Colaboraciones

 

Carta a un joven de hoy (y II)

 

 

03 septiembre, 2020 | por Carles Ros Arpa


 

 

 

 

 

Debes saber que hay mucha gente famosa o con poder, mucho talento, grandes medios de comunicación comprometidos con la implantación de la dictadura del relativismo, del pensamiento único. En Cataluña especialmente. Basta con ver las series juveniles de TV3. O la difusión intensiva en los medios de ciertas campañas institucionales de la Generalitat, como la actual llamada “Obvietats”, que explota las emociones y la fibra sensible de los espectadores para convencerte de aquello que no se puede defender con una argumentación racional mínimamente seria.

Piensa que lo habitual es que no te adoctrinen abiertamente, sino con una lluvia fina de ideas y de emociones que va calando en ti sin que te des cuenta. La normalización de esta nueva forma de pensar y de vivir es habitual también en muchas de las canciones que escuchas, en las emisoras de radio para jóvenes, o en el que a menudo te enseñan en la escuela. Es una rotura total con las ideas y valores de tus abuelos y de tantas y tantas generaciones que nos han precedido. Pero el pensamiento único te lo presenta como la forma de vida natural, buena, que te hará feliz. Y, lógicamente, tú mismo acabas pensando que si la mayoría de la gente lo ve así (de eso nos quieren convencer), pues será que la vida es así.

¿Qué tiene que ver la dictadura del relativismo o pensamiento único con los grandes cambios tecnológicos? Según el escritor Juan Manuel de Prada, que describe crudamente la realidad en sus artículos, el objetivo es conformar una sociedad masificada que haga suyos los principios y valores que interesan al nuevo sistema dominante: el capitalismo tecnológico con capital en Silicon Valley y la globalización económica. ¿Cómo lo consiguen? Haciendo que los que hoy modelan la forma de pensar de la gente, los nuevos profesores y educadores informales (guionistas de televisión, actores, cantantes, creadores de opinión en las redes …) acepten acríticamente o directamente promuevan los nuevos dogmas.

Se trata de conseguir que los nuevos parias (la parte económicamente más débil de la sociedad, cada vez más grande) no tomen conciencia de que el sistema no les permite crear y mantener una familia sin hacer grandes sacrificios, ni tener un trabajo estable y bien remunerado, ni, quizá, poder permanecer en la tierra que les ha visto nacer.

Aquello de lo que el sistema os está privando a las nuevas generaciones es tan valioso que os tiene que tener entretenidos de forma permanente y a bajo precio con el ocio virtual, con la autoestima superficial de las redes sociales, con la ilusión de viajar o vivir momentos irrepetibles, disponiendo de una gran capacidad de maniobra en el ámbito sexual, y del acceso sin límite a la pornografía o a la satisfacción de las adicciones de cada cual. La renta mínima universal que se está instaurando ha de permitir no sólo poder comer, sino generalizar para todos este espejismo de vida, y reducir al mínimo el riesgo de que surja una toma de conciencia y un movimiento de reacción.

El nuevo sistema económico e ideológico ejerce un dominio imperceptible sobre el individuo. A este se lo tiene que desarraigar progresivamente, cortarle los vínculos que nutren su vida personal. Según de Prada, se trata de cuatro desarraigos sucesivos. El desarraigo espiritual, que te priva de tu vínculo con Dios, donde encuentras tu origen y tu destino final. El desarraigo existencial, que te aboca a una vida sin verdadero sentido, y a la angustia y al vacío que fácilmente se derivan. El desarraigo intelectual, traducido en las utopías modernas, primero el marxismo y ahora sus sucedáneos del género, el feminismo radicalizado y el transhumanismo que viene. Y, por último, el desarraigo moral, que crea personas con una voluntad debilitada por carencia de referencias objetivas en la verdad y el bien.

 

En tales circunstancias, lo más fácil es que te acabes guiando por tus deseos y conveniencias egoístas. También en la vida afectiva y familiar.

Hoy lo que abunda, más que las malas personas, son los individuos desarraigados. Sus vidas son una serie de episodios sin el hilo conductor que unifica y da sentido a la existencia de una persona. Estos desarraigos afectan los vínculos más íntimos e importantes de la persona. Se está destruyendo el matrimonio y la familia, que son la célula de la sociedad. Pero te dicen que el matrimonio por sí mismo suele tener fecha de caducidad. Te dicen que hay varias formas de “núcleos familiares”, todas igualmente válidas. O que el matrimonio es un sacrificio excesivo (sobre todo para la mujer), y que atarse toda la vida a una familia es una limitación poco razonable teniendo en cuenta que sólo vivimos una vez y que al final tampoco tendremos que rendir cuentas a nadie.

Con todo esto, nos ha llegado la Covid-19. El cambio de paradigma que supone la pandemia puede llevar a tendencias opuestas. Por un lado, parece que acelerará aún más la sustitución de la proximidad física por la proximidad virtual, potenciará el modelo económico on line, la acumulación de poder y riqueza en pocas manos, la proletarización de la gran mayoría de población, y la consolidación del pensamiento único, de los valores y formas de vida que han permitir tenernos entretenidos, conformados y, sobre todo, dóciles.

Pero la pandemia puede ser también una oportunidad para volver a una vida más natural, más pausada, menos pendiente de las redes sociales, del consumo y de las cosas materiales, y más centrada en los vínculos personales auténticos, que ya ves que son los únicos en los que puedes confiar en tiempos difíciles. La gran sacudida que viviremos nos tendría que hacer más humildes y capaces de valorar todo lo bueno que tenía la vida de las generaciones anteriores, y de saber conciliarlo con los avances innegables de nuestro tiempo y las oportunidades que nos ofrece la tecnología. Debemos recuperar nuestras raíces, volver a valorar la tradición y la sabiduría acumulada a lo largo de los siglos, y no dejarnos seducir por la última moda o tendencia.

 

 

Publicado en el Diari de Girona, el 24 de agosto de 2020

 

Carta a un joven de hoy (I)