Servicio diario - 22 de diciembre de 2019


 

Ángelus: «José confía totalmente en Dios»
Raquel Anillo

Ángelus: «La Santa Navidad sea para todos una ocasión de fraternidad»
Raquel Anillo

Saludos navideños a los empleados del Vaticano: El Papa ensalza las virtudes de una sonrisa
Anne Kurian

Discurso a la Curia Romana: El Papa llama a «un cambio en la mentalidad pastoral»
Raquel Anillo

Los niños traen mensajes de esperanza, amor y paz
Raquel Anillo

Santa María Margarita de Youville, 23 de diciembre
Isabel Orellana Vilches


 

 

 

22/12/2019-12:18
Raquel Anillo

Ángelus: «José confía totalmente en Dios»

(ZENIT — 22 diciembre 2019).- A las 12 de la mañana de hoy, el Santo Padre Francisco se asoma por la ventana del estudio del Palacio Apostólico del Vaticano para rezar el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro.

A continuación, ofrecemos las palabras del Papa antes de la oración del Ángelus

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Palabras del Papa antes del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En este cuarto y último domingo de Adviento, el Evangelio (cf. Mt 1,18-24) nos guía hacia la Navidad a través de la experiencia de José, de San José, una figura aparentemente en segundo plano, pero en cuya actitud está encerrada toda la sabiduría cristiana. Él, junto con Juan el Bautista y María, es uno de los personajes que la liturgia nos propone para el tiempo de Adviento; y de los tres es el más modesto. Uno que no predica, que no habla, pero trata de hacer la voluntad de Dios; y la cumple al estilo del Evangelio y de las Bienaventuranzas: «Dichosos los pobres de corazón, porque el Reino de Dios les pertenece» (Mt 5,3). Y José es pobre porque vive de lo esencial; trabaja, vive del trabajo, es la pobreza típica de aquellos que son conscientes de depender en todo de Dios y en Él depositan toda su confianza.

La historia del Evangelio de hoy presenta una situación humanamente vergonzosa y contrastante. José y María están comprometidos; todavía no viven juntos, pero ella está esperando un bebé por obra de Dios. José, ante esta sorpresa, naturalmente queda turbado, pero.... en vez de reaccionar de manera impulsiva y punitiva, como ocurría en esa época con la ley, busca una solución que respete la dignidad y la integridad de su amada María. Dice el Evangelio: «José, su esposo, que era un hombre justo y no queriendo ponerla en evidencia, pensó en dejarla en secreto» (v. 19). José, de hecho, sabía bien que si hubiera denunciado a su prometida, la habría expuesto a graves consecuencias, incluso a la muerte. Él tiene plena confianza en María, a quien ha elegido como su esposa, no entiende, pero busca otra solución Esta inexplicable circunstancia le lleva a cuestionar su unión. Por eso, con gran sufrimiento, decide alejarse de María sin crear escándalo. Pero el Ángel del Señor interviene para decirle que la solución que está proyectando no es la que quiere Dios, más bien, el señor le abre un camino nuevo, un camino de unión, de amor y de felicidad, y le dice: «José, hijo de David, no dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo» (v. 20).

En este punto, José confía totalmente en Dios, obedece las palabras del Ángel y lleva a María con él. Fue precisamente esta confianza inquebrantable en Dios la que le permitió aceptar una situación humanamente difícil y, en cierto modo, incomprensible. José entiende, en la fe, que el niño engendrado en el vientre de María no es su hijo, sino el Hijo de Dios, y él, José, será el cuidador asumiendo completamente su paternidad terrenal. El ejemplo de este hombre amable y sabio nos insta a mirar hacia arriba y ver más allá de lo que vemos. Se trata de recuperar la asombrosa lógica de Dios que, lejos de los pequeños o grandes cálculos, está hecha de apertura hacia nuevos horizontes, hacia Cristo y su Palabra.

Que la Virgen María y su casto esposo José nos ayuden a ponernos a la escucha de Jesús que viene, y que pide ser incluido en nuestros proyectos y en nuestras elecciones.

 

 

 

22/12/2019-13:48
Raquel Anillo

Ángelus: «La Santa Navidad sea para todos una ocasión de fraternidad»

(ZENIT — 22 diciembre 2019).- Después del rezo del Ángelus el Santo Padre se ha dirigido a los peregrinos y fieles reunidos en la Plaza de San Pedro, deseando que la Santa Navidad sea para todos una ocasión de fraternidad, de crecimiento en la fe y gestos de solidaridad con los necesitados.

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Palabras del Papa después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas!

Saludo a todos ustedes, fieles de Roma y peregrinos de Italia y de varios países. En particular, saludo a la delegación de ciudadanos italianos que viven en los territorios que están seriamente contaminados y aspiran a una mejor calidad del medio ambiente y a una adecuada protección de la salud.

Dentro de tres días será Navidad y mis pensamientos van dirigidos a las familias, en particular a las familias que en estos días festivos se reúnen: los que viven lejos de sus padres que vuelven a casa; a los hermanos que intentan encontrarse de nuevo. Que la Santa Navidad sea para todos una ocasión de fraternidad, de crecimiento en la fe y gestos de solidaridad con los necesitados.

Y que San José nos acompañe en este camino hacia la Navidad.

Que tengan un buen domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mí. Que tengan un buen almuerzo y adiós.

 

 

 

22/12/2019-09:19
Anne Kurian

Saludos navideños a los empleados del Vaticano: El Papa ensalza las virtudes de una sonrisa

(ZENIT — 22 diciembre 2019).- En su tradicional saludo navideño a los empleados del Vaticano, este 21 de diciembre de 2019, el Papa Francisco elogió las virtudes de la sonrisa, incluso en su entorno laboral, porque, dijo, la calidad del trabajo también depende de la calidad de las relaciones humanas.

«Jesús es la sonrisa de Dios», subrayó el Papa: sonrisa «que nos despoja de la falsa seguridad y nos devuelve al gusto por la simplicidad y la gratuidad».

Frente al pesebre, invitó a «mirar al Niño Jesús y sentir que Dios nos está sonriendo allí, y que está sonriendo a todos los pobres de la tierra, a todos aquellos que esperan la salvación, que esperan en un mundo más fraterno».

Está nuestra traducción del discurso pronunciado en la Sala Pablo VI del Vaticano.

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Discurso del papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡Buenos días!

Estoy contento de encontraros en nuestro encuentro de Navidad. Gracias por venir con sus familias, ¡gracias!

Esta vez resumo mis deseos en una palabra: sonríe.

Me inspiró uno de los últimos países que visité el mes pasado: Tailandia. Se llama el País de la sonrisa, porque los habitantes son muy sonrientes, tienen una amabilidad especial, muy noble, que se resume en esta característica de la cara, que se refleja en todo su enfoque. Esta experiencia quedó grabada en mí y me hizo pensar en la sonrisa como una expresión de amor, como una expresión de afecto, típicamente humano.

Cuando miramos a un bebé recién nacido, estamos obligados a sonreírle, y si una sonrisa nace en su carita, experimentamos una emoción simple e inocente. A menudo los acariciamos para hacerlos sonreír. El niño responde a nuestra mirada, pero su sonrisa es mucho más «poderosa», porque es nueva, es pura, como el agua de manantial, y despierta en los adultos una profunda nostalgia por la infancia. .

Sucedió de una manera única entre María, José y Jesús. La Virgen y su esposo, a través de su amor, dieron a luz una sonrisa en los labios del recién nacido. Cuando sucedió, sus corazones se llenaron de una nueva alegría venida del Cielo. Y el pequeño establo de Belén pareció iluminarse.

Jesús es la sonrisa de Dios. Vino a revelarnos el amor del Padre, su amabilidad, y la primera forma de hacerlo era sonreír a sus padres, como cualquier recién nacido en este mundo. Y por su gran fe, la Virgen María y San José supieron acoger el mensaje, reconocieron en la sonrisa de Jesús la misericordia de Dios para ellos y para todos los que esperan su venida, la venida del Mesías, el Hijo de Dios, el rey de Israel.

Aquí, amados, nosotros también estamos reviviendo esta experiencia frente al pesebre: mirando al Niño Jesús y sintiendo que Dios nos está sonriendo, y que está sonriendo a todos los pobres de la tierra, a todos los que esperan la salvación, a quienes esperan en un mundo más fraterno, donde no haya más guerras o violencia, donde cada hombre y mujer puedan vivir en su dignidad como hijos e hijas de Dios.

Aquí también, en el Vaticano y en varias oficinas romanas de la Santa Sede, necesitamos dejarnos renovar por la sonrisa de Jesús. Dejar que su bondad desarmada nos purifique del desperdicio que a menudo queda atrapado en nuestros corazones y que nos impide dar lo mejor de nosotros mismos. Es cierto, el trabajo es trabajo, y hay otros lugares y otros momentos para expresarse con más integridad y riqueza; pero también es cierto que pasamos buena parte de nuestros días en nuestro entorno laboral, y estamos convencidos de que la calidad del trabajo va acompañada de la calidad humana de las relaciones, del estilo de vida. Esto es especialmente cierto para nosotros, que trabajamos al servicio de la Iglesia y en el nombre de Cristo.

A veces se hace difícil sonreír, por varias razones. Entonces necesitamos la sonrisa de Dios: Jesús, es el único que puede ayudarnos. Él solo es el Salvador, y a veces lo experimentamos en nuestras propias vidas.

Otras veces todo está bien, pero existe el peligro de sentirse demasiado seguro y olvidar a otros que están luchando. Aquí también necesitamos la sonrisa de Dios, que nos despoja de la falsa seguridad y nos devuelve al gusto por la simplicidad y la gratuidad.

Entonces, queridos hermanos y hermanas, intercambiemos este voto: en Navidad, participando en la liturgia y contemplando el pesebre, nos sorprenderá la sonrisa de Dios que Jesús vino a traer. Es él mismo, esa sonrisa. Como María, como José y los pastores de Belén, acojámosle, dejémonos purificar, y nosotros también podremos brindar a los demás una sonrisa humilde y sencilla.

Gracias a todos! Lleven estos deseos a sus seres queridos, especialmente a los enfermos y los ancianos: que sientan la caricia de su sonrisa. Es una caricia. Sonreír es acariciar, acariciar con el corazón, acariciar con el alma. Y mantengámonos unidos en la oración. Feliz Navidad!

 

 

 

22/12/2019-09:57
Raquel Anillo

Discurso a la Curia Romana: El Papa llama a «un cambio en la mentalidad pastoral»

(ZENIT — 22 diciembre 2019).- «Ya no estamos en la cristiandad ... Ya no somos los únicos hoy en producir cultura, ni los primeros ni los más escuchados», subraya el Papa Francisco frente a sus colaboradores en el Vaticano: «Necesitamos un cambio de mentalidad pastoral».

En su tradicional discurso navideño a la Curia romana este 21 de diciembre de 2019, el Papa Francisco explicó las razones profundas de la reforma comprometida, en un mundo donde la fe a menudo es «negada, burlada, marginada y ridiculizada». Para servir mejor a la humanidad, dijo, no se trata de «pasar a una pastoral relativista», sino de «dejarse cuestionar por los desafíos de la actualidad y comprenderlos».

Citando al cardenal Newman, el Papa enfatizó que «el desarrollo y el crecimiento son la característica de la vida terrenal y humana». «El cambio es una conversión», agregó, «es decir, una transformación interna». La vida cristiana, en realidad, es un camino, una peregrinación ... es una invitación a descubrir el movimiento del corazón que, paradójicamente, necesita salir para permanecer, cambiar para ser fiel.»

El Papa se centró en la misión particular de ciertos dicasterios: la Congregación para la Doctrina de la Fe, la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, el Dicasterio de la Comunicación y el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral. Hablando de esto último, una vez más hizo un llamamiento a los migrantes forzados «que en este momento representan un grito en el desierto de nuestra humanidad»: la Iglesia «está llamada a despertar a las conciencias dormidas en la indiferencia ante las realidades del mar Mediterráneo convertido, para muchos, para demasiados, en un cementerio".

AK

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Discurso del papa Francisco

«Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14).

Queridos hermanos y hermanas:

Os doy la cordial bienvenida a todos vosotros. Agradezco al Cardenal Angelo Sodano las palabras que me ha dirigido, y sobre todo deseo expresarle mi gratitud, también en nombre de los miembros del Colegio Cardenalicio, por el valioso y oportuno servicio que ha realizado como Decano, durante tantos años, con disponibilidad, dedicación, eficiencia y gran capacidad organizativa y de coordinación. Con esa forma de actuar “rassa nostrana”, como diría Nino Costa [escritor piamontés]. Muchas gracias, Eminencia. Ahora les corresponde a los Cardenales Obispos elegir un nuevo Decano. Espero que elijan a alguien que se ocupe a tiempo pleno de ese cargo tan importante. Gracias.

A vosotros aquí presentes, a vuestros colaboradores, a todas las personas que prestan servicio en la Curia, como también a los Representantes Pontificios y a cuantos colaboran con ellos, os deseo una santa y alegre Navidad. Y a estos saludos añado mi agradecimiento por la dedicación cotidiana que ofrecéis al servicio de la Iglesia. Muchas gracias.

También este año el Señor nos ofrece la ocasión de encontrarnos para este gesto de comunión, que refuerza nuestra fraternidad y está enraizado en la contemplación del amor de Dios que se revela en la Navidad. En efecto, «el nacimiento de Cristo —ha escrito un místico de nuestro tiempo— es el testimonio más fuerte y elocuente de cuánto Dios ha amado al hombre. Lo ha amado con un amor personal. Es por eso que ha tomado un cuerpo humano al que se ha unido y lo ha hecho así para siempre. El nacimiento de Cristo es en sí mismo una “alianza de amor” estipulada para siempre entre Dios y el hombre» [1]. Y san Clemente de Alejandría afirma: «Por esta razón, el Hijo en persona vino a la tierra, se revistió de humanidad y sufrió voluntariamente la condición humana. Quiso someterse a las condiciones de debilidad de aquellos a quienes amaba, porque quería ponernos a nosotros a la altura de su propia grandeza» [2].

Considerando tanta bondad y tanto amor, el intercambio de saludos navideños es además una ocasión para acoger nuevamente su mandamiento: «Como yo os he amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros» (Jn 13,34-35). Aquí, de hecho, Jesús no nos pide que lo amemos a Él como respuesta a su amor por nosotros; más bien nos pide que nos amemos unos a otros con su mismo amor. Nos pide, en otras palabras, que seamos semejantes a Él, porque Él se ha hecho semejante a nosotros. Que la Navidad, por tanto —como exhortaba el santo Cardenal Newman—, «nos encuentre cada vez más parecidos a quien, en este tiempo, se ha hecho niño por amor a nosotros; que cada nueva Navidad nos encuentre más sencillos, más humildes, más santos, más caritativos, más resignados, más alegres, más llenos de Dios» [3]. Y añade: «Este es el tiempo de la inocencia, de la pureza, de la ternura, de la alegría, de la paz» [4].

El nombre de Newman también nos recuerda una afirmación suya muy conocida, casi un aforismo, que se encuentra en su obra El desarrollo de la doctrina cristiana, que histórica y espiritualmente se coloca en la encrucijada de su ingreso en la Iglesia Católica. Dice así: «Aquí sobre la tierra vivir es cambiar, y la perfección es el resultado de muchas transformaciones» [5]. No se trata obviamente de buscar el cambio por el cambio, o de seguir las modas, sino de tener la convicción de que el desarrollo y el crecimiento son la característica de la vida terrena y humana, mientras, desde la perspectiva del creyente, en el centro de todo está la estabilidad de Dios [6].

Para Newman el cambio era conversión, es decir, una transformación interior [7]. La vida cristiana, en realidad, es un camino, una peregrinación. La historia bíblica es todo un camino, marcado por inicios y nuevos comienzos; como para Abrahán; como para cuantos, dos mil años atrás, en Galilea, se pusieron en camino para seguir a Jesús: «Sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron» (Lc 5,11). Desde entonces, la historia del pueblo de Dios —la historia de la Iglesia— está marcada siempre por partidas, desplazamientos, cambios. El camino, obviamente, no es puramente geográfico, sino sobre todo simbólico: es una invitación a descubrir el movimiento del corazón que, paradójicamente, necesita partir para poder permanecer, cambiar para poder ser fiel [8].

Todo esto tiene una particular importancia en nuestro tiempo, porque no estamos viviendo simplemente una época de cambios, sino un cambio de época. Por tanto, estamos en uno de esos momentos en que los cambios no son más lineales, sino de profunda transformación; constituyen elecciones que transforman velozmente el modo de vivir, de interactuar, de comunicar y elaborar el pensamiento, de relacionarse entre las generaciones humanas, y de comprender y vivir la fe y la ciencia. A menudo sucede que se vive el cambio limitándose a usar un nuevo vestuario, y después en realidad se queda como era antes. Recuerdo la expresión enigmática, que se lee en una famosa novela italiana: “Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie” (en Il Gattopardo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa).

La actitud sana es, más bien, la de dejarse interrogar por los desafíos del tiempo presente y comprenderlos con las virtudes del discernimiento, de la parresia y de la hypomoné. El cambio, en este caso, asumiría otro aspecto: de elemento de contorno, de contexto o de pretexto, de paisaje externo… se volvería cada vez más humano, y también más cristiano. Sería siempre un cambio externo, pero realizado a partir del centro mismo del hombre, es decir, una conversión antropológica [9].

Nosotros debemos iniciar procesos y no ocupar espacios: «Dios se manifiesta en una revelación histórica, en el tiempo. El tiempo da inicio a los procesos, el espacio los cristaliza. Dios se encuentra en el tiempo, en los procesos en curso. No es necesario privilegiar los espacios de poder respecto a los tiempos, incluso largos, de los procesos. Nosotros debemos iniciar procesos, más que ocupar espacios. Dios se manifiesta en el tiempo y está presente en los procesos de la historia. Esto hace privilegiar las acciones que generan dinámicas nuevas. Y reclama paciencia, espera» [10]. Por esto, urge que leamos los signos de los tiempos con los ojos de la fe, para que la dirección de este cambio «despierte nuevas y viejas preguntas con las cuales es justo y necesario confrontarse» [11].

Afrontando hoy el tema del cambio que se funda principalmente en la fidelidad al depositum fidei y a la Tradición, deseo volver sobre la actuación de la reforma de la Curia romana, reiterando que dicha reforma no ha tenido nunca la presunción de hacer como si antes no hubiese existido; al contrario, se ha apuntado a valorizar todo lo bueno que se ha hecho en la compleja historia de la Curia. Es preciso valorizar la historia para construir un futuro que tenga bases sólidas, que tenga raíces y por ello pueda ser fecundo. Apelar a la memoria no quiere decir anclarse en la autoconservación, sino señalar la vida y la vitalidad de un recorrido en continuo desarrollo. La memoria no es estática, es dinámica. Por su naturaleza, implica movimiento. Y la tradición no es estática, es dinámica, como dijo ese gran hombre [G. Mahler]: la tradición es la garantía del futuro y no la custodia de las cenizas.

Queridos hermanos y hermanas: En nuestros anteriores encuentros natalicios, os hablé de los criterios que han inspirado este trabajo de reforma. Alenté también algunas actuaciones que ya se han realizado, sea definitivamente, sea ad experimentum [12]En el año 2017, evidencié algunas novedades de la organización curial, como, por ejemplo, la Tercera Sección de la Secretaría de Estado, que lo está haciendo muy bien; o las relaciones entre la Curia romana y las Iglesias particulares, recordando también la antigua praxis de las Visitas ad limina Apostolorum; o la estructura de algunos Dicasterios, particularmente el de las Iglesias Orientales y otros para el diálogo ecuménico o para el interreligioso, en modo particular con el Judaísmo.

En el encuentro de hoy, quisiera detenerme en algunos de los otros Dicasterios partiendo desde el núcleo de la reforma, es decir de la primera y más importante tarea de la Iglesia: la evangelización. San Pablo VI afirmó: «Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar» [13]Evangelii nuntiandi, que sigue siendo el documento pastoral más importante después del Concilio y que es actual. En realidad, el objetivo actual de la reforma es que «las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación. La reforma de estructuras que exige la conversión pastoral sólo puede entenderse en este sentido: procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 27). Y entonces, inspirándose precisamente en este magisterio de los Sucesores de Pedro desde el Concilio Vaticano II hasta hoy, se consideró proponer para la nueva Constitución Apostólica que se está preparando sobre la reforma de la Curia romana el título de Praedicate evangelium. Es decir, una actitud misionera.

Por eso, mi pensamiento se dirige hoy a algunos de los Dicasterios de la Curia romana que explícitamente se refieren a esta cuestión en su denominación: la Congregación para la Doctrina de la Fe, la Congregación para la Evangelización de los pueblos; pienso también en el Dicasterio para la Comunicación y el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral.

Cuando estas dos primeras Congregaciones citadas fueron instituidas, estábamos en una época donde era más sencillo distinguir entre dos vertientes bastante bien definidas: un mundo cristiano por un lado y un mundo todavía por evangelizar por el otro. Ahora esta situación ya no existe. No se puede decir que las poblaciones que no han recibido el anuncio del Evangelio viven sólo en los continentes no occidentales, sino que se encuentran en todas partes, especialmente en las enormes conglomeraciones urbanas, que requieren una pastoral específica. En las grandes ciudades necesitamos otros “mapas”, otros paradigmas que nos ayuden a reposicionar nuestros modos de pensar y nuestras actitudes. Hermanos y hermanas: No estamos más en la cristiandad. Hoy no somos los únicos que producen cultura, ni los primeros, ni los más escuchados [14]. Por tanto, necesitamos un cambio de mentalidad pastoral, que no quiere decir pasar a una pastoral relativista. No estamos ya en un régimen de cristianismo porque la fe —especialmente en Europa, pero incluso en gran parte de Occidente— ya no constituye un presupuesto obvio de la vida común; de hecho, frecuentemente es incluso negada, burlada, marginada y ridiculizada. Esto fue evidenciado por Benedicto XVI cuando, al convocar el Año de la Fe (2012), escribió: «Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas» [15]. Y por eso fue instituido en el año 2010 el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, para «promover una renovada evangelización en los países donde ya resonó el primer anuncio de la fe y están presentes Iglesias de antigua fundación, pero que están viviendo una progresiva secularización de la sociedad y una especie de “eclipse del sentido de Dios”, que constituyen un desafío a encontrar medios adecuados para volver a proponer la perenne verdad del Evangelio de Cristo» [16]. A veces he hablado de esto con algunos de vosotros. Pienso en cinco países que han llenado el mundo de misioneros —os dije los que son—, y hoy no tienen recursos vocacionales para seguir adelante. Este es el mundo actual.

La percepción de que el cambio de época pone serios interrogantes a la identidad de nuestra fe no ha llegado, por cierto, improvisamente [17]. En tal cuadro se insertará también la expresión “nueva evangelización” adoptada por san Juan Pablo II, quien en la Encíclica Redemptoris missio escribió: «Hoy la Iglesia debe afrontar otros desafíos, proyectándose hacia nuevas fronteras, tanto en la primera misión ad gentes, como en la nueva evangelización de pueblos que han recibido ya el anuncio de Cristo» (n. 30). Es necesaria una nueva evangelización, o reevangelización (cf. n. 33).

Todo esto comporta necesariamente cambios y puntos de atención distintos tanto en los mencionados Dicasterios, como en la Curia en general [18].

Quisiera reservar también algunas consideraciones al Dicasterio para la Comunicación, creado recientemente. Estamos en la perspectiva del cambio de época, en cuanto «amplias franjas de la humanidad están inmersas en él de manera ordinaria y continua. Ya no se trata solamente de “usar” instrumentos de comunicación, sino de vivir en una cultura ampliamente digitalizada, que afecta de modo muy profundo la noción de tiempo y de espacio, la percepción de uno mismo, de los demás y del mundo, el modo de comunicar, de aprender, de informarse, de entrar en relación con los demás. Una manera de acercarse a la realidad que suele privilegiar la imagen respecto a la escucha y a la lectura incide en el modo de aprender y en el desarrollo del sentido crítico» (Exhort. ap. postsin. Christus vivit, 86).

Por lo tanto, al Dicasterio para la Comunicación se le ha confiado el encargo de reunir en una nueva institución a los nueve organismos que, anteriormente, se ocuparon, de diversas maneras y con diferentes tareas, de la comunicación: el Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, la Sala de Prensa de la Santa Sede, la Tipografía Vaticana, la Librería Editrice VaticanaL’Osservatore Romano, la Radio Vaticana, el Centro Televisivo Vaticano, el Servicio de Internet Vaticano y el Servicio Fotográfico. Sin embargo, esta unificación, en línea con lo que se ha dicho, no proyectaba una simple agrupación “coordinativa”, sino una armonización de los diferentes componentes para proponer una mejor oferta de servicios y también para tener una línea editorial coherente.

La nueva cultura, marcada por factores de convergencia y multimedialidad, necesita una respuesta adecuada por parte de la Sede Apostólica en el área de la comunicación. Hoy, con respecto a los servicios diversificados, prevalece la forma multimedia, y esto también indica la manera de concebirlos, pensarlos e implementarlos. Todo esto implica, junto con el cambio cultural, una conversión institucional y personal para pasar de un trabajo de departamentos cerrados ―que en el mejor de los casos ofrecía una cierta coordinación― a un trabajo intrínsecamente conectado, en sinergia.

Queridos hermanos y hermanas: Mucho de lo dicho hasta ahora también es válido, en principio, para el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral. También este se instituyó recientemente para responder a los cambios surgidos a nivel global, reuniendo cuatro Pontificios Consejos anteriores: Justicia y paz, Cor Unum, Pastoral para Migrantes y Operadores de la Salud. La coherencia de las tareas encomendadas a este Dicasterio se recuerda brevemente en el exordio del Motu Proprio Humanam progressionem que lo estableció: «En todo su ser y obrar, la Iglesia está llamada a promover el desarrollo integral del hombre a la luz del Evangelio. Este desarrollo se lleva a cabo mediante el cuidado de los inconmensurables bienes de la justicia, la paz y la protección de la creación». Se lleva a cabo en el servicio a los más débiles y marginados, especialmente a los migrantes forzados, que en este momento representan un grito en el desierto de nuestra humanidad. Por lo tanto, la Iglesia está llamada a recordar a todos que no se trata sólo de cuestiones sociales o migratorias, sino de personas humanas, hermanos y hermanas que hoy son el símbolo de todos los descartados de la sociedad globalizada. Está llamada a testimoniar que para Dios nadie es “extranjero” o “excluido”. Está llamada a despertar las conciencias adormecidas en la indiferencia ante la realidad del mar Mediterráneo, que se ha convertido para muchos, demasiados, en un cementerio.

Me gustaría recordar la importancia del carácter de integralidad del desarrollo. San Pablo VI afirmó que «el desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico. Para ser auténtico, debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre» (Carta enc. Populorum progressio, 14). En otras palabras, arraigada en su tradición de fe y remitiéndose en las últimas décadas a las enseñanzas del Concilio Vaticano II, la Iglesia siempre ha afirmado la grandeza de la vocación de todos los seres humanos, que Dios creó a su imagen y semejanza para que formaran una única familia; y al mismo tiempo ha procurado abrazar lo humano en todas sus dimensiones.

Es precisamente esta exigencia de integralidad la que vuelve a proponernos hoy la humanidad que nos reúne como hijos de un único Padre. «En todo su ser y obrar, la Iglesia está llamada a promover el desarrollo integral del hombre a la luz del Evangelio» (M.P. Humanam progressionem). El Evangelio lleva siempre a la Iglesia a la lógica de la encarnación, a Cristo que ha asumido nuestra historia, la historia de cada uno de nosotros. Esto es lo que nos recuerda la Navidad. Entonces, la humanidad es la clave distintiva para leer la reforma. La humanidad llama, interroga y provoca, es decir, llama a salir y no temer al cambio.

No olvidemos que el Niño recostado en el pesebre tiene el rostro de nuestros hermanos y hermanas más necesitados, de los pobres que «son los privilegiados de este misterio y, a menudo, aquellos que son más capaces de reconocer la presencia de Dios en medio de nosotros» (Carta ap. Admirabile signum, 1 diciembre 2019, 6).

Queridos hermanos y hermanas: Se trata, por lo tanto, de grandes desafíos y equilibrios necesarios, a menudo difíciles de lograr, por el simple hecho de que, en la tensión entre un pasado glorioso y un futuro creativo y en movimiento, se encuentra el presente en el que hay personas que irremediablemente necesitan tiempo para madurar; hay circunstancias históricas que se deben manejar en la cotidianidad, puesto que durante la reforma el mundo y los eventos no se detienen; hay cuestiones jurídicas e institucionales que se deben resolver gradualmente, sin fórmulas mágicas ni atajos.

Por último, está la dimensión del tiempo y el error humano, con los que no es posible, ni correcto, no lidiar porque forman parte de la historia de cada uno. No tenerlos en cuenta significa hacer las cosas prescindiendo de la historia de los hombres. Vinculada a este difícil proceso histórico, siempre está la tentación de replegarse en el pasado —incluso utilizando nuevas formulaciones—, porque es más tranquilizador, conocido y, seguramente, menos conflictivo. Sin embargo, también esto forma parte del proceso y el riesgo de iniciar cambios significativos [19].

Aquí es necesario alertar contra la tentación de asumir la actitud de la rigidez. La rigidez que proviene del miedo al cambio y termina diseminando con límites y obstáculos el terreno del bien común, convirtiéndolo en un campo minado de incomunicabilidad y odio. Recordemos siempre que detrás de toda rigidez hay un desequilibrio. La rigidez y el desequilibrio se alimentan entre sí, en un círculo vicioso. Y, en este momento, esta tentación de rigidez es muy actual.

Queridos hermanos y hermanas: La Curia romana no es un cuerpo desconectado de la realidad —aun cuando el riesgo siempre esté presente—, sino que debe ser entendida y vivida en el hoy del camino recorrido por todos los hombres y las mujeres, en la lógica del cambio de época. La Curia romana no es un edificio o un armario lleno de trajes que ponerse para justificar un cambio. La Curia romana es un cuerpo vivo, y lo es tanto más cuanto más vive la integralidad del Evangelio.

El Cardenal Martini, en la última entrevista concedida pocos días antes de su muerte, pronunció palabras que nos deben hacer pensar: «La Iglesia se ha quedado doscientos años atrás. ¿Por qué no se sacude? ¿Tenemos miedo? ¿Miedo en lugar de valentía? Sin embargo, el cimiento de la Iglesia es la fe. La fe, la confianza, la valentía. […] Sólo el amor vence el cansancio» [20].

La Navidad es la fiesta del amor de Dios por nosotros. El amor divino que inspira, dirige y corrige la transformación, y derrota el miedo humano de dejar “lo seguro” para lanzarse hacia el “misterio”.

¡Feliz Navidad para todos!

Como preparación para la Navidad, hemos escuchado las predicaciones sobre la Santa Madre de Dios. Dirijamos a ella antes de la bendición.

 

[Ave María y bendición]

 

Ahora me gustaría daros un regalo, un recuerdo: dos libros. El primero es el “documento”, digámoslo así, que deseaba realizar para el mes misionero extraordinario [octubre 2019], y lo hice como entrevista: Sin Él no podemos hacer nada. Me inspiró una frase, no sé de quién, que decía que cuando el misionero llega a un lugar ya está esperándolo el Espíritu Santo. Esta es la inspiración de este documento. Y el segundo es un retiro para sacerdotes realizado hace poco tiempo por D. Luigi Maria Epicoco; un retiro para sacerdotes: Alguien a quien mirar. Los doy de corazón para que sirvan a toda la comunidad. Gracias.

 

© Librería editorial  del Vaticano

 

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[1] Matta El Meskin, L’umanità di Dio, Qiqajon-Bose, Magnano 2015, 170-171.

[2] Quis dives salvetur 37, 1-6.

[3] Sermón “La encarnación, misterio de gracia”, en Parochial and Plain Sermons V, 7.

[4] Ibíd. V, 97-98.

[5] Meditazioni e preghiere, G. Velocci, Milán 2002, 75.

[6] En una oración suya, Newman afirmaba: «No hay nada estable fuera de ti, Dios mío. Tú eres el centro y la vida de todos los que, siendo mudables, confían en ti como en un Padre, y vuelven a ti los ojos, contentos de ponerse en tus manos. Sé, Dios mío, que debe operarse en mí un cambio, si quiero llegar a contemplar tu rostro» (ibíd., 112).

[7] Newman lo describe así: «En el momento de la conversión, yo mismo no me daba cuenta del cambio intelectual y moral que había tenido lugar en mi mente… tenía la impresión de entrar en el puerto después de una travesía agitada; por eso mi felicidad, desde entonces y hasta hoy, ha permanecido inalterable» (Apologia pro vita sua, A. Bosi, ed. Turín 1988, 360; cf. J. Honoré, Gli aforismi di Newman, LEV, Ciudad del Vaticano 2010, 167).

[8] Cf. J. M. Bergoglio, Mensaje de cuaresma a los sacerdotes y consagrados, 21 febrero 2007.

[9] Cf. Const. ap. Veritatis gaudium (27 diciembre 2017), 3: «Se trata, en definitiva, de cambiar el modelo de desarrollo global y redefinir el progreso: El problema es que no disponemos todavía de la cultura necesaria para enfrentar esta crisis y hace falta construir liderazgos que marquen caminos».

[10] Entrevista concedida al P. Antonio Spadaro: La Civiltà Cattolica,19 septiembre 2013, p. 468.

[11] Carta al Pueblo de Dios que peregrina en Alemania, 29 junio 2019.

[12] Cf. Discurso a la Curia, 22 diciembre 2016.

[13] Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 diciembre 1975), 14. San Juan Pablo II escribió que «la evangelización misionera es que ésta constituye el primer servicio que la Iglesia puede prestar a cada hombre y a la humanidad entera en el mundo actual, el cual está conociendo grandes conquistas, pero parece haber perdido el sentido de las realidades últimas y de la misma existencia» (Carta enc. Redemptoris missio, 7 diciembre 1990, 2).

[14] Cf. Discurso a los participantes en el Congreso Internacional de la Pastoral de las Grandes Ciudades, Sala del Consistorio, 27 noviembre 2014.

[15] Carta ap. M.P. Porta fidei, 2.

[16] Benedicto XVI, Homilía, 28 junio 2010; cf. Carta ap. M.P. Ubicumque et semper, 17 octubre 2010.

[17] El cambio de época fue también advertido en Francia por el Card. Suhard (piénsese en su carta pastoral Essor ou déclin de l’Église, 1947) y por el entonces Arzobispo de Milán, G.B. Montini. También él se preguntaba si Italia fuese todavía una nación católica (cf. Prolusione alla VIII Settimana nazionale di aggiornamento pastorale, 22 septiembre 1958, en Discorsi e Scritti milanesi 1954-1963, vol. II, Brescia-Roma 1997, 2328).

[18] San Pablo VI, hace aproximadamente cincuenta años, presentando a los fieles el nuevo Misal Romano, evocó la ecuación entre la ley de la oración (lex orandi) y la ley de la fe (lex credendi), y describió el Misal como “demostración de fidelidad y vitalidad”. Concluyendo su reflexión afirmó: «No decimos por tanto “nueva Misa”, sino más bien “nueva época” de la vida de la Iglesia» (Audiencia general, 19 noviembre 1969). Es cuanto, análogamente, se podría decir también en nuestro caso: no una nueva Curia romana, sino más bien una nueva época.

[19] Evangelii gaudium enuncia la regla de «privilegiar las acciones que generan dinamismos nuevos en la sociedad e involucran a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos. Nada de ansiedad, pero sí convicciones claras y tenacidad» (n. 223).

[20] Entrevista a Georg Sporschill, S.J., y a Federica Radice Fossati Confalonieri: “Corriere della Sera”, 1 septiembre 2012.

 

 

 

 

22/12/2019-15:18
Raquel Anillo

Los niños traen mensajes de esperanza, amor y paz

(ZENIT — 22 diciembre 2019).- Esta mañana, en el Aula Pablo VI, el Santo Padre Francisco ha recibido en audiencia a los niños asistidos por el Dispensario Pediátrico «Santa Marta» en el Vaticano, con familiares y voluntarios.

A continuación informamos del saludo que el Papa dirigió a los presentes:

***

 

Saludos del Santo Padre

¡Buenos días a todos!

¡Estos niños, estos niños hacen cosas maravillosas! Me alegro, me alegro de veros hacer eso! ¡Tú también cantas bien, muy bien! Eres bueno. Y el pastel parece estar bueno...¿Podemos comerlo? ¿Podemos comerlo? Todos juntos... ¿O esperamos? Esperemos, es más prudente...

También, gracias por traer a los niños aquí. Darle alegría a los niños es una tarea muy grande. Incluso los padres, cuando saben cómo jugar con los niños, hacen una cosa muy grande. Juega con los niños, la expresión de inocencia de los niños, la promesa, muchas cosas buenas... Gracias por esta reunión.

Y ahora una cosa. Leí en estas tres cajas que trajeron los Reyes Magos, tres palabras: Esperanza, amor y... ¿Qué fue? Ah, ¿no decía guerra?... [los niños] dicen: ¡No!] ¿Está seguro? [los niños responden: ¡Sí!] ¿Qué es más hermoso, la guerra o la paz? [los niños] gritan: ¡Paz!] ¿Estás seguro? ¿No es la guerra más hermosa? ¿Qué hace la guerra? ¡Genial, tú! [un niño dice: Destruye] Mata, mata... La guerra mata la vida, mata a los ancianos, a los jóvenes, a los niños, mata... todo. Pero para derrotar la guerra necesitas amor. ¿Cómo se puede vivir sin guerra? Con amor. ¡Todos juntos! ¿Cómo puedes vivir sin guerra? [todos: con amor] ¿Cómo? [todos: con amor]. Paz, amor... ¿cuál era la tercera? [los niños dicen: Esperanza] Toma, sigue con esperanza. Siempre mirando al futuro, mirando al horizonte, con la esperanza de que siempre venga del Señor, e incluso de nuestro trabajo, un mundo mejor. Digamos las tres palabras: Esperanza, Amor, Guerra... ah, ¡No! ¿Cómo fue? Ah, lo siento. Esperanza, Amor y Paz. ¡Una vez más, todos! [los niños gritan: ¡Esperanza, Amor y Paz!]

Lo hicisteis bien. ¡Gracias! ¡Felicidades! Gracias a ustedes, padres, por estar aquí y a todos los que han ayudado con esta fiesta. Ahora debo ir al Ángelus, y rezaré por ustedes, por mí. ¿Está bien? ¡Adiós! Gracias.

 

© Libreria Editorial Vaticana

 

 

 

22/12/2019-08:00
Isabel Orellana Vilches

Santa María Margarita de Youville, 23 de diciembre

«En su desdichada vida personal, con un matrimonio difícil y la pérdida de casi toda su prole, esta fundadora canadiense, primera canonizada, que sufrió también como religiosa, halló la paz y la fecundidad en brazos del Padre»

Esta canadiense, primera en ser canonizada, amó apasionadamente a Dios Padre. Cobijada en su ternura superó las contradicciones y sufrimientos que la vida le presentó. Se dice que la cuna, el hogar que acoge a un recién nacido, tiene mucho que ver en el acontecer de una persona. Y así es en cierto sentido. El de Margarita estaba asediado por la pobreza cuando nació en Varennes, Quebec, Canadá, el 15 de octubre de 1701 a pesar de que su padre era un oficial. Sus cinco hermanos, que fueron llegando al mundo después que ella, no tuvieron mejor suerte. Es más, la pérdida del cabeza de familia, que se produjo cuando ella tenía siete años, no hizo sino empeorar la situación y la mendicidad fue la única vía para ir sobreviviendo. Pero esta experiencia de indigencia familiar sería de gran valor para la misión que iba a desempeñar, amén de irle curtiendo entonces en el infortunio. Dos años con las religiosas Ursulinas de Quebec como alumna interna fueron suficientes para asentar en ella principios que había recibido en su hogar. Después, su ocupación no fue otra que seguir auxiliando a su madre. Y cuando ésta rehizo su vida contrayendo nuevo matrimonio, se fue a Montreal.

Tomando nuevo rumbo, en 1722 se casó con Frangois d'Youville, que por todo equipaje aportaba al nuevo hogar un compendio de desdichas. Díscolo, traficante de pieles y de alcohol, droga que ponía al alcance de los indios, con su indiferencia por la familia que había formado, y sus largas y frecuentes ausencias, aún hacía más difícil la convivencia con esa madre intransigente que también había llevado consigo. Frangois había derrochado los bienes y las dificultades económicas perseguían a todos. La desolación fue acentuándose con la pérdida progresiva de los hijos nacidos en el matrimonio. De seis, únicamente sobrevivieron dos, dándose la circunstancia de que a éstos Dios Padre les concedió la gracia del sacerdocio, y a su madre infinito consuelo. Frangois murió en 1730, después de una súbita enfermedad, siendo asistido por Margarita en todo momento, que vertió en él su cariño. El sexto hijo, del que se hallaba encinta en esos momentos, nació después de quedarse viuda, pero Dios se lo llevó con Él. La santa, tras ocho difíciles años de matrimonio, quedaba al frente del hogar sosteniendo a los pequeños con admirable fortaleza convencida de que Dios Padre jamás abandona a sus hijos.

Cuando los dos varones que habían sobrevivido fueron ordenados sacerdotes en 1737, emprendió el que iba a ser su definitivo camino: la fundación de un nuevo movimiento eclesial. Su director espiritual, el padre Lescóat, se lo había anunciado al enviudar: «Consuélese, señora; Dios le destina para una gran obra, y llegará a levantar una casa en decadencia». Sin dilación el último día de ese año de 1737 lo selló con su consagración. A partir de entonces los desfavorecidos serían su único objetivo. Esta determinación, compartida con otras mujeres, no fue acogida por la sociedad y las murmuraciones y maledicencias se añadían al amargo cáliz que había marcado su acontecer. La lacra del vicioso marido, aunque ya había muerto, seguía salpicándola a ella y a la comunidad, sembrando las dudas en los vecinos que, sin atender a los gestos de virtud que desplegaban por doquier, aceradamente las hacían objeto de sus críticas. Es más, fueron apedreadas, acusadas de alcohólicas, y hasta se pidió exilio para Margarita. Dijeron que la lesión de una rodilla era un «justo castigo del cielo». El juicio, malsano y erróneo, se emitía con la simpleza de quien ignora que Dios Padre no actúa con tales parámetros con ninguno de sus hijos haga lo que haga, y no se podía atribuir a la santa un comportamiento negativo ya que obró con admirable y heroica caridad en todo momento.

En penosas condiciones físicas y económicas, constantemente probada, cuando murió una de sus colaboradoras y pilares de la obra que ponían en marcha, actuó con visible fortaleza. En 1747 le encomendaron la gestión del Hospital de los Hermanos Charon, labor difícil porque se hallaba en un estado calamitoso. Pero lo levantó haciendo de él un cálido hogar para los desvalidos. El padre Normant, que había sustituido en la dirección espiritual de la santa al padre Lescóat, cuando éste falleció, corroboró que no se había equivocado al animarle a poner en marcha esta ardua empresa. Al tiempo, surgía la fundación de Margarita: las Hermanas de la Caridad de Montreal que dieron lo mejor de sí a los enfermos incurables y afectados por graves lesiones, así como ancianos, niños, indigentes, soldados, etc. En 1751 defendió con valentía este centro ante autoridades civiles y eclesiásticas cuando quisieron convertirlo en sede de las religiosas de Quebec. Entonces el pueblo, que antes la había maltratado a ella y a la comunidad, salió en defensa de las religiosas reconociendo su excepcional labor.

Libre de las deudas que había heredado al hacerse cargo del hospital, y en un momento en el que todo parecía ir por buen camino, un nuevo reto se presentó ante la comunidad cuando aquél fue pasto de las llamas en 1765. Margarita sabía que Dios Padre jamás la abandonaba, y se gozó espiritualmente en ese nuevo contratiempo recitando con las hermanas el «Te Deum». Luego vaticinó: «Tranquilizaos, la casa ya no arderá más». A los 64 años puso en pie nuevamente el hospital. En esta misión había involucrado a madres e hijas del lugar. Murió el 23 de diciembre de 1771. Fue beatificada por Juan XXIII el 3 de mayo de 1959, y Juan Pablo II la canonizó el 9 de diciembre de 1990.