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“La vejez, un viaje interior”

 

Para la psicóloga Marie de Hennezel, esta crisis sanitaria es una buena ocasión para romper con esa “negación de la muerte” en la que vive nuestra sociedad desde el final de la II Guerra Mundial.

 

 

14 jun 2020, 12:58 | La Croix


 

 

 

 

 

Marie de Hennezzel: Desde hace algunas décadas me dedico a animar algunos grupos en una residencia para personas mayores que aún pueden valerse por sí mismas. En estos grupos muchos comentan -incluso aquellos que no tienen creencias religiosas- que la vejez ha supuesto para ellos un camino espiritual, un viaje hacia su interioridad.

En este viaje, la meditación sobre la propia finitud ocupa un lugar clave, aunque no se limita a este aspecto: cuando uno se sabe cercano a la muerte, suele reflexionar sobre eso que los budistas denominan “el mandato del cielo”, es decir, ¿para qué he venido yo a la tierra? Algunos ancianos viven una auténtica juventud espiritual, con un espíritu siempre predispuesto a la novedad y un corazón tan abierto que me sorprende su frescura.

 

Los mayores han estado muy en el centro de la cuestión durante esta crisis sanitaria. ¿Está usted de acuerdo con las medidas que se han tomado para protegerlos?

M.H.: El anuncio, por parte del primer ministro, de la prohibición de visitar a un familiar cercano a la muerte me pareció inaceptable. Desde el principio de los tiempos, el acompañar a los moribundos siempre ha sido uno de los rituales más sagrados que existen. Una prohibición como esta -que, afortunadamente, revocó el gobierno- podría tener unas consecuencias considerables. Entre ellas, un gran sentimiento de culpa en los familiares. Sentimiento que podría degenerar en una cierta conducta derrotista. En definitiva, esta prohibición suponía una herida difícil de cicatrizar.

También me supuso algunos interrogantes el confinamiento estricto, a veces limitado a sus habitaciones, al que se sometió a los mayores en las residencias. ¿Con qué derecho podemos “proteger” la vida de una persona que no desea vivir unos meses más sino, simplemente, poder intercambiar algunas palabras con otra persona?

 

Muchos de los mayores confinados han dejado de alimentarse en las últimas semanas: se ha hablado de un “síndrome del hundimiento”. ¿Es esto una muerte violenta?

M.H.: Para muchos, esta ha sido la ocasión para llevar a cabo una inédita reflexión sobre la muerte. Una muerte que, durante las últimas semanas, parecía vagar entre nosotros. A diferencia de lo habitual, muchos nos hemos dado cuenta de que somos mortales y, por consiguiente, hemos redescubierto el valor de la vida. Y esa es la función misma de la muerte: recordarnos la suma importancia de la vida. Si el hombre no fuese mortal, no sería creativo.

Esta idea debería perdurar tras la pandemia, y la muerte debería recuperar su lugar en nuestra sociedad. Porque, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el progreso técnico y científico han llevado a una negación radical de la muerte: poco a poco hemos ido olvidando nuestra contingencia y esa tentación de erradicar la muerte por completo es hoy mucho más real que nunca por causa del “transhumanismo”.

 

¿Es la negación de la muerte lo que nos hace tenerle tanto miedo?

M.H.: La angustia de la muerte es fruto directo de su negación. Ese recuento cotidiano de los fallecidos por COVID-19, especialmente morboso, me resulta muy revelador al respecto. Sin embargo, en un año no tendremos la seguridad de si ha habido un aumento significativo de la mortalidad durante este año (no hemos tenido accidentes de coche, por ejemplo). Precisamente por ello, haríamos bien en caer en la cuenta de que todos los días muere gente en Francia, y no sólo a causa de la epidemia de coronavirus.

 

 

Entrevista realizada por Melinée Le Priol