Colaboraciones

 

Qué tiene el marxismo, para estar tan vivo (y III)

 

 

17 febrero, 2020 | por Estanislao Martín Rincón


 

 

 

  1. Versatilidad. Todos los hombres de todas las épocas han padecido fascinación por lo nuevo. Es imposible, literalmente imposible, atraer a los jóvenes de cualquier generación con etiquetas usadas, sean estas de la índole que sean. Sabedores de que esto funciona así, los marxistas pueden presumir de una versatilidad admirable. No porque tengan nada nuevo que ofrecer, pero lo parece. Basta con actualizar el lenguaje, las consignas, las proclamas, el look de sus mentores. El marxismo es enormemente versátil. Resultan asombrosas sus posibilidades de adaptación a los hombres y a los tiempos. A los hombres de cualquier lugar del mundo y de cualquier cultura, y a los tiempos en cuanto que no solo se acopla a las diversas transformaciones sociales, sino que las lidera como si fueran patentes suyas. Podríamos poner un sinfín de ejemplos de movimientos punteros en los que el marxismo ha ido tomando la delantera desde hace décadas. He aquí algunos en nuestros países occidentales: la educación, el ecologismo, el feminismo, los medios de comunicación social, la interpretación de la historia, el cine, el teatro, el asociacionismo…
  2. La denuncia. Los marxistas son habilísimos en el ejercicio de la denuncia. Hay que reconocer en ellos una sagacidad extraordinaria en el manejo de la denuncia, en la que siguen un esquema muy simple pero muy efectivo. Toman un problema real (una injusticia clamorosa, una situación de precariedad objetiva, un problema social que afecte a un buen número de ciudadanos, un hecho que mueve a compasión por el sufrimiento que produce, etc.), señalan una causa que sea bien visible (para lo cual tiene que ser superficial) y ofrecen como solución un atajo rápido y efectivo. La táctica les funciona, pero el alejamiento de la realidad es palmario porque los grandes problemas no suelen deberse a una causa única y menos aún si es superficial, sino a un entramado de causas, muchas de las cuales son difíciles de descubrir porque son remotas, están solapadas con otras o permanecen ocultas, con lo cual, las verdaderas soluciones no son rápidas ni fáciles.

Compruébese cómo hemos asumido las soluciones marxistas para asuntos problemáticos de los cuales la izquierda ha hecho bandera en las últimas décadas. El drama doméstico de tantas crisis familiares a las que se ofrece como solución rápida el divorcio, el problemón (más subjetivo que objetivo) que se les viene encima a chicas jóvenes y adolescentes cuando se encuentran con un embarazo que no previeron y para el cual el aborto se presenta como liberación, la eutanasia para el sufrimiento de personas con enfermedades crónicas e incurables, etc. Estos son problemas reales a los que se tienen que enfrentar muchas personas, pero no se resuelven con denuncias ni con los atajos que ofrece la izquierda marxista de nuevo cuño. Llegados a este punto hay que hacerse una pregunta que se impone por sí misma: ¿Qué hay detrás del recurso a la denuncia que tanto atrae y que tanto juego les da a los marxistas? La respuesta es ruido, alboroto mediático, cacareo vacío de contenido, o sea nada; mascaradas tras las cuales se mueven con astucia sus estrategas para lograr sus fines, que no son otros que conquistar el poder y ejercerlo, da igual cuál sea el ámbito de dominio: político, económico, cultural, etc. Pero ningún interés real por aliviar o quitar el motivo de sufrimiento a las personas sufrientes, las cuales, si acaso se acogieron a las soluciones marxistas, ahí siguen, pero con sufrimientos aún mayores. Y lo que es aún peor, a las dificultades que no desaparecen hay que añadir la decepción de la engañifa, con lo cual el hundimiento es mayor porque se pierden los motivos para la esperanza.

El marxismo hace creer que se siente muy afectado por los problemas sociales, pero no es cierto, porque no hay ni un solo sitio donde se ha impuesto, que no haya generado más problemas, y mucho mayores, que los que denunciaba antes de hacerse con el poder. Los hechos, siempre tozudos, nos llevan a concluir que la denuncia no es sino una estrategia, una estrategia para la que necesita el apoyo de la masa porque está dentro de la estrategia de la denuncia el hacer prosélitos y recabar el mayor número posible de adhesiones. Digo el marxismo y no los marxistas porque cabe suponer a muchos adeptos al marxismo sinceramente preocupados por aquello que denuncian. Dejemos esta puerta abierta para que puedan salir por ella todos aquellos que en el pasado o en el tiempo presente, cargados de buena voluntad, erraron y siguen errando, en su adscripción a corrientes de pensamiento, movimientos sociales, partidos políticos o asociaciones amamantados por el marxismo, bien de manera explícita, bien de manera encubierta.

  1. Una pseudorreligión. Una religión falsa, porque es atea, pero tiene capacidad de seducción y arrastre porque ofrece al espíritu -engañándolo- las satisfacciones propias de una religión. El marxismo es un sucedáneo religioso diseñado por hombres a la medida de otros hombres, con todos los elementos propios de una religión: doctrina, moral, culto y promesas.

Ahora diremos muy brevemente algo sobre esos cuatro elementos, pero antes hemos de responder a una pregunta. Si decimos que el marxismo no está diseñado para el hombre, sino para algunos hombres, hemos de decir para cuáles. ¿Quiénes son esos hombres que se satisfacen con una religión falsa por ser atea? A esta y a la siguiente pregunta responderemos en dos momentos.

Si además es cierto que el marxismo ha demostrado acoplarse fácilmente a cualquier tiempo y cultura, ¿qué pueden tener en común gentes tan diversas para verse atraídos por esta religión espuria? Dos cosas.

Primera: Es verdad que el marxismo seduce, pero seduce solo a quienes positivamente quieren ser seducidos, o al menos, no tienen inconveniente en dejarse seducir. ¿Cómo puede ser eso? Por la inmanencia propia de toda seducción; es decir, por la fascinación que la seducción ofrece en sí misma, independientemente de adónde conduzca. Quienes se encuentren dentro de ese grupo de hombres, constituyen una parte de los que se satisfacen con esta religión fraudulenta.

Segunda: El marxismo se ofrece a sí mismo como una forma de hacer el bien al margen de los medios empleados para lograrlo. En favor de los marxistas de buena fe hay que suponer su buena voluntad en la búsqueda del bien y concederles el beneficio de tal suposición, pero también hay que decirles que no se puede buscar el bien por mal camino, lo cual no es sino una derivación del principio según el cual el fin no justifica los medios. Tienen derecho a oírlo. El bien hay que buscarlo bien buscado, con medios congruentes con el bien que se busca; buscar el bien con malas artes es mezclar bien con mal y esa mezcla es perversa siempre, sin excepciones. Buscar el bien mal buscado es probablemente la mejor manera de errar desde el punto de partida. Ya veíamos en la segunda parte que el marxismo práctico es muy dado a los atajos, independientemente de las barreras morales objetivas que haya que saltarse. Dicho con otras palabras: el marxismo no se frena ante las exigencias del Dios verdadero, ya que estas no suelen presentarse fáciles ni exitosas. El hombre de conciencia religiosa recta, acierte o no acierte con la fe verdadera, busca, ante todo, servir a Dios con honestidad y corazón sincero. Ahora bien, ese hombre debe saber que servir a Dios es prepararse para una lucha en la que puede haber muchos reveses y escasos triunfos, muchas contradicciones y mucho sufrimiento a cambio de ningún aplauso. En el libro del Eclesiástico podemos leer esta advertencia que el propio Dios hace a todo aquel que se decida a servirlo: “Hijo, si te acercas a servir al Señor, prepárate para la prueba” (Eclo 2, 1). Creo que no hace falta explicar que este punto de partida es del todo incompatible con los postulados marxistas. Quienes acogen esta visión moral a la que la bondad o maldad de los medios le resulta indiferente, y acomodan a ella su conciencia son otra parte de los que se sienten a gusto con esta religión atea.

En cuanto a los elementos religiosos antes citados, el primero es la doctrina. El marxismo es doctrinario porque sus bases son dogmáticas, sus fundamentos no proceden de premisas racionales sometidas a experimentación y control antes de ser validadas, sino postulados que hay que aceptar porque sí. Tan doctrina que el gran mentor del comunismo teórico, Engels, en su obra “Principios comunistas”, copió la terminología y la estructura de preguntas y respuestas propias del catecismo católico. Tan doctrina que la principal obra de Mao, impuesta obligatoriamente en China durante décadas se llamaba Catecismo, el Catecismo Rojo.

El segundo elemento es la moral. La moral marxista es contradictoria porque si por una parte cede fácilmente ante las barreras de la moral natural, por otra parte es teóricamente muy dura en muchos aspectos, lo cual sirve a la vez para la propia justificación y para confusión ajena. En sus aspectos más exigentes es una moral estricta (véase, por ejemplo, el “Poema Pedagógico” de Antón Makarenko), inmisericorde con la debilidad humana, basada en el desprendimiento forzado, invocando no la necesidad de personas desfavorecidas conocidas y concretas, sino el bien favor de entidades no personales inconcretas: el pueblo, el Estado, el Partido, el proletariado, la clase obrera, las mujeres, la humanidad, el medio ambiente, el clima. Debido a este enfoque moral, el marxismo es alérgico a la caridad, la mansedumbre o la misericordia, y no solo es radicalmente contrario a estas virtudes, sino que las combate y se enorgullece de ello.

En lo que se refiere al culto, este se ha centrado en torno a los líderes o personajes destacados por los respectivos regímenes, cuyos nombres se han rodeado de un aura de intocabilidad, se les han erigido estatuas y mausoleos, convertidos estos en auténticos centros de peregrinación para los correligionarios.

Y por último las promesas. Muchas promesas, la más seductora, el paraíso terrenal del cual ya hemos hablado.