Tribunas

Larga digestión a la Encíclica

 

 

José Francisco Serrano Oceja

 

 

 

 

 

Una vez que he terminado la primera lectura de la Encíclica “Fratelli Tutti”, lo primero que he decidido es comenzar una segunda lectura, en este caso “hipertextual”. Es decir estableciendo una relación de los temas abordados en este documento con otros del magisterio anterior. Por cierto, la hipertextualidad es una característica de la cultura y de la comunicación de nuestro tiempo.

Bueno, quizá lo que haga antes es recuperar un libro que, en su día, me pareció clarificador y que recomiendo a los lectores. Se trata del trabajo de Arturo Bellocq Montano, “La Doctrina Social de la Iglesia. Qué es y qué no es”.

De hecho una de las cuestiones que me han surgido responde a la pregunta sobre el estatuto epistemológico de la Doctrina Social de la Iglesia.

Otra cuestión, relacionada con la anterior, es la del sustrato filosófico del texto. Así como Juan Pablo II escribió algunas de sus encíclicas sociales desde la plataforma del personalismo, el Papa Francisco no obvia esa plataforma pero añade algunos elementos más de su personal formación intelectual y de los referentes sobre los que ha bebido. Un nivel quizá más ecléctico que el caso citado.

El texto, largo, algunas veces denso, produce la sensación de una especie de vademecum, de síntesis, de lo dicho del pontificado. No solo de los temas sino de las formulaciones que el Papa ha ido ofreciendo a los temas.

Por cierto que la repercusión mediática de la Encíclica ha sido muy limitada en España, y no solo en España. Limitada en el espacio, en el tiempo, en los contenidos, en la forma de tratamiento y en los medios. Además, algunas primeras impresiones y presentaciones episcopales parece que se basan en lugares comunes y tópicos y no en niveles de profundidad comprensiva o recursos de pedagogía pública del texto.

Está claro que prima la cuestión social en su dimensión de discernimiento moral sobre la dimensión estructural y la recuperación de la primacía del bien común. Una perspectiva que debe completarse con la de la otra pata, la referida a la dimensión personal, de la conducta personal, de las virtudes. Pongo por caso que la reflexión sobre la justicia social en pos del bien común, en su dimensión estructural, no puede obviar esa otra dimensión de las virtudes personales.

Desde el inicio del pontificado estaba claro que el Papa Francisco habla desde las periferias. Este pontificado representaba esa mirada y esa perspectiva. Y esta Encíclica añade ese punto de vista al magisterio social, con las consecuencias que eso trae respecto a la jerarquización de prioridades.

Está claro que habrá quien esté interesado en instrumentalizar la Encíclica –casos ya hemos tenido entre los políticos -, también en poner en funcionamiento mecanismos reduccionistas, incluso en deslegitimarla a partir de debates técnicos de elementos que forma parte de un todo más amplio.  En no pocas ocasiones, este texto es un mosaico cuyas teselas permiten ver la composición de un todo pero que en sí mismas tienen autonomía.

Al margen de expresiones preciosas de la veta estética del papa Francisco, que sabe sacarle el jugo a la poesía de la vida, la Encíclica debe darnos que pensar. Pero para eso hay que leerla y releerla, y trabajar a fondo con ella. Ah, y no dejarse llevar por juicios rápidos, periodísticos, las más de las veces, o deslegitimaciones de conjunto.

Esperemos a los estudios en profundidad de los teólogos.

 

José Francisco Serrano Oceja