Cáritas | Cooperación internacional • 05/05/2020

 

¿Se puede confinar a los «desconfinados»?

 

Las medidas de control del coronavirus no tienen en cuenta a las niñas y niños sin hogar de países en desarrollo

 

 

Por Pablo Reyero, responsable del Sahel del área de Cooperación Internacional de Cáritas Española


 

 

 

 

 

Más que la calle…

 

Tras la declaración de pandemia por parte de la OMS el pasado 11 de marzo, muchos países decretaron el estado de alarma implementado algún tipo de medida de distanciamiento social, limitación del movimiento y/o uso del espacio público. Sin embargo, conviene preguntarse cómo afectan estas medidas a los grupos vulnerables que históricamente han estado en los márgenes de la exclusión social, como la infancia sin hogar.

Los niños y niñas en situación de calle son una realidad en aquellos lugares donde no existen redes de protección para ellos. Si las hubiera, y gracias a ellas fueran sacados de la calle, tal vez hablaríamos de huérfanos, de víctimas de violencia de género o de trata, o de menores con necesidades especiales. Los denominados niños de la calle son eso, niños y niñas, algunos muy jóvenes, que duermen, comen, se lavan, se cambian de ropa, trabajan, conocen el amor, la amistad y el miedo, en soledad o en compañía, siempre en la calle. El mismo nombre compuesto que define al colectivo hace referencia a la vulneración al derecho a una vivienda y a partir de esa primera falta caen uno tras otro todos los demás derechos de los que deberían disfrutar. Un niño que no gozar de la protección de un hogar y de una familia no disfruta plenamente de ninguno de los derechos de la infancia como consecuencia. Y la infancia en situación de calle es un fenómeno social naturalizado en los países en desarrollo, y lo es porque su entorno lo permite y lo acepta, de igual modo que lo evita y lo estigmatiza cuando le conviene.

Con la aparición de la pandemia del COVID-19 se han puesto en marcha medidas de control de la enfermedad sin tener en cuenta a los niños y niñas en situación de calle. La desprotección para ellos durante un estado de alarma es, si cabe, aún mayor. La primera noche con el toque de queda, se dieron cuenta de que tampoco podían quedarse en aquella plaza o aquel soportal cerca de la mezquita. La policía les persiguió, golpeó, les gritó que no podían estar allí. A algunos los encerraron. Pronto entendieron que tampoco era buena idea acercarse a las personas no uniformadas. Lo importante era buscar dónde esconderse antes de que anocheciera y no moverse.

 

La información también es una medida de control del coronavirus

Y ahora se preguntan por qué la situación ha cambiado de un día para el otro y qué es eso del virus. La información les llega por el “boca a boca” y se convierte en el juego del teléfono escacharrado. No ven las noticias por televisión, no entienden los avisos en la radio, no saben leer los carteles informativos que empiezan a aparecer en los espacios públicos que frecuentan. Todo lo aprenden falsa o parcialmente. Nos comentan desde el centro de acogida de niños en situación de calle de Cáritas Ségou, en Mali, que llegan angustiados y estresados, sin saber qué es el COVID-19, comparándolo con la peor de las guerras que han vivido, temerosos de estar contagiados e incluso preocupados por aquellas familias que tuvieron que dejar atrás por una u otra razón. Por lo tanto, más inmediatas que las acciones de sensibilización en higiene, son las de informar y escuchar.

Están siendo unos días y unas semanas de mucha desprotección para estos chicos y chicas que claro, ahora más que nunca, también se les hace difícil procurarse el qué comer o ganar algo de dinero con sus trabajos informales o la mendicidad. La gente no quiere estar en la calle, no quiere acercarse a los demás, no tiene tiempo para los invisibles.

En las emergencias y en los planes de rescate se prioriza y estandariza, y lamentablemente siempre se deja a alguien atrás -a ellas, a los pequeños, a los débiles, a los apátridas…- cometiendo el doble error de, por un lado, obviar que la crisis afecta de distinta manera a unos y a otros y, por otro, perder una oportunidad para devolver y apuntalar derechos robados. ¿Qué pasará cuando todo termine? ¿Será solo una oportunidad perdida o añadiremos nuevos estigmas a estos niños? ¿Serán vistos también como los niños que no han estado confinados, los que no se han lavado las manos ni han respetado las normas mínimas de distanciamiento? Aún pueden perder más que la calle.

 

“Niños y niñas que no gozan de la protección de un hogar ni de una familia, tampoco disfrutan de otros muchos derechos de su infancia”.