Cáritas | 17/01/2020

 

Solidaridad sobre cenizas

 

"Cuando se escriben estas líneas ya son casi 70.000 las personas que han tenido que ser evacuadas"

 

 

 


 

 

 

 

La tarde del domingo del 12 de enero discurría con total normalidad en Tagaytay, uno de los parajes naturales preferidos por gran número de personas de la vecina y cogestionada metrópolis Manila para pasar el final de semana. Son múltiples las razones que hacen de este enclave un destino obligatorio para turistas y domingueros: temperaturas más suaves, cultivo de las piñas más sabrosas del país, arte y destreza de sus ebanistas con la madera, así como la impresionante panorámica natural que ofrecen el Volcán Taal y su lago a todos los que se acercan en busca de una paradisíaca instantánea. Sin embargo, a las dos de la tarde del pasado domingo el volcán decidió mostrar su lado más salvaje y en cuestión de minutos vomitó toneladas de ceniza que cubrieron con un manto gris lo que antes era multicolor. Miles y miles de personas, los visitantes y los habitantes, en medio del caos, huyeron del efecto destructor inmediato de dichas cenizas así como del riesgo de una explosión total del volcán. Cuando se escriben estas líneas ya son casi 70.000 las personas que han tenido que ser evacuadas y que han tenido que alojarse en los cientos de centros de evacuación que tanto los gobiernos locales como las organizaciones sociales han puesto en funcionamiento para responder a esta nueva tragedia que azota a Filipinas.

Ayer, antes del amanecer, salí de Manila con el equipo de emergencias de Cáritas Filipinas, nuestro objetivo era poder acercarnos a las zonas más afectadas y especialmente a los centros de evacuación donde están las personas desplazadas, para poder conocer de primera mano la situación de las mismas y aquellas necesidades que ya habían ido compartiendo con nosotros durante nuestro seguimiento remoto de la emergencia. El primer destino fue el Centro de Operaciones de la Cáritas Diocesana de Lipa, en la provincia de Batangas, provincia donde se encuentra el volcán Taal y, por tanto, más afectada. Allí nos encontramos con el Padre Jazz, director de la Cáritas Diocesana, y con todo su equipo, unos 20 trabajadores y toda una legión de personas voluntarias, principalmente, jóvenes. La actividad del centro de operaciones era frenética, tan pronto recibiendo donaciones en su almacén como dándole salida a las mismas, siguiendo siempre sistemáticos protocolos de recogida y distribución. Desde la oficina de operaciones, presidida por una gran pantalla, se lleva el seguimiento constante tanto de la información sobre la evolución del volcán que va llegando de las agencias del gobierno como el minuto a minuto de las operaciones de distribución de bienes a los centros de evacuación y a las familias que han acogido a familiares, amigos o sencillamente a personas que necesitan su apoyo en estos momentos.

Tras visitar el corazón de operaciones, nos trasladamos a un centro de evacuación que está operando la Cáritas Diocesana, y fue uno de los momentos con más brillo y color del día donde pudimos conocer y conversar con las personas evacuadas del centro. Conocimos al señor Roberto que a sus 80 años y en sillas de ruedas, junto con los siete miembros de su familia, se había cobijado en este Santuario del Padre Pío. Y también hablamos con la señora Rosa, que junto con sus cuatro hijas y sus sobrinas, decidió acudir a este centro en busca de protección. Se mostraban satisfechos y agradecidos por haber encontrado un lugar donde resguardarse, pero en sus rostros veíamos la fatiga de la huida y la sombra de la preocupación por el mañana. La mayoría de las localidades de donde proceden estas personas están actualmente sepultadas por las cenizas. Y con un pronóstico muy incierto sobre la evolución de la actividad del volcán en los próximos días y meses, que podría alcanzar el nivel 5 y máximo, y la consiguiente destrucción masiva de la zona que podría provocar, nos resulta más que comprensible la preocupación de su mirada. El temor al momento de volver a sus casas, de saber si queda algo de ellas, y la obligación de volver a empezar de nuevo, hace mella en el ánimo de los desplazados. Importante es recordarnos que en esos momentos de retorno y quizás de un modo más intenso también van a necesitar de nuestro apoyo.

Todavía recuerdo las palabras de una de las responsables del centro de evacuación del Barangay San José, mientras algunos monitores dinamizaban actividades para niños: “queremos que el tiempo que los niños estén en el centro de evacuación sea un tiempo que recuerden por la diversión que en ellos tuvieron y no solo se queden con el sufrimiento que supone también para los más pequeños dejar atrás cuanto tienen, con la incertidumbre de si en algún momento lo podrán recuperar. Queremos que el centro de evacuación sea un espacio de alegría y vida”.

Ya oscureciendo, visitamos la ciudad de Tagaytay, donde el suministro eléctrico sigue cortado así como el agua al no funcionar el bombeo que lleva el agua hasta la ciudad, y nos encontramos una ciudad fantasma, oscura, desierta y cubierta por cenizas… Sin embargo, a pesar de la oscuridad del desastre, ya volviendo en el coche de regreso a Manila, quise guardar en mi memoria toda la luz y colorido que tantas personas, voluntarias y trabajadoras, me habían irradiado a lo largo del día. Y quise creer que sobre la grisura de la ceniza y del sufrimiento de las personas se imponía el color y el brillo de la empatía y de la solidaridad.