Cáritas | Acción social • 09/09/2020

 

Vivo entre cuatro paredes

 

Aunque parezca imposible, algunas personas de nuestra sociedad se encuentran prácticamente solas en el mundo, y no por elección propia

 

 

 


 

 

 

 

 

Por lo general, cuando se habla de pobreza suele pensarse en los efectos negativos relacionados con la carencia de recursos materiales (dinero, vivienda, alimento, acceso a salud, ropa, etc.). Pero la pobreza, más allá del impacto económico, socava las relaciones sociales del individuo e incide negativamente en su estado emocional y psicológico.

Hoy entrevistamos a Hugo Valenzuela García, uno de los autores del último estudio publicado en nuestra editorial de la sede Foessa. El número 45 titulado Vivo entre cuatro paredes corresponde a la obra premiada del II Concurso de proyecto de investigación organizado por la Fundación Foessa. 

Este autor, junto con Miranda Jessica Lubbers y José Luis Molina González analizan la dimensión relacional y emocional de la exclusión causada por la pobreza, para logar una comprensión más objetiva y realista de la construcción social de la pobreza.

 

– A grandes rasgos, ¿cómo afecta la pobreza sostenida en las relaciones sociales y en el estado emocional del individuo?

Por lo que hemos observado, la pobreza sostenida genera desgaste y erosión, tanto en términos de relaciones personales como del bienestar emocional del individuo. La idea de que “la pobreza es un proceso de pérdida” resume bien esta observación.

En otras palabras, las personas más vulnerables tienden a perder relaciones personales y, cuando requieren atención social prolongada, sus escasas relaciones personales (familiares, amigos, etc.) tienden a ser gradualmente sustituidas por relaciones institucionales (terapeuta, psicólogo, trabajador social, etc.), que a menudo suplen los roles emocionales de las relaciones personales. Además, puesto que los individuos tendemos a rodearnos de personas similares a nosotros, el círculo social de la persona vulnerable suele constar de personas con pocos recursos. Podríamos decir, metafóricamente, que “la pobreza llama a la pobreza”.

 

– ¿Existe un estigma social ante las personas vulnerables?

Sí, rotundamente. A pesar de los esfuerzos (humanitarios, científicos, caritativos, etc.) por explicar la vulnerabilidad social a la opinión pública, el estigma se advierte, de manera abierta o sutil, en casi todos los ámbitos sociales.

Los estereotipos y prejuicios están a la orden del día y proceden del vecino, de la compañera del trabajo, del youtuber, del político o del administrativo, pero también por las relaciones más próximas. Hoy día es incluso más difícil desactivar esos prejuicios porque los discursos abiertamente discriminatorios (racistas, clasistas, etc.) se han ido legitimando por el descontento social y el oportunismo de los partidos políticos que capitalizan ese descontento.

El vulnerable se ha convertido en cabeza de turco ante el descontento general y la solución política no es, ni mucho menos, simple – aunque es urgente.

 

– ¿Cómo es de importante que estas personas recuperen el afecto de sus familiares y de su entorno para salir de su aislamiento?

Las redes sociales en los casos de vulnerabilidad y pobreza expuestos en el libro muestran grados de soledad y sufrimiento extraordinarios. Aunque parezca imposible, algunas personas de nuestra sociedad se encuentran prácticamente solas en el mundo, y no por elección propia. Para éstos el apoyo y el cariño de personas tanto próximas como extrañas es tan importante como para cualquier otra persona. O incluso más porque ese apoyo emocional resulta fundamental para restaurar la dignidad y poder tejer nuevas relaciones sociales.

El proceso de recuperación de lazos sociales y autoestima no es en absoluto sencillo, pues como mostramos se expone a estigmas, rechazos, rupturas y desencuentros.

– En el libro mostráis muchas realidades de exclusión, desde personas que se encuentran o han pasado por situaciones de prostitución, sinhogarismo, adicciones, ex reclusos que intentan recuperar su vida, etc, y todo enmarcado tras el panorama de crisis surgido en el año 2008.

 

– ¿Crees que la nueva crisis que vivimos debido a la pandemia donde lo que se nos pide precisamente es una distancia social va a incrementar aún más su aislamiento social?

A la luz de lo observado no somos optimistas. Ojalá nos equivoquemos. La pandemia pareció reactivar elementos comunitarios y cooperativos en la primera fase del confinamiento. Era una situación de crisis que afectaba (más o menos) a todos por igual. Pero en la “nueva normalidad” algunas de esas manifestaciones se han evaporado y la distancia social, el riesgo al contagio, la desconfianza, el acceso a recursos cada vez más escasos (más paro, más ERTES, menos recursos de salud y educación, etc.) vuelven a reavivar el individualismo y las conductas insolidarias.

Es discutible si habrá más o menos aislamiento sin investigación empírica, pero la tendencia es que, tras todas las grandes crisis de los últimos años, emergen unos pocos ganadores y sucumben muchos perdedores. Resulta paradójico que, esta semana, falleciese el antropólogo David Graeber, con apenas 59 años. Fue activista, pensador e incisivo crítico de la desigualdad que popularizó el lema “somos el 99%”.

Sin duda, la desigualdad y la exclusión deberían ser objeto de mayor interés público, porque nos afectan (y deberían preocuparnos) a todos.