Servicio diario - 31 de mayo de 2020


 

Pentecostés: Homilía del Papa en la basílica de San Pedro
Rosa Die Alcolea

Regina Coeli: Palabras del Papa en Pentecostés
Raquel Anillo

Mensaje del Papa Francisco para la 94ª Jornada Mundial de la Misión
Rosa Die Alcolea

Pentecostés: Videomensaje del Papa a Justin Welby, arzobispo de Canterbury
Raquel Anillo

Regina Coeli: Llamamiento del Papa para atención sanitaria
Raquel Anillo

Renovación Carismática: Videomensaje del Papa en la Vigilia de Pentecostés
Rosa Die Alcolea

Guterres, a Andrea Riccardi: “Gracias por el trabajo por la paz”
Raquel Anillo

Beato Juan Bautista Scalabrini, 1 de junio
Isabel Orellana Vilches


 

 

 

Pentecostés: Homilía del Papa en la basílica de San Pedro

Entender que “Dios que es don”

mayo 31, 2020 11:35

Papa y Santa Sede

(zenit – 31 mayo 2020).- Este año, la celebración de la Misa en Pentecostés cobra una cariz especial: Sumidos en una pandemia mundial desde marzo, el Papa Francisco invita a pedir al Espíritu Santo que “reavive en nosotros el recuerdo del don recibido”, nos libre “de la parálisis del egoísmo” y “encienda en nosotros el deseo de servir, de hacer el bien”.

“Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor”. A las 10 horas ha iniciado la Santa Misa en la Capilla del Santísimo Sacramento, este domingo, 31 de mayo de 2020, en la basílica de San Pedro, en la que han participado unos 50 fieles, separados convenientemente según las medidas de seguridad para evitar el contagio del coronavirus y protegidos con mascarillas y desinfectantes.

“Es importante creer que Dios es don, que no actúa tomando, sino dando”, ha recalcado Francisco, en conmemoración del don dado por Dios: El Espíritu Santo, y ha recordado que fue este momento cuando los Apóstoles “comprendieron la fuerza unificadora del Espíritu”.

 

Un Dios “que es don”

“Si tenemos en el corazón a un Dios que es don, todo cambia”. Así, ha anunciado que si comprendemos que “lo que somos es un don suyo, gratuito e inmerecido”, entonces “también a nosotros nos gustaría hacer de nuestra vida un don”, y de este modo, “amando humildemente, sirviendo gratuitamente y con alegría, daremos al mundo la verdadera imagen de Dios”.

En esta lógica, Francisco ha exhortado a “examinar nuestro corazón” y preguntarnos “qué es lo que nos impide darnos”, y ha enumerado tres “enemigos del don” contra los que debemos luchar: el narcisismo, el victimismo y el pesimismo.

Por ello, ha advertido que “en el gran esfuerzo que supone comenzar de nuevo, qué dañino es el pesimismo, ver todo negro y repetir que nada volverá a ser como antes”, y ante la carestía de esperanza, ha reivindicado la necesidad de “valorar el don de la vida, el don que es cada uno de nosotros”.

Sigue la homilía completa del Papa Francisco, difundida por la Oficina de Prensa de la Santa Sede.

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Homilía del Papa Francisco

“Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu” (1 Co 12,4), escribe el apóstol Pablo a los corintios; y continúa diciendo: “Hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios” (vv. 5-6). Diversidad-unidad: San Pablo insiste en juntar dos palabras que parecen contraponerse. Quiere indicarnos que el Espíritu Santo es la unidad que reúne a la diversidad; y que la Iglesia nació así: nosotros, diversos, unidos por el Espíritu Santo.

“Vayamos, pues, al comienzo de la Iglesia, al día de Pentecostés. Y fijémonos en los Apóstoles: muchos de ellos eran gente sencilla, pescadores, acostumbrados a vivir del trabajo de sus propias manos, pero estaba también Mateo, un instruido recaudador de impuestos. Había orígenes y contextos sociales diferentes, nombres hebreos y nombres griegos, caracteres mansos y otros impetuosos, así como puntos de vista y sensibilidades distintas. Todos eran diferentes, Jesús no los había cambiado, no los había uniformado y convertido en ejemplares producidos en serie. Habían dejado sus diferencias y, ahora, ungiéndolos con el Espíritu Santo, los une. La unión de ellos, que son diferentes, llega con la unción. En Pentecostés los Apóstoles comprendieron la fuerza unificadora del Espíritu. La vieron con sus propios ojos cuando todos, aun hablando lenguas diferentes, formaron un solo pueblo: el pueblo de Dios, plasmado por el Espíritu, que entreteje la unidad con nuestra diversidad, y da armonía porque es armonía”.

Pero volviendo a nosotros, la Iglesia de hoy, podemos preguntarnos: “¿Qué es lo que nos une, en qué se fundamenta nuestra unidad?”. También entre nosotros existen diferencias, por ejemplo, de opinión, de elección, de sensibilidad. La tentación está siempre en querer defender a capa y espada las propias ideas, considerándolas válidas para todos, y en llevarse bien sólo con aquellos que piensan igual que nosotros. Pero esta es una fe construida a nuestra imagen y no es lo que el Espíritu quiere. En consecuencia, podríamos pensar que lo que nos une es lo mismo que creemos y la misma forma de comportarnos. Sin embargo, hay mucho más que eso: nuestro principio de unidad es el Espíritu Santo. Él nos recuerda que, ante todo, somos hijos amados de Dios. El Espíritu desciende sobre nosotros, a pesar de todas nuestras diferencias y miserias, para manifestarnos que tenemos un solo Señor, Jesús, y un solo Padre, y que por esta razón somos hermanos y hermanas. Empecemos de nuevo desde aquí, miremos a la Iglesia como la mira el Espíritu, no como la mira el mundo. El mundo nos ve de derechas y de izquierdas, con estas ideologías o con otras; el Espíritu nos ve del Padre y de Jesús. El mundo ve conservadores y progresistas; el Espíritu ve hijos de Dios. La mirada mundana ve estructuras que hay que hacer más eficientes; la mirada espiritual ve hermanos y hermanas mendigos de misericordia. El Espíritu nos ama y conoce el lugar que cada uno tiene en el conjunto: para Él no somos confeti llevado por el viento, sino teselas irremplazables de su mosaico.

Regresemos al día de Pentecostés y descubramos la primera obra de la Iglesia: el anuncio. Y, aun así, notamos que los Apóstoles no preparan ninguna estrategia ni tienen un plan pastoral. Podrían haber repartido a las personas en grupos, según sus distintos pueblos de origen, o dirigirse primero a los más cercanos y, luego, a los lejanos; también hubieran podido esperar un poco antes de comenzar el anuncio y, mientras tanto, profundizar en las enseñanzas de Jesús, para evitar riesgos, pero no. El Espíritu no quería que la memoria del Maestro se cultivara en grupos cerrados, en cenáculos donde se toma gusto a “hacer el nido”. El Espíritu abre, reaviva, impulsa más allá de lo que ya fue dicho y fue hecho, más allá de los ámbitos de una fe tímida y desconfiada. En el mundo, todo se viene abajo sin una planificación sólida y una estrategia calculada. En la Iglesia, por el contrario, es el Espíritu quien garantiza la unidad a los que anuncian. Por eso, los apóstoles se lanzan, poco preparados, corriendo riesgos; pero salen. Un solo deseo los anima: dar lo que han recibido.

Finalmente llegamos a entender cuál es el secreto de la unidad, el secreto del Espíritu. Es el don. Porque Él es don, vive donándose a sí mismo y de esta manera nos mantiene unidos, haciéndonos partícipes del mismo don. Es importante creer que Dios es don, que no actúa tomando, sino dando. ¿Por qué es importante? Porque nuestra forma de ser creyentes depende de cómo entendemos a Dios. Si tenemos en mente a un Dios que arrebata y se impone, también nosotros quisiéramos arrebatar e imponernos: ocupando espacios, reclamando relevancia, buscando poder. Pero si tenemos en el corazón a un Dios que es don, todo cambia. Si nos damos cuenta de que lo que somos es un don suyo, gratuito e inmerecido, entonces también a nosotros nos gustaría hacer de nuestra vida un don. Y así, amando humildemente, sirviendo gratuitamente y con alegría, daremos al mundo la verdadera imagen de Dios. El Espíritu, memoria viviente de la Iglesia, nos recuerda que nacimos de un don y que crecemos dándonos; no preservándonos, sino entregándonos sin reservas.

Queridos hermanos y hermanas: Examinemos nuestro corazón y preguntémonos qué es lo que nos impide darnos. Tres son los enemigos del don, siempre agazapados en la puerta del corazón: el narcisismo, el victimismo y el pesimismo. El narcisismo, que lleva a la idolatría de sí mismo y a buscar sólo el propio beneficio. El narcisista piensa: “La vida es buena si obtengo ventajas”. Y así llega a decirse: “¿Por qué tendría que darme a los demás?”. En esta pandemia, cuánto duele el narcisismo, el preocuparse de las propias necesidades, indiferente a las de los demás, el no admitir las propias fragilidades y errores. Pero también el segundo enemigo, el victimismo, es peligroso. El victimista está siempre quejándose de los demás: “Nadie me entiende, nadie me ayuda, nadie me ama, ¡están todos contra mí!”. Y su corazón se cierra, mientras se pregunta: “¿Por qué los demás no se donan a mí?”. En el drama que vivimos, ¡qué grave es el victimismo! Pensar que no hay nadie que nos entienda y sienta lo que vivimos. Por último, está el pesimismo. Aquí la letanía diaria es: “Todo está mal, la sociedad, la política, la Iglesia…”. El pesimista arremete contra el mundo entero, pero permanece apático y piensa: “Mientras tanto, ¿de qué sirve darse? Es inútil”. Y así, en el gran esfuerzo que supone comenzar de nuevo, qué dañino es el pesimismo, ver todo negro y repetir que nada volverá a ser como antes. Cuando se piensa así, lo que seguramente no regresa es la esperanza. Nos encontramos ante una carestía de esperanza y necesitamos valorar el don de la vida, el don que es cada uno de nosotros. Por esta razón, necesitamos el Espíritu Santo, don de Dios que nos cura del narcisismo, del victimismo y del pesimismo.

Pidámoslo: Espíritu Santo, memoria de Dios, reaviva en nosotros el recuerdo del don recibido. Líbranos de la parálisis del egoísmo y enciende en nosotros el deseo de servir, de hacer el bien. Porque peor que esta crisis, es solamente el drama de desaprovecharla, encerrándonos en nosotros mismos. Ven, Espíritu Santo, Tú que eres armonía, haznos constructores de unidad; Tú que siempre te das, concédenos la valentía de salir de nosotros mismos, de amarnos y ayudarnos, para llegar a ser una sola familia. Amén.

 

© Librería Editorial Vaticano

 

 

 

 

Regina Coeli: Palabras del Papa en Pentecostés

Antes de la oración mariana

mayo 31, 2020 13:54

Angelus y Regina Coeli

(zenit – 31 mayo 2020).- En este Domingo de Pentecostés, el Papa aparece de nuevo en la ventana de su despacho del Palacio Vaticano que da a la Plaza de San Pedro, para saludar a los fieles congregados, con gran alegría.

“Jesús no se cansa jamás de perdonar, no se olviden”, son unas de las palabras con las que el Papa se dirige a nosotros, “somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón”.

“Perdonando y reuniendo a sus discípulos entorno a Él, Jesús hace de ellos su Iglesia: una comunidad reconciliada y lista para la misión y cuando una comunidad no está reconciliada, no está lista para la misión, está lista para discutir dentro de sí, para las discusiones internas” añadiendo que “El encuentro con el Señor resucitado convierte la existencia de los Apóstoles y los convierte en valientes testigos. De hecho, inmediatamente después dice: “Como el Padre ha enviado, así os envío también yo”.

Terminando, “La fiesta de Pentecostés renueva la conciencia de que en nosotros habita la presencia vivificante del Espíritu Santo. También nos da el coraje de salir fuera de los muros protectores de nuestros “cenáculos”, de los grupos, sin descansar en una vida tranquila o encerrarnos en hábitos estériles”.

Estas son las palabras del Papa antes de la oración mariana:

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Palabras del Papa antes del Regina Coeli

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy que la plaza está abierta, podemos regresar con mucho gusto.

Hoy celebramos la gran fiesta de Pentecostés, en memoria de la efusión del Espíritu Santo sobre la primera comunidad cristiana. El Evangelio de hoy (cf. Jn 20, 19-23) nos conduce a la víspera de la Pascua y nos muestra a Jesús resucitado que se aparece en el Cenáculo, donde se han refugiado los discípulos. Tenían miedo y se puso en medio de ellos y les dijo: “¡La paz sea con vosotros!” (v. 19). Estas primeras palabras pronunciadas por el Resucitado: “La paz sea con vosotros”, deben ser consideradas  más que un saludo: expresan el perdón concedido a los discípulos que, para decir la verdad, lo habían abandonado. Estas son palabras de reconciliación y de perdón. También nosotros cuando deseamos la paz a los demás, estamos dando el perdón y pidiendo el perdón. Jesús ofrece su paz precisamente a estos discípulos que tienen miedo, que se resisten a creer lo que han visto, es decir, la tumba vacía, y que subestiman el testimonio de María Magdalena y de las otras mujeres. Jesús perdona, perdona siempre y ofrece su paz a sus amigos. No olvidéis, Jesús no se cansa jamás de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón.

Perdonando y reuniendo a sus discípulos entorno a Él, Jesús hace de ellos su Iglesia, su Iglesia: una comunidad  reconciliada y lista para la misión, reconciliada y lista para la misión y cuando una comunidad no está reconciliada, no está lista para la misión, está lista para discutir dentro de sí, esas guerras internas. El encuentro con el Señor resucitado convierte la existencia de los Apóstoles y los convierte en valientes testigos. De hecho, inmediatamente después dice: “Como el Padre ha enviado, así os envío también yo” (v. 21). Estas palabras dejan claro que los Apóstoles son enviados a prolongar la misma misión que el Padre confió a Jesús. “Yo os envío”: no es el momento de quedarse encerrados, ni de arrepentirse de los “buenos momentos” pasados con el Maestro. La alegría de la resurrección es grande, pero es una alegría expansiva, que no debe ser guardada para sí mismo, es para darla. En los domingos de tiempo Pascual hemos escuchado primero este mismo episodio, luego el encuentro con los discípulos de Emaús, después el Buen Pastor, los discursos de despedida y la promesa del Espíritu Santo: todo está orientado a fortalecer la fe de los discípulos,  y también la nuestra, en vista de la misión.

Y precisamente para animar a la misión, Jesús da a los Apóstoles su Espíritu, dice el Evangelio: Sopló sobre ellos y dijo: “Recibid el Espíritu Santo”. (v. 22). El Espíritu Santo es el fuego que quema los pecados y crea hombres y mujeres nuevos; es el fuego del amor con el que los discípulos podrán “incendiar el mundo”, ese amor de ternura que prefiere a los pequeños, a los pobres, a los excluidos… En los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación hemos recibido el Espíritu Santo con sus dones: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, conocimiento, piedad, temor de Dios. Este último don – el temor de Dios – es justo lo contrario del miedo que antes paralizaba a los discípulos: es el amor al Señor, es la certeza de su misericordia y de su bondad, es la confianza de que podemos avanzar en la dirección indicada por Él, sin que nunca nos falte su presencia y su sustento.

La fiesta de Pentecostés renueva la conciencia de que en nosotros habita la presencia vivificante del Espíritu Santo. También nos da el coraje de salir fuera de los muros protectores de nuestros “cenáculos”, de los grupos, sin descansar en una vida tranquila o encerrarnos en hábitos estériles.

Elevemos ahora nuestro pensamiento a María Santísima, ella estaba allí con los Apóstoles cuando vino el Espíritu Santo, protagonista con la primera Comunidad de la admirable experiencia del Pentecostés, y oremos a Ella para que obtenga para la Iglesia el ardiente espíritu misionero.

 

 

 

 

Mensaje del Papa Francisco para la 94ª Jornada Mundial de la Misión

18 de octubre de 2020

mayo 31, 2020 13:40

Misión
Papa y Santa Sede

(zenit – 31 mayo 2020).- En su mensaje para la próxima Jornada Mundial Misionera, que tendrá lugar el 18 de octubre de 2020, el Papa recuerda que la misión, la ‘Iglesia en salida’ no es un “programa, una intención que se logra mediante un esfuerzo de voluntad”, sino que “es Cristo quien saca a la Iglesia de sí misma. En la misión de anunciar el Evangelio, te mueves porque el Espíritu te empuja y te trae”.

Así lo expresa en las palabras dedicadas al día de la Misión, que ha hecho públicas en la fiesta de Pentecostés, este domingo, 31 de mayo de 2020.

La pregunta que Dios hace: “¿A quién voy a enviar?” viene del corazón de Dios, indica Francisco, “de su misericordia que interpela tanto a la Iglesia como a la humanidad en la actual crisis mundial”, a la vez que recuerda algunas palabras pronunciadas el 27 de marzo, en oración mundial por el fin de la pandemia: “Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos”.

Así pues, se renueva y espera nuestra respuesta generosa y convencida: “¡Aquí estoy, mándame!”, reclama el Pontífice. “Dios continúa buscando a quién enviar al mundo y a cada pueblo, para testimoniar su amor, su salvación del pecado y la muerte, su liberación del mal”.

En concreto, el Santo Padre expresa que la misión “es una respuesta libre y consciente a la llamada de Dios, pero podemos percibirla sólo cuando vivimos una relación personal de amor con Jesús vivo en su Iglesia”.

A continuación, reproducimos el texto completo del mensaje del Papa Francisco para la 94ª Jornada Mundial de la Misión:

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Mensaje del Papa Francisco

“Aquí estoy, mándame” (Is 6,8)

 

Queridos hermanos y hermanas:

Doy gracias a Dios por la dedicación con que se vivió en toda la Iglesia el Mes Misionero Extraordinario durante el pasado mes de octubre. Estoy seguro de que contribuyó a estimular la conversión misionera de muchas comunidades, a través del camino indicado por el tema: “Bautizados y enviados: la Iglesia de Cristo en misión en el mundo”.

En este año, marcado por los sufrimientos y desafíos causados por la pandemia del COVID-19, este camino misionero de toda la Iglesia continúa a la luz de la palabra que encontramos en el relato de la vocación del profeta Isaías: “Aquí estoy, mándame” ( Is 6,8). Es la respuesta siempre nueva a la pregunta del Señor: “¿A quién enviaré?” (ibíd.). Esta llamada viene del corazón de Dios, de su misericordia que interpela tanto a la Iglesia como a la humanidad en la actual crisis mundial. “Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos” (Meditación en la plaza San Pedro, 27 marzo 2020). Estamos realmente asustados, desorientados y atemorizados. El dolor y la muerte nos hacen experimentar nuestra fragilidad humana; pero al mismo tiempo todos somos conscientes de que compartimos un fuerte deseo de vida y de liberación del mal. En este contexto, la llamada a la misión, la invitación a salir de nosotros mismos por amor de Dios y del prójimo se presenta como una oportunidad para compartir, servir e interceder. La misión que Dios nos confía a cada uno nos hace pasar del yo temeroso y encerrado al yo reencontrado y renovado por el don de sí mismo.

En el sacrificio de la cruz, donde se cumple la misión de Jesús (cf. Jn 19,28-30), Dios revela que su amor es para todos y cada uno de nosotros (cf. Jn 19,26-27). Y nos pide nuestra disponibilidad personal para ser enviados, porque Él es Amor en un movimiento perenne de misión, siempre saliendo de sí mismo para dar vida. Por amor a los hombres, Dios Padre envió a su Hijo Jesús (cf. Jn 3,16). Jesús es el Misionero del Padre: su Persona y su obra están en total obediencia a la voluntad del Padre (cf. Jn 4,34; 6,38; 8,12-30; Hb 10,5-10). A su vez, Jesús, crucificado y resucitado por nosotros, nos atrae en su movimiento de amor; con su propio Espíritu, que anima a la Iglesia, nos hace discípulos de Cristo y nos envía en misión al mundo y a todos los pueblos.

“La misión, la ‘Iglesia en salida’ no es un programa, una intención que se logra mediante un esfuerzo de voluntad. Es Cristo quien saca a la Iglesia de sí misma. En la misión de anunciar el Evangelio, te mueves porque el Espíritu te empuja y te trae” (Sin Él no podemos hacer nada, LEV-San Pablo, 2019, 16-17). Dios siempre nos ama primero y con este amor nos encuentra y nos llama. Nuestra vocación personal viene del hecho de que somos hijos e hijas de Dios en la Iglesia, su familia, hermanos y hermanas en esa caridad que Jesús nos testimonia. Sin embargo, todos tienen una dignidad humana fundada en la llamada divina a ser hijos de Dios, para convertirse por medio del sacramento del bautismo y por la libertad de la fe en lo que son desde siempre en el corazón de Dios.

Haber recibido gratuitamente la vida constituye ya una invitación implícita a entrar en la dinámica de la entrega de sí mismo: una semilla que madurará en los bautizados, como respuesta de amor en el matrimonio y en la virginidad por el Reino de Dios. La vida humana nace del amor de Dios, crece en el amor y tiende hacia el amor. Nadie está excluido del amor de Dios, y en el santo sacrificio de Jesús, el Hijo en la cruz, Dios venció el pecado y la muerte (cf. Rm 8,31-39). Para Dios, el mal —incluso el pecado— se convierte en un desafío para amar y amar cada vez más (cf. Mt 5,38-48; Lc23,33-34). Por ello, en el misterio pascual, la misericordia divina cura la herida original de la humanidad y se derrama sobre todo el universo. La Iglesia, sacramento universal del amor de Dios para el mundo, continúa la misión de Jesús en la historia y nos envía por doquier para que, a través de nuestro testimonio de fe y el anuncio del Evangelio, Dios siga manifestando su amor y pueda tocar y transformar corazones, mentes, cuerpos, sociedades y culturas, en todo lugar y tiempo.

La misión es una respuesta libre y consciente a la llamada de Dios, pero podemos percibirla sólo cuando vivimos una relación personal de amor con Jesús vivo en su Iglesia. Preguntémonos: ¿Estamos listos para recibir la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida, para escuchar la llamada a la misión, tanto en la vía del matrimonio como de la virginidad consagrada o del sacerdocio ordenado, como también en la vida ordinaria de todos los días? ¿Estamos dispuestos a ser enviados a cualquier lugar para dar testimonio de nuestra fe en Dios, Padre misericordioso, para proclamar el Evangelio de salvación de Jesucristo, para compartir la vida divina del Espíritu Santo en la edificación de la Iglesia? ¿Estamos prontos, como María, Madre de Jesús, para ponernos al servicio de la voluntad de Dios sin condiciones (cf. Lc 1,38)? Esta disponibilidad interior es muy importante para poder responder a Dios: “Aquí estoy, Señor, mánd ame” (cf. Is 6,8). Y todo esto no en abstracto, sino en el hoy de la Iglesia y de la historia.

Comprender lo que Dios nos está diciendo en estos tiempos de pandemia también se convierte en un desafío para la misión de la Iglesia. La enfermedad, el sufrimiento, el miedo, el aislamiento nos interpelan. Nos cuestiona la pobreza de los que mueren solos, de los desahuciados, de los que pierden sus empleos y salarios, de los que no tienen hogar ni comida. Ahora, que tenemos la obligación de mantener la distancia física y de permanecer en casa, estamos invitados a redescubrir que necesitamos relaciones sociales, y también la relación comunitaria con Dios. Lejos de aumentar la desconfianza y la indiferencia, esta condición debería hacernos más atentos a nuestra forma de relacionarnos con los demás. Y la oración, mediante la cual Dios toca y mueve nuestro corazón, nos abre a las necesidades de amor, dignidad y libertad de nuestros hermanos, así como al cuidado de toda la creación. La imposibilidad de reunirnos como Iglesia para celebrar la Eucaristía nos ha hecho compartir la condición de muchas comunidades cristianas que no pueden celebrar la Misa cada domingo. En este contexto, la pregunta que Dios hace: “¿A quién voy a enviar?”, se renueva y espera nuestra respuesta generosa y convencida: “¡Aquí estoy, mándame!” (Is 6,8). Dios continúa buscando a quién enviar al mundo y a cada pueblo, para testimoniar su amor, su salvación del pecado y la muerte, su liberación del mal (cf. Mt 9,35-38; Lc 10,1-12).

La celebración la Jornada Mundial de la Misión también significa reafirmar cómo la oración, la reflexión y la ayuda material de sus ofrendas son oportunidades para participar activamente en la misión de Jesús en su Iglesia. La caridad, que se expresa en la colecta de las celebraciones litúrgicas del tercer domingo de octubre, tiene como objetivo apoyar la tarea misionera realizada en mi nombre por las Obras Misionales Pontificias, para hacer frente a las necesidades espirituales y materiales de los pueblos y las iglesias del mundo entero y para la salvación de todos.

Que la Bienaventurada Virgen María, Estrella de la evangelización y Consuelo de los afligidos, Discípula misionera de su Hijo Jesús, continúe intercediendo por nosotros y sosteniéndonos.

Roma, San Juan de Letrán, 31 de mayo de 2020, Solemnidad de Pentecostés.

 

FRANCISCO

 

 

 

 

Pentecostés: Videomensaje del Papa a Justin Welby, arzobispo de Canterbury

Movimiento mundial de oración Thy Kingdom Come

mayo 31, 2020 11:57

Papa y Santa Sede

(zenit – 31 mayo 2020).- “El Espíritu Santo da sabiduría y consejo. Invoquémoslo en estos días sobre cuantos están obligados a tomar decisiones delicadas y urgentes, para que protejan la vida humana y la dignidad del trabajo”, con estas palabras se dirige el Papa a Justin Welby, arzobispo de Canterbury, y a los participantes del movimiento mundial de oración Thy Kingdom Come, en un videomensaje publicado por la Santa Sede el 31 de mayo de 2020.

“El día de Pentecostés, los pueblos que hablaban lenguas diversas se encontraron. En estos meses, sin embargo, se nos pide que observemos medidas justas y necesarias para distanciarnos. Pero podemos entender mejor dentro de nosotros mismos lo que sienten los demás. Nos acompañan el miedo y la incertidumbre. Tenemos que levantar tantos corazones desconsolados. Pienso en lo que decía Jesús cuando hablaba del Espíritu Santo: Usaba una palabra en particular, Paráclito, es decir, Consolador”. Con estas palabras se dirigió el Papa a los participantes del movimiento mundial de oración Thy Kingdom Come.

“Hoy asistimos a una trágica carestía de esperanza. ¡Cuántas heridas, cuántos vacíos sin llenar, cuánto dolor sin consuelo! Hagámonos entonces intérpretes del consuelo del Espíritu, transmitamos esperanza y el Señor nos abrirá nuevas sendas en nuestro camino”, añadió.

“El Espíritu Santo da sabiduría y consejo. Invoquémoslo en estos días sobre cuantos están obligados a tomar decisiones delicadas y urgentes, para que protejan la vida humana y la dignidad del trabajo”.

Publicamos a continuación el texto del mensaje de vídeo que el Santo Padre Francisco envía a Su Gracia Justin Welby, arzobispo de Canterbury, y a los participantes del movimiento mundial de oración Thy Kingdom Come en la solemnidad de Pentecostés:

 

Palabras del Papa

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Queridos hermanos y hermanas,

Me uno con alegría al arzobispo Justin Welby y a todos vosotros para compartir lo que llevo en mi corazón. Es Pentecostés: recordemos el día en que el Espíritu de Dios descendió con poder. Desde ese día la vida de Dios se difundió entre nosotros, trayéndonos una esperanza nueva , una paz y una alegría hasta entonces desconocidas. En Pentecostés Dios contagió de vida al mundo ¡Cuánto choca con el contagio de la muerte que desde hace meses infecta la Tierra! Entonces, nunca como hoy es necesario invocar al Espíritu Santo, para que derrame la vida de Dios, el amor, en nuestros corazones. De hecho, para que el futuro sea mejor, es nuestro corazón el que debe mejorar.

El día de Pentecostés, los pueblos que hablaban lenguas diversas se encontraron. En estos meses, sin embargo, se nos pide que observemos medidas justas y necesarias para distanciarnos. Pero podemos entender mejor dentro de nosotros mismos lo que sienten los demás. Nos acompañan el miedo y la incertidumbre. Tenemos que levantar tantos corazones desconsolados. Pienso en lo que decía Jesús cuando hablaba del Espíritu Santo: Usaba una palabra en particular, Paráclito, es decir, Consolador. Muchos de vosotros habéis sentido su consuelo, esa paz interior que nos hace sentir amados, esa fortaleza suave que siempre da valor, incluso en el dolor. El Espíritu nos da la certeza de que no estamos solos, sino sostenidos por Dios. Queridos amigos, lo que hemos recibido debemos darlo: estamos llamados a difundir el consuelo del Espíritu, la cercanía de Dios.

¿Cómo hacerlo? Pensemos en lo que nos gustaría tener ahora: consuelo, aliento, alguien que nos cuide, alguien que rece por nosotros, que llore con nosotros, que nos ayude a enfrentar nuestros problemas. Por lo tanto, lo que queramos que nos hagan los demás, hagámoslo con ellos (cf. Mt 7,12). ¿Queremos ser escuchados? Escuchemos. ¿Necesitamos que nos animen? Animemos. ¿Queremos que alguien nos cuide? Cuidemos de los que no tienen a nadie. ¿Necesitamos esperanza para el mañana? Demos esperanza hoy. Hoy asistimos a una trágica carestía de esperanza. ¡Cuántas heridas, cuántos vacíos sin llenar, cuánto dolor sin consuelo! Hagámonos entonces intérpretes del consuelo del Espíritu, transmitamos esperanza y el Señor nos abrirá nuevas sendas en nuestro camino.

Siento que comparto algo propio en nuestro camino. Cuánto me gustaría que, como cristianos, fuéramos cada vez más y más juntos testigos de la misericordia para la humanidad, duramente probada. Pidamos al Espíritu el don de la unidad, porque difundiremos la fraternidad solamente si vivimos como hermanos entre nosotros. No podemos pedirle a la humanidad que permanezca unida si nosotros vamos por caminos diferentes. Recemos entonces los unos por los otros. sintámonos responsables los unos de los otros.

El Espíritu Santo da sabiduría y consejo. Invoquémoslo en estos días sobre cuantos están obligados a tomar decisiones delicadas y urgentes, para que protejan la vida humana y la dignidad del trabajo. Que se invierta en esto: en la salud, en el trabajo, en la eliminación de las desigualdades y la pobreza. Nunca como ahora habíamos necesitado una mirada llena de humanidad: no podemos empezar de nuevo a perseguir nuestros propios éxitos sin preocuparnos por los que se quedan atrás. Y aunque tantos lo harán, el Señor nos pide que cambiemos de rumbo. Pedro, el día de Pentecostés, dijo con la parresía del Espíritu: «Convertíos» (A 2,38), es decir, cambiad de dirección, invertid la dirección de marcha. Necesitamos volver a caminar hacia Dios y hacia el prójimo: no separados, no anestesiados ante el grito de los olvidados y del planeta herido. Tenemos que estar unidos para hacer frente a las pandemias que se propagan: la del virus, pero también el hambre, las guerras, el desprecio por la vida, la indiferencia. Sólo caminando juntos llegaremos lejos.

Queridos hermanos y hermanas, vosotros difundís el anuncio de vida del Evangelio y sois un signo de esperanza. Os lo agradezco de corazón. Pido a Dios que os bendiga y a vosotros os pido que recéis para que me bendiga. Gracias.

 

 

 

 

 

 

Regina Coeli: Llamamiento del Papa para atención sanitaria

Fiesta de Pentecostés

mayo 31, 2020 14:59

Angelus y Regina Coeli

(zenit – 31 mayo 2020).- El Papa se ha emocionado al ver de nuevo regresar a la gente a la Plaza abierta para poder participar del Regina Coeli  en este Domingo de Pentecostés.

He aquí las Palabras del Papa después del Regina Coeli:

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Palabras del Papa después del Regina Coeli

Queridos hermanos y hermanas,

Hace siete meses terminó el Sínodo del Amazonas; hoy, la fiesta de Pentecostés, invocamos a la Espíritu Santo, para que dé luz y fuerza a la Iglesia y a la sociedad en la Amazonía, duramente probada por la pandemia. Muchos son los contagiados y los muertos, incluso entre los pueblos indígenas, que son particularmente vulnerables.

Por la intercesión de María, Madre de la Amazonía, rezo por los más pobres e indefensos de esa querida Región, pero también por aquellos de todo el mundo, y hago un llamamiento para que a nadie le falte la atención sanitaria. Curando a las personas, no ahorrando para la economía sino curar a las personas, que son más importante que la economía. Nosotros las personas somos templo del Espíritu Santo, la economía no.

Hoy en Italia celebramos el Día Nacional del alivio, con el fin de promover la solidaridad con los enfermos. Renuevo mi agradecimiento a todos aquellos que, especialmente durante este periodo han ofrecido y ofrecen su testimonio de atención por el prójimo. Recuerdo con gratitud y admiración a todos aquellos que, sosteniendo a los enfermos en esta pandemia, han dado sus vidas. Oremos en silencio para los médicos, los voluntarios, los enfermeros, todos los trabajadores de la salud que tantos han dado sus vidas en este periodo.

Les deseo a todos un feliz domingo de Pentecostés. ¡Necesitamos tanto la luz y el poder del Espíritu Santo!. La Iglesia lo necesita, para poder caminar juntos y con coraje dando testimonio del Evangelio. Y toda la familia humana lo necesita, para salir de esta crisis más unida y no más dividida. Saben que de una crisis como esta no se sale igual que antes: se sale o mejor o peor. Tengamos el coraje de cambiar y de ser mejores, de ser mejores que antes y así poder construir positivamente la post-crisis de la pandemia

Por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Que tengan un buen almuerzo y adiós, nos vemos aquí en la plaza!

 

 

 

 

Renovación Carismática: Videomensaje del Papa en la Vigilia de Pentecostés

De la pandemia  “no se sale igual”

mayo 31, 2020 12:33

Papa y Santa Sede

(zenit – 31 mayo 2020).- De la pandemia, “¿Cómo quieren salir ustedes? ¿Mejores o peores?”. Y es por eso que “hoy nos abrimos al Espíritu Santo para que sea Él, quien nos cambie el corazón y nos ayude a salir mejores”.

El Papa Francisco envió un videomensaje con motivo de la Vigilia de Pentecostés organizada por Charis (Renovación Carismática Católica) en el que pide la “consolación” y la “fuerza del Espíritu Santo” para salir, y para salir “mejores”, de este momento de dolor, tristeza y de prueba, que es la pandemia.

Mediante canal de YouTube de Vatican Media, la Santa Sede hizo público el video del Pontífice, en la víspera de la solemnidad del Espíritu Santo, el 30 de mayo de 2020.

“El mundo necesita nuestro testimonio del Evangelio”, observa Francisco. “De las grandes pruebas de la humanidad, y entre ellas de la pandemia, se sale o mejor o peor. No se sale igual”. Y pregunta: “¿Cómo quieren salir ustedes? ¿Mejores o peores?”. Y es por eso que “hoy nos abrimos al Espíritu Santo para que sea Él, quien nos cambie el corazón y nos ayude a salir mejores”.

“Cuando salgamos de esta pandemia, no podremos seguir haciendo lo que veníamos haciendo, y cómo lo veníamos haciendo. No, todo será distinto”, advierte el Santo Padre. “Todo el sufrimiento no habrá servido de nada si no construimos entre todos una sociedad más justa, más equitativa, más cristiana, no de nombre, sino en realidad, una realidad que nos lleva a una conducta cristiana”.

A continuación, ofrecemos el videomensaje del Pontífice:

 

 

 

 

 

 

Guterres, a Andrea Riccardi: “Gracias por el trabajo por la paz”

Compromiso de servir por la paz

mayo 31, 2020 17:04

Derechos humanos y justicia

(zenit – 31 mayo 2020).- El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, ha escrito una carta al fundador de Sant’Egidio, Andrea Riccardi, en la que –tras agradecer el apoyo al llamamiento de las Naciones Unidas para lograr un alto el fuego global durante el coronavirus– anima a la Comunidad a seguir su trabajo a favor de la paz en varias zonas del mundo, especialmente en Sudán del Sur.

Adjuntamos a continuación el texto traducido al español:

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Querido profesor Riccardi:

Quisiera agradecerle la carta con la que manifestó su apoyo a mi llamamiento por un alto el fuego global para luchar contra la pandemia del covid-19.

Ha sido para mí un estímulo ver las respuestas que el llamamiento ha suscitado en varios líderes internacionales y gobiernos de varios lugares del mundo, en autoridades regionales de la sociedad civil, así como en líderes y organizaciones religiosas como la Comunidad de Sant’Egidio. Considero especialmente importante que el llamamiento haya suscitado respuestas positivas entre algunas partes que actualmente están en guerra.

Por desgracia los conflictos continúan y dificultan nuestro trabajo por contener la pandemia de covid-19. Muchos de los que habrían podido atender la petición de alto el fuego intentan, más bien, ganar posiciones en el campo de batalla. Estoy seguro de que usted comparte mis preocupaciones por todas aquellas personas afectadas desproporcionadamente por los conflictos abiertos y que son aún más vulnerables a causa del covid-19, sobre todo las mujeres que soportan el peso del cuidado de la familia, los niños, los refugiados, los desplazados internos y todos los marginados.

Las Naciones Unidas seguirán trabajando junto a todos los actores de los conflictos, los gobiernos y las personalidades influyentes para ayudar a las partes beligerantes a pasar de las declaraciones de buenas intenciones o los intentos de alto el fuego al fin de las guerras y la consecución de soluciones políticas duraderas. Aprecio enormemente la disponibilidad de su organización por implicar a líderes religiosos, políticos y de la sociedad civil así como de otras redes para avanzar en el camino de la paz, como ya han hecho ustedes recientemente en Sudán del Sur y en otros escenarios.

Le saludo atentamente

Antonio Guterres

 

 

 

 

Beato Juan Bautista Scalabrini, 1 de junio

Mártir de la verdad

mayo 31, 2020 09:00

Testimonios de la Fe

 

“Mártir de la verdad, padre de los migrantes y apóstol del catecismo. Fue obispo de Piacenza, fundador de los Misioneros de San Carlos (Scalabrinianos), y cofundador de las Hermanas Apóstoles del Sagrado Corazón”

Se definió a sí mismo diciendo que era: “uno que se pone de rodillas ante el mundo para implorar como una gracia el permiso de hacerle el bien”. Perfecta descripción de este defensor de la “unidad en la verdad”. Nació en Fino Mornasco, Como, Italia, el 8 de julio de 1839. Pertenecía a una familia de clase media. Era el tercero de ocho hermanos. El rezo comunitario del rosario, la devoción materna por Cristo crucificado y por María, entre otras, fueron lecciones inolvidables que aprendió en su hogar, aunque en sus hermanos calaron de forma desigual. Uno estuvo a punto de ser encarcelado por temas económicos, y otro tuvo que emigrar perdiendo la vida en la travesía. Los restantes destacaron en la política y en la universidad. Sus hermanas estuvieron cerca de él. Una alumbró a dos sacerdotes, y la benjamina respaldó generosamente sus proyectos y fue artífice de otros. Por su afán en compartir la fe con sus amigos, mientras estudiaba en el Instituto, se veía que estaba abocado a la consagración.

A los 18 años su padre le condujo al seminario. Fue ordenado en 1863 con un expediente impecable, impregnado de su grandeza humana y espiritual. Versado en ciencias modernas, políglota, inquieto e inteligente, cifró su afán evangelizador en el continente asiático. Contaba con la bendición materna que rogó hincándose de rodillas. Pero el prelado le disuadió diciéndole: “Tus Indias están en Italia”. Comenzó siendo coadjutor de una modesta parroquia, misión breve porque el obispo pronto le encomendó otras. En 1867 se produjo una epidemia de cólera y por su heroica acción con los damnificados fue galardonado civilmente. Ese mismo año fue designado vicerrector del seminario; sería también su rector. Allí ejerció la docencia.

En esa época tomó contacto con el beato Luigi Guanella, que se ocupaba de los emigrantes, y con dos científicos: Serafino Balestra, admirable por su labor con los sordomudos, y Antonio Stoppani que era, además, escritor. Los tres dejaron su huella en él. Y otro tanto sucedió con Jeremías Bonomelli, entonces arcipreste de Lovere, que sería nombrado obispo. Ambos se influenciaron entre sí compartiendo similares afanes. En 1870 fue nombrado párroco de San Bartolomé. Su quehacer apostólico y formativo era extraordinario. Fundó un jardín de infantes, promovió la obra de San Vicente destinada a niños enfermos y creó un oratorio para jóvenes. Se ocupó de los sordomudos a los que ayudó de manera decisiva aplicando el método fonético de su amigo Balestra. También se implicó activamente en temas socio-laborales teniendo siempre como trasfondo el elemento espiritual. Allí escribió un catecismo para niños y dictó una serie de conferencias sobre el Concilio Vaticano I que no pasaron desapercibidas para Pío IX.

No tenía más que 36 años cuando ocupó la sede episcopal de Piacenza a la que fue elevado en 1876. Durante casi tres décadas actuó como un pastor infatigable, ejemplar. Tenía la agenda repleta con la administración de sacramentos, predicación, asistencia y educación al clero y a su grey. Visitó cinco veces las 365 parroquias de la diócesis a pie o a caballo, ya que aún no había llegado el progreso. Realizó tres sínodos, reformó los estudios eclesiásticos, consagró doscientas iglesias, etc. Y se preocupó por infundir en todos el amor por la comunión frecuente y la Adoración Perpetua. En 1895, junto al padre Giuseppe Marchetti, fundó la congregación de Hermanas Apóstoles del Sagrado Corazón.

Pero su acción más representativa la llevó a cabo con los emigrantes. Conocía perfectamente el drama del éxodo de los que partían de Italia con el ideal americano en sus corazones y la esperanza de una vida mejor. Muchos hallaron frustrados sueños y fe. Viendo el peligro que corrían de perderla, en 1887 instituyó la congregación de los Misioneros de San Carlos (Scalabrinianos), aprobada por León XIII, para darles asistencia religiosa y humana. A él se debe el traslado de santa Francisca Javier Cabrini a América en 1889 para socorrer a niños, huérfanos y enfermos italianos. El beato nunca abandonó a sus emigrantes. Visitó a los que se hallaban en América del Norte y del Sur en dos ocasiones.

Su consigna fue: “Hacerme todo a todos para ganarlos a todos para Cristo”. Y ciertamente lo consiguió. Tuvo dilección por los pobres, especialmente los “vergonzosos” (personas que gozaron de gran posición venidos a menos por la crisis), así como por los prisioneros. Fundó un instituto para sordomudos, organizó la asistencia a las obreras del arroz, impulsó la sociedad de mutuo socorro, asociaciones de obreros, cajas rurales y cooperativas. Con sus propios bienes rescató del hambre a millares de campesinos y obreros. Para ello vendió sus caballos, así como el cáliz y la cruz pectoral obsequios de Pío IX. Fue el creador del primer Congreso catequético nacional, y fundador de la primera revista italiana de catequesis. ¿El secreto? Sus numerosas horas de adoración ante el Santísimo Sacramento. Decía que la oración “es la parte más viva, más fuerte, más poderosa del apostolado”.

Era un apasionado de la cruz que solía apretar junto a su pecho suplicando: “Haz que me enamore de la cruz”, y de María, de la que hablaba con vehemencia en las homilías que pronunciaba. Impulsor de las peregrinaciones a santuarios marianos, donó las joyas de su madre para coronar a la Virgen. A su paso fue dejando el sello de su amor por la Iglesia y el pontífice. Llevaba trazada en sus labios la bendición del perdón. Es memorable y profético el discurso que pronunció en el Catholic Club de Nueva York en 1901 sobre la emigración. El 1 de junio de 1905 falleció agotado por tantas fatigas. Antes exclamó: “¡Señor, estoy listo. Vamos!”. Juan Pablo II lo beatificó el 9 de noviembre de 1997 denominándolo “mártir de la verdad”, aunque ya era mundialmente conocido como el “padre de los Migrantes”, y “apóstol del Catecismo”, título otorgado por Pío IX. En 1961, alumbradas por su enseñanza, nacieron las Misioneras Seglares Escalabrinianas.