Sociedad y Familia

 

‘La isla de las tentaciones’: del “Estefanía” a la máxima perversión de un ‘reality’

 

El filósofo Byung-Chul Han denunciaba que en la sociedad expuesta, “cada sujeto es su propio objeto de publicidad. Todo se mide en su valor de exposición. La sociedad expuesta es una sociedad pornográfica”

 

 

04 febrero, 2020 | ForumLibertas.com


 

 

 

 

Escogen a cinco parejas, separan a los chicos de las chicas y cada grupo se va a dormir a una casa. A los chicos los alojan con 10 chicas solteras y a las chicas con 10 chicos solteros. Es el reality ‘La isla de las tentaciones’, el programa de televisión que desafía cualquier tipo de ética televisiva.

El programa ha tenido un episodio especialmente escabroso esta pasada semana, en la que Christofer, uno de los grandes protagonistas del programa vio cómo su novia Fani, con la que acudió al programa, era una de las primeras chicas en ser infiel.

Su reacción al grito de “¡Estefanía!” se ha viralizado en internet. El dolor vende. Ya lo apuntaba el filósofo Byung-Chul Han en La sociedad de la transparencia: “En la sociedad expuesta, cada sujeto es su propio objeto de publicidad. Todo se mide en su valor de exposición. La sociedad expuesta es una sociedad pornográfica“.

Y continuaba el filósofo surcoreano: “El capitalismo agudiza el proceso pornográfico de la sociedad en cuanto lo expone todo como mercancía y lo entrega a la hipervisibilidad. Se aspira a maximizar el valor de exposición. El capitalismo no conoce ningún otro uso de la sexualidad”.

El viral lamento de Christofer ha tenido su momento de gloria mainstream y, más allá del programa ‘La isla de las tentaciones’, ha estado presente en programas como El hormigueroOT 2020 o incluso en la gala de los Premios Goya.

 

La perversión de ‘La isla de las tentaciones’

Hay algunos formatos que esconden perversidades que no están dejadas a su suerte: son medidas, estudiadas y programadas.  y que nos interpelan como espectador y, en casos extremos, incluso como personas: nuestra base ética.

El crítico de La Vanguardia, Albert Doménech afirmaba: “En un momento en el que quizás la comunicación y la tolerancia entre cualquier pareja que se preste está en horas bajas, el programa estimula la aparición de inseguridades y celos (la mayoría ya vienen con esas cargas en su mochila emocional, de ahí la importancia del casting) que suelen terminar en venganzas que justifiquen su comportamiento por lo que ha hecho el otro y la otra, sin mediar ningún tipo de conversación en la que cada uno sea capaz de aceptar sus responsabilidades”.

“Así que al final parece -prosigue- que el único objetivo del programa y del espectador es ver si la manzana termina entera, medio mordida o triturada por completo. La audiencia del formato crece cuando hay señales de las primeras infidelidades que se avecinan, como aquel tiburón que huele sangre y ataca sin piedad. Vamos a ser sinceros: el programa despierta nuestra faceta más morbosa y los sentimientos más oscuros, aquellos que se alimentan de la desgracia o los “pollos” ajenos. ¿Cómo reaccionará tal cuando vea a su mujer besándose con otro? ¡Por favor, que pase algo! Por eso hemos venido a jugar, ¿no?”.

‘La isla de las tentaciones’, un programa donde el reality somos los espectadores, donde se mide a la audiencia.