existencia también incluye momentos de duda en los que es difícil creer. Alegría y duda son experiencias que forman parte de nuestra vida.

A la invitación explícita a la alegría del profeta Isaías: "Que el desierto y la tierra seca se alegren, que la estepa florezca y se regocije" (35,1), la duda de Juan el Bautista se opone en el Evangelio: "¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?" (Mt 11,3). En efecto, el profeta ve más allá de la situación: tiene delante de él a personas desanimadas: manos débiles, rodillas temblorosas, corazones perdidos(ver 35,3-4). Es la misma realidad que pone a prueba la fe en todo momento. Pero el hombre de Dios mira más allá, porque el Espíritu Santo hace que su corazón sienta el poder de su promesa, y anuncia la Salvación: "¡Ánimo, no tengas miedo! Aquí está tu Dios, [...] Él viene a salvarte" (v. 4). Y luego Todo se transforma: el desierto florece, el consuelo y la alegría se apoderan de los perdidos de corazón, el cojo, el ciego, el mudo son sanados (cf. vv. 5-6). Esto es lo que se realiza con Jesús: "los ciegos" recuperan la vista, los cojos caminan, los leprosos se purifican, los sordos oyen, los muertos resucitan, el Evangelio es anunciado a los pobres" (Mt 11,5).

Esta descripción nos muestra que la salvación envuelve al hombre por completo y lo regenera. Pero este nuevo nacimiento, con la alegría que lo acompaña, presupone siempre una muerte para nosotros y para el pecado que está en nosotros. De ahí la llamada a la conversión, que es la base de la predicación tanto del Bautista como de Jesús. En particular, se trata de convertir la idea que tenemos de Jesús. Y el tiempo de Adviento nos anima a hacerlo precisamente para preguntar que Juan el Bautistaesta le hace a Jesús: "e:, eres tú el que tiene que venir o debemos esperar a otro?" (Mt 11,3). Pensemos: durante toda la vida que Juan ha estado esperando al Mesías; su estilo de vida, su cuerpo en sí mismo está moldeado por esta espera. También por esta razón Jesús los alaba con estas palabras: nadie es más grande que el que ha nacido de una mujer (cf. Mt 11,11). Y sin embargo, él también ha tenido que convertirse a Jesús. Como Juan, también nosotros estamos llamados a reconocer el rostro que Dios ha elegido asumir en Jesucristo, humilde y misericordioso.

El Adviento, tiempo de gracia, nos dice que no basta con creer en Dios: es necesario purificar nuestra fe todos los días. Se trata de prepararnos para acoger no a un personaje de cuento de hadas, sino al Dios que nos llama, nos involucra y ante la cual se impone una elección. El niño que yace en el pesebre tiene el rostro de nuestros hermanos y hermanas más necesitados, de los pobres que "son los privilegiados de este misterio y, a menudo, los más capaces de reconocer la presencia de Dios en medio de nosotros". (Carta Apostólica Admirable signum, 6).

Que la Virgen María nos ayude para que a medida que nos acercamos a la Navidad, no nos dejemos distraer por las cosas externas, sino que hagamos espacio en nuestro corazón para Aquel que ya ha venido y quiere venir de nuevo a curar nuestras enfermedades y darnos su alegría.

 

 

 

15/12/2019-13:48
Raquel Anillo

Bendición de las figuritas del Niño Jesús

(ZENIT — 15 diciembre 2019).- Después del Ángelus el Papa ha bendecido las figuritas del Niño Jesús que los niños presentes en la Plaza de San Pedro han levantado para su bendición y que presidirán los pesebres de sus hogares en esta navidad. También ha saludado a los peregrinos venidos de diferentes lugares.

A continuación, ofrecemos las palabras del Papa después del Ángelus

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Palabras del Papa después del Ángelus

¡Queridos hermanos y hermanas!

Os saludo a todos vosotros, familias, grupos parroquiales y asociaciones, que habéis venido de Roma, de Italia y de muchas partes del mundo. En particular, saludo a los peregrinos de Corea y de Valencia y al grupo de Rotzo (VI).

Os saludo a vosotros, queridos muchachos, que habéis venido con las figuritas del Niño Jesús para vuestro pesebre. ¡Levanten las figuras! Las bendigo de corazón. "El pesebre es como un Evangelio viviente. Mientras contemplando la escena navideña, estamos invitados a ponernos espiritualmente en el camino, atraídos por la humildad de aquel que se hizo hombre para encontrarse con cada uno de nosotros. Y descubrimos que nos ama tanto que se une a nosotros, para que nosotros también podamos unirnos a él" (Carta Apostólica. Admirabile Signum).

En menos de un año, del 13 al 20 de septiembre de 2020, se celebrará en Budapest, el 52° Congreso Eucarístico Internacional. Los Congresos Eucarísticos durante más de un siglo nos recuerdan que la Eucaristía está en el centro de la vida de la Iglesia. El tema del próximo Congreso será "Todas mis fuentes están en ti". (Ps 87,7). Oramos para que "el evento eucarístico de Budapest pueda promover procesos de renovación en las comunidades cristianas". (Discurso al Pont. Comité del Congreso Eucaristía Internacional, 10 de noviembre de 2018).

Les deseo a todos un feliz domingo y una buena novena de Navidad, lo más importante son las figuritas de Jesús para el pesebre. Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Buen almuerzo y adiós.

 

 

 

15/12/2019-17:20
Raquel Anillo

Misa para la comunidad filipina

(ZENIT — 15 diciembre 2019).- A las 16.30 horas de hoy, en la Basílica Vaticana, el Santo Padre Francisco celebra la Santa Misa para la comunidad católica filipina en Roma con ocasión del primer día de la tradición religiosa filipina del Simbang Gabi, una novena de preparación para la Navidad.

Publicamos a continuación la homilía que el Papa pronuncia durante la celebración Eucarística:

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Homilía del Papa

Queridos hermanos y hermanas,

celebramos hoy el tercer domingo de Adviento. En la primera lectura, el profeta Isaías invita al mundo entero a alegrarse por la venida del Señor, que trae la salvación a su pueblo. Viene a abrir los ojos a los ciegos y los oídos a los sordos, para sanar a los cojos y a los mudos (35:5-6). La salvación es ofrecida a todos, pero el Señor manifiesta una ternura especial por los más vulnerables, los más frágiles, los más pobres de su pueblo.

De las palabras del Salmo Responsorial aprendemos que hay otras personas vulnerables que merecen una mirada especial de amor de Dios: son los oprimidos, los hambrientos, los prisioneros, los extranjeros, los huérfanos y las viudas (cf. Sal 145, 7¬9). Son los habitantes de las periferias existenciales de ayer y de hoy.

En Jesucristo, el amor salvífico de Dios se hace tangible: "Los ciegos recuperan la vista, los cojos caminan...". los leprosos son purificados, los sordos oyen, los muertos resucitan, a los pobres se les anuncia el Evangelio" (Mt 11,5). Estos son los signos que acompañan la realización del Reino de Dios. No signos de trompeta o triunfos militares, no juicios ni condenas de pecadores, sino liberación del mal y el anuncio de misericordia y paz .

También este año nos preparamos para celebrar el misterio de la Encarnación, del Emmanuel, del "Dios con nosotros" que hace maravillas con su pueblo, especialmente con los más pequeños y frágiles. Tal son los "signos" de la presencia de su reino. Y como todavía son muchos los habitantes de las periferias existenciales, debemos pedirle al Señor que renueve el milagro de la Navidad cada año, ofreciéndonos a nosotros mismos como instrumentos de su amor misericordioso por los más pequeños.

Para prepararnos adecuadamente para esta nueva efusión de gracia, la Iglesia nos ofrece el tiempo de Adviento, en el que estamos llamados a despertar la esperanza en nuestros corazones y a intensificar nuestra oración. Para ello, en la riqueza de las diferentes tradiciones, las Iglesias particulares han introducido una variedad de prácticas devocionales.

En Filipinas, durante siglos, existe una novena en preparación para la Santa Navidad llamada Simbang-Gabi (Misa de la noche). Durante nueve días, los fieles filipinos se reúnen al amanecer en sus parroquias para una celebración eucarística especial. En las últimas décadas, gracias a los migrantes filipinos La devoción de los filipinos ha trascendido las fronteras nacionales y ha llegado a muchos otros países. Durante años también se celebra el Simbang-Gabi en la diócesis de Roma, y hoy lo celebramos juntos aquí, en la Basílica. de San Pedro.

A través de esta celebración queremos prepararnos para la Navidad en el espíritu de la Palabra de Dios que hemos escuchado, permaneciendo constantes hasta la venida definitiva del Señor, como nos recomienda el apóstol Santiago (cf. Stg 5,7). Queremos comprometernos a manifestar el amor y la ternura de Dios hacia todos, especialmente hacia los más pequeños. Estamos llamados a ser levadura en una sociedad que a menudo ya no logra saborear la belleza de Dios y experimentar la gracia de su presencia.

Y vosotros, queridos hermanos y hermanas, que habéis dejado vuestra tierra en busca de un futuro mejor, tenéis una misión especial. Que vuestra fe sea "levadura" en las comunidades parroquiales a la que pertenecéis hoy. Os animo a que multipliquéis las oportunidades de encuentro para compartir vuestra riqueza cultural y espiritual, al mismo tiempo que os dejáis enriquecer con las experiencias de los demás. Todos estamos invitados a construir juntos esa comunión en la diversidad que constituye un rasgo un rasgo distintivo del Reino de Dios, inaugurado por Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre. Todos somos llamados a practicar juntos la caridad hacia los habitantes de las periferias existenciales, poniendo al servicio nuestros diferentes dones, para renovar así los signos de la presencia del Reino. Todos estamos llamados a proclamar juntos el Evangelio, la Buena Nueva de la salvación, en todas las lenguas, para llegar así al mayor número de personas posible.

El Santo Niño que estamos a punto de adorar, envuelto en pañales y pobre acostado en un pesebre os bendiga y os dé la fuerza para continuar hacía adelante vuestro testimonio con alegría.

 

 

 

15/12/2019-08:00
Isabel Orellana Vilches

Beata María de los Ángeles (Marianna) Fontanella, 16 de diciembre

«Esta carmelita, edificada por la lectura de vidas de santos y conmovida por la imagen de un Crucificado, se sintió llamada a entregar su vida a Cristo. Es un ejemplo de fidelidad y perseverancia en medio de sus noches de espíritu»

Nació en Turín, Italia, el 7 de enero de 1661. Era la última de once hermanos habidos en el matrimonio de los condes Giovanni Donato y María Tana, que estaba emparentada con la madre de san Luís Gonzaga. Fue educada conforme convenía a su origen aristocrático y se convirtió en una joven despierta e inteligente, de trato exquisito. Su gran temperamento y vivacidad discurría parejo al equilibrio y templanza que exhibió en muchos instantes de su vida. Su infancia estuvo caracterizada por una poderosa inclinación hacia lo espiritual; construía altares, y le agradaba escuchar las vidas de santos que le leía una empleada doméstica, costumbre que tuvo un poderoso influjo en su vocación. Su modelo era san Luís Gonzaga. Como hizo santa Teresa de Jesús, huyó de casa con su hermano en busca del martirio. Esta sensibilidad tuvo otro momento de fulgor al descubrir un Crucificado sin brazos en el ático de su hogar, que la dejó profundamente conmocionada. Tanto es así, que conmovida por su visión desterró a su muñeca del dormitorio y convirtió a la imagen en objeto de su ternura. Ante ella suplicaba con lágrimas el perdón de sus pecados. Humanamente, su pasión era la danza, en la que sobresalía con creces.

Poco a poco se iba dando cuenta de que le atrapaban ciertas flaquezas, experimentando vanidad y agrado ante los halagos de los que era objeto. Una visión de Cristo ensangrentado y coronado de espinas, que contempló en el espejo, le hizo aborrecer la vanidad. Otro instante de inflexión en su vida fue la primera comunión que recibió en 1672. Después, inclinada a luchar contra sus tendencias, buscaba en la oración la fuerza precisa para hacerles frente, iniciando un camino de mortificación y penitencia que no abandonaría. Se dedicó a visitar enfermos y a ejercitar obras de caridad. Su director, el párroco padre Malliano, acertadamente la condujo por el sendero de la virtud. En 1673 ingresó en el monasterio cisterciense de Santa María de la Estrella para recibir formación. Permaneció allí año y medio porque su madre, viendo sus muchas cualidades, y dado que el conde había muerto en 1668, no dudó en ponerla al frente de la administración de la casa, y tuvo que dejar la comunidad.

Dos años más tarde la beata sondeó nuevamente el parecer materno porque quería ser religiosa, pero su madre fraguaba su matrimonio. No hubo acuerdo, y comenzó una enconada lucha en defensa de su vocación que se dilató en el tiempo en medio de numerosas vicisitudes y contrariedades. Por fin, convencida su madre de que no podía disuadirla, dio su consentimiento para que ingresara con las cistercienses de Saluzzo. Pero en 1675 o 1676, en el transcurso de un viaje a Turín para ver la Sábana Santa, la joven conoció a un padre carmelita. Tuvieron una conversación tan decisiva que determinó ingresar en el monasterio de carmelitas descalzas de Santa Cristina. De nuevo su madre se opuso a que consagrara su vida en una Orden con regla tan austera, pero el 19 de noviembre de ese año Marianna logró su propósito.

La vida conventual fue extremadamente difícil para ella, como narró en su autobiografía. Las pruebas espirituales que duraron catorce años incluyeron sequedad en la oración, animadversión a sus hermanas, así como a las penitencias y mortificaciones, asechanzas del demonio, una hipersensibilidad a su entorno percibido con un insoportable hedor que le llevaba a rechazar el alimento. Ella, que había gustado de los favores divinos, de repente no encontraba consuelo en la oración y debía caminar en fe porque no vislumbraba a Dios: «¡Me has engañado, Dio mío! Cuando era libre me dabas consuelo y dulzura; y ahora que estoy ligada a Ti no me das más que amargura». Sus súplicas insistentes a Cristo le sumían en una sima más oscura, y la experiencia de aborrecimiento de sí misma llenaba su existencia de angustia y repugnancia por sus muchas ofensas. En ese desierto surgieron las dudas acerca de su vocación, atentados y tentaciones contra la caridad, el abandono del convento y hasta la desesperación, además de incitaciones contra la pureza. Frente a ello, con su oración insistente forjada en la fe, ofrecida con espíritu de reparación y fidelidad en la obediencia, alcanzó la gracia de la perseverancia.

De ese estado interior de luchas que terminaron en 1691 nadie tuvo noticia. Ante los demás su virtud brillaba poderosamente. Austera en su vida, se consideraba la más indigna de todas. «O dadme mortificaciones o hacedme morir», rogaba a Dios. En 1682 los éxtasis ya habían comenzado a ser frecuentes y, en ocasiones, públicos. Era devota de María y de san José, y a él dedicó el Carmelo de Moncalieri que fundó con gran celo apostólico en 1702 aunque no pudo estar presente en su inauguración que se produjo al año siguiente. En 1696 logró que la diócesis de Turín instituyese la festividad del patrocinio del santo Patriarca. Fue una excelente maestra de novicias. Elegida priora cuatro veces, se negó a encarnar la misión una quinta en 1717, fecha ya cercana a su muerte: «Pueden empeñarse en hacerme priora; yo me empeñaré con mi Jesús a ver quien puede más». Murió el 16 de diciembre de ese año. Fue beatificada por el papa Pío IX el 25 de abril de 1865. Fue la primera carmelita descalza italiana en subir a los altares. San Juan Bosco redactó su biografía para este momento.