Colaboraciones

 

Sin miedo: ¡Santos!

 

El peor enemigo es el miedo. Paraliza y anula

 

 

13 marzo, 2020 | por Jordi-Maria d’Arquer


 

 

 

 

El peor enemigo es el miedo. Paraliza y anula. Por eso es una buena arma que ponemos en manos del enemigo. Es también una señal de poca fe. Porque los seguidores de Jesucristo –Rey de reyes- lo podemos todo. Como nos asegura Él, nuestro Redentor: “Si tuvierais fe como un grano de mostaza (…) nada os sería imposible” (Mt 17,20). ¡Palabra de Dios! De manera que estamos –déjame decirlo- como inmunizados por la fe. Santos hay que han superado y superan todo y más. Y los habrá. Podemos ser unos de ellos.

No debemos estar encerrados todo el día en casa o en la iglesia. ¡El mundo nos espera! Espera nuestra esperanza, que viene de la fe y se traduce en la caridad. Caridad al prójimo y a nosotros mismos. “Tratad a los demás como queráis que ellos os traten; en esto consiste la ley y los profetas”, nos aconseja Jesucristo (Mt 7,12). Los acontecimientos nos impulsan o nos paralizan. Son relativos. Todo depende de cómo los miremos. Impulso: “Salir afuera”, “Iglesia en salida”, “hospital de campaña”… son expresiones clarividentes del Papa Francisco, desde el primer día en el balcón de San Pedro, que –cada día y más cada día- se muestran proféticas.

No hay duda. Cada vez disponemos de más signos que nos indican que estamos cerca… o que el momento profetizado ha llegado. Preparémonos, ahora que aún tenemos tiempo, más a conciencia. Mantengamos el alma limpia con la confesión frecuente y sincera de nuestros pecados y un sincero propósito de enmienda, de no volver a pecar; pidiendo perdón a quien hayamos ofendido; el primero, a Dios nuestro Padre. La crisis es y será más fuerte. Lo subraya claramente el Apocalipsis. No sabemos si es ahora cuando llegamos al momento crítico, o si debemos aguardar un poco más (Vid. la parábola de las vírgenes necias y las prudentes, que esperan a que su Esposo llegue Mt 25,1-13). “El Hijo del hombre vendrá a la hora que menos penséis” (Lc 12,40): La Palabra de Dios es clara. El hombre persiste en su pecado, y necesitamos de un lavado integral.

Será el momento de la prueba en el crisol: el oro debe fundirse y purificarse para poder convertirse en joya preciada como para entrar en el Cielo, donde todo es pureza. Así ha de ser nuestra existencia, y así es como, por tanto, debemos disponernos para la batalla final. Al contrario del espíritu del mundo, debemos participar activamente en la renovación de nuestro cuerpo-alma, sin apoderarnos de la joya. Porque no somos nosotros nuestros propietarios, sino que pertenecemos al Pueblo que Dios ha creado, porque Él, por pura misericordia -por Amor-, nos ha llamado a la vida. Porque no hemos sido creados para hacernos ricos, ni tener éxito, ni fama, ni nada de lo que persigue el mundo, sino para ser santos.

En efecto, para los cristianos, la santidad es nuestra meta, nuestro éxito final. ¿Santos, para qué? ¡Para ganarnos el Cielo! ¿Te parece poco pasar la eternidad en la bienaventuranza? “No dejes que te roben la esperanza y la alegría (…). Atrévete a ser más, porque tu ser importa más que cualquier cosa. No te sirve tener o aparecer. Puedes llegar a ser lo que Dios, tu Creador, sabe que eres, si reconoces que estás llamado a mucho. Invoca al Espíritu Santo y camina con confianza hacia la gran meta: la santidad. Así no serás una fotocopia. Serás plenamente tú mismo”. Lo escribe el Papa Francisco “a los jóvenes y a todo el pueblo de Dios” en el párrafo nº 107 de Christus vivit (Cristo vive), la Exhortación Apostólica del Sínodo de los Jóvenes. Firmada el 25 de marzo del 2019, pero como si fuera de hoy mismo. Esa expresión (“fotocopia”) la toma el Papa del próximamente beato Carlo Acutis, el “ciberapóstol de la Eucaristía” italiano de quince años muerto de leucemia, que decía: “Todos nacen como originales, pero muchos mueren como fotocopias”. Así pues, no seas un más de lo mismo, sé tú. “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”, nos propone Jesús (Mt 5,48), donde el sentido exacto de “perfectos” es “santos”. Pues Dios Uno y Trino es tres veces Dios y tres veces Santo. Y es nuestra medida, nuestra meta.

¡Ya sé que decirlo es fácil! Por eso me lo digo también a mí mismo, el primero, porque no soy de piedra… ni santo. Pero trato de mirar al lobo a los ojos, para ver si descifro sus planes, o al menos, frente a él y con la lucha sin cuartel, me hago fuerte… y santo. Eso dependerá, en última instancia, del beneplácito de Dios; pero, mientras, al menos, me pongo en sus manos.

En efecto, debemos pedir a Dios insistentemente que aplace más aún, por su misericordia, el castigo profetizado que va aplazando gracias a la intercesión de nuestra Madre la Virgen María. Pero mientras, sin duda, debemos tener la voluntad de querer salir de esta y poner los medios humanos y los divinos, entre los que destacan rezar y ponernos en camino. Si falta cualquiera de estas tres premisas, caeremos… y nos deslizaremos poco a poco hacia el Infierno, anticipado con un infierno en esta Tierra nuestra. Con el ánimo en alto, siendo positivos, como manos de Dios que somos, procurando salvar lo salvable, llegaremos a salvarnos y salvaremos a muchos. Es la única manera –no hay otra- de cómo podremos construir un futuro mejor.

¡Ánimo! “Cuando veis subir una nube por poniente, decís: ‘Chaparrón tenemos’, y así sucede. Cuando sopla el sur, decís: ‘Va a hacer bochorno’, y lo hace. ¡Hipócritas! Si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que se debe hacer?”, nos reprocha Jesús (Lc 12,54-57). El futuro llegará de todos modos, pero, sin duda, será según vivamos el presente. No lo perdamos. Y estemos preparados, pues ya vamos sobre aviso: “Habrá entonces una tan gran tribulación como no la hubo desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá, y, si no se acortaran aquellos días, nadie se salvaría; pero por amor a los elegidos, se acortarán” (Mt 24,21-22).

Es hora de que luchemos, con todas nuestras armas –las bienaventuranzas (Mt 5,1-10; Lc 6,22-26)-, y demostremos que tenemos la fe que decimos que tenemos. Es hora de hacernos santos. (O no).