Tribunas

El empresario y el obispo

 

 

José Francisco Serrano Oceja

 

 

 

 

 

Asistí, telemática y telepáticamente, a la conversación que la Fundación Pablo VI –que está en racha, sin duda- organizó entre el presidente de la CEOE Antonio Garamendi y el obispo auxiliar de Bilbao, monseñor Joseba Segura.

Entre otras razones porque a propósito de la situación que estamos viviendo, que interpela de forma decisiva a la conciencia cristiana, no es que me haya encontrado muchos discernimientos –antes se llamaban juicios- sobre cuestiones relevantes.

Pongo por caso, en el ámbito de la política, la concentración de poder del gobierno a lo largo de un período probablemente excesivo, o algunas medidas como el famoso ingreso mínimo vital.

Da la impresión que hablamos mucho de la dimensión social, de la Doctrina Social de la Iglesia –por cierto, concepto que como tal no se utilizó en ningún momento-, pero sin estudios que puedan iluminar la perspectiva de la realidad en orden a su propuesta de mejora. Quizá sea un síntoma de la ausencia del sujeto actor católico en los ámbitos de decisión efectivos.

 Del famoso tema, si no mal recuerdo, tenemos lo que escribió el obispo Secretario General de la CEE, además de los manifiestos de los de siempre, que son proclamas, no estudios. Pero no conozco un trabajo que analice, desde los principios de la Doctrina Social de la Iglesia, en concreto, la propuesta más publicitada del “alma comunista” del gobierno.

Del diálogo telemático, en el que se notaba una benevolencia de fondo, saqué la impresión de que el presidente de la CEOE jugaba como si fuera un delantero centro de la Champions. Es decir, con una argumentación sólida, con referencias a argumentos de autoridad internacional, también de su experiencia en organismos internacionales, planteando temas de futuro, lanzando alguna carga de profundidad a propuestas económicas y sociales que incidan en nuestro modelo económico.

Incluso fue el que citó el humanismo cristiano, supongo que lo hizo porque su experiencia personal no está lejos. Lógicamente Garamendi representaba a los empresarios y hacía su papel, pero de forma persuasiva. Temas, insisto, de cambio de modelo, de tendencias, de nuevas formas de trabajo, que sonaban interesantes.

El obispo fue claro en la exposición y recordó algunos aspectos claves de la propuesta social cristiana. Bien es cierto que a veces daba la impresión de que no sabía si sacar su yo de economista social o su yo de obispo. Tuvo algunas curiosidades como citar a una escritora sueca, Katrine Marcal, que en una entrevista en La Vanguardia, se definió como buena católica a propósito de su libro sobre la perspectiva feminista de la economía. Garamendi ocupó más tiempo y su puesta en escena llamaba más la atención.

Me quedó claro que el ingreso vital mínimo debe estar relacionado con el trabajo, sin entrar en distinciones entre trabajo y empleo. Si no, estamos hablando de otro mecanismo. Los datos de la Renta Garantizada de Ingresos vasca, que ofreció el obispo, y sus destinatarios, da la impresión de que hablaban de otro tipo de propuesta.  Me resulta curioso que no se hable, por ejemplo, de la experiencia como la WPA de Roosevelt, en 1935, en los Estados Unidos, u otros modelos de reactivación del trabajo en momentos de crisis sistémica.

Y, lo más jugoso, respecto del obispo, estuvo en la respuesta a una de las última preguntas sobre la contribución de la Iglesia al actual estado de la sociedad. Su afirmación del “apoyo al diálogo social con todos sus medios”, y la argumentación referida al ejemplo de Transición, y a su experiencia personal de mediación en la que  “a veces los más difíciles de convencer son los de la misma casa” daría mucho juego.

 

José Francisco Serrano Oceja