Servicio diario - 23 de febrero de 2020


 

Bari: El Papa exhorta a combatir el miedo nacionalista y a reconstruir lazos
Redacción

Misa en Bari: "Amar y perdonar es vivir como vencedores"
Redacción

Mediterráneo: Una región "tan importante para la paz mundial"
Raquel Anillo

Encuentro en Bari: Los pastores mediterráneos soportan el sufrimiento de su gente
Anne Kurian

Beata Josefa Naval Girbés, 24 de febrero
Isabel Orellana Vilches


 

 

 

23/02/2020-10:39
Redacción

Bari: El Papa exhorta a combatir el miedo nacionalista y a reconstruir lazos

(zenit – 23 febrero 2020).- Combatir los temores nacionalistas y reconstruir los lazos: esta es la misión que el Papa Francisco confía a los obispos de la región mediterránea a los que ha encontrado en Bari, en el sur de Italia, en la costa del Adriático, este 23 de febrero de 2020. En busca del bien común, recomendó guiarse por “las expectativas de los pobres”.

Durante esta segunda visita a esta ciudad donde se guardan las reliquias de San Nicolás, el Papa participó en una reunión de reflexión y espiritualidad ‘Mediterráneo, Frontera de Paz’. En el aterrizaje de su helicóptero a las 8:15 horas en la Plaza Cristóbal Colón en Bari, fue recibido por el arzobispo local, Mons. Francesco Cacucci, así como por el presidente de la región de Puglia, el prefecto y el alcalde de Bari.

Después de haber llegado en papamóvil a la Basílica de San Nicolás, el Papa participó en el encuentro con unos sesenta obispos de veinte países del Mediterráneo, a quienes exhortó a “reconstruir los lazos que se han cortado, para levantar las ciudades destruidas por la violencia … para dar esperanza a los que la han perdido, y para exhortar al que está encerrado en sí mismo a no temer al hermano”.

Dar hacia el Mediterráneo representa “un potencial extraordinario”, dijo en su discurso: “No dejemos que se extienda, por espíritu nacionalista, la convicción de lo contrario, es decir que los Estados menos accesibles y geográficamente más aislados sean privilegiados. Solo el diálogo hace posible encontrarse, superar prejuicios y estereotipos, relacionarse y conocerse mejor”.

El Papa también castigó la guerra, “una locura a la que no podemos resignarnos”: “porque es de locos destruir casas, puentes, negocios, hospitales, matar personas y aniquilar los recursos en lugar de construir relaciones humanas y económicas”. “No hay, para nadie, ninguna alternativa a la paz”, insistió. “La guerra aparece ser el fracaso de cualquier proyecto humano y divino”.

Durante mucho tiempo he defendido a los migrantes y refugiados, contra los retiros nacionalistas que ven los flujos migratorios “como una invasión”: “En varios contextos sociales, un sentimiento de indiferencia, e incluso de rechazo, está muy extendido … un sentimiento de miedo se introduce”. Pero, advirtió, “la retórica del choque de civilizaciones solo sirve para justificar la violencia y alimentar el odio”

El Papa señaló: “el fracaso, o al menos la debilidad, de la política y la intolerancia”, es causa “del radicalismo y del terrorismo”. Él abogó por “la protección de las minorías y la libertad religiosa”: “La persecución de la cual son víctimas sobretodo, pero no solo, las comunidades cristianas es una herida que nos desgarra el corazón y no puede dejarnos indiferentes”.

Finalmente, el Papa Francisco ha deseado “una colaboración más activa entre los grupos religiosos y las diversas comunidades”, porque “aquellos que se ensucian las manos para construir la paz y practicar la acogida ya no podrán luchar por razones de fe”, sino que caminarán por caminos de confrontación respetuosa, solidaridad recíproca, de la búsqueda de la unidad”.

Después de saludar a cada uno de los obispos, el Papa bajó a la cripta de la basílica para venerar las reliquias de San Nicolás, obispo de Myra, reconocido por los fieles de diferentes Iglesias y denominaciones cristianas como defensor de los más débiles y perseguidos, protector de las jóvenes, marineros, niños, y saludar a la comunidad dominicana.

AK

 

Publicamos a continuación el discurso del  Papa Francisco:

***

 

Discurso del Papa Francisco

Queridos hermanos:

Me alegra encontraros y os agradezco a cada uno de vosotros el haber aceptado la invitación de la Conferencia Episcopal Italiana para participar en este encuentro que reúne a las Iglesias del Mediterráneo. Cuando, en su momento, el cardenal Bassetti me presentó la iniciativa, la acepté inmediatamente con alegría, viendo en ella la posibilidad de iniciar un proceso de escucha y diálogo, mediante el cual contribuir a la construcción de la paz en esta zona destacada del mundo. Por esta razón, quería estar presente y dar testimonio del valor que tiene el nuevo paradigma de fraternidad y colegialidad, del cual vosotros sois expresión.

Considero significativa la decisión de celebrar este encuentro en la ciudad de Bari, tan importante por los lazos que mantiene tanto con Oriente Medio como con el continente africano, signo elocuente de cuán arraigadas están las relaciones entre pueblos y tradiciones diferentes. Además, la diócesis de Bari siempre ha mantenido vivo el diálogo ecuménico e interreligioso, trabajando incansablemente para establecer lazos de estima y de fraternidad mutua. No es casualidad que haya elegido reunirme aquí, hace un año y medio, con los responsables de las comunidades cristianas de Oriente Medio, para un momento importante de diálogo y comunión, que ayudase a las Iglesias hermanas a caminar juntas y a sentirse más cercanas.

En este contexto particular, os habéis reunido para reflexionar sobre la vocación y el destino del Mediterráneo, sobre la transmisión de la fe y la promoción de la paz. El Mare nostrum es el lugar físico y espiritual en el que se formó nuestra civilización, como resultado del encuentro de diferentes pueblos. Precisamente en virtud de su conformación, este mar obliga a las culturas y a los pueblos costeros a una proximidad constante, invitándolos a hacer memoria de lo que tienen en común y a recordar que sólo viviendo en armonía pueden disfrutar de las oportunidades que ofrece esta región desde el punto de vista de los recursos, de la belleza del territorio y de las diversas tradiciones humanas.

En nuestros días, la importancia de esta región no ha disminuido como consecuencia de las dinámicas determinadas por la globalización; al contrario, esta última ha acentuado el rol del Mediterráneo como encrucijada de intereses y acontecimientos relevantes desde un punto de vista social, político, religioso y económico. El Mediterráneo sigue siendo un área estratégica, cuyo equilibrio también manifiesta sus efectos en otras partes del mundo.

Se puede decir que sus dimensiones son inversamente proporcionales a su tamaño, lo que nos lleva a compararlo, más que a un océano, a un lago, como ya lo hizo Giorgio La Pira. Llamándolo “el gran lago de Tiberíades”, sugirió una analogía entre el tiempo de Jesús y el nuestro, entre el ambiente en que Él se movía y el que viven los pueblos que hoy lo habitan. Y así como Jesús obraba en un contexto heterogéneo de culturas y creencias, nos situamos en un marco multiforme y poliédrico, golpeado por divisiones y desigualdades, lo que aumenta su inestabilidad. En este epicentro de profundas líneas de ruptura y de conflictos económicos, religiosos, confesionales y políticos, estamos llamados a ofrecer nuestro testimonio de unidad y paz. Lo hacemos a partir de nuestra fe y de la pertenencia a la Iglesia, preguntándonos qué contribución podemos ofrecer, como discípulos del Señor, a todos los hombres y mujeres de la zona mediterránea.

La transmisión de la fe sólo puede sacar fruto del patrimonio del que el Mediterráneo es depositario. Es un patrimonio custodiado por las comunidades cristianas, que se reaviva a través de la catequesis y la celebración de los sacramentos, la formación de conciencias y la escucha personal y comunitaria de la Palabra del Señor. De modo particular, la experiencia cristiana encuentra en la piedad popular una expresión tan significativa como indispensable: de hecho, la devoción del pueblo es principalmente una expresión de fe sencilla y genuina.

En esta región, un depósito de gran potencialidad es también el artístico, que combina los contenidos de la fe con la riqueza de las culturas y con la belleza de las obras de arte. Es un patrimonio que atrae continuamente a millones de visitantes de todo el mundo y que debe preservarse cuidadosamente, como un legado precioso que ha sido recibido “en préstamo” y que debe entregarse a las generaciones futuras.

En este contexto, el anuncio del Evangelio no puede separarse del compromiso por el bien común y nos empuja a actuar como perseverantes constructores de la paz. Hoy el área del Mediterráneo está amenazada por muchos focos de inestabilidad y guerra, tanto en Oriente Medio como en varios Estados del norte de África, y también entre diferentes grupos étnicos o grupos religiosos y confesionales. Tampoco podemos olvidar el conflicto, aún sin resolver, entre israelíes y palestinos, con el peligro de soluciones no equitativas y, por lo tanto, amenazantes de nuevas crisis.

La guerra, que destina los recursos a la compra de armas y la fuerza militar, desviándolos de las funciones vitales de una sociedad, como el apoyo a las familias, a la salud y a la educación, es contraria a la razón, según la enseñanza de san Juan XXIII (cf. Carta enc. Pacem in terris, 114; 127). En otras palabras, es una verdadera locura, porque es irracional destruir casas, puentes, fábricas, hospitales, matar personas y aniquilar recursos en vez de construir relaciones humanas y económicas. Es un sinsentido al que no podemos resignarnos: la guerra nunca puede confundirse con la normalidad, ni ser aceptada como una forma ineludible para regular las divergencias y los intereses opuestos.

El objetivo final de toda sociedad humana sigue siendo la paz, tanto que se puede reiterar: “No hay alternativa posible a la paz”.[1] No existe una alternativa sensata a la paz, porque cada proyecto de explotación y supremacía degrada a quien golpea y a quien es golpeado, y revela una concepción miope de la realidad, puesto que priva del futuro no sólo al otro, sino también a uno mismo. La guerra se presenta como el fracaso de todo proyecto humano y divino: basta con visitar un lugar o una ciudad, escenarios de conflicto, para darse cuenta de cómo, a causa del odio, el jardín se convierte en una tierra desolada e inhóspita y el paraíso terreno en un infierno.

La construcción de la paz, que la Iglesia y todas las instituciones civiles deben sentir siempre como prioridad, tiene la justicia como premisa esencial. Esta es pisoteada cuando se ignoran las necesidades de las personas y prevalecen los intereses económicos partidistas sobre los derechos de los individuos y de la comunidad. La justicia se ve obstaculizada, además, por la cultura del descarte, que trata a las personas como si fueran cosas, y que genera y aumenta las desigualdades; así que, de modo escandaloso, en las costas del mismo mar viven sociedades de la abundancia y otras en las que muchos luchan por la supervivencia. Las innumerables obras de caridad, educación y capacitación realizadas por las comunidades cristianas contribuyen decisivamente a contrastar esta cultura. Y cada vez que las diócesis, parroquias, asociaciones, voluntarios o particulares trabajan para sostener a quienes están abandonados o necesitados, el Evangelio adquiere una nueva fuerza de atracción.

En la búsqueda del bien común —que es otro nombre de la paz— se debe asumir el criterio indicado por el mismo La Pira: dejarse guiar por las “expectativas de los pobres”.[2] Este principio — que jamás puede ser identificable en base a cálculos o a razones de conveniencia—, si se toma en serio, permite un cambio antropológico radical, que hace a todos más humanos.

Por otra parte, ¿para qué sirve una sociedad que siempre logra nuevos resultados tecnológicos, pero que se vuelve menos solidaria con quien pasa necesidad? En cambio, con el anuncio del Evangelio, nosotros transmitimos la lógica por la cual no hay últimos y nos esforzamos por garantizar que la Iglesia, a través de un compromiso cada vez más activo, sea signo de la atención privilegiada a los pequeños y los pobres, porque “los miembros que parecen más débiles son necesarios” (1 Co 12,22) y, “si un miembro sufre, todos sufren con él” (1 Co 12,26).

Entre los que más sufren en el área del Mediterráneo, están los que huyen de la guerra o dejan su tierra en busca de una vida humana digna. El número de estos hermanos —obligados a abandonar sus seres queridos y la patria, y a exponerse a condiciones extremadamente precarias— ha aumentado a causa del incremento de los conflictos y las dramáticas condiciones climáticas y ambientales de zonas cada vez más grandes. Es fácil predecir que este fenómeno, con su dinámica histórica, marcará profundamente la región mediterránea, por lo que los Estados y las comunidades religiosas no pueden encontrarse desprevenidos. Están involucrados los países transitados por los flujos migratorios y los de destino final, pero también los gobiernos y las iglesias de los Estados de origen de los migrantes, que con la partida de muchos jóvenes ven empobrecido su futuro.

Somos conscientes de que en diferentes contextos sociales existe un sentido de indiferencia e incluso de rechazo, que hace pensar en la actitud, estigmatizada en muchas parábolas evangélicas, de aquellos que se cierran en su propia riqueza y autonomía, sin darse cuenta de quién está pidiendo ayuda con palabras o simplemente con su estado de indigencia. Se abre paso una sensación de miedo que lleva a elevar las defensas frente a lo que se presenta de manera instrumentalizada como una invasión. La retórica del choque de civilizaciones sólo sirve para justificar la violencia y alimentar el odio. El incumplimiento o, en cualquier caso, la debilidad de la política y el sectarismo son causas del radicalismo y del terrorismo. La comunidad internacional se ha quedado en intervenciones militares, mientras que debería construir instituciones que garanticen la igualdad de oportunidades y lugares donde los ciudadanos tengan la posibilidad de asumir el bien común.

Por nuestra parte, hermanos, alcemos la voz para pedir a los gobiernos que defiendan las minorías y la libertad religiosa. La persecución, cuyas víctimas son sobre todo —pero no sólo— las comunidades cristianas, es una herida que nos desgarra el corazón y no puede dejarnos indiferentes. Al mismo tiempo, no aceptemos nunca que quien busca la esperanza cruzando el mar muera sin recibir ayuda o que quien viene de lejos sea víctima de explotación sexual, sea explotado o reclutado por las mafias.

Por supuesto, la hospitalidad y la integración digna son etapas de un proceso difícil; sin embargo, es impensable poder enfrentarlo levantando muros. De esta manera, más bien se impide el acceso a la riqueza que trae el otro y que siempre constituye una oportunidad de crecimiento. Cuando se renuncia al deseo de comunión, inscrito en el corazón del hombre y en la historia de los pueblos, se va en contra del proceso de unificación de la familia humana, que ya se está abriendo camino a través de mil adversidades.

El Mediterráneo tiene una vocación peculiar en este sentido: es el mar del mestizaje, “culturalmente siempre abierto al encuentro, al diálogo y a la inculturación mutua”.[3] Mirar al Mediterráneo, por lo tanto, representa un potencial extraordinario: no dejemos que una percepción contraria se difunda a causa de un espíritu nacionalista; es decir, que los Estados menos accesibles y geográficamente más aislados sean privilegiados. Sólo el diálogo nos permite encontrarnos, superar prejuicios y estereotipos, hablarnos y conocernos mejor. Una oportunidad particular, en este sentido, está representada por las nuevas generaciones, cuando se les garantiza el acceso a los recursos y se les coloca en las condiciones para convertirse en protagonistas de su camino; entonces se revelan como la savia capaz de generar futuro y esperanza. Este resultado es posible sólo cuando hay una acogida no superficial, sino sincera y compasiva, practicada por todos y en todos los ámbitos, en lo cotidiano de las relaciones interpersonales, así como en lo político e institucional, y promovida por aquellos que crean cultura y tienen una responsabilidad más relevante ante la opinión pública.

Para quien cree en el Evangelio, el diálogo no sólo tiene un valor antropológico, sino también teológico. Escuchar al hermano no es solamente un acto de caridad, sino también una forma de disponernos para oír al Espíritu de Dios, quien ciertamente actúa en el otro y habla más allá de las fronteras, donde a menudo estamos tentados a encadenar la verdad. Además, conocemos el valor de la hospitalidad: “Por ella algunos, sin saberlo hospedaron a ángeles” (Hb 13,2).

Es necesario desarrollar una teología de la acogida y del diálogo que reinterprete y vuelva a proponer la enseñanza bíblica. Puede elaborarse sólo si se hace todo lo posible por dar el primer paso y no se excluyen las semillas de la verdad que los otros también tienen. De esta manera, la comparación entre los contenidos de las diferentes religiones puede referirse no sólo a las verdades creídas, sino a temas específicos, que se convierten en puntos relevantes de toda la doctrina.

Con demasiada frecuencia, la historia ha conocido contrastes y luchas, basados en la persuasión distorsionada de que estamos defendiendo a Dios ante quien no comparte nuestra creencia. En realidad, los extremismos y los fundamentalismos niegan la dignidad del hombre y su libertad religiosa, causando una decadencia moral y alentando una concepción antagónica de las relaciones humanas. Además, es por esta razón que se necesita con urgencia un encuentro más vivo entre las diferentes religiones, impulsado por un respeto sincero y por una apuesta por la paz.

Dicho encuentro surge de la conciencia, establecida en el Documento sobre la fraternidad, firmado en Abu Dabi, de que “las enseñanzas verdaderas de las religiones invitan a permanecer anclados en los valores de la paz; a sostener los valores del conocimiento recíproco, de la fraternidad humana y de la convivencia común”. Incluso, con referencia a la ayuda a los pobres y a la acogida a los migrantes, se puede lograr una colaboración más activa entre los grupos religiosos y las diferentes comunidades, de modo que el diálogo esté animado por propósitos comunes y acompañado por un compromiso activo. Los que juntos se ensucian las manos para construir la paz y la acogida, ya no podrán combatir por razones de fe, sino que recorrerán los caminos del diálogo respetuoso, de la solidaridad mutua y de la búsqueda de la unidad.

Estos son los deseos que quiero comunicarles, queridos hermanos, al concluir el encuentro fructuoso y vivificante de estos días. Os encomiendo a la intercesión del apóstol Pablo, que cruzó por primera vez el Mediterráneo, afrontando peligros y adversidades de todo tipo para llevar a todos el Evangelio de Cristo. Que su ejemplo os muestre los caminos para continuar el compromiso alegre y liberador de transmitir la fe en nuestro tiempo.

Como envío, os entrego las palabras del profeta Isaías, para que os den esperanza y valentía, como también a vuestras respectivas comunidades. Ante la desolación de Jerusalén después del exilio, el profeta no dejó de vislumbrar un futuro de paz y prosperidad: “Reconstruirán sobre ruinas antiguas, pondrán en pie los sitios desolados de antaño, renovarán ciudades devastadas, lugares desolados por generaciones” (Is 61,4). Esta es la tarea que el Señor os confía para esta amada zona del Mediterráneo: reconstruir los lazos que se han roto, levantar las ciudades destruidas por la violencia, hacer florecer un jardín donde hoy hay terrenos áridos, infundir esperanza a quienes la han perdido y exhortar a los que están encerrados en sí mismos a no temer a su hermano. Que el Señor acompañe vuestros pasos y bendiga vuestra obra de reconciliación y de paz.

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[1] Discurso como conclusión del diálogo con los responsables de las Iglesias y de las comunidades cristianas de Oriente Medio, Bari, 7 julio 2018.

[2] G. La Pira, “Le attese della povera gente”, en Cronache sociali 1/1950.

[3] Ibíd.

 

© Libreria Editorial Vaticana

 

 

 

 

23/02/2020-12:11
Redacción

Misa en Bari: "Amar y perdonar es vivir como vencedores"

(zenit— 23 febrero 2020).- "Amar y perdonar es vivir como vencedores", dijo el Papa Francisco mientras celebraba una misa en Bari, en el sur de Italia, el 23 de febrero de 2020. "Es el único extremismo cristiano", añadió y la mayor revolución de la historia: el amor.

Después de reunirse con los obispos de la región mediterránea en la Basílica de San Nicolás en Bari, el Papa se unió al Corso Vittorio Emanuele II para la misa dominical al aire libre. En su homilía, meditó en la palabra de Cristo: "Ama a tus enemigos y reza por los que te persiguen".

“Es la novedad cristiana. Esta es la diferencia cristiana”, aseguró el Papa: “Reza y ama: esto es lo que debemos hacer… En el amor hacia todos, no aceptamos excusas, no predicamos indulgencia cómoda. El Señor no era complaciente, no hizo concesiones, nos pidió el extremismo de la caridad”.

Y añadió: “No te preocupes por la maldad de los demás, de quien piensa mal de ti. Por el contrario, comienza a transformar tu corazón por amor a Jesús”, en particular, dejando de quejarse de “lo que está mal”. De hecho, “la cultura del odio se combate enfrentando el culto a la lamentación”.

La lógica de Jesús “está perdiendo a los ojos del mundo, pero ganando a los ojos de Dios”, subrayó además el Papa: “Perderemos si defendemos la fe por la fuerza”.

“Hoy Jesús, con su amor sin límites, eleva el listón de nuestra humanidad”, concluyó diciendo: “Elegimos el amor hoy, incluso si cuesta, incluso si se va contra corriente. No nos dejemos condicionar por el pensamiento común, no estamos satisfechos con medias tintas”.

AK

 

A continuación las palabras del Papa:

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Homilía del Papa Francisco

Jesús cita la antigua ley: “Ojo por ojo, diente por diente” (cf. Mt 5,38; Ex 21,24). Sabemos lo que significaba: a quien te quita algo, le quitarás lo mismo. En realidad, era un gran progreso, porque evitaba represalias peores: si alguien te ha hecho daño, le pagarás con la misma medida, no podrás hacerle algo peor. Que las controversias terminaran con un empate era ya un paso adelante. Sin embargo, Jesús va más allá, mucho más lejos: “Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia” (Mt 5,39). Pero, ¿cómo, Señor? Si alguien piensa mal de mí, si alguno me lastima, ¿no puedo pagarle con la misma moneda? “No”, dice Jesús. Nada de violencia, ninguna violencia.

Podríamos pensar que esta enseñanza de Jesús esconde una estrategia: al final, el malvado se dará por vencido. Pero no es este el motivo por el que Jesús pide que amemos incluso a los que nos hacen daño. Entonces, ¿cuál es la razón? Que el Padre, nuestro Padre, ama siempre a todos, aun cuando no es correspondido. Él “hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos” (v. 45). Y hoy, en la primera lectura, nos dice: “Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo”  (Lv 19,2); en otras palabras: “Vivid como yo, buscad lo que yo busco”. Así lo hizo Jesús. No señaló con el dedo a los que lo condenaron injustamente y lo mataron de manera cruel, sino que les abrió los brazos en la cruz. Y perdonó a quienes lo crucificaron (cf. Lc 23,33-34).

Entonces, si queremos ser discípulos de Cristo, si queremos llamarnos cristianos, este es el camino. Amados por Dios, estamos llamados a amar; perdonados, a perdonar; tocados por el amor, a dar amor sin esperar a que comiencen los otros; salvados gratuitamente, a no buscar ningún beneficio en el bien que hacemos. Tú podrías decir: “¡Pero Jesús exagera! Incluso dice: “Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen” (Mt 5,44); habla así para llamar la atención, aunque tal vez en realidad no quiera decir eso”. En cambio, sí. Jesús aquí no usa paradojas, ni giros de palabras; es directo y claro. Cita la antigua ley y dice solemnemente: “Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos”. Son palabras intencionadas, precisas.

Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen. Esta es la novedad cristiana. Es la diferencia cristiana. Rezar y amar: esto es lo que debemos hacer; y no sólo por los que nos aman, por los amigos, por nuestra gente. Porque el amor de Jesús no conoce límites ni barreras. El Señor nos pide la valentía de un amor sin cálculos. Porque la medida de Jesús es el amor sin medida. ¡Cuántas veces hemos descuidado lo que nos pide, actuando como todos los demás! Sin embargo, el mandamiento del amor no es una simple provocación, sino es el espíritu del Evangelio. Sobre el amor hacia todos no aceptamos excusas, no predicamos una cómoda prudencia. El Señor no fue prudente, no hizo concesiones, nos pide el extremismo de la caridad. Este es el único extremismo cristiano: el del amor.

Amad a vuestros enemigos. Nos haría bien repetirnos a nosotros mismos estas palabras y aplicarlas a las personas que nos tratan mal, que nos molestan, que nos cuesta aceptar, que nos quitan la serenidad. Amad a vuestros enemigos. Nos haría bien preguntarnos también: “¿Qué me preocupa en la vida: mis enemigos, quien me aborrece, o amar?”. No te preocupes de la maldad de los demás, o del que piensa mal de ti. En cambio, comienza a transformar tu corazón por amor a Jesús. Porque quien ama a Dios no tiene enemigos en el corazón. El culto a Dios es lo opuesto a la cultura del odio. Y la cultura del odio se combate enfrentando el culto a la lamentación. ¡Cuántas veces nos quejamos por lo que no recibimos, por lo que está mal! Jesús sabe que muchas cosas están mal, que siempre habrá alguien que no nos quiera, e incluso alguien que nos perseguirá. Pero nos pide sólo que recemos y amemos. Esta es la revolución de Jesús, la más grande de la historia: la que pasa del odio al amor por el enemigo, del culto a la lamentación a la cultura del don. ¡Si pertenecemos a Jesús, este es el camino!

Sin embargo, podrías objetar: “Sí, comprendo la grandeza del ideal, pero la vida es otra cosa. Si amo y perdono, no sobrevivo en este mundo, donde prevalece la lógica de la fuerza y donde parece que todos piensan sólo en sí mismos”. Pero, entonces, ¿la lógica de Jesús es un fracaso? A los ojos del mundo Él es un perdedor, pero a los ojos de Dios es un ganador. En la segunda lectura, san Pablo nos recordaba: «Que nadie se engañe […]. Porque la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios» (1 Co 3,18-19). Dios ve más allá. Él sabe cómo ganar. Sabe que el mal sólo se puede vencer con el bien. Nos salvó así: no con la espada, sino con la cruz. Amar y perdonar es vivir como ganadores. En cambio, perderíamos si defendiéramos la fe con la fuerza. El Señor también nos repetiría a nosotros las palabras que dijo a Pedro en Getsemaní: «Mete la espada en la vaina» (Jn 18,11). En los Getsemaní de hoy, en nuestro mundo indiferente e injusto, donde parecería que se asiste a la agonía de la esperanza, el cristiano no puede comportarse como aquellos discípulos, que primero tomaron la espada y luego huyeron. No, la solución no es desenvainar la espada contra alguien, ni tampoco huir de los tiempos que nos toca vivir. La única solución es el camino de Jesús: el amor activo, el amor humilde, el amor “hasta el extremo” (Jn 13,1).

Queridos hermanos y hermanas: Hoy Jesús, con su amor sin límites, levanta el estandarte de nuestra humanidad. Podríamos preguntarnos, al fin de cuentas: “Y nosotros, ¿lo lograremos?”. Si la meta fuera imposible, el Señor no nos hubiera pedido que la alcanzáramos. Pero, solos es difícil; es una gracia que debemos implorar. Se necesita pedir a Dios la fuerza para amar, decirle  “Señor, ayúdame a amar, enséñame a perdonar. Solo no puedo hacerlo, te necesito”. Y también pedirle la gracia de ver a los demás no como obstáculos y complicaciones, sino como hermanos y hermanas a quienes amar. Con mucha frecuencia le pedimos ayuda y gracias para nosotros mismos, pero qué poco le imploramos para que sepamos amar. No le rogamos lo suficiente para aprender a vivir el espíritu del Evangelio, para ser cristianos de verdad. Sin embargo, “a la tarde te examinarán en el amor” (S. JUAN DE LA CRUZ, Dichos de luz y de amor, 60). Elijamos hoy el amor, aunque cueste, aunque vaya contra corriente. No nos dejemos condicionar por lo que piensan los demás, no nos conformemos con medias tintas. Acojamos el desafío de Jesús, el desafío de la caridad. Así seremos verdaderos cristianos y el mundo será más humano.

 

© Libreria Editorial Vaticana

 

 

 

 

23/02/2020-14:41
Raquel Anillo

Mediterráneo: Una región "tan importante para la paz mundial"

(zenit— 23 febrero 2020).- "Hacer crecer la cultura del encuentro y del diálogo en esta región tan importante para la paz en el mundo" son las palabras del Papa Francisco a los obispos de la región mediterránea con quienes se ha encontrado este 23 de febrero de 2020, en Bari.

Después de la misa que celebró al aire libre en el Corso Vittorio Emanuele II, el Papa rezó el Ángelus con la gente, al introducir la oración mariana agradeció a los sesenta obispos venidos de 20 países de la costa mediterránea.

Estas son las palabras del Papa que también lanzó un llamamiento a Siria.

***

 

Palabras del Papa antes del Ángelus

¡Queridos hermanos y hermanas!:

Mientras estamos aquí reunidos para rezar y reflexionar sobre la paz y el destino de los pueblos del Mediterráneo, una enorme tragedia está teniendo lugar al otro lado de este mar, concretamente en el noroeste de Siria. Desde nuestros corazones de pastores, se eleva un fuerte llamamiento a las partes implicadas y a la comunidad internacional, para que silencien el ruido de las armas y escuchen los gritos de los pequeños e indefensos; para que dejen de lado los cálculos e intereses para proteger las vidas de los civiles y de los muchos niños inocentes que están pagando las consecuencias. Pidamos al Señor para que toque los corazones y que todos superen la lógica del odio y de la venganza para redescubrirse como hermanos, hijos de un solo Padre, que hace salir el sol sobre los buenos y los malos.

Invoquemos al Espíritu Santo para que cada uno de nosotros, a partir de gestos diarios de amor, contribuya a construir nuevas relaciones, inspiradas en la comprensión, la aceptación y la paciencia, estableciendo así las condiciones para experimentar la alegría del Evangelio y difundirlo en todas las áreas de la vida.

Que la Virgen María, la "Estrella del Mar" a quien vemos como el más Alto ejemplo de fidelidad a Jesús y a su palabra, nos ayude a caminar en este camino.

Antes de recitar el Ángelus juntos, agradezco desde el fondo de mi corazón a todos los obispos y a todos los que han participado en este encuentro sobre el Mediterráneo como frontera de la paz; así como a aquellos, ¡y son muchos!, que de diferentes maneras han trabajado para que saliera con éxito. ¡Gracias a todos! Ustedes han contribuido al crecimiento de la cultura del encuentro y del diálogo en esta región, que es tan importante para la paz mundial.

 

 

 

23/02/2020-17:12
Anne Kurian

Encuentro en Bari: Los pastores mediterráneos soportan el sufrimiento de su gente

(zenit — 23 febrero 2020).-"Como pastores, nos hacemos voz del dolor y el sufrimiento de nuestras iglesias y nuestros pueblos": esto fue expresado por el cardenal Vinko Pulji?, arzobispo de Sarajevo, en nombre de los 60 obispos de la región Mediterráneo, reunidos en Bari alrededor del Papa Francisco, este 23 de febrero de 2020.

El Presidente de la Conferencia Episcopal de Bosnia y Herzegovina intervino ante el Papa, expresando su tristeza por "la partida de muchos jóvenes, causada por guerras, injusticias y la miseria" y también rindiendo homenaje a "estos jóvenes que permanecen, mostrando un coraje extraordinario y un gran amor por su país".

El enemigo, advirtió el cardenal Puljic, "quiere representar constantemente la cultura de la muerte como cultura de vida y el invierno como la primavera".

***

 

Intervención del Card. Puljic

Santo Padre,

Los saludo cordialmente y agradezco a todos los que han contribuido... en la organización de este encuentro, especialmente a la Conferencia Episcopal Italiana. Para nosotros los obispos, viniendo de países donde los católicos son una minoría, este "encuentro" es un signo visible de la atención y de la fraternidad entre las Iglesias del Mediterráneo. Y hoy estamos felices de unirnos a ustedes en la Eucaristía en esta ciudad tan rica en historia y en una región, Puglia, donde también encuentro mis raíces.

Santo Padre, me complace informarle que, en nuestro trabajo, hemos buscado maneras para realizar la posibilidad de movilidad, igualdad y libertad religiosa en todos los países de nuestro Mediterráneo. Como Pastores nos hemos convertido en la voz del dolor y del sufrimiento de nuestras Iglesias y el nuestra gente. En el noreste del Mediterráneo, a finales del siglo )0(, vivíamos, en cierta medida un invierno de asesinatos, destrucción y persecución. Pero tampoco es primavera para el Norte de África y el Oriente Medio, donde las Iglesias soportan heridas y sufrimientos en forma de violencia, conflictos y divisiones de todo tipo, causadas en gran parte por los países ricos.

Santo Padre, todos estamos desconsolados por la partida de muchos jóvenes, causada por las guerras, injusticias y miserias. Sin embargo, nos consuela el hecho de que los jóvenes que se quedan, mostrando un coraje extraordinario y un gran amor por el país y la gente con la que crecieron. También nos complace ver un gran número de personas mayores, que creen profundamente que el presente y el futuro no están principalmente en las manos de los poderosos de este mundo, sino en las de Dios. Como obispos de estos Países somos a menudo los más firmes partidarios del diálogo, en términos de igualdad y amor por la iglesia local y para la gente.

Durante este encuentro hemos hablamos mucho sobre el espíritu del secularismo y el consumismo, que daña internamente el alma del hombre y de las Iglesias. Las palabras de un cardenal de Europa occidental que, durante una visita a Sarajevo en los difíciles días de la guerra, me dijo: "No sé si es más difícil para ti mirar estas iglesias demolidas o para mí ver la iglesias vendidas porque muchos católicos ya no sienten el deseo de rezar". El enemigo, Santidad, constantemente quiere representar la cultura de la muerte como cultura de la vida y el invierno como primavera.

Estamos contentos de que, durante estos días, hemos encontrado corazones dispuestos a escuchar, pensar con nosotros y buscar formas de cooperación y apoyo juntos. Necesitamos sentirnos acompañados y apoyados por los poderosos, a quienes pedimos que trabajen más duro para la construcción de la paz, el diálogo y la cooperación. Sentimos la importancia de ser visitados por otros pastores en nuestras Iglesias para ayudarnos a encontrar maneras de cumplir nuestra misión en este mundo. Nos complace cada vez que alguien visita nuestras Iglesias y nuestros países, mostrando a todos que no estamos solos, sino que tenemos comunidades "más grandes" y "más fuertes", que están prestas a defendernos, y a reconocernos en una relación de comunión y fraternidad.

Santo Padre, me gustaría expresar nuestra gratitud porque ha venido entre nosotros en esta ocasión. Gracias también por haber visitado muchas iglesias locales en países donde, como cristianos, somos menos numerosa.

¡Gracias, Santo Padre! ¡Estaremos encantados de rezar por usted!

 

 

 

23/02/2020-08:00
Isabel Orellana Vilches

Beata Josefa Naval Girbés, 24 de febrero

"Su vida fue una sencilla ofrenda por amor a Dios, a la parroquia y al pueblo. Desde su condición de terciaria carmelita supo ganarse a todos con sus muchas virtudes, llevándoles a la fe. Fue devota de la Eucaristía y de María"

Josefa, la popular y entrañable señora Pepa, estimada por sus vecinos, era una de esas mujeres entregadas a las necesidades ajenas que pasan por el mundo con exquisita caridad. Y cuando ésta se ejerce de forma tan cercana y natural, cuajada de sencillez evangélica, como hizo ella, los gestos de ternura inmersos en el paisaje cotidiano parecen entrar dentro de lo ordinario, de lo previsible; es el fruto de la costumbre. Como es tan fácil habituarse a recibir las dádivas de una persona generosa, a veces, aunque sea de manera inconsciente, puede terminarse por no valorar su quehacer.

Desde que nació en Algemesí, Valencia, España, el 11 de diciembre de 1820, esta beata fue acogida con la alegría que comporta ver cómo florece la vida trayendo consigo el aroma del Creador. Además, el gozo era especialmente visible en el hogar de Francisco y Josefa María que sería bendecido con cinco hijos, prole que ella inauguraba. Poco a poco, con sus virtudes se convirtió en una especie de talismán para los habitantes de su ciudad natal. La pérdida de su madre, cuando tenía 13 años, le instó a depositar su desolación en el regazo de la suprema maestra del dolor: María. En la capilla de los dominicos, postrada de hinojos ante la imagen de la Virgen del Rosario, anegada en llanto se puso bajo su amparo pidiéndole que fuese su madre. A partir de ese momento, Ella sería su punto de referencia. Y seguramente influyó en su decisión de consagrarse a Dios por completo a sus 18 años con voto perpetuo de castidad.

El párroco de San Jaime, Gaspar Silvestre, durante casi tres décadas la condujo firmemente por el sendero de la virtud. Pero ella correspondía con inestimable ayuda atendiendo la parroquia, ocupándose de los ornamentos litúrgicos y del cuidado de los altares. Se había formado en la Enseñanza, escuela que dependía del cabildo catedralicio, y paralelamente, mientras contribuía con su trabajo a las tareas domésticas, aprendió el arte del bordado que ejecutaba con maestría. De esta cualidad se beneficiaba la parroquia en la que se podían apreciar las primorosas labores que salían de sus manos. Y fue además un instrumento fecundo para su apostolado, ya que puso a merced de jóvenes y niñas su buen hacer transmitiéndoles gratuitamente sus conocimientos en un espacio habilitado al efecto en su propio domicilio. Era una ocasión única, que no desperdició, para compartir la fe con ellas y con las madres que las acompañaban mientras les daba clases de lectura o las adiestraba en la costura y bordado. Pero también amas de casa y niños salieron fortalecidos de la «escuela dominical» desde la que catequizaba.

Sin otro anhelo que ofrendarse a sí misma en el entorno que la vio nacer, se hizo terciaria carmelita. Su afán era llevar a todos a Dios. "¡Almas, almas para Dios! ¡No quiero que se condenen! ¡Señor, ayúdame a conseguirlo!", era su ferviente súplica. Por eso aprovechaba cualquier situación en las que se veía inmersa para evangelizar. Era bien conocida por su generosidad ilimitada. Atendía y socorría a huérfanos y toda clase de desfavorecidos, consolaba a los enfermos, a quienes visitaba asiduamente, y siempre disponía de sus recursos económicos para ayudar a quien lo precisaba. Supo ganarse a la gente con su talante clarividente, conciliador, lleno de prudencia, puesto de relieve en los acertados consejos que proporcionaba a unos y a otros.

Además de participar diariamente en la misa, dedicaba muchas horas diarias a la oración, clave en toda consagración que culmina en los altares. El ejercicio de las virtudes de la humildad, paciencia, abnegación, silencio y fidelidad en la obediencia eran características en su vida. Siempre mostró su devoción a la Eucaristía y a María. Entre los santos, tenía predilección por Juan de la Cruz. Con su autoridad moral contribuyó a que muchos alejados se integraran en la parroquia. De la multitud de actos de caridad que se podrían referir de ella, el brillo de esta virtud principal se hizo particularmente ostensible durante la epidemia de cólera de 1885.

Su existencia prosiguió sin mayor notoriedad, guiada por el afán de hacer el bien a todos, hasta que la sencilla y fecunda ofrenda de amor que había trazado con su vida esta admirable laica, culminó el 24 de febrero de 1893 cuando tenía 73 años. Juan Pablo II la beatificó el 25 de septiembre de 1988.