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El tedio, una condición de la vida interior

 

En una entrevista, Charles Wright analiza las diferentes vías espirituales actuales. Histórico de formación y escritor, biógrafo del monje trapista André Louf (1), vive actualmente en un monasterio en Ardèche y experimenta el tedio

 

 

27 ene 2020 | La Croix


 

 

 

 

Charles Wright: Yo soy hijo de la ciudad y de la híper-modernidad, con su búsqueda constante de novedad, de intensidad, de saturación del tiempo. Un día ya no pude soportar este frenesí. Experimenté una sed inmensa de vida, de lentitud, el deseo de retomar lo elemental, con la sencillez, con lo esencial de las cosas. Desde hace algunos meses estoy aprendiendo la vida solitaria en un priorato en Ardèche, donde dos hermanos perpetúan una vida monástica en una gran desnudez, una gran sencillez de vida.

 

¿Qué espera de este retirarse, de este «tedio» posible?

C. W.: Los hermanos me repiten constantemente: «En la vida monástica, es necesario estar preparado a todo, pero sobre todo… a nada». Desde que vivo en este valle escarpado, áspero y salvaje, me doy cuenta de la profundidad de este apotegma. Aquí, el entorno es pobre, sin distracciones relacionales, intelectuales, sin entretenimientos. La mirada choca con las montañas de alrededor, no hay escapatoria. En este ambiente despojado aflora la humilde verdad de las cosas en su desnudez. Y esto es un gran bien.

 

¿No tiene la impresión de un verdadero tedio?

C. W.: Aquí, el tedio, la monotonía, están al acecho. Al ritmo de la liturgia y de las estaciones, cada día se parece al otro. Con los hermanos parto troncos, trabajo la tierra, rehago los muros de piedra en seco, me cuido de un pequeño rebaño de carneros. Es una vida al aire libre, donde me vuelvo a poner en contacto con algo que es elemental, con el humus. También es una escuela de realismo, de humildad. Me parece que esta vida despojada, silenciosa, vacía, en contacto íntimo con el cosmos, armonizada con las estaciones, se confunde con la oración.

 

¿El tedio puede producir fruto?

C. W.: El tedio, la languidez del tiempo nos abren a verdades que la prisa y el ‘todo lleno’ nos ocultan. Dejando que las horas ‘reposen’, se da a las cosas, a los paisajes, a las personas, la posibilidad de desplegar sus matices. En el ritmo lento y monótono de una vida monástica, las sensaciones, menos numerosas, llegan a ser más densas, más ricas. Desacelerando, la existencia gana en profundidad, se está más atento a las fiestas del instante, esas pequeñas nadas que revelan su carga de belleza y de misterio: las campanillas de los carneros, el paso de un pájaro, el rumor del arroyo, el rostro de alguien que hace retiro…

 

Pero el tedio puede ser seco, sin perspectivas, doloroso…

C. W.: También es una prueba. La vida despojada, desnuda, revela nuestro propio caos interior. Todo lo que encubre el personaje social se va. Pronto ya no queda nada, si no nuestro conjunto de pobrezas y de miserias. Uno se encuentra con las manos vacías, el corazón roto y quebrantado. Y entonces la gracia de Dios puede actuar. Las realidades del Reino nunca hacen ruido, se manifiestan discretamente, a baja intensidad, nunca de manera remarcada. El tedio que va con el silencio y la soledad es una condición de la vida interior.

 

¿Cómo pueden los cristianos dar a entender esta invitación?

C. W.: Según mi opinión, la Iglesia está demasiado atrapada en el tropismo occidental del «hacer», cuando habría que aprender a «ser» sencillamente. La oración, la docilidad al Espíritu son el manantial real de toda renovación, el comienzo interior de toda reforma. Los cristianos creen erróneamente que hay que producir cosas, cuando su presencia es suficiente. No hacer nada, estar justo ahí, es el acto más intenso. ¡Y también el más duro!

 

 

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(1) Le Chemin du cœur, l’expérience spirituelle d’André Louf, Charles Wright, Salvator, 2017.

Declaraciones recogidas por Christophe Henning