Servicio diario - 16 de agosto de 2020


 

Ángelus: “Creer en el poder del Salvador divino”
Raquel Anillo

Ángelus: El Papa reza por el Líbano y Bielorusia
Raquel Anillo

Ángelus: Durante las vacaciones, no olvidar a las personas en paro
Anne Kurian-Montabone

Santa Beatriz de Silva, 17 de agosto
Isabel Orellana Vilches


 

 

 

Ángelus: “Creer en el poder del Salvador divino”

Palabras antes del Ángelus

agosto 16, 2020 12:40

Angelus

(zenit – 16 agosto 2020).- A las 12 del mediodía de hoy 16 de agosto de 2020, el Santo Padre Francisco se asoma a la ventana del estudio del Palacio Apostólico  Vaticano para recitar el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro.

A continuación, sigue la traducción no oficial de las palabras del Santo Padre al introducir el Ángelus ofrecida por la Oficina de Prensa de la Santa Sede:

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Palabras del Papa

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de este domingo (cfr Mt 15, 21-28) describe el encuentro entre Jesús y una mujer cananea. Jesús está al norte de Galilea, en territorio extranjero, para estar con sus discípulos un poco alejado de las multitudes, que lo buscan cada vez más numerosos. Y entonces se acerca una mujer que implora ayuda para la hija enferma: “¡Ten piedad de mí, Señor!” (v. 22). Es el grito que nace de una vida marcada por el sufrimiento, por el sentido de impotencia de una madre que ve a la hija atormentada por el mal. Jesús al principio la ignora, pero esta madre insiste, insiste, también cuando el Maestro dice a los discípulos que su misión está dirigida solamente a las “ovejas perdidas de la casa de Israel” (v. 24). Ella le sigue suplicando, y Él, a este punto, la pone a prueba citando un proverbio: “No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos” (v. 26). Y la mujer responde enseguida: “Sí, Señor, pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos” (v. 27).

Con estas palabras esa madre demuestra haber intuido la bondad del Dios Altísimo, presente en Jesús, está abierta a toda necesidad de sus criaturas. Esta sabiduría plena de confianza toca el corazón del Maestro y le arrebata palabras de admiración: “Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas” (v. 28). ¿Cuál es la fe grande? La fe grande es aquella que lleva la propia historia, marcada también por las heridas, a los pies del Señor pidiéndole que la sane, que le dé sentido. La mujer no tiene dudas, está segura de que Dios no quiere la muerte de su criatura. Y el evangelista Mateo cierra la historia diciendo: “Y desde aquel momento quedó curada su hija” (v. 28). Esta es la esperanza que se abre delante de nosotros hoy: si nos presentamos al Señor en nuestra pobreza, con una existencia marcada por lágrimas y cansancios pero con la confianza tenaz de la mujer cananea, entonces el Señor no podrá no acoger con ojos y corazón paternos nuestra oración.

Frente a esta escena, los discípulos de Jesús han podido constatar que, a pesar de los límites que Él se había impuesto en su evangelización, la salvación de Dios comenzaba a extenderse más allá de los confines de Israel y podía alcanzar a cualquier ser humano. La condición esencial para recibirla era solo una: creer en el poder del Salvador divino y fiarse sin reservas de su bondad misericordiosa. También hoy Jesús nos hace entender que no hay barreras para una fe humilde e incondicional: Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (cfr 1Tm 2,4). De aquí deriva el horizonte universal de la misión de la Iglesia. Es católica: no concierne solo a algunos, no tiene preclusiones, sino que es enviada a todo hombre y mujer, a toda la familia humana. La Iglesia está abierta a todos, sin distinciones; abraza la gran variedad de pueblos y de culturas que profesan la misma fe en Cristo Hijo de Dios.

La Virgen María interceda con su oración, para que crezca en cada bautizado la alegría de la fe y el deseo de comunicarla con el testimonio de una vida coherente, para que Dios sea amado y alabado por todos por sus obras de misericordia y de salvación.

 

 

 

 

Ángelus: El Papa reza por el Líbano y Bielorusia

Palabras después del Ángelus

agosto 16, 2020 14:34

Angelus

(zenit – 16 agosto 2020).- Doce días después de la doble explosión que dejó 177 muertos y más de 6.500 heridos en Beirut el 4 de agosto, el Papa Francisco “sigue rezando por el Líbano”.

Durante el Ángelus del 16 de agosto de 2020, el Papa también habló de “otras situaciones dramáticas en el mundo, que provocan sufrimiento”.

A continuación, sigue la traducción oficial de las palabras del Santo Padre después del Ángelus ofrecida por la Oficina de Prensa de la Santa Sede.

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Palabras después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas,

sigo rezando por el Líbano, y por las otras situaciones dramáticas en el mundo que causan sufrimiento a la gente. Mi pensamiento va también a la querida Bielorrusia. Sigo con atención la situación post-electoral en este país y hago un llamamiento al diálogo, al rechazo de la violencia y al respeto de la justicia y del derecho. Encomiendo a todos los bielorrusos a la protección de la Virgen, reina de la paz.

Saludo con afecto a todos vosotros, romanos y peregrinos de diferentes países. En particular, saludo a los religiosos brasileños presentes aquí en Roma – con muchas banderas – estos religiosos siguen espiritualmente la Primera Semana Nacional de la vida consagrada, que se celebra en Brasil. Buena semana de la vida consagrada. ¡Adelante! ¡Dirijo un saludo también a los valientes jóvenes de la Inmaculada!

Estos días son días de fiesta: que puedan ser un tiempo para restaurar el cuerpo, pero también el espíritu mediante momentos dedicados a la oración, al silencio y al contacto relajante con la belleza de la naturaleza, don de Dios. Que esto no nos haga olvidar los problemas que hay por el Covid: muchas familias que no tienen trabajo, que lo han perdido y no tienen para comer. Nuestros descansos de verano estén también acompañados de la caridad y de la cercanía a estas familias.

¡Os deseo a todos un feliz domingo y un buen almuerzo! Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Hasta pronto!

 

 

 

 

Ángelus: Durante las vacaciones, no olvidar a las personas en paro

El Papa preocupado por las consecuencias económicas de la pandemia

agosto 16, 2020 17:31

Angelus

(zenit – 16 agosto 2020).- El Papa Francisco está preocupado por las consecuencias económicas de la pandemia COVID-19: durante el Ángelus del 16 de agosto de 2020, instó a no olvidar a las familias en paro.

“En estos momentos son vacaciones”, subrayó tras la oración mariana en la plaza de San Pedro: Estos días son días de fiesta: que puedan ser un momento para fortalecer el cuerpo, pero también el espíritu a través de momentos dedicados a la oración, al silencio. y en un relajante contacto con la belleza de la naturaleza, un regalo de Dios”.

Pero el Papa añadió: “Esto no nos hace olvidar los problemas de la Covid: todas estas familias que no tienen trabajo, que lo han perdido y que no tienen que comer. Y esperar: “Que nuestras vacaciones de verano vayan acompañadas también de caridad y cercanía a estas familias”.

 

 

 

 

Santa Beatriz de Silva, 17 de agosto

Fundadora de las concepcionistas

agosto 16, 2020 09:00

Testimonios

 

“Fundadora de las concepcionistas. Mujer de gran belleza y virtud, permaneció tres días encerrada en un baúl de palacio a impulso de la reina. Fue rescatada sin daño alguno tras la milagrosa aparición de la Inmaculada a la que consagró su vida”

Hija de Ruy Gómez da Silva, capitán y conquistador de Ceuta, y de la noble Isabel de Meneses, condesa de Portalegre, nació hacia 1424 en Campo Mayor, Alentejo, localidad portuguesa de la que su padre fue alcalde. Los once hermanos fueron educados en la fe por sus progenitores, quienes les inculcaron su devoción por la Virgen María. Los padres franciscanos los instruyeron a todos. Dos de ellos, Juan y Amadeo, se abrazaron a este carisma. Amadeo, cinco años menor que Beatriz, es el artífice de los “amadeístas”, nueva rama reformada de los Hermanos Menores, y fue confesor del papa Sixto IV. La infancia de la santa discurrió en Campo Mayor, lugar en el que su padre le hizo posar para un pintor al que encargó un cuadro sobre María. Ella, llena de pudor, no osó abrir los ojos, y la imagen del lienzo refleja su modestia fielmente captada por el autor. La pintura, denominada “La Virgen de los ojos cerrados”, se conserva en una iglesia de Campo Mayor.

En agosto de 1447 la futura fundadora asistió a la boda de Juan II de Castilla e Isabel de Portugal, que la eligió como dama de la corte y con la que estaba emparentada por ser hija de su primo Alfonso V de Portugal. Beatriz, de singular belleza, no pasó desapercibida. Los jóvenes que pensaron en ella para desposarla tuvieron que desistir puesto que ya había percibido la llamada de Dios y de Él sería. Era frecuente verla por el Real Monasterio de Santa Clara postrándose a orar ante Jesús Sacramentado. Sin embargo, las bajas pasiones discurrían entre los pasillos de palacio, y el despecho, la envidia y la maledicencia no tardaron en llegar. Muchos sabían que era una mujer íntegra, pero afiladas lenguas la culparon de mantener secretos amoríos con el rey. Tan grave acusación debió provenir de un pretendiente resentido que no logró obtener sus propósitos.

La reina no dudó de la infidelidad de su esposo con la noble Beatriz, y los celos le impulsaron a urdir un plan diabólico para desembarazarse de la que consideraba su rival. La condujo hasta un recinto solitario donde había dispuesto un baúl y al pasar junto a él la empujó dentro y lo cerró con llave. Sin perder la paz en tan asfixiante espacio, Beatriz se encomendó a la Virgen, quien se le apareció vestida de blanco y cubierta con un manto azul. Le hizo saber que sería fundadora de una nueva Orden bajo la advocación de la Inmaculada Concepción, y que las religiosas deberían tomar por hábito los colores que Ella vestía. La joven, que amaba inmensamente a María, acogió con gratitud y esperanza este mensaje, consagrando su virginidad. Tras prometerle que sería rescatada de su encierro, la Madre del cielo desapareció.

Cumplidos tres días de esta infame reclusión, su tío Juan Meneses, que recelaba de la reina, acudió al monarca para averiguar el paradero de su sobrina. Presionada en interrogatorio Isabel declaró su gravísimo acto; todos tenían el convencimiento de que la muchacha habría muerto. Pero cuando Juan abrió el arcón, el gozo de la secuestrada y él ante este esperado encuentro se tornó en estupefacción para la reina y sus acompañantes. El prodigio rápidamente se extendió por Tordesillas. Beatriz abandonó el palacio y se dirigió a Toledo junto a dos doncellas. Por el camino se le aparecieron dos frailes con hábito franciscano. Pasada la primera impresión escuchó su vaticinio en el que auguraban un futuro lleno de bendiciones para ella y sus hijos. La santa, que no pensaba desposarse con nadie más que con Dios, les confió su determinación de consagrarse y los dos personajes ratificaron su profecía. Después, entendió que se trataba de Francisco y Antonio de Padua, santos de su devoción.

Beatriz permaneció en el monasterio toledano de Santo Domingo el Real tres décadas sin ser todavía religiosa, orando y meditando en las Sagradas Escrituras. Los beneficios que le reportaba su labor de hilado y bordado los repartía entre los pobres, igual que hizo con sus bienes. Para esconder su belleza a los ojos ajenos, cubrió su rostro con un velo blanco del que no se desprendía más que para hablar con escasas personas. Entre ellas estaba la reina, quien tras la muerte del rey se había arrepentido y suplicado su perdón. Después la visitó en varias ocasiones junto a sus hijos Alfonso y la futura Isabel la Católica, que prestó su apoyo a Beatriz para la fundación. La Virgen velaba por el cumplimiento de su indicación, y vistiendo de nuevo el hábito blanco y azul, se apareció a Beatriz cuando se hallaba a solas en el coro, orando. En 1484 la reina Isabel, devota de la Inmaculada, donó a la fundadora unas casa sitas en los palacios reales de Galiana, en Toledo y la anexa capilla de Santa Fe. En esos recintos se instaló Beatriz, que entonces tenía ya 60 años, junto con doce compañeras, erigiendo la Orden concepcionista con el fin de “servir a Dios y a Santa María en el misterio de su Concepción”.

Según lo estipulado, la fundación debía regirse por una de las reglas que existían en la Iglesia. Pero la fundadora logró que al aprobar su obra Inocencio VIII en 1489, momento que conoció por revelación a través de san Rafael, introdujera en su bula Inter Universa su propia regla: el carisma mariano, un don del Espíritu. La llegada de la bula al convento de Santa Fe estuvo envuelta en un milagro. Después de informar a Beatriz que se había perdido en el fondo del mar al hundirse la nave que la portaba, tras las súplicas que elevó a Dios afligida por el hecho, la halló en un cofre. Al acercarse su fin en este mundo, diez días antes de tomar el hábito, la Virgen le aseguró que se la llevaría al cielo. El óbito se produjo el 17 de agosto de 1492. En 1924 Pío XI confirmó el culto que venía recibiendo. Pablo VI la canonizó el 3 de octubre de 1976.