Cáritas | Análisis y reflexión • 15/09/2020

 

¿Por qué la población inmigrante es esencial para nuestra sociedad?

 

Nuestro compañero de estudios nos cuenta porque la población inmigrante es una contribución importante para crecimiento económico y al equilibrio del gasto social

 

 

Por Daniel Rodríguez de Blas, equipo de Estudios Cáritas Española


 

 

 

 

 

La inmigración es un elemento estructural a nuestra sociedad y estrechamente ligado a nuestro modelo económico.

Ni siquiera en los años más duros de la crisis las personas de origen inmigrante pensaron en salir de forma masiva. Vistos los datos con cierta perspectiva temporal, el retorno no era una idea que cuajara entre la población inmigrante, era más bien un deseo expresado en círculos mediáticos y de decisores políticos, lo que denotaba una perspectiva utilitarista de los trabajadores inmigrantes. Una utilización del inmigrante que se ha vuelto a ver claramente en tiempos de COVID cuando, por motivo de la emergencia, hemos dado por buenas titulaciones en el extranjero que antes tardábamos meses o años en convalidar.

Pero independientemente del ciclo económico, los procesos de arraigo de la población migrante en nuestro país siguen fortaleciéndose. Los datos en cuanto al nivel de asentamiento familiar, los planes de futuro, las relaciones con población nativa o la autopercepción de arraigo nos indican que la población migrante no sólo está, es que quiere estar y quiere quedarse con nosotros. Son parte de ese nosotros.

Y puede sorprender que estos altos índices de arraigo se den a pesar de la segregación laboral y económica que padecen. La población de origen inmigrante ocupa en mayor medida puestos en los sectores más precarizados y en los puestos de trabajo más bajos del mercado laboral. Así, la población migrante obtiene unos ingresos medios muy por debajo de la media nacional, lo que genera gran inestabilidad vital y material en la mayoría de la población inmigrante.

Sólo el 4,3% de las personas extranjeras obtienen algún tipo de protección social, a pesar de representar más del 12% de la población.

Es más, la población inmigrante no sólo no abusa de los sistemas de protección, sino que además es un contribuidor clave y son dos los rasgos que destacan en este sentido: la población inmigrante es eminentemente joven y eminentemente activa. Y estos rasgos, en un contexto demográfico de claro envejecimiento como el español, tienen una importancia vital. La juventud de la inmigración se traduce en mayores tasas de natalidad y menor utilización de determinados servicios, como el sanitario. De este modo, si a la mencionada juventud le unimos sus altas tasas de actividad, se evidencia que la población inmigrante supone una notable contribución al crecimiento económico y al equilibrio del gasto social, mejorando la sostenibilidad de nuestro sistema de bienestar social.

Una población inmigrante que desarrolla un patrón de integración cultural mixto, combina tanto patrones culturales de sus países de origen como costumbres adquiridas y aprendidas aquí.

Y estas relaciones más estrechas son claves para lograr verdaderos procesos de integración. Hablamos por tanto de una paradoja que se expresa en buenos niveles de arraigo y malos de integración económico laboral.

Sin embargo, ¿cuánto tiene que trabajar una persona de origen inmigrante, cuánto tiene que parecerse a nosotros para ser ciudadanos de pleno derecho? ¿Llegará el día en el que los hijos e hijas de las personas de origen inmigrante, ya nacidos españoles, tengan las mismas oportunidades o seguirá siendo palpable su desventaja por donde viven, estudian, o por las condiciones económicas que sufren? ¿Seguirán sufriendo un trato diferenciado solo por unos rasgos que identifican unos antepasados diferentes?

Y la mujer es quien, en mayor medida, representa esa paradoja; con los índices más altos de arraigo y las más marcadas situaciones de segregación económico laboral. Son las que mejor se sienten entre nosotros, las que cuidan de nuestros mayores y niños, las que mantienen limpias nuestras casas, colegios y oficinas, pero las que sufren la peor segregación laboral y las que menos ingresos obtienen.

Ante esta situación, creemos necesario el retorno de políticas de integración que reduzcan las desigualdades entre ciudadanos. Estas deben ser entendidas como un proceso bidireccional, de adaptación mutua y, por supuesto, compartida por las distintas administraciones y actores sociales.

Como ciudadanos y vecinos merecemos estas políticas de integración y medidas de equidad que nos cohesionen como sociedad y nos ayuden a reducir incertidumbres.

 

 

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