Tribunas

Pero, cuál es el Plan de desescalada episcopal

 

 

José Francisco Serrano Oceja

 

 

 

 

Una vez que Pedro Sánchez ha hecho público el plan general de desescalada con matizaciones, sobre todo en los tiempos de aplicación –ojo Madrid-, al menos en España no ha ocurrido como en Italia. Allí los obispos han tenido que recordar que “no pueden aceptar ver comprometido el ejercicio de la libertad de culto.

Debería estar claro que el compromiso de servir a los pobres, tan importante en esta emergencia, proviene de una fe que debe poder alimentarse de sus fuentes, en particular la sacramental”.

Esto no quiere decir que por aquí estemos satisfechos con las medidas que se han tomado. En primer lugar, porque, en teoría, que no en la práctica, los templos están abiertos en no pocos lugares, hay obispos que han seguido celebrando misas diarias en su Catedral, incluso con un número reducido de fieles.

Ahora es el gobierno, el Estado, el que marca que, en la primera fase, solo haya un tercio del aforo. Vamos a ver a un párroco, a un deán, a un obispo, discutiendo con la policía sobre el aforo de una parroquia, de una catedral, de una basílica. Si el más o el menos no cambia la especie, ahí estamos.

Y no digamos nada la peregrina idea andaluza, ¿del PP?, de permitir el culto negando la fórmula del rito de la comunión o incluso la misma comunión. Insisten en que lo han desmentido, pero ahí está. Lo que faltaba… Y las misas de menos de treinta minutos… Pero, ¿en manos de qué políticos estamos?

Quizá lo llamativo de esta situación sea la tentación Josefinista del Estado, sin saber incluso que tienen esa tentación. Sí, aquel José II (1780-1790) al que se le ocurrió determinar por decreto incluso los horarios de las misas en los templos parroquiales y en las catedrales.

Me dicen que el comentado papel de la Conferencia Episcopal en este proceso ciertamente no ha sido mucho, porque entre otras razones, no les han dado la oportunidad. Eran lentejas y no de la primogenitura. O lo tomas, o lo dejas.

Una conversación con el ministro católico de turno, que además es el competente, y lío en lo referido a la aplicación por parte de los responsables políticos del gobierno con algunos obispos y curas que han denunciado abusos de la autoridad y recursos de multas. Por cierto que las conversaciones ahora con el gobierno también discurren por otros derroteros más materiales.

Pero vayamos a la cuestión nuclear. Ya tenemos el plan del gobierno, ¿Cuál es el plan de la desescalada por parte de la Iglesia en España? ¿Cuál el de las diócesis? Está claro que mucho ha cambiado en estos meses de confinamiento. Hay horizontes que deben ser abordados, no solo en el ámbito de la comprensión de la acción de la Iglesia sino en lo material. Y hay cuestiones graves, decisivas, que afectan a la naturaleza de la Iglesia, que han creado sorprendentes polémicas.

Una no menor es la sacramental. Y otra subsiguiente, el papel central de la eucaristía en la vida de los cristianos. El afloramiento de teologías, formas de entender los sacramentos en la Iglesia que parecían de épocas pasadas, incluso en escritos y en alocuciones de personajes públicos de relevancia eclesial españoles, sí, españoles, no argentinos, ni camerunenses, que demandan una clarificación.

¿De verdad creen que la sacramentalidad de la Iglesia, por no repetir la palabra que han utilizado, es un síntoma del poder clerical, del clericalismo? ¿De verdad hay que comparar las formas de presencia de Dios con las de la presencia eucarística?¿De verdad hay que decirles a los cristianos que, tranquilos chicos, que durante siglos hubo santos que solo comulgaban cuatro veces al año? ¿De verdad hay que plantear ahora, como ha dicho un obispo de la Iglesia católica, la cuestión del precepto dominical? Que sigan planteando y replanteando. Bueno, es quizá donde están desde hace ya demasiado tiempo.

Y, después, lo referido al sostenimiento de la Iglesia. Es alarmante el clamor de algunos, muchos, párrocos que no han tenido ingresos en estos meses y que están dedicando todo el dinero que les queda, insuficiente, a Cáritas, a dar de comer a las personas que lo piden.

¿Cómo se va a articular esa llamada a la responsabilidad y a la economía de comunión en las diócesis cuando existen percepciones sobre lo que se ha hecho y se ha dejado de hacer contradictorias?

Otro gran tema, sin duda. No hay que olvidarse que la mejor invitación siempre es la trasparente. Transparencia por tanto, sobre lo que se ha perdido, lo que no se puede recuperar y lo que hay que volver a alcanzar.

 

José Francisco Serrano Oceja