Colaboraciones

 

…Y a bocajarro llega la nueva era (I)

 

 

03 abril, 2020 | por Jordi-Maria d’Arquer


 

 

 

 

De esta crisis del coronavirus, de la cual saldremos de una u otra manera, debemos sacar conclusiones. No soy el único que está diciéndolo, pues ya es vox populi. Pero detengámonos en aspectos que no se dicen tanto y sus lecciones.

La primera lección y la más importante es la crisis de la persona; puesto que de golpe advertimos que no somos seres todopoderosos. Somos dependientes. Dependientes entre nosotros, aunque a nuestro cascado individualismo le moleste. Y dependientes –sobre todo- de una instancia superior, que en el cristianismo llamamos como lo que es: nuestro Dios y Señor, el Creador Todopoderoso.

Además, tenemos la cáustica lección del bolsillo: una crisis del sistema. Ya no hay duda: nuestro sistema económico chirría. No estábamos preparados ante una eventualidad tan eventual. Este microbio microscópico nos ha pillado por sorpresa y, como algunas voces ya decían y muchas mentes ya intuían, el sistema capitalista neoliberal tiene sus carencias y contradicciones, de las que sufre de lleno el comunismo oriental por depender en gran parte de Occidente. Ambos extremos se están poniendo en evidencia, y más cada día que pasa.

Como consecuencia del punto anterior, tenemos la lección que nos separa y nos une por igual: una flagrante crisis social. Sin duda, los olvidados, los que viven al margen, son más cada vez, y, si no queremos provocar una revolución de carácter planetario, de esas que dicen que no son violentas pero que se lo cargan todo, deberemos articular los instrumentos pertinentes para reconstruir la sociedad con todos sus aledaños, antes de que sea tarde.

Podemos añadir a las lecciones enumeradas anteriormente una que nos afecta a lo más íntimo: tenemos una crisis cultural. Cierto es que la cultura es la expresión de la Humanidad. Pero, además, es motor de los cambios de todo tipo y color que la sociedad desarrolla en un momento dado, tanto de manera planificada como espontáneamente. Es por ello que al sentir el ser humano faltarle el aire, cambia su modo de pensar y actuar de manera brusca, y genera un cambio cultural mayor o menor según sean las circunstancias.

Pero, además, como consecuencia de lo anterior, tenemos la lección de nuestras relaciones trasnochadas. Aflora una crisis política de alcance internacional. Los “líderes” que lo han advertido se han lanzado a una nueva carrera para la imposición de su propio modelo de liderazgo de gobernanza, que –no lo olvidemos- por ello muchos pecan de ser su propia visión, que a la vez conlleva la limitación aberrante de sus propuestas. ¡Pero el modelo debe ser planetario! Local, regional y global. Todo bien coordinado, que no quiere decir homogéneo, sino que debe respetar las diferencias.

Y llegamos, finalmente, al punto álgido de nuestro pequeño discursillo de hoy. La lección del espíritu. Tenemos una crisis que es sobre todo espiritual. Que parte, por tanto, del espíritu. De manera que la solución debe ser espiritual. Y la maestra en dirección espiritual, no lo olvidemos, es la Iglesia católica. Basada en veintiún siglos de camino y en la Palabra misma de Dios.

¿Y la Iglesia? No podemos esconderla. Nos trae la lección de la higuera (Mc 13,28-29): una profunda crisis de la Iglesia, a la que le cuesta caminar con el fardo. Como nos pica cada vez más, no solo rasquemos el prurito, sino limpiemos, limpiemos la Iglesia y recemos por ella, que sufre por diversos flancos. Una crisis provocada por el hecho innegable de que –digan lo que digan- es una institución que está inserta en nuestra vida, porque nosotros somos sus “piedras vivas” (1 P 2,5), y si nuestra vida pisa en falso, la vida de la Iglesia se pone especialmente difícil, porque no circula bien la sangre.

Aquí tenemos un índice para desarrollar un plan de orientaciones concretas, que ya barruntamos y dejamos para la semana que viene. Aprenderemos, si nos quitamos la viga de los ojos (Lc 6,41-42), sobre cómo afrontar las lecciones de tantas crisis en una. Está bien para hoy, si aprendemos a ver además de mirar. Para actuar. Para dar fruto. Para vivir. Pero vivir como seres humanos, ¡no como animales!