Colaboraciones

 

Vista panorámica (y II)

 

Estamos ya en el ojo de la vorágine, donde ya no hay escapatoria. Ni para los pobres ni para los ricos

 

 

25 agosto, 2020 | por Jordi-Maria d’Arquer


 

 

 

 

 

¿Dónde será eso?: “Donde está el cadáver se reunirán los buitres” (palabra de Dios en Lc 17,37). Ahí debemos estar también nosotros, cada uno en nuestro lugar, con los nuestros, con nuestro trabajo, nuestras relaciones, nuestro tiempo, nuestras manos, nuestros pies y nuestros ojos. Para sanar la pústula. Meternos en el mundo para evangelizarlo con la Palabra y con nuestras obras, desde dentro. El mundo actual necesita testigos, no maestros, como proclamó Pablo VI.

Eso es. Trabajo pletórico y redentor. Pureza de intención en cada palada, que será bastante más que una de cal y otra de arena. Será agotador y de locos, por cómo está viniendo el huracán. Porque estamos ya en el ojo de la vorágine, donde ya no hay escapatoria. Ni para los pobres ni para los ricos: los vientos no entienden de monedas y billetes; más aún, los billetes vuelan. Aquel día “caerá como un lazo sobre todos los moradores de la Tierra” (Lc 21,35).

A pesar de todos los pesares, si permanecemos fieles, saldremos adelante. Porque Jesús nos lo ha confirmado, mayestático y sereno, siendo sacudida la barca en plena tempestad (Mt 14,22-33). Así demuestra que Él no es un fantasma, y que Él es el Rey (“Yo soy Rey” Jn 18,37). “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!” (Mt 14,27). Él está siempre con nosotros, a menudo donde menos lo esperamos, y –si lo invocamos- el viento cesa y el mar se calma. Entonces, nos lo asegura: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el Fin del mundo” (Mt 28,20).

Alcemos las manos abiertas, dirijamos nuestra mirada al Cielo e invoquemos el auxilio divino, que nunca nos falta ni nos faltará. No lo entendemos, porque comúnmente el Espíritu nos reclama nuestra atención y nuestro todo sin aspavientos ni grandes parafernalias, porque Él habita el Silencio y nosotros vamos cargados de ruido provocado por nuestras malas acciones; sin embargo, ahí está Él, silente y escurridizo, pero firme y sereno.

Así nos habla al oído con aquella vieja historia: “¿Ves mis pasos marcados a tu lado en la arena, mientras caminas? Soy Yo, que te acompaño en tu caminar”. Y la vida se nos complica, y le protestamos: “Mira, ahora solo se ven unas huellas; voy solo. ¡Me has abandonado!”. Pero Él insiste en su fidelidad: “Es que ahora te llevo en brazos”. Así es el Maestro sobre todo maestro. Así debemos aprender a verlo. No con ojos vacíos y la mirada altiva y nublada, sino con ojos humildes de eternidad, donde la Luz brilla sobreabundante.

¿En qué nos basamos, nosotros los sufridos, cuando nos sentimos ciegos y desamparados? “¿Cómo puede ser eso?”, exclamamos con Nicodemo (Jn 3,9). Todo son preguntas y dilaciones. Pero, si hacemos silencio, ese silencio que solo se escucha en el fondo del alma, Él nos responde como respondió a sus discípulos: “Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo” (Mc 10,27). Son palabras de Jesús que nos llenan de serenidad en plena tempestad. ¡Manos a la obra! “¡Convertíos!”, “El tiempo se ha cumplido” (Mc 1,15), insiste.

Conversión. Sin esperar grandes avances ni grandes gestas, o mejor dicho, convirtiendo en grandes gestas todos y cada uno de los instantes de nuestra vida. Ciertos de que “lo que hace de la Iglesia un ejército temible para el Enemigo es la santidad de Dios reflejada y hecha vida en los cristianos de todos los tiempos” (palabras del recién ordenado diácono en la diócesis de Osma-Soria, José Antonio García Izquierdo. El confinamiento por la pandemia le aplazó unos meses la ordenación).

Entonces, ¿qué nos podemos esperar? Nos lo puntualiza con letras labradas, para que no haya duda, el nuevo diácono. “¡La Cruz de Jesús! Ahí resplandece el misterio del amor de Dios, que sufre nuestra muerte para darnos vida (…), es un ancla de esperanza que nos mantiene firmes ante la brutalidad de los vientos de la Historia (…), para que las próximas generaciones sepan que, bajo esta bandera santa, la victoria de Cristo es la nuestra, y que no hay ejército ni fuerza que pueda derrotarnos: ¡hemos nacido para vencer siempre!”.

¿Siempre? ¿Qué no acabará? ¿¡Hasta cuándo durará esta lucha!? Hasta la vuelta, cada día más cercana, de nuestro Salvador, el Mesías, el Señor, como Él ha profetizado (Jn 13,33.14,28). Y luego, hasta que nos ganemos el Cielo. Con nosotros a imitación de su Hijo, Dios habrá coronado su Obra de Salvación. Lo sentencia Jesucristo: “En el mundo tendréis luchas, pero tened valor: Yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).

 

Vista panorámica (I)