Corán

 

La vida de Mahoma

 

Hoy, más que nunca, es importante conocer la figura de Mahoma, esa figura a la que más de un millón de hombres y mujeres consideran su “Profeta” y “Enviado de Dios”. Henri de La Hougue, especialista en el islam, nos da las pistas necesarias para comprender por qué su figura inspira tanto respeto en los musulmanes.

 

 

17 mar 2020, 23:05 | La Croix


 

 

 

 

Para entender el islam es necesario, en primer lugar, acercarse a la figura de Mahoma, ese al que los musulmanes califican de “Profeta” o “Enviado de Dios” y cuyo nombre, al ser pronunciado, motiva una rápida jaculatoria: “La bendición y la paz de Dios sean con él”.

En el año 570, Amina, viuda desde hace algunos meses, alumbra a Mahoma. El Profeta queda al cargo de una nutricia, Halima, con la que pasará los primeros años de su vida. La tradición se hace eco de algunos prodigios acaecidos en aquella época. Uno de los principales es la llegada de dos ángeles, vestidos de blanco, que abren el pecho del profeta y, sacándole el corazón, le arrancan todo rastro de impureza para después pesarlo: pesaba más que la humanidad entera y, por ello, se lo devolvieron.

Amina murió cuando el profeta tenía seis años. El joven, huérfano, quedó al cuidado de su tío, Abu Talib, que le llevó junto a él en la ruta hacia Siria que hacía su compañía caravanera. En aquellos años de constantes viajes, el profeta tendría ocasión de descubrir otras culturas y otras religiones, como el cristianismo o el judaísmo, religión con la que entró en contacto por razones comerciales.

El profeta fue creciendo en virtud, fidelidad y sabiduría, y cuando le llegó el momento de independizarse, se puso al servicio de una viuda adinerada, Jadiya, haciéndose responsable de sus caravanas. Jadiya iría descubriendo poco a poco la bondad y rectitud del Profeta e impresionada por los sucesos que le acaecían, le propondrá matrimonio. Era el año 595.

 

La revelación

Algunos años después, ya viviendo en La Meca, Mahoma era un hombre religioso y sencillo. De hecho, formaba parte de una corriente espiritual monoteísta minoritaria y solía retirarse a unas grutas cercanas para orar. No era raro que pasase varias noches en oración, retirado en alguna de aquellas grutas cercanas a La Meca, en el monte al-Hira. Durante una de esas noches, en el año 610, el profeta recibió una revelación. Una visita del ángel Gabriel que, tomándolo en brazos, lo abrazó y le exhortó: ¡Recita! El profeta, que no sabía leer, no entendió a qué se refería. Abrazándolo de nuevo le repitió: ¡Recita! La tercera vez, el profeta escuchó unas palabras que recitó al momento: ¡Recita, en el nombre de tu Señor, que te ha creado! Él creó al hombre a partir de una gota de sangre coagulada. (Corán 96, 1). El ángel lo tranquilizó y Mahoma volvió a su casa, junto a su esposa, a la que le contó todo. Ella, confusa, habló con su primo Waraqa, un monje cristiano, que le confirmó que Mahoma era el profeta que el mundo esperaba. Así pasaron un par de años sin nuevas revelaciones. Tan solo algunos familiares y gente de confianza del profeta, como Abu Bakr, primer califa, o Ali, el cuarto, seguirían al profeta en aquel nuevo camino que se abría ante ellos. Todo aquello no se esclareció del todo hasta que, en el año 612, el profeta recibió la misión de enseñar. Él no es más que un mero profeta, aunque era el Enviado de Dios para el pueblo de La Meca: “¡Oh, el arropado! ¡Incorpórate y advierte! ¡Engrandece a tu Señor!” (Corán 74,1-3). Animado por aquellas palabras, comenzó a predicar cerca de la Kaaba, el templo politeísta de aquel centro de comercio que era La Meca en aquella época. Evidentemente, su predicación resultaba incómoda a los comerciantes y sacerdotes de La Meca, y mucho más cuando aquella nueva doctrina consiguió atraer algunos discípulos. Que tuviese sus propias creencias no molestaba a nadie, aunque cuando comenzó a predicar, en el entorno de La Meca, contra los que peregrinaban al templo y contra los mercaderes que sacaban provecho de aquella situación comercial, cobrando tasas a los que por allí pasaba, la situación comenzó a resultar molesta a las autoridades mequíes.

 

Una nueva comunidad

Sin embargo, y rápidamente, surgieron nuevos discípulos procedentes de todos los clanes y clases sociales de La Meca. El nuevo Dios, Allah, un dios creador y misericordioso que recompensará a los justos y castigará a los impíos en el día del juicio, atraía cada día a más gente. La oposición entre los fieles de aquella nueva religión y el resto se hacía cada vez más patente, llegando un punto en que la tensión se hizo insostenible. El clan de Muhammad sufrió un embargo comercial como castigo a las acciones del profeta. En el año 619, tras la muerte de dos de sus principales apoyos, Jadiya y Abu Talib, Mahoma cedió a la evidencia: si quería seguir predicando debía emigrar. Se suele situar su viaje nocturno a Jerusalén poco antes de aquella partida de La Meca: una noche del año 621, mientras el profeta dormía, el ángel Gabriel lo despertó hasta en tres ocasiones, tras lo cual, le indicó que montase en una especie de caballo alado que, en un instante, lo llevó hasta Jerusalén, frente a las ruinas del templo. Desde allí, el ángel Gabriel le indicaría que subiese al cielo por una escalera. Así, el profeta se elevaría hasta el séptimo cielo, cerca de Dios, más cerca de Él de lo que cualquier hombre había estado. Allí, Dios le confirmaría su papel imprescindible en aquella nueva religión.

Yathrib era un gran oasis que contaba con numerosas fortificaciones. Estaba bajo la autoridad de tres tribus judías que estaban dispuestas a acoger a aquel nuevo profeta, pues habían escuchado su predicación y ellos también profesaban la fe en el Dios único. Tras haber mandado a varios de sus discípulos para tantear el terreno, en el año 622 Mahoma y los suyos marcharon hacia aquel oasis que, más tarde, pasaría a llamarse Medina, que en árabe significa “ciudad”. Esta es la llamada hégira. Allí eran libres de practicar la nueva religión. De hecho, gran parte de la vida de los musulmanes comenzó a regirse de manera similar a la de los judíos: se prohibieron ciertos alimentos, la plegaria comenzó a hacerse mirando hacia Jerusalén, se decretó el ayuno en la fiesta de ‘ashura, un ayuno que los judíos observaban por la fiesta del Yom Kippur. No obstante, meses después comenzaría la tensión entre Mahoma y los líderes judíos. La comunidad musulmana, cada vez más influyente en Medina, comenzó a afirmarse y a regirse de forma autónoma. El cambio en la dirección de la oración, la obligación del ayuno en el mes de Ramadán y la escasa observancia del ayuno de ‘ashura fueron síntomas claros de aquella tensión creciente. La ley del más fuerte era la normal habitual, algo que jugó en favor del profeta: las tribus judías tuvieron que someterse ante la nueva autoridad. La Meca, ante la creciente influencia de Medina y el profeta, no se detendría y trató de apoderarse del enclave. Así daría comienzo un periodo de guerras entre La Meca y Medina que duraría unos seis años. Las dos batallas más famosas serían las de Uhud y otra en la que, según se cuenta, el profeta hizo construir un foso de unos diez metros de largo por diez de profundidad alrededor de Medina, foso que les aisló de cualquier ataque. Al final, en el año 628, Mahoma amenazaba con conquistar La Meca, por lo que la ciudad capituló al año siguiente. El profeta entró en la ciudad santa sin derramar una sola gota de sangre, y las tribus se sometieron, aceptando el islam como religión oficial.

Aquel triunfo sólo duraría tres años, pues Mahoma moriría en el año 632 a causa de una enfermedad.

 

La sucesión del Profeta, el cisma

A la muerte del profeta, cuando se puso sobre la mesa la cuestión de su sucesión como líder de aquella nueva comunidad, surgieron tres ramas enfrentadas:

- Los Hashemíes, que representaban al clan del profeta. Estaban a las órdenes de Alí, el primo y yerno del profeta, casado con Fátima, hija del profeta, con la que tuvo dos hijos, Hassan y Hussayn.

- Los primeros compañeros del profeta, seguidores de Abu Bakr y de Umar, los dos primeros califas, con sus hijas, Aisha y Hafsa, mujeres del profeta. Es el núcleo religioso del islam primitivo.

- Los Omeya, antiguos dirigentes de La Meca y convertidos cuando no quedaba otra opción. Deseaban recuperar su poder valiéndose del islam. Abu Sufyan y su hijo Muawiya serían sus máximos representantes.

 

Los cuatro califas ortodoxos

Abu Bakr, fue el sucesor casi inmediato del profeta, el primer califa, que en árabe significa “sucesor”, y resultó aclamado por la comunidad. Comenzaron las grandes conquista que el profeta había anunciado. No obstante, fallecería dos años después, en el año 634, de forma natural.

‘Umar, mano derecha del primer califa y su sucesor entre el 634 y el 644. Fue un gran estadista y resultó muy buen gestor de aquella comunidad naciente. Sin duda, al principio, los musulmanes no soñaban con atacar al Imperio bizantino o al Imperio persa. Sin embargo, la debilidad de los persas les hizo aventurarse a la conquista. Damasco caería en el año 635, y tras ella, Iraq, Irán y Alejandría, que capitularía en el año 642. Fue asesinado en el 644 a manos de un esclavo cristiano.

‘Uthman, tercer califa aunque, con él, el clan de los Omeya llegaba al poder. Muawiya fue nombrado gobernador de la Gran Siria, y se instaló en Damasco. Las conspiraciones concluyeron con el asesinato del califa por parte de unos egipcios. Por primera vez, el califa había sido asesinado por otro musulmán: aquello era un momento crítico. Alí fue el elegido para mediar en aquel conflicto.

Alí, cuarto y último califa ortodoxo. Muawiya se negó a reconocer su autoridad califal. Aisha encabezó una revuelta contra Alí en Basra. Alí se enfrentaría a ella y la derrotaría en el año 656. Aisha entró en prisión bajo supervisión de Alí. Luego, comenzó la batalla entre Alí y Muawiya. Este propuso que Alí se sometiese al juicio de un tribunal de arbitraje, tribunal que Alí rechazó. Así, Muawiya se autoproclamó califa en el año 658.

El cisma ya era patente: la comunidad musulmana se dividió en dos: los partidarios de Ali, a los que se denominaría chiíes (un 10% de la población actual), y los seguidores de Muawiya, a los que se les llamaría sunníes (el 90%). No obstante, hubo una tercera comunidad, los jariyíes, que se negaron a tomar parte en ninguno de los dos bandos, aunque a día de hoy ya no quedan casi seguidores de este movimiento.

 

Henri de La Hougue,
profesor en el Instituto de teología y ciencias religiosas dependiente del Instituto Católico de París y miembro del grupo de investigación islamo-cristiano.