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La filiación se ha alterado profundamente

 

La ley bioética quiere poner, en el mismo plano, todos los tipos de filiación. El padre Jacques de Longeaux, teólogo moral en el Colegio de los Bernardinos, explica los límites y riesgos de la misma.

 

 

23 ago 2020, 14:23 | La Croix


 

 

 

 

 

¿A qué llamamos filiación?

Un ser humano no viene de la nada. Yo existo porque soy hijo o hija de otro. Todo ser humano está situado en una genealogía. Es la filiación.

 

¿Existen tipos diferentes de filiación?

Sí, es un término complejo que concierne a tres realidades:

- La filiación biológica. Los descubrimientos en biología del siglo pasado en relación a la reproducción y la genética permiten establecerla con certeza.

- La filiación instituida, es decir, jurídica. Todas las culturas instituyen, por ley o por costumbre, quienes son el padre y la madre del niño.

- La filiación afectiva. Atañe al cuidado y la educación del niño, y el vínculo afectivo que se teje entre los padres y sus hijos.

Para la Iglesia es bueno que sean una misma mujer y un mismo hombre el que tengan estas tres dimensiones, y no que estén separadas entre distintas personas.

 

¿Qué es es lo que le llama la atención actualmente sobre el debate relacionado con la filiación?

Las leyes y las mentalidades manifiestan, hoy, una ambivalencia, incluso una paradoja. Por un lado, se insiste en la filiación instituida, relegando a un segundo plano la biológica. Pero por el otro se observa la importancia que tiene la «verdad biológica» en los procedimientos de búsqueda o de desacuerdo en la paternidad. El proyecto de ley actual prevé eliminar el anonimato del donante, lo que, dicho de paso, puede hacer que disminuya el número de donantes. A medio plazo hay que preocuparse del riesgo de comercialización de la «donación» de óvulos o esperma a causa de una carencia previsible… En todo caso, esto demuestra la importancia existencial del origen biológico. La filiación no es algo que únicamente se instituye.

 

¿Qué va a cambiar la nueva ley?

Asistimos a un cambio muy profundo, un cambio que ninguna civilización ha conocido jamás. La noción de paternidad y maternidad se vacía progresivamente en beneficio de la noción de parentalidad, vinculada al «proyecto parental». La filiación instituida se libera de la referencia a la filiación biológica. En el derecho francés, la madre es la mujer que da a luz (lo que ya no sería el caso si se autoriza la maternidad subrogada). Y si esta mujer está casada, el padre es su marido (principio de «presunción de paternidad»). Si no están casados, es necesario empezar un procedimiento para el reconocimiento del hijo por parte del padre. La nueva ley prevé que dos mujeres puedan ser los dos progenitores del niño. El padre desaparece. El derecho de filiación se libera de la referencia al proceso corporal de la reproducción. El reto es el siguiente: ¿qué significado le damos ahora el cuerpo?

 

¿Qué responde usted a esta pregunta?

Hay varias respuesta. Hemos dicho que el primer reto es el modo como el proyecto de ley libera la filiación de la referencia a la realidad corporal de la procreación. Dos mujeres progenitores de un niño no pueden, es obvio, ser los dos progenitores. Gracias al doble don de los gametos, algunos progenitores pueden no tener ningún tipo de vínculo genético con su hijo. Es lo que sucede en el caso de la adopción, pero en este caso se trata de dar unos padres a un niño que no tiene, no de ponerlo voluntariamente en esta situación. Para la Iglesia, el cuerpo es parte integrante de la persona. Es la razón por la que el origen biológico es importante. Ciertamente, forma parte de la grandeza del hombre liberarse de sus límites naturales, pero no de cualquier límite, ni a cualquier precio. A nivel ecológico vemos lo qué pasa cuando la voluntad de dominar la naturaleza sobrepasa ciertos límites: algunas decisiones tienen consecuencias que perduran, que son irremediables… El segundo reto es el de la diferencia de los sexos. El espíritu del proyecto de ley es poner en el mismo plano la doble filiación padre/madre con otras formas de filiaciones resultado de una concepción mediante reproducción asistida o adopción. Para la Iglesia, la alteridad hombre/mujer no es una contingencia biológica, que no tiene alcance ni significado en sí misma, sino que es lo que define a la persona, la familia y la sociedad.

 

¿Qué le preocupa de este proyecto de ley?

Al llevar adelante el «proyecto parental», se da un poder desorbitado a una generación sobre la siguiente, privando deliberadamente, por ejemplo, a un niño de su padre. Otra preocupación: se abre una puerta, cada vez más grande, a la manipulación genética del embrión. Ciertamente, esta manipulación estará justificada por razones sanitarias (para, por ejemplo, preservar a un niño de una determinada patología), pero desembocará inexorablemente en los humanos genéticamente modificados. ¿O acaso no llegará el día en que los padres puedan «encargar» por catálogo un niño que corresponderá exactamente a su «proyecto»? El deseo de tener un hijo es algo bueno y hermoso, pero no debe realizarse a costa de manipular el doble origen corporal de la persona y de ficciones legales.

 

¿Qué dice sobre esto el teólogo que hay en usted?

Desde el punto de vista de la fe cristiana, cada niño es fruto del amor creador de Dios. La fuente originaria de una vida humana no es un «proyecto parental», sino un proyecto de Dios. Un niño es el fruto del deseo de Dios de que una multitud de seres compartan su propia felicidad. Si Dios ha creado al ser humano a su imagen, es para que sea capaz de conocerle y de tomar parte en su amor. Cada niño que nace está llamado a enriquecer la creación, a llevar una vida bella en la tierra y a entrar un día en la Bienaventuranza eterna.

 

Dicho de otro modo: ¿la fuente se encuentra en Dios y no en los padres?

Un niño no viene al mundo para realizar el proyecto y los deseos de los padres, sino ¡para ser el sujeto de su propia vida! Pienso de nuevo en ese célebre texto de Khalil Gilbran que dice: «Vuestros hijos no son vuestros hijos. Son los hijos e hijas de la llamada a la Vida misma, llegan a través de vosotros, pero no de vosotros. Y aunque están con vosotros, no os pertenecen». Los padres son procreadores, no creadores. Sin embargo, los avances técnicos les hace creer que sí lo son. Los padres no son los dueños de la vida, sino colaboradores libres y responsables del don divino de la vida. Están al servicio de la vida por la fecundidad de su amor, para cuidar a su hijo, por el amor y la educación que le dan.

 

Gilles Donada