Culpa

 

¿Cómo evitar un pecado por omisión?

 

“¿De dónde viene el pecado por omisión?, se pregunta un internauta en nuestro foro de croire.com. Las Escrituras nos enseñan y estimulan nuestra conciencia, haciéndonos caer en la cuenta de la existencia de este “pecado por inacción”.

 

 

13 abr 2020, 20:55 | La Croix


 

 

 

 

 

La pregunta de este internauta de croire.com es una cuestión que muchos comparten. Surge al recitar el “Yo confieso”, plegaria en la que decimos: “Yo confieso, ante Dios todopoderoso, y ante vosotros hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión…”. Sabemos de sobra en qué consiste el pecado de acción, y por supuesto podemos reconocer cuando hemos pecado de pensamiento. Además, tenemos conciencia de que la palabra puede conducirnos a los peores pecados.

El pecado “por omisión” es un tipo de pecado bastante oscuro. Comúnmente se cree que pecamos por omisión sin darnos cuenta. Dicho de otro modo, hago el mal sin saber. Otros creen que este pecado es aquel pecado que olvidamos decir durante el sacramento de la confesión.

No obstante, no se trata de nada de esto. El pecado por omisión es mucho más sutil y, por tanto, más difícil de reconocer. Para algunos teólogos este tipo de pecado es el más importante y, sin duda, el más grave. El apóstol Santiago lo resumía en una sola frase: “Aquel que sabe hacer el bien y no lo hace comete pecado” (St 4, 17). Para el padre Alain Thomasset, jesuita y profesor de teología moral en el Centre Sèvres, consiste en “la pasividad frente nuestra responsabilidad”.

 

Un pecado por inacción

Este pecado nos motiva una importante reflexión puesto que, a diferencia del resto de pecados, que consisten en cosas que hacemos, la base de este es una acción que no hemos llevado a cabo. El pecado por omisión consiste en no hacer nada, en, por pereza o dejadez, no haber pronunciado una palabra adecuada o no haber obrado de alguna manera. Pero también, como nos explica el padre Philippe Marsset, sacerdote de Notre-Dame de Clignancourt en París, consiste en “enmudecer frente a la injusticia, cuando no nos atrevemos a intervenir para evitar el conflicto”.

Por tanto, el pecado de omisión consiste en “olvidar” nuestra responsabilidad de obrar bien y, a veces, de obrar con valentía. En el Evangelio del Buen Samaritano el pecado de omisión es pecado que cometen el sacerdote y el levita, pues evitan ayudar al herido aun a sabiendas de que era su obligación. Es también el pecado de los “nueve leprosos” pues olvidaron el dar gracias a Jesús por su curación.

 

Pequeños olvidos con grandes consecuencias

Este tipo de omisión, ¿no es algo que nos sucede a menudo? Nos solemos olvidar de dar las gracias, de atribuir a Dios un don que nos otorga o, también nos solemos olvidar de cuidar a nuestras amistades aun a riesgo de perderlas. Podemos, por ejemplo, olvidarnos de hablar a nuestra pareja, a nuestros hijos y, llegados a este punto, urge el restablecer el diálogo. Podemos olvidarnos también de hablar con algún familiar enfermo o mayor, a pesar de lo que pueda sufrir esa persona y la relación.

Por supuesto, son pequeñas omisiones. Sin embargo, algunas pueden tener grandes consecuencias: nuestros actos pueden hacer que nuestros seres queridos desarrollen conductas dependientes o depresión y, a pesar de la ayuda médica, podemos seguir sin darnos cuenta de que la solución más eficaz sería el contacto humano.

También pecamos por omisión cuando no reprendemos a algún familiar o a algún amigo que no esté actuando correctamente o que se esté poniendo en peligro. Respecto a esto, el Evangelio es muy claro: “Si tu hermano llega a pecar, ve y corrígele, a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a un hermano. Si no te escucha, toma todavía contigo uno o dos, para que todo asunto quede zanjado por la palabra de dos o tres testigos. Si les desoye a ellos, díselo a la comunidad. Y si también desoye a la comunidad, considéralo como al pagano y al publicano” (Mt 18, 14-17)

Así, también podemos pecar por pereza, pues podemos dejarnos embelesar por la vida y las cosas y, a largo plazo, es un pecado mortífero. Podemos dejar pasar acontecimientos que terminen en disputas y que podríamos haber evitado interviniendo de forma apropiada.

Y esta falta de acción podría conllevar graves consecuencias: “¡Si lo hubiese sabido! ¡Tendría que haber hecho algo!” ¿Cuántas veces hemos pensado alguna de estas cosas a pesar de todas nuestras excusas? “Estuve enfermo y no me visitaste, tuve hambre y no me diste de comer, estuve desnudo y no me vestiste”. Con estas palabras, Jesús nos deja muy claro en qué consiste el pecado por omisión. ¿Y no se presenta acaso este pecado como un pecado grave, un pecado que rompe la comunión con Dios?

El pecado por omisión hiere profundamente a nuestro entorno y, por ende, también hiere a Dios.

 

La obligación del discernimiento

Entonces, ¿cómo podemos evitar pecar por omisión? Porque no es cuestión de estar interviniendo todo el tiempo, y en toda ocasión, llegando a resultar contraproducente. Requiere mucha delicadeza, mucha mano izquierda: “Requiere un gran discernimiento. A veces, es necesario un gran respeto y mucha discreción. Pero creo que el argumento del respeto lo empleamos demasiado como excusa para no hacer nada. Es lo más fácil. Sin embargo, la caridad nos urge a actuar”, afirma Alain Thomasset, que nos aconseja “modelar nuestra vida interior y despertar nuestra conciencia, pues es necesario que nos formemos y mantengamos contacto con los que nos rodean, informándonos sobre sus situaciones”.

“Hemos de seguir todos estos preceptos para que nuestra vida moral esté activa. Si no, corremos el riesgo de instalarnos en la mediocridad y en el dejar pasar. Lo primero que tenemos que hacer, es cuidar esta vigilancia interior”. ¿Tenemos, pues, que sentirnos responsables de todo?

 

Iluminando nuestra conciencia

¿Acaso Podemos resolverlo todo? No necesariamente. “No puedo hacer gran cosa para resolver el problema de la inmigración, pero mi obligación como ciudadano es la de hacer todo lo posible para que las cosas cambien. Tenemos derecho a voto, existen las asociaciones y las propuestas legales. Para evitar caer en el pecado de omisión, es necesario hacer algo”, explica Thomasset.

Thomasset añade que podríamos plantearnos la siguiente pregunta: “¿Qué haría Jesús en esta situación?” ¿Qué nos dice el Evangelio sobre esta situación? ¿Cómo nos pide vivirla la Iglesia? Siempre podemos encontrar referencias que nos ayuden a salir de nuestra conciencia subjetiva y de nuestro análisis basado en la culpa. Es muy importante reconocer esta visión que Dios nos da y que nos capacita para afrontar la vida de otro modo. “Esto requiere un esfuerzo: rezar, pedir consejo…. Es lo que llamaríamos iluminar la conciencia, que es uno de los grandes principios de la vida espiritual”.

El pecado de omisión, como cualquier otro, se nos muestra para que seamos conscientes de nuestras excusas y evitar así una imagen excesivamente positiva de nosotros mismos.

 

Sophie de Villeneuve