Servicio diario - 14 de junio de 2020


 

Misa: Domingo del Corpus Christi
Anita Bourdin

Ángelus: Fiesta del Corpus Christi
Raquel Anillo

Ángelus: Orar por Libia
Raquel Anillo

El Papa: Cómo ser “más paciente, generoso y misericordioso”
Anita Bourdin

Santa Germana Cousin, 15 de junio
Isabel Orellana Vilches


 

 

 

Misa: Domingo del Corpus Christi

Homilía del Papa

junio 14, 2020 10:55

Papa y Santa Sede

(zenit – 14 junio 2020).- A las 9:45 de esta mañana, el Papa Francisco presidió la Misa de la Solemnidad del Santísimo Sacramento – o Corpus Christi – este domingo 14 de junio de 2020 en la Basílica de San Pedro, en el altar de la Cátedra de San Pedro, en presencia de unas cincuenta personas.

La misa continuó con la adoración silenciosa del Santísimo Sacramento exhibida en la custodia, y terminó con la bendición del Santísimo Sacramento y la canción de la antífona mariana “Sub tuum praesidium”.

Por su Eucaristía, Dios “sana nuestra  memoria negativa “, explica el Papa Francisco: “El Señor sana esta memoria negativa, que siempre saca a la luz cosas que no están bien y deja en nuestra cabeza la triste idea de que no servimos para nada , que solo cometemos errores, que somos “malos”. Jesús viene a decirnos que este no es el caso”.

En su homilía, el Papa Francisco señaló que en el “memorial de la Eucaristía”, Dios viene a “sanar la memoria” de los creyentes: “Él sana por encima de toda nuestra  memoria huérfana”, luego  la “memoria negativa “, y la “memoria cerrada”.

El Papa también subrayó el poder curativo de la adoración eucarística: “La adoración continúa en nosotros el trabajo de la misa. Nos hace bien, nos cura por dentro. Especialmente ahora, que realmente lo necesitamos”.

Publicamos a continuación la homilía que el Papa pronunció durante la Celebración Eucarístico, después de la proclamación del Evangelio:

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Homilía del Papa

“Recuerda todo el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer” (Dt 8,2). Recuerda: la Palabra de Dios comienza hoy con esa invitación de Moisés. Un poco más adelante, Moisés insiste: “No te olvides del Señor, tu Dios” (cf. v. 14). La Sagrada Escritura se nos dio para evitar que nos olvidemos de Dios. ¡Qué importante es acordarnos de esto cuando rezamos! Como nos enseña un salmo, que dice: “Recuerdo las proezas del Señor; sí, recuerdo tus antiguos portentos” (77,12). Incluso las maravillas de y los portentos que ha hecho el Señor en nuestra vida.

Es fundamental recordar el bien recibido: si no hacemos memoria de él nos convertimos en extraños a nosotros mismos, en “transeúntes” de la existencia. Sin memoria nos desarraigamos del terreno que nos sustenta y nos dejamos llevar como hojas por el viento. En cambio, hacer memoria es anudarse con lazos más fuertes, es sentirse parte de una historia, es respirar con un pueblo. La memoria no es algo privado, sino el camino que nos une a Dios y a los demás. Por eso, en la Biblia el recuerdo del Señor se transmite de generación en generación, hay que contarlo de padres a hijos, como dice un hermoso pasaje: “Cuando el día de mañana te pregunte tu hijo: “¿Qué son esos mandatos […] que os mandó el Señor, nuestro Dios?”, responderás a tu hijo: “Éramos esclavos  […] y el Señor hizo signos y prodigios grandes […] ante nuestros ojos” (Dt 6,20-22) , tú darás la memoria a tus hijos..

Pero hay un problema, ¿qué pasa si la cadena de transmisión de los recuerdos se interrumpe? Y luego, ¿cómo se puede recordar aquello que sólo se ha oído decir, sin haberlo experimentado? Dios sabe lo difícil que es, sabe lo frágil que es nuestra memoria, y por eso hizo algo inaudito por nosotros: nos dejó un memorial. No nos dejó sólo palabras, porque es fácil olvidar lo que se escucha. No nos dejó sólo la Escritura, porque es fácil olvidar lo que se lee. No nos dejó sólo símbolos, porque también se puede olvidar lo que se ve. Nos dio, en cambio, un Alimento, pues es difícil olvidar un sabor. Nos dejó un Pan en el que está Él, vivo y verdadero, con todo el sabor de su amor. Cuando lo recibimos podemos decir: “¡Es el Señor, se acuerda de mí!”. Es por eso que Jesús nos pidió: “Haced esto en memoria mía” (1 Co 11,24). Haced: la Eucaristía no es un simple recuerdo, sino un hecho; es la Pascua del Señor que se renueva por nosotros. En la Misa, la muerte y la resurrección de Jesús están frente a nosotros. Haced esto en memoria mía: reuníos y como comunidad, como pueblo, celebrad la Eucaristía para que os acordéis de mí. No podemos prescindir de ella, es el memorial de Dios. Y sana nuestra memoria herida.

Ante todo, cura nuestra memoria huérfana. Muchos tienen la memoria herida por la falta de afecto, cura nuestra memoria huérfana, muchos tienen la memoria herida por falta de afecto y las amargas decepciones recibidas de quien habría tenido que dar amor pero que, en cambio, dejó desolado el corazón. Nos gustaría volver atrás y cambiar el pasado, pero no se puede. Sin embargo, Dios puede curar estas heridas, infundiendo en nuestra memoria un amor más grande: el suyo. La Eucaristía nos trae el amor fiel del Padre, que cura nuestra orfandad. Nos da el amor de Jesús, que transformó una tumba de punto de llegada en punto de partida, y que de la misma manera puede cambiar nuestras vidas. Nos comunica el amor del Espíritu Santo, que consuela, porque nunca deja solo a nadie, y cura las heridas.

Con la Eucaristía el Señor también sana nuestra memoria negativa, esa negatividad que muchas veces llena nuestro corazón, el Señor cura esta memoria negativa que siempre hace aflorar las cosas que están mal y nos deja con la triste idea de que no servimos para nada, que sólo cometemos errores, que estamos “equivocados”. Jesús viene a decirnos que no es así. Él está feliz de tener intimidad con nosotros y cada vez que lo recibimos nos recuerda que somos valiosos: somos los invitados que Él espera a su banquete, los comensales que ansía. Y no sólo porque es generoso, sino porque está realmente enamorado de nosotros: ve y ama lo hermoso y lo bueno que somos. El Señor sabe que el mal y los pecados no son nuestra identidad; son enfermedades, infecciones. Y viene a curarlas con la Eucaristía, que contiene los anticuerpos para nuestra memoria enferma de negatividad.

Con Jesús podemos inmunizarnos de la tristeza. Ante nuestros ojos siempre estarán nuestras caídas y dificultades, los problemas en casa y en el trabajo, los sueños incumplidos. Pero su peso no nos podrá aplastar porque en lo más profundo está Jesús, que nos alienta con su amor. Esta es la fuerza de la Eucaristía, que nos transforma en portadores de Dios: portadores de alegría y no de negatividad. Podemos preguntarnos: Y nosotros, que vamos a Misa, ¿qué llevamos al mundo? ¿Nuestra tristeza, nuestra amargura o la alegría del Señor? ¿Recibimos la Comunión y luego seguimos quejándonos, criticando y compadeciéndonos a nosotros mismos? Pero esto no mejora las cosas para nada, mientras que la alegría del Señor cambia la vida.

Además, la Eucaristía sana nuestra memoria cerrada. Las heridas que llevamos dentro no sólo nos crean problemas a nosotros mismos, sino también a los demás. Nos vuelven temerosos y suspicaces; cerrados al principio, pero a la larga cínicos e indiferentes. Nos llevan a reaccionar ante los demás con antipatía y arrogancia, con la ilusión de creer que de este modo podemos controlar las situaciones. Pero es un engaño, pues sólo el amor cura el miedo de raíz y nos libera de las obstinaciones que aprisionan. Esto hace Jesús, que viene a nuestro encuentro con dulzura, en la asombrosa fragilidad de una Hostia. Esto hace Jesús, que es Pan partido para romper las corazas de nuestro egoísmo. Esto hace Jesús, que se da a sí mismo para indicarnos que sólo abriéndonos nos liberamos de los bloqueos interiores, de la parálisis del corazón. El Señor, que se nos ofrece en la sencillez del pan, nos invita también a no malgastar nuestras vidas buscando mil cosas inútiles que crean dependencia y dejan vacío nuestro interior. La Eucaristía quita en nosotros el hambre por las cosas y enciende el deseo de servir. Nos levanta de nuestro cómodo sedentarismo y nos recuerda que no somos solamente bocas que alimentar, sino también sus manos para alimentar a nuestro prójimo. Es urgente que ahora nos hagamos cargo de los que tienen hambre de comida y de dignidad, de los que no tienen trabajo y luchan por salir adelante. Y hacerlo de manera concreta, como concreto es el Pan que Jesús nos da. Hace falta una cercanía verdadera, hacen falta auténticas cadenas de solidaridad. Jesús en la Eucaristía se hace cercano a nosotros, ¡no dejemos solos a quienes están cerca de nosotros!.

Queridos hermanos y hermanas: Sigamos celebrando el Memorial que sana nuestra memoria, recordemos, curar la memoria y el corazón. Este memorial es la Misa. Es el tesoro al que hay dar prioridad en la Iglesia y en la vida. Y, al mismo tiempo, redescubramos la adoración, que continúa en nosotros la acción de la Misa. Nos hace bien, nos sana dentro. Especialmente ahora, que realmente lo necesitamos.

 

 

 

 

Ángelus: Fiesta del Corpus Christi

Palabras del Papa antes del Ángelus

junio 14, 2020 12:55

Angelus y Regina Coeli

(zenit – 14 junio 2020).- A las 12 del mediodía de hoy, en la solemnidad del Corpus Christi, el Santo Padre Francisco se asomó a la ventana de estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para recitar el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro.

Estas son las palabras del Papa al introducir la oración mariana:

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Palabras del Papa

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy, en Italia y en otros países, se celebra la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, el Corpus Christi. En la segunda lectura de la liturgia de hoy, San Pablo describe la celebración eucarística (cf. 1 Corintios 10, 16-17). Hace énfasis en dos efectos del cáliz compartido y el pan partido: el efecto místico y el efecto comunitario.

En primer lugar el Apóstol afirma: “¿La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?” (v. 16). Estas palabras expresan el efecto místico o espiritual de la Eucaristía: se trata de la unión con Cristo, que se ofrece a sí mismo en el pan y el vino para la salvación de todos. Jesús está presente en el sacramento de la Eucaristía para ser nuestro alimento, para ser asimilado y convertirse en nosotros en esa fuerza renovadora que nos devuelve la energía y el deseo de retomar el camino después de cada pausa o caída. Pero esto requiere nuestro asentimiento, nuestra voluntad de dejarnos transformar, nuestra forma de pensar y actuar; de lo contrario las celebraciones eucarísticas en las que participamos se reducen a ritos vacíos y formales. Y muchas veces se va a misa porque se tiene que ir, como un acto social, respetuoso, pero social. El misterio, sin embargo, es otra cosa: es Jesús presente que viene a alimentarnos.

El segundo efecto es el comunitario y lo expresa San Pablo con estas palabras: «Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos» (v. 17). Se trata de la comunión mutua de los que participan en la Eucaristía, hasta el punto de convertirse en un solo cuerpo, como lo es el pan que se parte y se distribuye. La comunión con el cuerpo de Cristo es un signo efectivo de unidad, de comunión, de compartir. No se puede participar en la Eucaristía sin comprometerse a una sincera fraternidad mutua. Pero el Señor sabe bien que nuestra fuerza humana por sí sola no es suficiente para esto. Sabe, por otro lado, que entre sus discípulos siempre existirá la tentación de la rivalidad, la envidia, los prejuicios, la división…Todos conocemos estas cosas. Por eso también nos ha dejado el Sacramento de su presencia real, concreta y permanente, para que, permaneciendo unidos a Él, podamos recibir siempre el don del amor fraterno. «Permaneced en mi amor» (Juan 15, 9), decía a sus amigos; y esto es posible gracias a la Eucaristía. Permanecer en la amistad, en el amor.

Este doble fruto de la Eucaristía: la unión con Cristo y la comunión entre los que se alimentan de Él, genera y renueva continuamente la comunidad cristiana. De hecho, el Concilio Vaticano II, en el inicio de la Constitución sobre la Iglesia, afirma que “la Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (Lumen Gentium, 1). Por lo tanto, es cierto que la Iglesia hace la Eucaristía, pero es más fundamental que la Eucaristía haga a la Iglesia, y le permita ser su misión, incluso antes de cumplirla. Este es el misterio de la comunión, de la Eucaristía: recibir a Jesús para que nos transforme desde adentro y recibir a Jesús para que haga de nosotros la unidad y no la división.

Que la Santa Virgen nos ayude a acoger siempre con asombro y gratitud el gran regalo que nos ha hecho Jesús al dejarnos el Sacramento de su Cuerpo y su Sangre.

 

 

 

 

Ángelus: Orar por Libia

Palabras del Papa después del Ángelus

junio 14, 2020 14:00

Angelus y Regina Coeli

(zenit – 7 junio 2020).- Preocupación del Papa por la situación de Libia en el Ángelus de este domingo día del Corpus Christi.  “Insto a los organismos internacionales y a quienes ostentan responsabilidades políticas y militares a que reanuden con convicción y decisión la búsqueda de un camino para poner fin a la violencia, que conduzca a la paz, la estabilidad y la unidad del país”. Invitó el Papa.

A continuación las palabras del Papa después de la oración mariana:

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Palabras del Papa

Queridos hermanos y hermanas:

Sigo con gran aprensión la dramática situación de Libia. Ha estado presente en mis oraciones estos últimos días. Por favor,  insto a los organismos internacionales y a quienes ostentan responsabilidades políticas y militares a que reanuden con convicción y decisión la búsqueda de un camino para poner fin a la violencia, que conduzca a la paz, la estabilidad y la unidad del país. También rezo por los miles de migrantes, refugiados, solicitantes de asilo y desplazados internos en Libia. La situación sanitaria ha agravado sus ya precarias condiciones, haciéndolos más vulnerables a las formas de explotación y violencia, hay crueldad, por ello invito a la comunidad internacional, por favor, a que se tome en serio su difícil situación, identificando vías y proporcionando medios para proporcionarles la protección que necesitan, una condición digna y un futuro de esperanza. Hermanos y hermanas, en esto todos tenemos responsabilidad, nadie se puede sentir dispensado de esto. Oremos por Libia en silencio, todos…

Hoy se celebra el Día Mundial del Donante de Sangre. Se trata de una oportunidad de alentar a la sociedad a ser solidaria y sensible con los necesitados. Saludo a los voluntarios presentes y expreso mi agradecimiento a todos aquellos que realizan este,  simple pero muy importante acto de ayudar al prójimo, donar la sangre.

Os saludo a todos, fieles romanos y peregrinos. Os deseo a vosotros, y a todos los que están conectados con los medios de comunicación, un buen domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí.

Que tengáis un buen almuerzo y adiós.

 

 

 

 

El Papa: Cómo ser “más paciente, generoso y misericordioso”

Extraer “la misericordia, el perdón y la ternura de Dios” del Corazón de Jesús

junio 14, 2020 17:46

Papa Francisco

(zenit – 14 junio 2020).- El Papa Francisco indica un camino para ser “más paciente, más generoso, más misericordioso”, en un tweet de este viernes 12 de junio de 2020, mes del Sagrado Corazón. La fiesta del Sagrado Corazón se celebra el próximo viernes 19 de junio.

El Papa escribe: “Si recurrimos a la misericordia, el perdón y la ternura de Dios, entonces nuestro corazón, poco a poco, se volverá más paciente, más generoso, más misericordioso”.

En la audiencia el pasado miércoles 10 de junio de 2020, el Papa habló del mes del Sagrado Corazón, dirigiéndose a los polacos para invitarlos a confiar sus preocupaciones al Corazón de Jesús: “El mes de junio, dedicado al Corazón Sagrado de Jesús, se siente particularmente entre ustedes. Al Corazón Divino, lleno de paz y amor, podemos confiar todas las angustias de nuestros corazones y nuestro amor imperfecto. Del corazón traspasado del Salvador brota, para toda la humanidad, la fuente de todo consuelo y el océano de la Divina Misericordia. ¡Jesús, dulce y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo!”

 

Oración de la abuela Rosa

Después del Ángelus del domingo pasado, 7 de junio de 2020, el Papa había confiado a los católicos una oración que aprendió de su abuela. El Papa habló de esta “devoción que une a los grandes maestros espirituales y a la gente sencilla del pueblo de Dios”: “El corazón humano y divino de Jesús es la fuente de la cual siempre podemos sacar la misericordia, el perdón y la ternura de Dios”, dijo.

Y el Papa sugiere: “Podemos hacerlo deteniéndonos en un pasaje del Evangelio, entendiendo que en el centro de cada gesto, de cada palabra de Jesús, en el centro hay amor, amor del Padre que envió a su Hijo, el amor del Espíritu Santo que está en nosotros. Y podemos hacer esto adorando a la Eucaristía, donde este amor está presente en el Sacramento”.

“Entonces nuestro corazón también, poco a poco, se volverá más paciente, más generoso, más misericordioso, en imitación del Corazón de Jesús”, aseguró a los peregrinos que vinieron a este encuentro semanal.

“Hay una antigua oración, la aprendí de mi abuela, que decía:» Jesús, haz mi corazón semejante al tuyo”, recordó el Papa. Es una hermosa oración. “Haz mi corazón semejante al tuyo. Una hermosa oración, pequeña, para rezar este mes, dijo, invitando a la gente a decirla con él: “Jesús, haz mi corazón semejante al tuyo” : De nuevo: “Jesús, haz mi corazón semejante al tuyo”.

 

Revolución de la ternura

Hace una semana, el 5 de junio, el primer viernes de junio, el Papa ya había invitado a la “revolución de la ternura” gracias al Corazón de Jesús: “El Corazón de Cristo es tan grande que quiere cogernos a todos en la revolución de la ternura”.

El Papa jesuita a menudo habla del Corazón de Cristo. Para los Jesuitas de Canadá, “la devoción moderna al Sagrado Corazón está íntimamente vinculada a la Compañía de Jesús”. Recuerdan las fechas: “En 1675, Santa Margarita-María Alacoque recibió una visión de Cristo que le revelaba su Sagrado Corazón. Sus visiones le valieron ser mal vista en su convento de la Visitación, pero Jesús la consoló y le reveló que un “verdadero y perfecto amigo le sería enviado”. Poco después, un nuevo director espiritual, el P. Claude de La Colombiér, SJ, llegó al convento. Autentificó las visiones de Marguerite-Marie Alacoque y las promovió con ella, incluso después de haber sido enviado a otros apostolados”.

El 5 de octubre de 1986, el Papa Juan Pablo II vino a rezar a la capilla de La Colombière y mencionó la misión de los jesuitas de llevar este conocimiento del Corazón de Cristo al mundo en una carta dirigida al general de los jesuitas, en aquel momento el p. Kolvenbach: “Durante mi peregrinación a Paray-le-Monial, deseo ir a rezar a la capilla donde se venera la tumba del bienaventurado, (lo canonizó en 1992, nota del editor) Claude de La Colombière. Él fué “el siervo fiel” que, en su amor providencial, el Señor dio como director espiritual a Santa Margarita-María Alacoque. Así fue como fue el primero en difundir su mensaje. En unos pocos años de vida religiosa y de intenso ministerio, se reveló como un “hijo ejemplar” de la Compañía de Jesús a quien, según el testimonio de la propia Santa Margarita María, Cristo había confiado la tarea de difundir el culto de su divino Corazón”.

 

 

 

 

Santa Germana Cousin, 15 de junio

Doctora del perdón

junio 14, 2020 09:09

Testimonios de la Fe

 

“La santa pastora de Pibrac. Nuevo ejemplo de fe en la adversidad el que supo dar esta joven que vivió el cruel abandono de los suyos siendo humillada y destinada a vivir con los animales. Es otra doctora del perdón”

 Una de las múltiples tentaciones que se presentan en la vida espiritual es la tendencia a justificar acciones propias negativas amparándose en la deficiente conducta ajena. Un seguidor de Cristo no se escuda en las imperfecciones de otros, que pueden haber salpicado su vida, con el fin de eludir su responsabilidad, y echar por la borda la gracia que recibe para afrontar cualquier situación. Si Germana se hubiese dejado influir por las constantes hostilidades que provenían de su entorno no estaría en la gloria.

Esta santa “sin historia”, como se la denomina, es otra de las doctoras en el modo admirable y heroico de asumir el anonadamiento espiritual y el perdón. Un ejemplo de vida oculta en Cristo. Pasó su existencia sin realce social ni intelectual. Deforme de nacimiento, despreciada, maltratada, abandonada de los suyos, humillada, y destinada a vivir con los animales, en ese calvario cotidiano, que llevada de su amor a Dios le ofrecía, se labró su morada eterna en el cielo. Y de eso se trata. Algunas pinceladas de su biografía se reconstruyeron en diciembre de 1644, casi medio siglo después de su muerte, cuando se abrió la tumba para enterrar a una parroquiana y hallaron su cuerpo incorrupto. Dos vecinos, que tenían ya cierta edad y habían sido contemporáneos de la joven, echaron mano de su memoria y dieron pistas para identificarla.

Había nacido en Pibrac, Francia, hacia 1579 porque se piensa que falleció en 1601 cuando tenía 22 años. Su deceso se produjo en completa soledad, como había vivido, en el establo y sobre un camastro de rudos sarmientos, acompañada del ganado que custodiaba. Era hija de Laurent Cousin, quien al enviudar de la madre de Germana, Marie Laroche, que murió cuando aquélla tenía unos 5 años, contrajo matrimonio –era el cuarto para él– con Armande Rajols. Y ésta fue una auténtica madrastra para la pequeña; no tuvo ni un ápice de compasión con la niña. Germana había nacido con una pésima salud. Padecía escrófula y presentaba evidente deformidad en una de sus manos.

Ante la pasividad de su padre, Armande la maltrató cruelmente ideando formas despiadadas para infligirle el mayor daño posible. Al final, la separó de su hogar, le vetó el acceso a sus hijos y la destinó al cuidado de las ovejas con las que conviviría hasta el final. Tenía 9 años cuando comenzaron a enviarla a pastorear en la montaña, seguramente con la idea de ir borrando el recuerdo de su existencia, o hacerla desaparecer bajo las fauces de los lobos. Arrinconada, considerada una nulidad para cualquier acción por sencilla que fuera, Germana tuvo dos ángeles tutelares: una iletrada sirvienta de su familia, Juana Aubian, y el párroco de la localidad, Guillermo Carné. La primera volcó en ella sus entrañas de piedad hasta donde le fue posible ya que, en cuanto vieron que podía medio valerse por sí misma, la enviaron al establo. El excelso patrimonio que Juana le legó fue hablarle del Dios misericordioso. A su vez el sacerdote, hombre sin duda virtuoso y clarividente, juzgó que se hallaba ante una elegida del cielo por los signos que apreciaba en ella: bondad, espíritu de mansedumbre, y una inocencia evangélica tal que infundía una alegría ciertamente sobrenatural.

La mísera ración de comida, mendrugos de pan que le echaban a cierta distancia en prevención de un eventual contagio, la compartía con los indigentes. Ni siquiera esta muestra de compasión consintió la madrastra, y un día la persiguió para darle público escarmiento. Cuando en presencia del vecindario le arrebató violentamente el delantal donde guardaba su esquilmada provisión para los pobres, quedó impactada por el prodigio que se obró en ese mismo instante. Todos vieron cómo se desprendía del modesto mandil una cascada de flores silvestres bellísimas en una estación impropia para su nacimiento y en un entorno en el que no solían brotar, anegando el suelo con sus brillantes colores.

Laurent despertó un día de su cobarde letargo y ofreció a Germana volver al hogar. La joven agradeció la invitación paterna, pero eligió seguir en el cobertizo. Oraba cotidianamente por la conversión de Armande, que no terminó de conquistar esta gracia hasta poco antes de morir. El párroco acogió a la santa como catequista de los niños que entendían maravillosamente las verdades de la fe a través de los ejemplos que ponía. Era asidua a la misa, rezaba el rosario y no podía evitar que fueran haciéndose extensivos los hechos milagrosos obrados a través de ella, y que ya en vida le dieron fama de santidad. Uno de estos se produjo nada más morir el 15 de junio de 1601, y fue contemplado por varios religiosos que se hallaban de paso en Pibrac. Vieron doce formas blancas que se elevaban hacia el cielo dando escolta a una joven vestida de blanco; llevaba la frente ceñida con una corona de flores. Al descubrir que había fallecido, todos supusieron que era Germana que entraba en la eternidad.

Fue enterrada en la iglesia, lugar en el que siguieron multiplicándose los milagros. Los partidarios de la Revolución intentaron destruir sus restos echándoles cal viva. Pero en el siglo XVIII volvieron a hallar su cuerpo incorrupto. Pío IX la beatificó el 7 de mayo de 1854, y la canonizó el 29 de junio de 1867.