Servicio diario - 25 de diciembre de 2019


 

Deseos del Papa: «Que el Emmanuel sea luz para toda la humanidad herida.»
Raquel Anillo

«Jesús, nuestra paz, ha nacido»
Raquel Anillo

Sudán del Sur: Mensaje de Navidad del Papa
Anne Kurian

Santa Vicenta María López y Vicuña, 26 de diciembre
Isabel Orellana Vilches


 

 

 

25/12/2019-12:13
Raquel Anillo

Deseos del Papa: «Que el Emmanuel sea luz para toda la humanidad herida.»

(ZENIT — 25 diciembre 2019).- «Sí, hay oscuridad en los corazones humanos, pero mayor es la luz de Cristo», dijo el Papa Francisco durante su mensaje navideño este 25 de diciembre de 2019.

Al mediodía, según la tradición, el Papa dio su bendición Urbi et Orbi (a la ciudad y al mundo) desde la Logia central de la basílica de San Pedro.

Haciendo un recorrido por los conflictos del mundo, el Papa mencionó particularmente el Medio Oriente, Siria, Líbano, Tierra Santa, Irak, Yemen, el Continente americano, Venezuela, Ucrania, los pueblos del África: la República Democrática del Congo, Burkina Faso, Malí, Níger y Nigeria.

Finalmente abogó por los migrantes: «Es la injusticia la que los obliga a cruzar desiertos y mares, transformados en cementerios», denunció. Es la injusticia lo que los obliga a sufrir abusos indescriptibles, esclavitud de todo tipo y tortura en campos de detención inhumanos. Es la injusticia lo que los hace retroceder de lugares donde podrían tener la esperanza de una vida digna y les hace encontrar muros de indiferencia».

«Que Emmanuel sea luz para toda la humanidad herida. Que aligere nuestro corazón a menudo endurecido y egoista y nos haga instrumentos de su amor", dijo el Papa.

AK

 

Este es el texto del Mensaje del Santo Padre para la Navidad de 2019:

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Mensaje del Papa Francisco

 

«El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande» (Is 9,1)

Queridos hermanos y hermanas: ¡Feliz Navidad! En el seno de la madre Iglesia, esta noche ha nacido nuevamente el Hijo de Dios hecho hombre. Su nombre es Jesús, que significa Dios salva. El Padre, Amor eterno e infinito, lo envió al mundo no para condenarlo, sino para salvarlo (cf. Jn 3,17). El Padre lo dio, con inmensa misericordia. Lo entregó para todos. Lo dio para siempre. Y Él nació, como pequeña llama encendida en la oscuridad y en el frío de la noche.

Aquel Niño, nacido de la Virgen María, es la Palabra de Dios hecha carne. La Palabra que orientó el corazón y los pasos de Abrahán hacia la tierra prometida, y sigue atrayendo a quienes confían en las promesas de Dios. La Palabra que guió a los hebreos en el camino de la esclavitud a la libertad, y continúa llamando a los esclavos de todos los tiempos, también hoy, a salir de sus prisiones. Es Palabra, más luminosa que el sol, encarnada en un pequeño hijo del hombre, Jesús, luz del mundo.

Por esto el profeta exclama: «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande» (Is 9,1). Sí, hay tinieblas en los corazones humanos, pero más grande es la luz de Cristo. Hay tinieblas en las relaciones personales, familiares, sociales, pero más grande es la luz de Cristo. Hay tinieblas en los conflictos económicos, geopolíticos y ecológicos, pero más grande es la luz de Cristo.

Que Cristo sea luz para tantos niños que sufren la guerra y los conflictos en Oriente Medio y en diversos países del mundo. Que sea consuelo para el amado pueblo sirio, que todavía no ve el final de las hostilidades que han desgarrado el país en este decenio. Que remueva las conciencias de los hombres de buena voluntad. Que inspire a los gobernantes y a la comunidad internacional para encontrar soluciones que garanticen la seguridad y la convivencia pacífica de los pueblos de la región y ponga fin a sus indecibles sufrimientos. Que sea apoyo para el pueblo libanés, de este modo pueda salir de la crisis actual y descubra nuevamente su vocación de ser un mensaje de libertad y de armoniosa coexistencia para todos.

Que el Señor Jesús sea luz para la Tierra Santa donde Él nació, Salvador del mundo, y donde continúa la espera de tantos que, incluso en la fatiga, pero sin desesperarse, aguardan días de paz, de seguridad y de prosperidad. Que sea consolación para Irak, atravesado por tensiones sociales, y para Yemen, probado por una grave crisis humanitaria. Pienso en los niños de Yemen.

Que el pequeño Niño de Belén sea esperanza para todo el continente americano, donde diversas naciones están pasando un período de agitaciones sociales y políticas. Que reanime al querido pueblo venezolano, probado largamente por tensiones políticas y sociales, y no le haga faltar el auxilio que necesita. Que bendiga los esfuerzos de cuantos se están prodigando para favorecer la justicia y la reconciliación, y se desvelan para superar las diversas crisis y las numerosas formas de pobreza que ofenden la dignidad de cada persona.

Que el Redentor del mundo sea luz para la querida Ucrania, que aspira a soluciones concretas para alcanzar una paz duradera.

Que el Señor recién nacido sea luz para los pueblos de África, donde perduran situaciones sociales y políticas que a menudo obligan a las personas a emigrar, privándolas de una casa y de una familia. Que haya paz para la población que vive en las regiones orientales de la República Democrática del Congo, martirizada por conflictos persistentes. Que sea consuelo para cuantos son perseguidos a causa de su fe, especialmente los misioneros y los fieles secuestrados, y para cuantos caen víctimas de ataques por parte de grupos extremistas, sobre todo en Burkina Faso, Malí, Níger y Nigeria.

Que el Hijo de Dios, que bajó del cielo a la tierra, sea defensa y apoyo para cuantos, a causa de estas y otras injusticias, deben emigrar con la esperanza de una vida segura. La injusticia los obliga a atravesar desiertos y mares, transformados en cementerios. La injusticia los fuerza a sufrir abusos indecibles, esclavitudes de todo tipo y torturas en campos de detención inhumanos. La injusticia les niega lugares donde podrían tener la esperanza de una vida digna y les hace encontrar muros de indiferencia.

Que el Emmanuel sea luz para toda la humanidad herida. Que ablande nuestro corazón, a menudo endurecido y egoísta, y nos haga instrumentos de su amor. Que, a través de nuestros pobres rostros, regale su sonrisa a los niños de todo el mundo, especialmente a los abandonados y a los que han sufrido a causa de la violencia. Que, a través de nuestros brazos débiles, vista a los pobres que no tienen con qué cubrirse, dé el pan a los hambrientos, cure a los enfermos. Que, por nuestra frágil compañía, esté cerca de las personas ancianas y solas, de los migrantes y de los marginados. Que, en este día de fiesta, conceda su ternura a todos, e ilumine las tinieblas de este mundo.

 

© Librería Editorial Vaticano

 

 

 

 

25/12/2019-12:28
Raquel Anillo

«Jesús, nuestra paz, ha nacido»

(ZENIT — 25 diciembre 2019).- «Todos estamos llamados a dar esperanza al mundo, anunciando por palabra y especialmente por el testimonio de nuestra vida que Jesús, nuestra paz, nació», invitó al Papa Francisco en este día de Navidad, 25 de diciembre de 2019.

El Papa dio su bendición Urbi et Orbi (a la ciudad y al mundo entero), este mediodía, desde la Logia de la basílica de San Pedro. Estaba rodeado por los cardenales Renato Raffaele Martino, presidente emérito del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz y el Consejo Pontificio para la Pastoral de los Migrantes, y Konrad Krajewski, Capellán Pontificio.

AK

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Palabras del Papa después de la bendición

Queridos hermanos y hermanas:

Renuevo mi felicitación de Navidad a todos vosotros, presentes en esta plaza, provenientes de varias partes del mundo; también a todos los que, desde diferentes países, nos siguen a través de la radio, la televisión y otros medios de comunicación Os agradezco vuestra presencia en este día de alegría.

Todos estamos llamados a dar esperanza al mundo, anunciando con palabras y sobre todo con el testimonio de nuestra vida que nació Jesús, nuestra paz.

Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Os deseo un buen almuerzo de Navidad! Hasta pronto.

 

 

 

25/12/2019-12:49
Anne Kurian

Sudán del Sur: Mensaje de Navidad del Papa

(ZENIT — 25 diciembre 2019).- El Papa Francisco, Justin Welby, el arzobispo de Canterbury y el ex moderador de la Iglesia de Escocia, John Chalmers, firman un mensaje de paz dirigido a los líderes de Sudán del Sur en Navidad, este 25 Diciembre de 2019.

Durante la última visita del Primado de la Comunión Anglicana al Vaticano el 13 de noviembre, el Papa y Justin Welby acordaron que, si la situación política en el país permitía la constitución de un gobierno de transición de unidad nacional en los próximos 100 días, al final del acuerdo firmado en los últimos días en Entebbe, Uganda, irían juntos a visitar Sudán del Sur.

El Papa y el primado anglicano ya habían tenido un plan conjunto para visitar el país, abortado en 2017, dado el conflicto. Se estima que la guerra civil ha dejado casi 400,000 muertos y 4.5 millones de desplazados, incluidos 2 millones de refugiados en Uganda y otros países vecinos.

Siempre y por iniciativa del Papa Francisco y Justin Welby, los líderes políticos y religiosos de Sudán del Sur estaban en un retiro espiritual en el Vaticano los días 10 y 11 de abril. Un evento ecuménico y diplomático que el Papa había concluido con un gesto sorprendente: arrodillado ante ellos, les besó los pies, rogándoles «permanecer en la paz».

El Papa, que recibió al presidente Salva Kiir el 16 de marzo, ha pedido reiteradamente a este país «martirizado» que resuelva el «conflicto fratricida» y la «grave crisis alimentaria». También expresó varias veces su deseo de ir a Sudán del Sur, como durante su encuentro con los principales líderes religiosos cristianos del país, el 27 de octubre de 2016, en el Vaticano: «Mirad, estoy con vosotros, sufro con vosotros Quiero visitar Sudán del Sur».

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Mensaje a los líderes de Sudán del Sur

Señores

Con motivo de la Navidad y el comienzo del Año Nuevo, deseamos expresarle a usted y al pueblo de Sudán del Sur nuestros mejores deseos de paz y prosperidad, asegurando nuestra proximidad en sus esfuerzos para la pronta actualización de los Acuerdos de paz.

Por lo tanto, elevamos nuestras oraciones a Cristo Señor por un compromiso renovado en el camino de la reconciliación y la fraternidad e invocamos abundantes bendiciones para cada uno de ustedes y para toda la nación.

Que el Señor Jesús, Príncipe de Paz, ilumine y guíe sus pasos con amabilidad y en verdad, para que nuestra visita a su amado país sea posible.

 

FRANCESCO,

JUSTIN WELBY,

JOHN CHALMERS

 

 

 

25/12/2019-08:00
Isabel Orellana Vilches

Santa Vicenta María López y Vicuña, 26 de diciembre

«Esta fundadora de las religiosas de María Inmaculada tenía a sus pies cuanto podía desear dada la alta posición social a la que pertenecía. Pero se entregó a Cristo y fue un ángel protector para las empleadas del servicio doméstico»

Un santo contempla lo que le rodea imbuido por el amor a Dios y el anhelo de dar a los demás lo mejor de sí. Atento a cualquier atisbo en el que perciba la vía a seguir para encauzar el bien, como hizo Vicenta María, se pone en marcha sin dilación y la gracia de Cristo se derrama a raudales.

Nació en Cascante, Navarra, España, el 22 de marzo de 1847. Era hija de un prestigioso jurista que se ocupó personalmente de su educación al constatar las cualidades que poseía. Creció en una familia cristiana y comprometida, en la que cotidianamente florecía la caridad, ya que sus componentes dedicaban gran parte de su tiempo ayudando a los desfavorecidos. En ese clima discurrió su infancia, arropada por sus padres y otros familiares, apreciando en ellos rasgos de piedad y compartiendo la espiritualidad que emanaba de su entorno como algo natural. Visitaba al Santísimo, acudía a misa y se fijaba en las imágenes del templo, en particular la de Cristo atado a la columna; ésta suscitó en ella una gran devoción que mantuvo hasta el fin de su vida.

Una tía materna pertenecía a la aristocracia madrileña y dispensaba toda clase de atenciones a los necesitados. Sus rasgos de generosidad, junto a su privilegiada situación social, fueron tenidos en cuenta por los padres y los tíos de Vicenta cuando decidieron que prosiguiese la formación en Madrid. Bajo la custodia de este familiar, aprendió idiomas y piano, estudios que completó más tarde en el prestigioso colegio San Luís de los Franceses. Era una muchacha normal, con cierta coquetería —usual a esa edad—, inteligente, creativa, con muchos intereses culturales y muy comunicativa. Los primeros años de su juventud transcurrieron en un estado de búsqueda. Su tía estaba estrechamente vinculada a la Congregación de la Doctrina Cristiana, y ella solía acompañarla en algunas acciones que realizaba con jóvenes empleadas del servicio doméstico, lo cual le ayudó a discernir el camino a seguir.

La previsión de sus padres fue desposarla con alguien de su condición social, y había expectativas para que así sucediese. Pero tal futuro no entraba en los planes de la joven, y cuando su tía la tanteó haciendo de mediadora entre ella y sus progenitores, Vicenta María respondió: «tía, ni con un Rey ni con un santo»; es decir, que ya había elegido en su corazón. Olvidada de sí y centrada en las necesidades de estas jóvenes, comenzó a plantearse seriamente cómo podría ayudarlas mejor. La clave la recibió en 1853 al leer el anuncio de un piso en alquiler. En esa simple observación entrevió el signo que Dios le ponía para iniciar su obra. Y se hizo con la vivienda. Acogió en ella a tres muchachas convalecientes del hospital junto a una persona de mayor edad, seleccionada para asistirlas, y denominó «La Casita» a tan recoleto espacio en el que dio a las jóvenes un trato evangélico. Se ocupó de su formación y también de su trabajo eligiendo selectos domicilios para que pudieran servir en ellos.

Tras la realización de los ejercicios espirituales efectuados en el monasterio de la Visitación en 1868, las líneas que debía seguir se hicieron más nítidas. El siguiente gran paso fue comunicar a su padre por carta su negativa al matrimonio. Le informó de su vocación y proyecto de fundar un Instituto aprovechando la experiencia que había adquirido conviviendo con las jóvenes. No estaba vinculada con votos, pero se propuso cumplir lo que entendía como voluntad divina. El 11 de junio de 1876 puso en marcha el Instituto; con ella se comprometían en esta labor dos jóvenes.

Las vocaciones aumentaron y la fundación iba creciendo exponencialmente. Hacía a todas la siguiente advertencia: «A este fin consideren que han venido al Instituto a morar unánimes y conformes y a no tener sino un corazón y un alma en Dios». Puso la «Congregación del Servicio Doméstico» (actuales «Religiosas de María Inmaculada») bajo el amparo de la Virgen María. Suplicaba de manera insistente: «Enséñame a obedecer, Dios mío». La caridad era el único horizonte para las componentes de la fundación: «Nada me agrada tanto como poder contemplaros abrasadas en el fuego de la caridad». En poco tiempo cinco nuevas casas dieron cuenta de la fecundidad apostólica.

En julio de 1890 hizo sus votos perpetuos. Poco después enfermó gravemente de tuberculosis. Viendo que iba a morir, y pensando en las jóvenes, manifestó: «Quiero recomendarles que por mi muerte no se suprima ninguna fiestecilla de las chicas, y ésto aunque estuviera de cuerpo presente». Su tránsito se produjo el 26 de diciembre de 1890. «Si vivimos bien, la muerte será el principio de la vida», había dicho. Fue beatificada por Pío XII el 19 de febrero de 1950, y canonizada por Pablo VI el 25 de mayo de 1975.