Cáritas | Cooperación internacional • 14/04/2020

 

Superpoblación, desigualdad y coronavirus

 

Conseguir que las únicas respuestas posibles en estos momentos sean realmente posibles para todos

 

 

Por Félix Miguel Sánchez, cooperante de Cáritas Española en Filipinas


 

 

 

 

Cuando seguimos inmersos en medio del sufrimiento que el coronavirus está causando en nuestros barrios, pueblos y ciudades. Cuando continuamos sumidos en el dolor por familiares, amigos y también desconocidos que han enfermado o que desgraciadamente ya no están entre nosotros.

Cuando toda esta grisura nos atenaza, también miramos con esperanza cómo los esfuerzos que hemos asumido individual y colectivamente van teniendo un efecto positivo, lento y doloroso aún, es cierto, pero vislumbramos un horizonte con ciertos destellos de luz.

Así, vemos cómo el asfixiante confinamiento en casa y la antinatural distancia preventiva en nuestras interacciones evita que nos sigamos contagiando, vemos cómo el sistema sanitario –lleno de heroicos profesionales que luchan por cada enfermo y por salvar el mayor número de vidas– trata de responder al límite de su extenuación a esta situación tan crítica, vemos a profesores y  padres volcados en reducir al mínimo el impacto del parón escolar en el desarrollo de nuestros hijos con el uso de las nuevas tecnologías,  vemos cómo empresarios y trabajadores tratan de mantener un mínimo de actividad que evite el colapso, tanto telemática como presencialmente, vemos cómo se lanzan medidas políticas de protección y estímulo para aliviar y confrontar el terrible impacto económico y social que tiene y va a tener esta crisis sanitaria. En definitiva, somos testigos de cómo nuestra sociedad responde conjuntamente a esta durísima y despiadada crisis. Pero qué ocurre en otros países, en otras ciudades, en otros barrios y en otras familias donde esas medidas no son posibles.

Porque cómo le explicamos a miles de familias hacinadas -ahora encerradas- en infraviviendas en los barrios más empobrecidos de las grandes ciudades -me viene a la cabeza Manila, Dhaka, Río de Janeiro o Kinshasa, pero se puede aplicar a todas aquellas ciudades donde se combinan superpoblación y empobrecimiento- que la respuesta más eficaz a la expansión de este virus asesino es el confinamiento en casa. Pero ¿qué casa?

Cómo nos atrevemos a recomendarles distancia social en barriadas donde la densidad de población alcanza tales cotas que la hace inviable. Cómo vamos a convencerles de que el mejor modo de prevenir el contagio es lavarse adecuada y frecuentemente las manos, pero ¿con qué agua?

Cómo vamos a recomendarles teletrabajo a quienes se lanzan cada día a la calle para conseguir el sustento de sus familias con trabajos tan precarios que dudan que puedan conseguirlo. Cómo vamos a pedirle que continúen con los contenidos escolares aprovechando las nuevas tecnologías a quien no tiene siquiera electricidad en su no casa. Cómo le vamos a pedir que acuda al centro de salud a quien note algún síntoma si carecen de seguro médico y se niegan con todo sentido a contraer deudas hospitalarias que nunca podrán devolver. En definitiva, cómo vamos a pedirle lo imposible.

Cierto, las desigualdades entre países y las desigualdades dentro de los países desgraciadamente no es nada nuevo, siempre nos han cuestionado como sociedad y han golpeado nuestras conciencias individuales. Pero sin lugar a dudas, ante situaciones tan críticas como las actuales, las desigualdades y el empobrecimiento que muchos países y numerosos grupos sociales dentro de dichos países sufren, nos confronta sin tapujos con esta dolorosa e injusta realidad.

Ahora bien, estos momentos de sufrimiento generalizado también son una oportunidad para hacer las cosas de un modo diferente y para construir un mundo más justo para todos. También en estos contextos tan desiguales y empobrecidos, se puede y, lo que es más importante, se debe luchar al C0VID 19.

De hecho, hemos de sumarnos a los esfuerzos que estos países, sus organismos públicos, las organizaciones sociales locales e internacionales y las propias personas están llevando a cabo en su lucha contra el coronavirus a través de estrategias reales y concretas: adaptación de la información sobre riesgos y prevención del COVID 19 a lenguas locales, distribución de equipos de higiene y de equipos de protección personal (batas, mascarillas, guantes, desinfectantes para manos, etc.), distribución de medicamentos básicos previamente prescritos, instalación de numerosos puntos de agua para favorecer el lavado de manos, apoyo económico para satisfacer sus necesidades básicas, como alimentos, refugio y recuperación de sus actividades generadoras de ingresos. Medidas de protección a personas afectadas por el COVID-19 que pueden ser rechazadas por sus propias comunidades al carecer de espacios de aislamiento y finalmente apoyo psicosocial para ofrecer primeros auxilios psicológicos de modo remoto a todas las personas afectadas y a sus familiares.

Efectivamente, son numerosas y altamente eficaces las intervenciones de apoyo y protección extraordinarias que podemos ofrecer a estas comunidades superpobladas y empobrecidas, de tal forma que las medidas que nos están sirviendo a nosotros también les sirvan a ellos, en definitiva, que nos sirvan a todos y consigamos de este modo que las únicas respuestas posibles en estos momentos para luchar al COVID 19 sean realmente posibles para todos.