Colaboraciones

 

¡Revolución! (II)

 

 

22 mayo, 2020 | por Jordi-Maria d’Arquer


 

 

 

 

Continuamos con nuestra reflexión sobre la enfermedad del ser distinto frente a la peculiaridad querida por el Papa en la Iglesia. Pues, ciertamente, la peculiaridad, ya presente en la Naturaleza, es querida y creada por Dios.

Por eso el Papa continuó destacando y defendiendo la diversidad en la Iglesia tomando el incidente de san Pedro que narraba la primera lectura litúrgica de la misa del día. En ella se narra cómo a los apóstoles en Jerusalén les llegó la noticia de que Pedro había conseguido que muchos paganos en Judea aceptaran la palabra de Dios (Hch 11,1-18).

Los “distinguidos” de siempre, que aguan todas las fiestas, se oponen a aceptar otra cosa que no sea la suya, como cuando le reprochan a Pedro que había entrado en casa de incircuncisos y comido con ellos. “Eso no se podía”, explicó el Papa, “era pecado. La puridad de la Ley no permitía eso”. Pero el cabeza de los Apóstoles, como ahora destaca su sucesor, acudió a ellos “porque era el Espíritu el que lo llevaba allí”.

Ese incidente sufrido por san Pedro nos lo encontramos a menudo en nuestro trasiego cotidiano, y seguiremos encontrándonoslo, si nuestra sociedad sigue abocándonos a creer firmemente en esa pseudocreencia de que estamos en este mundo para gozar y fruir de todo sin concierto ni medida, para lo que debemos imponer siempre nuestra voluntad a fin de conseguirlo. Empiezan por ahí, sean amas de casa o empresarios, creyentes o no creyentes, laicos o cardenales, y acaban pretendiendo hacer un mundo y una Iglesia encorsetados a su medida, porque su orgullo les incapacita para aceptar un mundo distinto de su propia voluntad.

“No quiero”, “No me gusta lo que has hecho”, “Yo soy así”, “Me ofendes”, “La Iglesia es para los hombres y las mujeres de hoy, y por eso debemos cambiarla”. ¿No te suenan estas demandas? Pues ve acostumbrándote, porque la crisis del coronavirus es poco ante el virus del egotismo, que ya está aquí para quedarse. Solo se disipará cuando amanezca en los corazones destrozados tras las guerras intestinas del individualismo acérrimo que sufrimos, y las que aún nos esperan en los recovecos.

No obstante, con la pandemia, ¿hemos aprendido ya que todos tenemos la misma dignidad como hijos de Dios, y que todos somos necesarios? Desde el no nacido al discapacitado o el anciano, desde el taxista a Su Excelencia el Presidente. A ver si los prepotentes bajan de su borrica y reconocen la realidad como es. Si no, lo van a pasar mal, y nosotros peor. Porque el virus ataca, y la moraleja es, para sus contrarios, “o todos o nada”. He ahí la réplica del orgullo humano. Entérate: tras el coronavirus, de vuelta a “la normalidad”, nada. En todo caso, será “otra normalidad”, que de normal no tendrá nada.

Atención, pues, que ni lo uno ni lo otro, porque el “todo o nada” tampoco vale. De hecho, ambas son caras de la misma moneda, y eso es la revolución. Esperemos que sea pacífica, porque todos tenemos parte en ella. Abre los ojos: aquí la tenemos, ¡ya ha llegado! “Cámara, luces, ¡acción!”. -¿Estás preparado?