Misericordia

 

¿Por qué son “muchos los llamados y pocos los elegidos”?

 

Los creyentes se preguntan: “Si Dios lo perdona todo, ¿qué significa 'Son muchos los llamados pero pocos los elegidos'? ¿Qué quieren decir estas palabras?”. La respuesta de Thierry Lamboley, jesuita.

 

 

16 abr 2020, 13:45 | La Croix


 

 

 

 

Considerar el contexto, fundamental

Dado que este versículo resulta problemático, lo primero que deberíamos hacer sería situarlo en su contexto: ¿cuándo lo pronunció Jesús? ¿A quién se dirigía? ¿Por qué? Sin remontarnos a este contexto quedarían muchas preguntas sin respuesta o, peor, hallarían una respuesta completamente errónea. Tengamos, pues, cuidado para no sacar las citas fuera de contexto.

 

La parábola del festín nupcial

La sentencia de “Muchos son los llamados pero pocos los elegidos” es la conclusión de la parábola del festín nupcial que Jesús expone a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo de Israel en el Templo. En esa historia, Jesús habla de Dios, su padre, representándolo como un rey que desea invitar al pueblo al banquete nupcial de su hijo. Jesús suele utilizar esta metáfora nupcial para hablar de la llegada del Reino de Dios: una alegría por la unión de Dios con la humanidad. Pero hay un problema: ¡los invitados no quieren asistir! ¿Por qué? La parábola no dice nada al respecto, solo indica que los invitados no quieren ir.

 

Los invitados que no asisten

Este rechazo a aceptar esa invitación es una buena representación del rechazo de Israel a la Alianza. La historia del pueblo elegido, ese pueblo invitado al banquete, está llena de dudas, de rechazos y de malentendidos…

¿Qué hará el rey? Envía a sus servidores, unos servidores que serán el símbolo de los profetas, e incluso del propio Jesús. El rey intenta, de nuevo, invitar al pueblo: “Todo está listo. ¡Venid!”. ¡Qué tenacidad! Esta imagen nos da testimonio de la perseverancia de Dios, que no deja de enviarnos a los profetas para recordarnos la posibilidad de responder libremente a su alianza.

Los invitados, que han vuelto a recibir la invitación, vuelven a negarse. Algunos hacen caso omiso de la invitación y otros llegan a asesinar a los mensajeros reales. La parábola nos cuenta lo sucedido en la historia de Israel: el pueblo hizo caso omiso a las repetidas advertencias de los profetas rechazando así la propuesta de paz de su Dios. Algunos profetas, como Juan el Bautista, fueron asesinados. 

La interpretación de este pasaje es, por tanto, muy clara: Israel ha recibido una invitación a la Alianza que ha rechazado, y la ha rechazado en tantas ocasiones que ha llegado el tiempo en que Dios, harto del rechazo de su pueblo, decide invitar a los paganos a ese banquete que Israel siempre rechazó.

Conclusión (provisional) de la parábola: hay muchos invitados, pero ninguno se digna a asistir. Llamados: muchos. Elegidos: cero. ¿Está la historia condenada a repetirse? Puede que sí, puede que no.

 

Los invitados que sí asistieron

El rey decidió invitar a otros a su banquete. ¿A quién invitó? A todos, “a todo aquel que encontréis”, dice a sus siervos. Es difícil ser más generoso en una invitación. Resultado: la sala del festín está llena “tanto de buenos como de malos”. En resumen, buenos y malos aprovechan la invitación. ¡Todos están invitados a disfrutarla!

Y sin embargo, nos topamos aquí con un nuevo giro argumental: que estos hayan acudido no significa que esté por encima de aquellos que rechazaron la invitación. El rey vio que uno de los invitados no se había vestido adecuadamente y se enfureció al ver que sus invitados no habían tenido la decencia de vestirse conforme a la ocasión. Aquel hombre había sido invitado, había aceptado la invitación y había asistido pero resultó no ser digno de estar en aquel banquete. Por tanto, no se le permitió seguir allí, fue, literalmente, “expulsado”.

Así podemos por fin extraer la conclusión de la parábola: son muchos los invitados a la Alianza, aunque, paradójicamente, son pocos los que resultan ser dignos de tal invitación.

Podemos extraer otra conclusión de esta parábola: los paganos pueden gozar de esta invitación que, en un principio, era para los judíos. Aunque no deben confiarse: si se toma a la ligera esta invitación podrían ser expulsados. A ellos también se les advierte.

 

¿Y dónde queda la misericordia de Dios en todo esto?

A pesar de lo que pueda parecer, esta parábola no se contradice con la misericordia divina. Al contrario. Se manifiesta plenamente: una invitación repetida a un pueblo que sistemáticamente la rechaza (¡qué paciencia!), y una invitación que acoge a buenos y malos por igual para que entren a formar parte del festín (Dios lo perdona todo. Tengamos en mente que las prostitutas serán las primeras en el Reino).

Sin embargo, hay algo que Dios no soporta: que su invitación no sea el gozo de aquellos que asisten, de modo que no se adecuen para la ocasión, llevando sus vestidos habituales. Dicho de otro modo, si no cambiamos nuestras vestiduras -nuestros hábitos, nuestra manera de pensar y actuar- y nos revestimos de fiesta -la forma de vivir que nos propone el Evangelio, siendo cercanos a los pobres y amando la justicia, comiendo y bebiendo con los pecadores…-, supondría que esta invitación no nos ha animado a adherirnos a ella.

El contraste entre los “muchos” llamados y los “pocos” elegidos tiene como fin el alertarnos para que nos abramos con generosidad a la invitación de Dios. ¿Por qué rechazar la generosidad de un Dios tan bueno?

 

Thierry Lamboley, jesuita.