Tribunas

 

La repugnancia del mal

 

 

Ángel Cabrero

 

 

 

 

Los libros sobre el poder del mal, sobre el odio, el egoísmo, el rechazo consciente y reiterado de Dios. O sea, sobre el demonio. El primero es de espiritualidad, con un recurso a la ficción, donde el relator es el mismo Judas. “Amigo Judas, ¿a qué has venido?”, es el libro de Ernesto Juliá donde el apóstol traidor intenta explicar cómo fue posible la traición.

El segundo es una magnífica novela de Graham Greene, donde se cuenta hasta qué punto, a pesar de las evidencias notorias, el personaje principal, el relator, no quiere saber nada sobre cómo encontrarse con Dios. “El final del affaire” es el título y me parece un ejercicio literario de una profundidad admirable y donde el protagonista se manifiesta como un ejemplo perfecto de lo que es egoísmo. Ejemplo de la conformidad con la maldad.

Toda una historia en la que, aparentemente, el protagonista es el amor, y donde se pone de manifiesto que aquello de que se habla no tiene nada que ver el auténtico amor. Más bien se trata de ese desorden sexual tan presente en muchas parejas que solo buscan placer.

En algunos momentos de la narración el lector puede ponerse de parte del personaje que habla en primera persona. Es más, habrá muchos que desde el principio al final estén con él. Pero con un poco de imparcialidad se descubre cual es la intención del guion de Greene. En realidad, nos muestra a un degenerado totalmente poseído por el egoísmo carnal. Manifiesta constantemente el amor por Sarah pero en cuanto le falla ella busca cualquier otra mujer con quien “hacer el amor”. Esto es realmente lo suyo.

A lo largo del relato se puede intuir -ahí está la maestría de Greene- que en Sarah hay dudas y algunos pasos lentos hacia algo distinto. Sentirse objeto de sexo le había parecido, desde mucho tiempo atrás, lo más grande. Pero después de pasar por diversas manos se da cuenta que a Maurice lo ama. Y por eso mismo busca como cambiar los planteamientos en su relación. Pero él, ante el acercamiento de Sarah a Dios, en pequeños detalles, no está dispuesto a cambiar.

“No tengo paz ni tengo amor, excepto el amor que siento por ti. Y le dije: soy un hombre que odia; aunque la verdad es que apenas sentía odio. También acusaba a la gente de ser histérica, cuando yo mismo hablaba con un exceso de vehemencia. Hasta que yo me daba cuenta de mi falta de sinceridad. Y lo que sentía no era odio, sino miedo. Porque si ese Dios existe, pensaba, y si incluso tú -con tu lujuria y tus adulterios y las tímidas mentiras que solías contarme- pudiste cambiar tanto, todos podríamos volvernos santos solo con dar el mismo salto que diste tú, cerrando los ojos y dando el paso definitivo: y si tú eres una santa, entonces no es tan difícil ser santo. Y eso es algo que Él puede pedirnos, que demos el salto, solo que yo no lo daré” (p. 298).

Sorprende hasta qué punto se parecen los planteamientos de quien solo sabe de placer carnal y apenas atisba el verdadero amor, con los razonamientos de Judas, que está junto a Dios, junto a Jesucristo, que ha hecho milagros con Jesús, pero al final no puede entender a un Dios misericordioso y prefiere, voluntariamente, distanciarse de él, ir al vacío eterno, por pura soberbia.

Leyendo estos dos libros se da uno cuenta hasta qué punto se puede llegar a la negación explícita y consciente del Bien, del Amor, de la eternidad con Dios.

 

 

 

 

Graham Greene,
El final del affaire,
Libros del Asteroide 2019

Ernesto Juliá,
Amigo Judas, ¿a qué has venido?,
Ideas y libros 2019

 

 

 

 

 

 

 

Ángel Cabrero Ugarte