Tribunas

¿Cómo quedará la Iglesia?

 

 

José Francisco Serrano Oceja

 

 

 

 

Diario del coronavirus 4.

Leía un día de estos, y no precisamente a alguien a quien tengo una particular devoción, un extenso texto sobre la responsabilidad de los gobiernos del mundo ante el aviso, que ya en septiembre del año pasado hizo el denominado Informe Gro Harlem Brundtland, -por el nombre de su responsable, la ex directora de la Organización Mundial de la Salud-, sobre la inminente posibilidad de una pandemia mundial que alterara el orden de las cosas.

Y cuando utilizo la frase “el orden de las cosas” me refiero a lo que va desde las relaciones y equilibrios internacionales hasta el modelo económico, pasando por la comprensión cultural, que al fin y al cabo, es la comprensión de la propuesta de sentido de lo humano.

Por cierto que este autor – de cuyo nombre no me quiero acordar…- acababa su extenso artículo diciendo que es la hora de los filósofos. Yo añadiría “y de los teólogos” , “místicos”, “hombres de Dios”. Ya sé que estábamos –pasado- en un tiempo en el que los teólogos empezaban a ser no del todo bien vistos.

Predominaba la praxis, se valoraba la acción, y lo que se pretería era esa dimensión contemplativa del saber, que, bien entendida y orientada, es una forma de unión con Dios.

He percibido que proliferan en determinados canales, por ejemplo Youtube, las interpretaciones apocalípticas –que en estos días tienen más seguidores que nunca-. Este es un capítulo que hay que dejar a los designios de Dios y no perder mucho tiempo en él. Lo inmediato es la oración, la compañía, la cercanía, la propuesta de esperanza.

Decía San Agustín que «la paz es un bien tal, que no puede apetecerse otro mejor, ni poseerse otro más provechoso». Lo que ha alterado el virus es la paz, o nuestra concepción y forma de articular la paz como argamasa de lo interior y de lo exterior, de lo personal y de lo social.

Lo que, sin duda, atenta contra la paz es el miedo. La epidemia más contagiosa y más peligrosa de la humanidad se llama miedo. Si hay algo difícil en este momento es ser protagonistas auténticos de nuestras vidas cuando no sabemos por dónde va a discurrir nuestra futura inmediatez. En vez de dejarnos arrastrar por el pánico irracional y la histeria colectiva que se atisban, debemos hacer un ejercicio de confianza y abandono en la Providencia de Dios.

En este sentido, me gustaría oír y escuchar más textos, más reflexiones, más meditaciones, sobre la Providencia de Dios. Lógicamente tendrían que venir de la Iglesia, que somos todos. ¿O acaso en nuestras conversaciones ordinarias de estos días no hemos elevado el nivel de intensidad respecto a algunas temáticas? ¿Habrá tenido la Iglesia, perdón, la dimensión humana de la Iglesia, miedo en el pasado inmediato?

El Coronavirus encubre una crisis financiera, provoca una crisis empresarial, está destinado a producir como efecto una transformación cultural, esperemos que no antropológica y, sin lugar a dudas, ha hecho que se restrinja la libertad humana y nos replanteemos la relación entre libertad exterior, pública, ausencia de coacción, libertad de movimientos, deseos, y libertad interior, derechos y libertades.

Está claro que el orden futuro de la realidad no va a ser el mismo. ¿Y la Iglesia? ¿Será la misma? A nivel estructural, organizativa, institucional, probablemente no. Incluso en lo referido a los medios humanos.

Lo que sí será la misma es la Palabra de Dios, la predicación del Evangelio, la propuesta de sentido y esperanza, el anuncio de Jesucristo, ayer, hoy y siempre. Jesucristo, la respuesta a las preguntas más profundas, a los anhelos más recónditos del corazón del hombre. Jesucristo, camino, verdad y vida. El Señor hará ver cómo quiere a su Iglesia en el día después.

¿Me explico?

No dudo que la conciencia cristiana no esté a la altura para afrontar ese reto que, al fin y al cabo, es el reto de la misma historia. Las promesas del Señor a su Iglesia están ahí. Cuanto más cerca estemos del Señor, de su corazón, más pronto sabremos cuáles son las respuestas adecuadas. Pero no dudo tampoco de que habrá que dedicar, quizá, más tiempo, a esa tarea. Los esfuerzos inmediatos en la caridad, la solidaridad, son más necesarios que nunca. Pero también lo es, y va a ser, dar forma a una palabra de plenitud. Hay que pensar ya cómo Evangelizar, cómo hacer apostolado en tiempos postcoronavirus, porque lo que está claro es que de ésta no vamos a salir como entramos.

Y lo demás, se nos dará por añadidura...

 

José Francisco Serrano Oceja