Tribunas

Es también la “guerra cultural”

 

 

José Francisco Serrano Oceja

 

 

 

 

 

Como estoy preparando una intervención en “Los Diálogos del Retiro” de la FUE, gracias a mi amigo Quique San Miguel, permítanme compartir con ustedes algunas ideas aún no concluidas del todo.

No me atrevería a decir yo ahora aquello del clásico americano de que es la “guerra cultural estúpido”. Ahora que parece que hemos rendido el pensamiento a la ideología (Marilynne Robinson en su último muy aprovechable ¿Qué hacemos aquí?), y que algunos de los que arremeten contra la ideología no pocas veces lo hacen no desde el pensamiento sino desde otra forma de ideología, convendría que reflexionemos sobre eso que se denomina la “guerra cultural”.

Por cierto, lean el último post del blog de Josep Miró i Ardevòl en “La Vanguardia” sobre esta cuestión.

El sociólogo norteamericano James D. Hunter denomina “guerra de culturas” o “guerra cultural” (culture war) al tipo de enfrentamiento que se alimenta, fundamentalmente, de la sustentación de cosmovisiones ideológicas, políticas, sociales y morales diferentes y que se dirime, también básicamente, en el amplio terreno de la cultura (Hunter, 1991).

Precisamente “Culture Wars” se titulaba una la obra colectiva que adoptaba y adaptaba tal concepto al análisis de la confrontación entre secularismo y catolicismo, anticlericalismo y clericalismo, en la Europa del siglo XIX (Clark y Caiser, 2003).

Guerra cultural no es por tanto sinónimo de propaganda política, ni de debate político. Es un competo polisémico que tiene dos referentes normativos: el contextual, referido a la invasión de los espacios de identidad que configuran la democracia deliberativa, y el ámbito antropológico, en el que sustancia la articulación de las comprensión y cosmovisiones en conflicto dentro de la tardomodernidad.

Espacios que tiene que ver con la conciencia personal, pero también con la no imposición a la conciencia  y a la identidad de las estrategias partidistas. Espacios de lo prepolítico, que no son neutros, en un sentido y sí en otro.

La percepción de que “todo es político” o de que “la política lo resuelve todo” esta produciendo una invasión de los espacios  por el sistema político y social democrático que se impone a una deliberación racional a la hora de poner en contraste las cosmovisiones.

Dicen ahora varios autores, entre ellos el político Eduardo Marquina, que la percepción del ciudadano es que existen una serie de ámbitos de la vida independientes del partidismo, una especie de viejos espacios de identidad. Poseer una cultura democrática implica proteger determinados ámbitos de la vida de la invasión de la política, es decir, haber sido capaces de trazar una línea clara y divisoria para preservar las fuentes también de moralidad.

En no pocas ocasiones la “guerra cultural” surge cuando se ha roto el pacto, no pocas veces tácito, que protegía esos espacios de la injerencia de los políticos y de lo político. Se desata una guerra cultural cuando un grupo político decide lanzarse a la conquista de esos espacios que consideraríamos independientes del partidismo, de la ideología.

Son los espacios de las concepciones antropológicas básicas.

¿Se entiende, queridos amigos y compañeros metidos en esto de la cultura, el pensamiento, la educación, incluidos mis queridos señores obispos? ¿No está pasando esto ahora, de forma intensiva, en España?

Recomendaría además el libro de Alberto G. Ibáñez “La Guerra kultural. Los enemigos internos de España y Occidente”, para más señas

 

 

 

 

 

Alberto G. Ibáñez,
La Guerra kultural. Los enemigos internos de España y Occidente.
Almuzara.

 

 

 

 

 

José Francisco Serrano Oceja