Cáritas | Cooperación internacional • 28/04/2020

 

No es secundario: el coronavirus y las mujeres de los países en desarrollo

 

Las mujeres y en especial, las que viven en paísen en desarrollo, son las que más sufren la consecuencia de la pandemia

 

 

Por Pablo Reyero, responsable del Sahel del área de Cooperación Internacional de Cáritas Española


 

 

 

 

  • Bamako, Manila, Quito o Madrid han cerrado sus centros educativos.
  • Los hospitales están saturados de pacientes infectados por COVID-19.
  • Millones de trabajadores han perdido sus empleos o detenido su actividad económica.
  • No sabemos cuándo volveremos a la normalidad.

 

Probablemente esas sean las cuatro ideas que llenan los telediarios, los periódicos y en algún momento del día también nuestros pensamientos. Se habla mucho de que convivimos con una pandemia global, que a su vez es económica y social, pero hay otro rostro, un rostro de mujer, que permanece escondido.

Ese rostro nos advierte de los efectos que tiene esta crisis en las relaciones de género y, en particular, en las mujeres. Porque las consecuencias son y serán distintas entre los hombres y las mujeres. Y no solo en términos estrictamente sanitarios si no en los que tienen que ver con los derechos y la justicia social. Por esta razón es importante que volvamos a leer las primeras frases de este escrito desde la perspectiva de género.

Al cerrarse los colegios, miles de mujeres se verán obligadas a liberarse de sus trabajos para cuidar de sus hijos. El enorme esfuerzo en demostrar que estaban a la altura se perderá en pocas semanas ante la presión generalizada de que los niños deben estar con sus madres ¿Y qué pasará con las tareas del hogar? Los estudios de tiempo nos indican que ellas dedican más horas al cuidado de personas dependientes y a las tareas del hogar que ellos, y se confirma en cuanto pones un pie en un barrio de cualquier ciudad africana: ellas nunca se detienen.

El 70% del personal del sector sanitario y social del mundo son mujeres; en sus manos está mayoritariamente el cuidado de la salud. Hoy, ellas están más expuestas a la enfermedad. La emergencia del COVID-19 está, además, saturando las urgencias y la atención primaria, y eso implica dejar en un segundo plano todo lo demás, también las consultas e intervenciones materno-infantiles o ginecológicas. Los avances que se estaban consiguiendo en acceso de las mujeres a la salud en los países en desarrollo, tras años y multitud de organizaciones trabajando para vencer el miedo de acudir a revisiones prenatales, podrían estar en riesgo.

Y si nos preguntamos cuándo podremos salir a la calle, también nos acordaremos de las señoras que alimentan y mueven la economía informal en los países en desarrollo. La economía informal, la del día a día, la que tiene que ver con el pequeño comercio, la transformación artesanal, la paciencia y, sobre todo, la que permite a las mujeres una cierta y sabrosa independencia económica de sus maridos, padres o hijos. Medidas como limitar los desplazamientos, imponer toques de queda fuera del horario diurno o restringir las aglomeraciones significa para las mujeres cerrar su pequeño comercio de alimentos en el mercado del pueblo; significa tener que ir corriendo a buscar agua antes de que anochezca para coincidir con el resto de mujeres en el pozo, y escuchar que no está permitido juntarse más de cinco a la vez. Toda esa economía de subsistencia se tambalea si no se tiene en cuenta la vulnerabilidad diferencial entre hombres y mujeres a la hora de diseñar medidas y planes de respuesta.

La salud, la limpieza, los cuidados, la alimentación, el pequeño comercio de proximidad, tienen en común su carácter esencial en tiempos de crisis y que se componen de profesiones feminizadas a nivel global. Y eso lo estamos viendo todos ahora que hemos tenido que detenernos y pasar más tiempo en casa. Es importante visibilizar la evidencia de que durante la pandemia del COVID-19 las mujeres no han parado.

A modo de resumen, los efectos de la pandemia no son neutros al género. No incorporar el enfoque de género en las respuestas sanitaria, social y económica dirigidas a frenar las crisis derivadas de esta emergencia sería una estrategia miope. La urgencia puede llevarnos a creer que es el momento de priorizar, de actuar rápidamente, de manera cortoplacista, relegando los asuntos de género a necesidades secundarias, pero lo cierto es que solo se conseguirá dejar atrás esta crisis si se hace con más igualdad y equidad. Si no incorporamos el enfoque de género en las respuestas a la pandemia podría cumplirse la hipótesis de que los roles de género tradicionales de los cuidados y la salud, base en la que se asientan los mayores desequilibrios entre hombres y mujeres, se vean reforzados. Si no avanzamos, podríamos estar retrocediendo.