Colaboraciones

 

¡Despertad, aletargados! (y II)

 

La Iglesia, como buena Madre nuestra, es consciente de la realidad humana y sobrenatural del ser humano, y obra en consecuencia

 

 

07 agosto, 2020 | por Jordi-Maria d’Arquer


 

 

 

 

 

Autocondenados, ya ves. Lo está avisando Dios Creador desde que el hombre es hombre, y la mujer, mujer. Muy particularmente desde la Nueva Alianza de que es garante la Iglesia de Jesucristo (Mt 26,28; 2 Cor 3,6). De la Buena Nueva anunciada por Jesucristo es de la que bebieron los Apóstoles, quienes a su vez la transmitieron a los primeros cristianos. Entre ellos destaca san Pablo con sus Cartas, y más tarde los Santos Padres, que son la letra y el espíritu del cristianismo. De hecho, del Dios hecho hombre bebe toda la Tradición de la Iglesia, con la doctrina de los papas al frente. Una Iglesia sin Tradición y sin Papa es una Iglesia vacía. Porque la Iglesia, como buena Madre nuestra, es consciente de la realidad humana y sobrenatural del ser humano, y obra en consecuencia.

Entonces, “¿a quién iremos?”, podemos preguntarle al Maestro con san Pedro (Jn 6,68). “¿Qué debemos hacer?”, le preguntan los soldados a Juan el Bautista (Lc 3,10-14). Lo sabemos. El resumen del Evangelio está en el amor que piden las Bienaventuranzas, plenitud de la Ley (Lc 6,20-26, Mt 5,1-12). “No he venido a abolir la Ley, sino a darle plenitud”, afirma el Maestro Mesías (Cfr. Mt 5,17).

Sin duda, es con la “fantasía del amor” con la que debemos actuar, según bella expresión del Papa Francisco. La lanzó al aire para quien quiera acogerla, con un aplauso a los abuelos, en el Ángelus del domingo en que la Iglesia celebra a san Joaquín y santa Ana, padres de la Virgen María. Los aplaudió porque los abuelos son nuestras raíces, y si se desarraigan, nos arrancamos todos de cuajo de cuerpo y alma, y morimos. Ya lo sabemos, lo hemos vivido, ¿no es así? ¡Qué injusto no poder verles y asistirles y escucharles, a nuestros abuelos en confinamiento! Y nos duele, que significa que aún queda vida en nosotros.

“Así, ¿por qué lo permite Dios, todo eso del coronavirus, las guerras y las pestes por venir, si es el Todopoderoso, como dices?”, me preguntas. Porque, como siempre, desde Adán y Eva como ya antes con la creación de los ángeles, una vez más y en todo momento, Dios respeta nuestra libertad. ¿No es eso lo que querías?, ¿lo que queremos todos? ¡Toma nota!

Ahora, con eso que llaman “nueva normalidad” y no lo es, nos toca ser libérrimos o nada. Libres en todo cuanto es lícito escoger, y responsables en todo aquello que depende directa o indirectamente de nosotros y nuestras elecciones, que se hacen manifiestas en nuestras obras.

Seamos coherentes. Seamos fieles a nuestra vocación de inmortalidad: ser libres siendo santos. No para hacer lo que se nos antoja, lo que nos sale en cada momento, sino lo que debemos. A las buenas… o a las malas. Siempre, respetando nuestra individualidad, nuestra identidad compartida, porque somos seres sociales. Ese es el motivo por el que nuestro Divino Juez también nos juzgará sobre nuestras obligaciones sociales. Puesto que –a lo grande- formamos parte de una ecología que es integral. Si no respetamos sus leyes, como Ley de Dios que también es, nos aniquilaremos. A lo salvaje. ¿No lo estás viendo? ¿No lo sientes? Escucha el rumor que viene, nos avisa…

 

¡Despertad, aletargados! (I)