Servicio diario - 07 de junio de 2020


 

Ángelus: Fiesta de la Santísima Trinidad
Raquel Anillo

Ángelus: Cercanía del Papa a los enfermos del coronavirus
Raquel Anillo

Mes de junio y la devoción al Sagrado Corazón de Jesús
Alejandro Vázquez-Dodero

Santa Mariam Thresia Chiramel Mankidiyan, 8 de junio
Isabel Orellana Vilches


 

 

 

Ángelus: Fiesta de la Santísima Trinidad

Palabras del Papa antes del Ángelus

junio 07, 2020 13:12

Angelus y Regina Coeli

(zenit – 7 junio 2020).- Desde la ventana del estudio del Palacio Apostólico del Vaticano que da a la Plaza de San Pedro, el Papa invitó a la multitud dispersa, aún cautelosa después del desconfinamiento italiano, a “dejarse seducir nuevamente por la belleza de Dios”. Una belleza “cercana, que se hizo carne para entrar en nuestra vida, en nuestra historia, en mi historia, en la historia de cada uno de nosotros, para que cada hombre y mujer puedan conocerla y tener vida eterna”.

A continuación las palabras del Papa antes de la oración mariana:

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Palabras del Papa

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El evangelio de hoy (cfr. Juan 3, 16-18), fiesta de la Santísima Trinidad, muestra, – en el lenguaje sintético de Juan – el misterio del amor de Dios al mundo, su creación. En el breve diálogo con Nicodemo, Jesús se presenta como Aquél que lleva a cabo el plan de salvación del Padre para el mundo.

Afirma: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único” (v. 16). Estas palabras indican que la acción de las tres Personas divinas – Padre, Hijo y Espíritu Santo – es todo un plan de amor que salva a la humanidad y al mundo.  Un plan de salvación, de amor. Dios ha creado al mundo bello, bueno, pero el mundo está marcado por la maldad y la corrupción; nosotros, hombres y mujeres, somos pecadores, todos; por lo tanto, Dios podría intervenir para juzgar el mundo, para destruir el mal y castigar a los pecadores. En cambio, Él ama al mundo, a pesar de sus pecados; Dios nos ama a cada uno de nosotros incluso cuando cometemos errores y nos distanciamos de Él. Dios Padre ama tanto al mundo que, para salvarlo, da lo más precioso que tiene: su único Hijo, que da su vida por la humanidad, resucita, vuelve al Padre y, junto con Él, envía el Espíritu Santo. La Trinidad es por lo tanto Amor, completamente al servicio del mundo, al que quiere salvar y reconstruir.

Cuando pensemos en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, pensemos en el amor de Dios, sabemos que Dios me ama, que nos sentimos amados por Él, este es el sentimiento de hoy.

Al afirmar Jesús que el Padre ha dado a su Hijo unigénito, recordamos espontáneamente a Abraham, quien ofrecía a su hijo Isaac, como narra el Libro del Génesis (cf. 22, 1-14): ésta es la “medida sin medida” del amor de Dios. Y pensemos también en cómo Dios se revela a Moisés: lleno de ternura, misericordioso y piadoso, lento en la ira y lleno de gracia y fidelidad. El encuentro con este Dios animó a Moisés, quien, como nos dice el libro del Éxodo, no tuvo miedo de interponerse entre el pueblo y el Señor, diciéndole: “Aunque sea un pueblo de dura cerviz, perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado, y recíbenos por herencia tuya” (34, 9) y así hizo Dios enviando a su Hijo, nosotros somos hijos en el Hijo con la fuerza del Espíritu Santo., nosotros somos la herencia  de Dios

Queridos hermanos y hermanas, la fiesta de hoy nos invita a dejarnos fascinar una vez más por la belleza de Dios; belleza, bondad e inagotable verdad. Pero también humilde, cercana, que se hizo carne para entrar en nuestra vida, en nuestra historia, en mi historia, en la historia de cada uno de nosotros, para que cada hombre y mujer pueda encontrarla y obtener la vida eterna. Y esto es la fe: acoger a Dios-Amor que se entrega en Cristo, hace que nos movamos en el Espíritu Santo, dejarnos encontrar por Él y confiar en Él. Esta es la vida cristiana, amor, encontrar a Dios, buscar a Dios y Él es el primero que nos busca y nos encuentra ante todo.

Que la Virgen María, morada de la Trinidad, nos ayude a acoger con un corazón abierto el amor de Dios, que nos llena de alegría y da sentido a nuestro camino en este mundo, orientándolo siempre hacia la meta que es el Cielo.

 

 

 

 

Ángelus: Cercanía del Papa a los enfermos del coronavirus

Palabras después del Ángelus

junio 07, 2020 14:26

Angelus y Regina Coeli

(zenit – 7 mayo 2020).-  Después de la oración mariana desde la ventana de su estudio, el Santo Padre se ha dirigido a los fieles presentes en la Plaza de San Pedro para saludarlos invitando a orar por los enfermos del coronavirus del mundo. “Deseo expresar mi cercanía a esas poblaciones, a los enfermos y sus familias, y a todos los que los cuidan. Con nuestra oración acerquémonos a ellos”.

También en este mes dedicado al sagrado Corazón nos invita a rezar una antigua oración que aprendió de su abuela y decía así: “Jesús, haz que mi corazón se asemeje al tuyo”, “¡que linda oración!, haz mi corazón semejante al tuyo”, añadió.

He aquí las palabras del Papa después de la oración mariana:

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Palabras del Papa

Queridos hermanos y hermanas:

Os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos: a los fieles individuales, las familias y las comunidades religiosas. Vuestra pequeña presencia en la plaza es un signo de que la fase aguda de la epidemia está superada en Italia, aunque la necesidad de seguir con las normas vigentes sea aún necesaria, estad atentos, no canten victoria aún, hay que seguir con las normas vigentes porque son normas que nos ayudan a evitar que el virus vaya adelante. Gracias a Dios estamos saliendo del centro más fuerte, pero siempre con las indicaciones que nos dan las autoridades. Pero, lamentablemente, en otros países, pienso en algunos, el virus sigue cobrándose muchas víctimas. El viernes pasado en un país falleció una persona por minuto, es algo terrible. Deseo expresar mi cercanía a esas poblaciones, a los enfermos y sus familias, y a todos los que los cuidan. Con nuestra oración acerquémonos a ellos.

Este mes de junio está dedicado de manera especial al Sagrado Corazón de Cristo, una devoción que une a los grandes maestros espirituales y a la gente sencilla del pueblo de Dios. En efecto, el Corazón humano y divino de Jesús es la fuente de donde siempre podemos obtener misericordia, perdón y ternura de Dios. Podemos hacer esto reflexionando sobre un pasaje del Evangelio, sintiendo que en el centro de cada gesto, de cada palabra de Jesús está el amor, el amor del Padre que ha enviado a su Hijo, el amor del Espíritu Santo que está dentro de nosotros. Y podemos hacerlo adorando la Eucaristía, donde este amor está presente en el Sacramento. De este modo, nuestro corazón también, poco a poco, se volverá más paciente, más generoso, más misericordioso a imitación del Corazón de Jesús.

Hay una antigua oración que yo la aprendí de mi abuela y decía así: “Jesús, haz que mi corazón se asemeje al tuyo”, ¡que linda oración!, haz mi corazón semejante al tuyo..una hermosa oración, pequeña, pero para rezarla durante este mes: “Jesús, que mi corazón se asemeje al tuyo”, otra vez, “Jesús, que mi corazón se asemeje al tuyo”.

Os deseo a todos un buen domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Buen almuerzo y adiós.

 

 

 

 

Mes de junio y la devoción al Sagrado Corazón de Jesús

Por Alejandro Vázquez-Dodero

junio 07, 2020 18:03

Espiritualidad y oración

El paso del Ecuador de cada año natural nos presenta un mes de junio con una luz muy especial. Una luz de un rojo intenso, contenida en un Corazón, con mayúscula, que late de Amor.

Se trata del Sagrado Corazón de Jesús, ése que quiere ser la fortaleza de todo hombre y mujer de buena voluntad y que hace que desaparezca cualquier temor aquí en la Tierra ante cualquier obstáculo o dificultad.

¡No es una ilusión, no, es un corazón de carne de un Dios que se hizo hombre y que sigue presente en el Cielo una vez resucitado y ascendido, el corazón sacratísimo de Jesucristo!

 

Devoción al Sagrado Corazón de Jesús

Ya en el siglo XI, los cristianos reflexionaban –rezaban– acerca de las cinco llagas infligidas a Jesucristo durante su Pasión. Esa reflexión llevó a incrementar la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, del que manó esa sangre que supuraron las llagas fruto de su padecimiento en la Cruz.

En el siglo XVII se celebró la primara fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. El 16 de junio de 1675 santa Margarita María de Alacoque tuvo una revelación de Jesucristo, que le mostró su Sagrado Corazón ardiendo en llamas de amor, coronado de espinas, abierto en heridas que brotaban sangre, y emergiendo del mismo una cruz. Antes había tenido más revelaciones, cuyo contenido se ciñó a animar a la santa a divulgar el amor de Cristo a los hombres, figurado en un corazón de carne. Le comunicó, como práctica de piedad específica a su Sagrado Corazón, la recepción de la Eucaristía el primer viernes de cada mes.

En otra revelación a la santa Jesús le hizo ver que cada año se celebrase la fiesta del Sagrado Corazón el viernes siguiente a la solemnidad de Corpus Christi –santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo–.

La fiesta fue formalmente aprobada para toda la Iglesia en 1873, otorgándose una serie de indulgencias –beneficios o gracias espirituales–, entre las que destaca la indulgencia plenaria –remisión total de la pena temporal pendiente de purificación tras el perdón de los pecados– por la recepción de la Comunión en la Santa Misa durante nueve primeros viernes de mes seguidos.

Durante el mes de junio –en junio se apareció Jesús a santa Margarita María–, y en particular en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, contemplamos cómo el amor de Dios Hijo se traduce en gestos muy cercanos a los hombres. Dios no se dirige a nosotros con actitud de poder y de dominio, más bien se acerca a nosotros exhibiendo un corazón amante, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres (Phil II, 7).

Jesús jamás se muestra lejano o altanero, aunque en sus años de predicación le veremos a veces disgustado, porque le duele la maldad humana. Pero, si nos fijamos un poco, advertiremos que su enfado y su ira nacen del amor: son una invitación más para sacarnos del pecado.

 

La belleza del Sagrado Corazón de Jesús

Existe una referencia tradicional –oración, a fin de cuentas–, que dice “¡Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío!”. Natural… por su atractivo y por la seguridad que da contar con el mismo corazón de Dios hecho hombre.

Ya los profetas anunciaban la voluntad misericordiosa de Dios de convertir el corazón del hombre gracias a ese Corazón de su Hijo, que enviaría en tiempo propicio: os dará un corazón nuevo y os revestiré de un nuevo espíritu; os quitaré vuestro corazón de piedra y os daré en su lugar un corazón de carne (Ez XXXVI, 26). Dios quiere darnos su amor plenamente, y lo hace a través del Corazón de Cristo, en el que uno halla tesoros inagotables de amor, de misericordia, de cariño.

Sabemos que la fuente de todas las gracias es el amor que Dios nos tiene y que nos ha revelado, no exclusivamente con las palabras, también con los hechos. Y el hecho más claro de ese amor es que asuma nuestra carne, nuestra condición humana, menos el pecado. Que tome carne y por tanto que cuente con un corazón capaz de amar –en su caso, por ser Dios, incapaz de odiar–, de gozar o sufrir, como el nuestro…

 

Su Sagrado Corazón, referente para los nuestros

Jesucristo, perfecto hombre, tuvo corazón y experimentó lo que ello conlleva.

No hay mayor muestra de amistad, mayor aspiración del corazón, que dar la vida por el amigo, cosa que hizo nuestro Amigo, Jesucristo. ¿Y de dónde fluyó sangre y agua en el último suspiro de Dios en la Tierra consumando la obra de salvación del hombre?: del Corazón de Cristo.

 Las crisis por las que podamos atravesar personalmente, o la Humanidad entera, son las crisis del corazón del hombre, que no aciertan –por miopía, por egoísmo, por estrechez de miras– a vislumbrar el insondable amor de Jesús. Nos invade un egoísmo que impide amar y por tanto reflejar el amor del Corazón de Cristo.

El corazón es considerado como el resumen y la fuente, expresión y fondo último de los pensamientos, de las palabras, de las acciones. Decimos con toda normalidad que “un hombre, una mujer, vale lo que vale su corazón”.

Otra frase de calado, y que resume la función del corazón, también del de Cristo, es: “El corazón no sólo siente; también sabe y entiende”. En ocasiones, según nos muestran los Evangelios, Jesús, aunque no siente –porque su corazón no siente–, sabe y entiende que debe cumplir la voluntad del Padre y llevar a cabo su misión en la Tierra. La ocasión más representativa de esa actitud, si cabe, es la de la oración en el Huerto de los Olivos, momento en que su humanidad santísima se revela a tomar la cruz y morir en ella –su corazón no quiere porque no siente o apetece–. Pero lo hace.

Para conocer y poder profundizar en el corazón de Cristo es necesaria la Fe, y una actitud humilde, que reconozca la excelencia de su Corazón y la pequeñez del nuestro. Así lo recoge san Agustín: nos has creado, Señor, para ser tuyos, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti (S. Agustín, Confessiones, 1, 1, 1, PL 32, 661).

 

Un solo corazón que ama a Dios y a los hombres

Amaremos a Dios con el mismo corazón con el que amamos a nuestros seres queridos. ¡No tenemos otro! Por eso hay que ser muy humanos para ser muy “divinos”, sobrenaturales. Y, naturalmente, cuanto más unidos a Dios seremos más “humanos”.

El amor humano, cuando es verdadero, nos ayuda a saborear el amor divino. Y viceversa, el amor divino nos empuja a amar humanamente, siendo comprensivos, teniendo detalles con el prójimo; en definitiva, amando auténticamente. Solo siendo sensibles ante el dolor y la necesidad ajena podemos entender la esencia del Corazón sacratísimo de Cristo. ¡De ahí el atractivo de la Humanidad Santísima de Cristo, que descubrimos con tanta luz en los Santos Evangelios!

Cristo, maestro de amor, vuelca su corazón en el nuestro, si nosotros humildemente, y en ejercicio de la Fe recibida, como decíamos, se lo permitimos.

Durante el mes de junio, y en particular en la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, contamos con una ocasión propicia para pedir al Señor que nos conceda un corazón a la medida del suyo. ¡Modo certero de alcanzar la felicidad a la que estamos llamados! Ocasión única en esta coyuntura de pandemia mundial para pedir a ese Sacratísimo Corazón que todo el mundo halle en él caminos de vida, alegría y esperanza.

 

 

 

 

Santa Mariam Thresia Chiramel Mankidiyan, 8 de junio

Paradigma de paciencia en la tentación

junio 07, 2020 09:00

Testimonios de la Fe

 

“Paradigma de paciencia en la tentación. Fue atrozmente acosada por el maligno. Algunas de sus experiencias recuerdan las sufridas por los grandes padres del desierto. Fundó junto al P. Vithayathil la Congregación de la Sagrada Familia”

 Dos ideas deberían permanecer fijas en la mente de quien se sumerja en las profundidades de la biografía de esta santa. Ambas señaladas en el evangelio: que no se nos pedirá nada que supere nuestras fuerzas (1 Cor 10,13), y que la gracia de Dios nos basta para asumir lo que nos corresponda (2 Cor 12, 9). Conviene tenerlas siempre en cuenta para el devenir de la vida espiritual aunque no esté impregnada de los sobresaltos que caracterizaron la de Mariam Thresia. Sufrió atroz acoso del maligno que la asedió y la maltrató brutalmente durante años en el cuerpo y en el alma. La minuciosidad de los hechos relatados a su director espiritual y cofundador de la Orden que instituyó producen verdaderos escalofríos. Algunos guardan semejanza con los experimentados por los grandes maestros del desierto: Antonio, Pacomio e Hilario. La evangélica respuesta que les dio revela su heroica fe y paciencia. Siempre aceptó humilde y confiada lo que acontecía. Misteriosamente formó parte del plan trazado por Dios, que nunca la abandonó. Tuvo el consuelo de la Virgen María y fue agraciada por numerosos carismas. Conmueve su ardiente caridad y el amor que profesó a enfermos y moribundos desgastándose por Cristo, pasando por encima de sus sufrimientos. Constituye un paradigma de paciencia en la tentación.

Considerada precursora de la Madre Teresa de Calcuta, Thresia nació el 26 de abril de 1876 en Puthenchira, Kerala, India. Le impusieron ese nombre al bautizarla, y después añadió el de Mariam porque fue la respuesta de la Virgen cuando le preguntó cómo debía llamarse. Era la tercera de cinco hijos de una humilde familia. Podrían haber tenido buenos recursos, pero el abuelo tuvo que hacer frente a cuantiosas dotes para desposar a sus hijos y quedaron en la ruina. Creció con el anhelo de amar a Dios; era tan poderoso que le inducía a abandonar los juegos infantiles para ensimismarse en su presencia. Guiada por su anhelo de imitar a Cristo Redentor, no ahorraba sacrificios. La intensidad de sus oraciones, ayunos y vigilias nocturnas preocuparon a su madre porque afectaban a su salud; vigilaba su alimentación para que fuera la debida, pero ella se las ingeniaba para dar su comida a otros. Tenía gran devoción por María, solía rezar el rosario varias veces al día y escuchaba misa también diariamente junto a su madre. Tres de sus amigas de la infancia serían las primeras integrantes de su fundación.

A los 12 años perdió a su madre, una mujer de fe y gran corazón que influyó mucho en ella, y eso supuso el fin de su formación académica. Pero su objetivo era llevar una vida de oración y penitencia. Por ello, en 1891 abandonó su casa eligiendo la vida eremítica. Fracasó en su propósito y se insertó en la parroquia. Junto a tres compañeras abrió una fecunda vía caritativa a favor de los pobres y marginados de Kerala. A la par ofrecía sus oraciones y penitencias por la conversión de los pecadores. Engrosó el cáliz de su sacrificio con los despiadados ataques del maligno –a veces fueron legiones de demonios– en un intento de apoderarse de su voluntad con multitud de formas distintas. Quisieron mancillar su pureza, inducirla a desesperación, a renunciar a la penitencia, fue golpeada y herida… No se puede entrar aquí en detalles, pero le asaltaban sin darle tregua a lo largo del día y de la noche, fuera cual fuese su quehacer. Recibía la gracia para soportar tantos tormentos con mansedumbre y humildad. También acogía con espíritu victimal lo que sobrevenía de lo alto. Porque ella, como el Padre Pío, recibió los estigmas de la Pasión que mantenía celosamente escondidos debajo de la ropa. Sin embargo, hubo otras manifestaciones que no pudo ocultar. De sus levitaciones fueron testigos numerosas personas. En sus frecuentes éxtasis veía a la Sagrada Familia y a otros santos, como Teresa de Jesús.

Dio cuenta de las torturas que padecía a su confesor, el siervo de Dios padre Joseph Vithayathil cuyas indicaciones siguió a rajatabla. Este sacerdote, nacido en 1865 en Ernakulam, Kerala, había recibido la ordenación sacerdotal en 1894, y tras pasar por varias parroquias de la diócesis de Trichur se convirtió en su director espiritual. La acompañó y orientó apostólicamente. En una de sus cartas Thresia le dijo: “Dios dará la vida eterna a los que convierten a los pecadores y los llevan al camino recto”.

En un momento dado, el padre Vithayathil informó al obispo de los fenómenos que le sobrevinieron a la santa, hechos que fueron particularmente intensos entre 1902 y 1905, pero que se dilataron hasta 1913. En un primer momento el prelado dudó de la autenticidad de lo que ella exponía, y fue sometida a numerosos exorcismos. En 1903, en medio de este dolorosísimo proceso, confió al vicario apostólico de Trichur su proyecto de crear una casa de retiro y oración. Le sugirieron que ingresase en el convento de las clarisas franciscanas, y después la remitieron a las carmelitas de Ollur. Thresia obedeció, pero se dio cuenta de que ninguno de estos carismas colmaba su inquietud espiritual, que tenía otra vocación. Ésta se orientaba a los moribundos, a quienes ya venía consolando; suplicaba para ellos fortaleza, y buscaba el modo de que murieran en paz.

Cuando el obispo constató que Dios quería suscitar por medio de ella una nueva fundación, le autorizó a ponerla en marcha. En su decisión pesaron los diez años transcurridos desde que comenzó a mantenerla en observación. En todos ellos constató la autenticidad de su vivencia, su visible respuesta llena de paciencia, humildad y obediencia. El 14 de mayo de 1914 fue erigida canónicamente la Congregación de la Sagrada Familia. El padre Vithayathil fue cofundador de esta Orden religiosa. Thresia murió el 8 de junio de 1926 como resultado de una caída que le produjo una herida en una pierna, lesión que no se pudo controlar y se agravó por su diabetes. Juan Pablo II la beatificó el 9 de abril de 2000. Francisco la canonizó el 13 de octubre de 2019. El padre Vithayathil falleció el 8 de junio de 1964. Fue sepultado junto a la tumba de Thresia, en Kerala.