Opinión

26/02/2020

 

Símbolos que entrenan el alma

 

 

María Solano Altaba


 

 

 

 

En mi casa ya la tenemos liada. Llega la cuaresma y los viernes toca pescado. El pequeño que protesta porque no le gusta el pescado (aunque protesta por todo), la otra, que “no es justo porque también han comido pescado en el colegio”, el de más allá que si somos los únicos de todos sus amigos que hacemos esto del pescado. Y es verdad, somos los únicos, o casi los únicos, de modo que aumenta la sensación de “injusticia” y el grado de protesta por esta elección libre y personal de no comer carne en los viernes de cuaresma.

Así que me remango y tomo aire para tratar de explicar del modo más comprensible posible por qué lo importante no es comer o no comer carne o pescado sino aprender a obedecer y entrenar el alma para que esté bien preparada y sepa decir que no cuando la tentación no sea una hipótesis sino una realidad muy apetecible y sugerente.

Vivo en una calle con carril bici y me sorprende el volumen de personas que, a las horas más intempestivas, salen a correr. De verdad, cuando yo salgo de casa no hay aún ni coches y sin embargo ahí están mis runners con su equipación fluorescente desayunando kilómetros de asfalto en la helada que cae antes del amanecer. En mi barrio han aparecido en poco tiempo dos gimnasios, un sitio de boxeo y otro de pilates. Parece que la sociedad ha pasado de aquel compromiso incumplido de las uvas de practicar deporte que dormía el sueño de los justos desde mitad de enero en adelante a una percepción real de los beneficios del deporte.

Porque la mayoría de esos esforzados corredores que se ponen el despertador antes de que los pájaros se den cuenta de que arranca el día no lo hacen con el objetivo de triunfar en estas disciplinas en las próximas olimpiadas, sino que simplemente entrenan para sentirse más sanos, para estar mejor preparados, para que, si un día vienen mal dadas, su cuerpo responda con más acierto. El ejercicio físico, el esfuerzo a veces desmesurado sin más fin que estar bien, es muy valorado en nuestra sociedad líquida.

Entonces, ¿por qué nos parece tan complicado entender el ejercicio del alma? Puede ser el pequeño sacrificio de la cuaresma que, a través del menú de los viernes, supone un recordatorio constante del núcleo de nuestra fe, la muerte y resurrección de Jesús.

Puede ser otro tipo de ayuno y abstinencia como uno que hacemos en casa desde hace algunos años: el ayuno digital, mucho más costoso que el de la carne en esfuerzo y sacrificio y que nos ayuda a liberarnos de ataduras terrenas que nos alejan de lo que de verdad importa.

Puede ser un compromiso personal, el que cada uno considere más adecuado –a mí mis hijos suelen recomendarme que no grite y aseguro que me cuesta más que comer piedras– qué nos ayude a limar esos pequeños defectos de nuestro carácter. Lo importante es que el ejercicio del alma, como el del cuerpo, nos hace mejores porque nos vuelve más resilientes, porque nos convence del valor del esfuerzo y porque nos prepara ante la adversidad. Cuaresma. Viernes. Pescado. La salud de nuestras almas. Se acerca la Pascua. Hay que prepararse.

 

María Solano Altaba
Decana de la Facultad de Humanidades
Universidad CEU San Pablo