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Si Cristo ha vencido el mal, ¿por qué tantos horrores?

 

Cristo ha vencido definitivamente el mal y la muerte. Entonces, ¿por qué tenemos que vivir todavía el sufrimiento y la muerte? El P. Jean-Pascal Duloisy, exorcista de la diócesis de París, nos invita a hacer nuestra la victoria de Cristo, sembrando la paz a nuestro alrededor.

 

 

09 nov 2020, 00:52 | La Croix


 

 

 

 

 

La fe nos dice que Cristo ha vencido definitivamente el mal en la Cruz. Sin embargo, el sufrimiento y la muerte siempre están presentes. ¿Por qué?

La cuestión «por qué» se plantea ante el absurdo cuando la razón humana se inquieta por lo que debe afrontar. También se plantea cuando se tiene la tentación de iniciar un proceso, como una esposa que pregunta a su marido, por ejemplo, «por qué» esta noche regresa tan tarde. Hubiera podido preguntar: «¿Cómo es que vuelves tan tarde esta noche?». Es la misma pregunta, pero sin intención de proceso.

¿Quién ha matado a Jesús? ¿Cómo es que Dios ha muerto? Pocas personas tienen conciencia de la existencia del mal. El mal que encontramos en el mundo es instilado, urdido por una inteligencia de la cual ignoramos el poder destructor. Pues el hombre es ignorante: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen», dice Jesús en la Cruz. Nosotros mismos somos autores de una parte de las desgracias de este mundo. Como decía el cardenal Lustiger, nosotros mismos nos fabricamos nuestros propios bárbaros.

 

¿Por qué hacemos el mal?

Porque carecemos de sabiduría. Para contrarrestar el mal, bastaría seguir los diez mandamientos: No robarás, no matarás, etc. Por otra parte, nuestra sociedad no es coherente, se compone de personas que creen o que no creen, que tienen su propio decálogo. Sería necesario que todo el mundo se convirtiera. En fin, si Jesús ha vencido el mal, es necesario que tomemos conciencia de que el mal no será vencido solamente al final de los tiempos, sino que ya está vencido hoy. Cuando los hombres llegan a construir la paz, es que han sido capaces de perdonar, es decir, que han dado prueba de humildad. Pues el mal es, en primer lugar, el espíritu de orgullo, el orgullo que todo aplasta y acapara. El mal en el mundo es vencido en Cristo, pero es necesario que el Señor sea vencedor en nuestros corazones para que seamos constructores de paz. El papa Francisco dice continuamente que todos nosotros somos hermanos santificados todos por el mismo Espíritu. Pero, ¿quién será el primero en amar a sus enemigos? Amad a vuestros enemigos, presentad la otra mejilla. Yo no sé por qué existe el mal. Pero ¿me atreveré yo a creer que presentar la mejilla una segunda vez puede desarmar a los malos?

 

Parece que dice usted que aunque Cristo ha vencido el mal, siempre le somos tributarios, por nuestra propia culpa…

Tenemos que hacer nuestra la victoria de Cristo para llegar a ser constructores de paz. Se nos ha prometido la paz. El mal no es ineluctable, no es victorioso en sí mismo. Jesús nos dice: Aunque fracaséis, no tengáis miedo: al final, mi palabra triunfará. Lo que nos falta, y esta falta es una de las más grandes victorias del mal, es la esperanza que impide bajar los brazos. De todas las situaciones se puede sacar algo bueno. He visto cómo una pérdida de memoria después de un ictus ha tenido consecuencias benéficas en una persona que conozco. No hay que ver el mal en otra parte más que en la muerte de Cristo, es decir, en el odio al amor.

 

Entonces, ¿hay que ignorar el mal para concentrarse en el bien que tenemos que hacer?

El cristianismo no es una religión del bienestar y de la tranquilidad. Todos nosotros, antes o después, pasaremos por la absurdidad del mal y del sufrimiento. Velemos para que las opciones que tomamos en la primera parte de nuestra vida no nos hagan imposible la segunda parte. No nos aislemos, vivamos con los otros para poder superar las pruebas, para que no nos hagan perder la fe. Pues el mal absoluto es perder la fe. Es la vida sin sabor, como cuando falta el vino en las bodas de Caná. Cuando Jesús cambia el agua en vino, cambia lo absurdo y el sinsentido en fe. En compañía de Jesús, el mal no se ve con la misma violencia que si se le considera sin él. Con Jesús, tenemos la promesa de la vida eterna. Pero hay que trabajar en ello desde este momento.

 

¿El mal desaparece en la vida eterna?

Hay tanta diferencia entre la vida terrena y la vida eterna como entre una oruga y una mariposa. En la vida eterna veremos a Dios cara a cara, ya no seremos pecadores y viviremos en comunión perfecta entre los santos, como los santos que nosotros mismos seremos. Pero hoy algunos prefieren vivir una vida de oruga más que una vida de mariposa.

 

En el ritual de los exorcismos, puede uno dirigirse directamente al mal. ¿Qué impresión le deja esto?

Nosotros nos dirigimos al mal cada vez que nos negamos a ceder a una tentación. Es cuando le decimos directamente: «No, tú no me engañarás».

 

¿Usted tutea al mal?

Claro, porque es un perdedor. El demonio puede hacerme la vida difícil, yo sé en quién he puesto mi amor. No voy a caer en desolación por mis pecados y mis debilidades; tampoco voy a acusar a los otros. Como los hebreos que huyen del Faraón, pasaré a pie seco, aunque no sé cómo. No metamos a Dios en el paro. Siempre existe la Providencia. Ante el mal, pida la gracia. No dude en despertar al Señor si está adormecido.

 

 

Declaraciones recogidas por Sophie de Villeneuve en la emisión Mille questions à la foi en Radio Notre-Dame.