Fiestas religiosas

 

El tema de la realeza para concluir el año litúrgico

 

Jesús hace que la Realeza atribuida al «Hijo de Dios» sufra un cambio total. ¿Acaso no dice que ser Maestro y Señor consiste en hacerse servidor? ¿Cómo podemos conservar la imagen de un Dios que telecomanda todo lo que sucede en nuestro mundo, que tiene el control del mundo?

 

 

18 nov 2020, 06:45 | La Croix


 

 

 

 

 

El tema de la realeza

Algo muy frecuente en la Escritura es presentar a Dios como un rey. Puede sorprendernos: la instauración de la realeza en Israel se llevó a cabo contra la voluntad de Dios que, como siempre, se sometió a las opciones de los hombres (1 Samuel 8). El tema reaparece en los evangelios, con las múltiples alusiones del Reino, o al Reinado, de Dios, o de los Cielos. Más aún, decir que Jesús es Cristo, es decir que es rey: cristo significa ungido, que ha recibido la unción real. Con una mayúscula, el Cristo es este «hijo de David» que se espera y que debía venir a restaurar la realeza en Israel. ¿Por qué tal insistencia en la figura real? Porque el rey es alguien que está por encima de los otros, que tiene poder sobre todo y sobre todos. También es el agente y el símbolo de la unidad del pueblo.

Más aún, enfrentados a naciones gobernadas por reyes muy poderosos, los judíos adquieren seguridad refiriéndose a un Poder todavía más alto, a un Rey por encima de todos los reyes. Como toda metáfora, no deja de ser ambigua. Si Cristo es el rey del universo, nosotros, sus discípulos, somos los agentes y las correas de transmisión de su poder absoluto: por el Evangelio sabemos lo que es bueno para los hombres y estamos autorizados a imponerlo (cuando podemos). ¿Qué queremos decir exactamente cuando hablamos de trabajar para que el Reino venga?

 

Una realeza paradójica

Habría que comenzar diciendo que si Cristo es rey por encima de todos los «reyes», su realeza no es de la misma naturaleza que las otras. Por eso dice a Pilatos que su Reino no es de este mundo. No solamente no procede del mundo, como traduce la versión litúrgica, sino que no se ejerce a la manera de los otros poderes. La figura real es figura de autoridad, de poder. Ahora bien, y se insiste en ello, el poder de Dios se ejerce en la debilidad. Al «demonio» que le promete «todos los reinos de la tierra» e incluso el dominio sobre las fuerzas de la naturaleza, Jesús responde citando la Ley, a la que dice que se somete (Lucas 4, por ejemplo).

Así, desde el inicio, Jesús hace que la Realeza atribuida al «Hijo de Dios» sufra un cambio total. ¿Acaso no dice que ser Maestro y Señor consiste en hacerse servidor? ¿Cómo podemos conservar la imagen de un Dios que telecomanda todo lo que sucede en nuestro mundo, que tiene el control del mundo? El Antiguo Testamento retoma esta imagen que nos viene del principio de los tiempos, pero es para superarla y dejarla atrás. Este rebosamiento es Jesús, el maestro y señor que muere una muerte de esclavo para quitar el pecado del mundo, nuestro pecado, el de nuestra pretensión y nuestra voluntad de dominio. La Realeza de Cristo no es semejante a los poderes de este mundo; la paz que da no es la que el mundo puede dar.

 

Por encima de toda Potencia y Dominación

A su manera, Pablo retoma el tema de la realeza. Ve a Jesús, debido a su resurrección, por encima de toda potencia y dominación. «A la derecha de Dios». Estas potencias y dominaciones son tanto celestes como terrestres; representan todo lo que nos puede causar daño o someternos. A este respecto, es característico 1 Corintios 15, 24-27. Hablando del final de los tiempos, Pablo escribe: «Cuando Cristo entregue el reino a Dios Padre, cuando haya aniquilado todo principado, poder y fuerza. Pues Cristo tiene que reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo en ser destruido será la muerte». Se encuentran fórmulas parecidas en Efesios 1,21; 2,2; en Colosenses 2,10, etc.

Se ve la cruz de Cristo como una toma de poder sobre todo lo que nos es contrario, recapitulado en la muerte. De ahora en adelante, ya nada nos podrá hacer verdaderamente daño (Romanos 8,35-39). ¿Quiere esto decir que Cristo no ejerce ningún poder sobre nosotros? Volvamos al evangelio: Jesús no se impone por la fuerza (no hay guardaespaldas y las legiones de Ángeles no intervienen), su poder es atracción de la verdad. ¿Qué verdad? Nuestra verdad de hombres, la que nos humaniza, y que nos deshumaniza si se impusiera: la debilidad del amor desarmado.

 

 

Padre Marcel Domergue,
jesuita, redactor de Cahiers croire.