Colaboraciones

 

El servicio religioso en los hospitales

 

 

06 febrero, 2020 | por Jaime Vierna


 

 

 

 

El senador de Compromís Carlos Mulet ha dirigido un escrito al Gobierno instándole a eliminar los servicios de asistencia religiosa en los centros sanitarios. Es una situación, dice, que consagra la posición privilegiada de la Iglesia Católica, pues esta asistencia religiosa sólo se le permite a ella, pero “no al resto de confesiones o sectas religiosas”. Está, además, sobradamente justificada la eliminación de tales servicios de nuestros hospitales, ya que, asegura, “la asistencia religiosa no forma parte de ninguna rama de la medicina moderna”.

No es la primera vez que se plantea esta cuestión. En términos semejantes se ha manifestado anteriormente la coordinadora general de Esquerra Unida del País Valencià, Rosa Pérez Garijo, amparándose en que la asistencia religiosa “no tiene nada que ver con la atención sanitaria”. El asunto merece, a mi juicio, una reflexión detenida.

Para empezar, veamos cuál es la situación que se quiere corregir.

La Iglesia Católica se hace presente en los hospitales públicos en función de un convenio firmado con el Estado por el cual “subcontrata” la asistencia religiosa de dichos centros. No constituyen una muchedumbre: la cobertura de este servicio para toda España está a cargo de alrededor de 850 personas, muchos de ellos -pero no todos- sacerdotes. Y no es algo que se conceda a la Iglesia Católica a título particular y privilegiado, aunque el hecho de que la católica sea la confesión religiosa con mayor número de miembros en nuestra sociedad hace que su presencia sea más visible y pueda parecer la única.

No hay aquí  ninguna discriminación por razón de religión: las otras confesiones, aunque no tan significadas en nuestra sociedad, pueden también atender a los miembros de su comunidad en todos nuestros hospitales. Es el caso de las comunidades protestante (evangélica) y judía, que tienen acuerdos de cooperación con el Estado en esta materia a través, respectivamente, de la Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de España y de la Federación de Comunidades Israelitas de España.

Otra comunidad de implantación creciente, la musulmana, puede establecer conciertos con la Administración competente a través de la Comisión Islámica de España.

En cuanto a confesiones de menor implantación legalmente reconocidas, como los mormones, los testigos de Jehová, los budistas, los cristianos ortodoxos, etc., que no tienen convenios suscritos con el Estado, no por eso están excluidos de la asistencia religiosa en los hospitales públicos: ellos también están amparados por la Ley de libertad religiosa, y las lagunas existentes en el ámbito estatal se suplen con normas autonómicas.

Otra cuestión es saber por qué se implantan servicios religiosos en un hospital, que a lo que se dedica es a atender a enfermos. Al llegar a este punto hay que recordar que los convenios a los que me vengo refiriendo no se establecen por voluntad del Estado o por un afán de las distintas confesiones de meter la religión en todos los rincones de la vida. Se establecen para cumplir las directrices de la Organización Mundial de la Salud.

Somos algo más que un cuerpo, algo más que un conjunto de estructuras anatómicas, de fenómenos mecánicos y de reacciones químicas. Tenemos una dimensión psíquica también, y una dimensión social. Y una dimensión espiritual. Cuando enfermamos, no enfermamos únicamente en el corazón, o en el estómago, o en la rodilla: enfermamos en todas nuestras dimensiones, como un “todo”: enfermamos personalmente.

Por eso, cada enfermo vive su enfermedad a su manera, y requiere una atención personalizada.

Un enfoque puramente biológico de la asistencia sanitaria convertiría nuestros hospitales en clínicas veterinarias.

La OMS lo sabe muy bien, y subraya la condición humana del enfermo, que le hace acreedor de atención más allá de los cuidados científico-técnicos, una atención que integre el abordaje de todas las dimensiones de la persona (física, psíquica, social y espiritual).

Por eso pide que haya en los hospitales psicólogos clínicos, trabajadores sociales y asistentes religiosos: para dar al enfermo una atención a la altura del hombre.