Editorial

 

La nueva ley de educación española y la Iglesia

 

 

27 noviembre, 2020 | por ForumLibertas.com


 

 

 

 

 

Con Rodríguez Zapatero (2004-2011) la política española experimentó un cambio generacional y antropológico, y el PSOE transitó sin mayores problemas de la socialdemocracia a esto tan evanescente que es el progresismo, lo que ahora llaman “izquierda progresista”, lo que entraña que existe otra izquierda que no lo es. Antes ya había evolucionado -en este caso por el empuje de Felipe González- del marxismo a la socialdemocracia.

Pues bien, desde el año 2005 la concepción antropológica, cultural y moral de la Iglesia, y por extensión, del cristianismo en España, se bate en una retirada continua, porque el poder del estado y el complemento de algunas comunidades autónomas ha impulsado un marco de referencia donde, en los presupuestos, la concepción cristiana no tiene cabida. Nos referimos al cristianismo que se traduce en forma de vida, y no al auto confesado, y ni tan siquiera al de ritual. Nos referimos al que se expresa en una concepción de Dios y de la historia, del sentido del tiempo humano, porque el Reino de los Cielos no es algo simbólico, sino un imperativo de construcción que concibe la libertad religiosa no como la cancelación de Dios y el hecho religioso, sino como todo lo contrario, que postula la responsabilidad y naturaleza del matrimonio, de la familia, de la maternidad y paternidad, de la vida desde la concepción hasta la muerte, del sexo confinado a las reglas de respeto y fidelidad, y también considera la fraternidad humana por encima de fronteras, con realismo pero sin perder la idea de fraternidad. Un cristianismo que no se queda con este o aquel principio de la doctrina social porque cuadra a su particular ideología política, sino que los asume todos y supedita a ellos su práctica política.

Bien, todo esto está en claro retroceso y los católicos se defienden desde bastiones aislados, porque la Institución que los acoge no termina de articular una respuesta cultural social, y en el espacio público-político, hasta el extremo que normaliza funerales de estado que se venden como laicos, cuando en realidad son ateos porque excluyen toda idea de Dios.

En una primera fase la Iglesia respondió a las leyes más contrarias de Zapatero incluso con la calle, lo que le valió no pocas críticas. Las leyes prosperaron y todo aquel empuje se disolvió sin organizarse ni plantearse nuevos horizontes. Reaccionó con fuerza, pero se paró en seco y desapareció. Nada a sustituido aquel empeño fuerte, pero más reactivo que bien organizado; fue un no, necesario, pero sin estrategia ni proyecto. Porque en España y a diferencia de Italia, incluso de Francia, la Iglesia como un todo o como una buena parte del todo, no parece capaz de formular un proyecto cultural alternativo capaz de inspirar propuestas en el espacio público-político.

El resultado de esta debilidad fue que cuando el Partido Popular sustituyó a Zapatero mantuvo intocables sus leyes; y con este comportamiento las reforzó. Por no ocuparse ni tan siquiera se preocupó de desencallar ese escándalo que es su recurso en el Tribunal Constitucional, congelado desde hace una década.

La escisión de Vox del PP fue el coste de esa ambigüedad. Fue el coste, pero no es la solución.

Y ahora ha vuelto una nueva versión zapaterita más intensa y con mayor ambición, primero porque esa es la característica única del nuevo presidente, y después porque ha formado una alianza que reúne en grado extremo todo lo que ve a la Iglesia como un enemigo a batir, y al cristianismo como una presencia a cancelar: Unidas Podemos, ERC, Bildu.

Y con Sánchez ha llegado la segunda gran ofensiva en la que la ley de educación es el ejemplo. Con ella desmantelará a medio plazo las escuelas católicas, reducirá a la nada la presencia de religión en la escuela y monopolizará el adoctrinamiento de nuestros hijos en la doctrina fundamental del Imperio que une a liberales y progresistas: la perspectiva de género en sus diversas modalidades. Y detrás de esta ley todas las demás: la eutanasia, más aborto, la libertad sexual, los transgénero…

Hay un problema central que no es asumido: la iglesia es una gran organización en el ámbito secular que incide en muchos aspectos de la vida española, desde universidades a centros culturales, medios de comunicación, servicios sociales y un largo etc, al que añadir las múltiples actividades parroquiales. Una gran parte de lo que hace y dice estorba, no tiene cabida en el marco de referencia público-político y cultural actual, y el que sí la tiene es porque ya ha hincado la rodilla ante Baal en nombre del acercamiento al mundo (en realidad, a la acomodación a una parte de la sociedad de una pequeña parte del mundo).

Es ingenuo creer que esta organización no será destruida, ocupada, condicionada, colonizada, cuando demuestra tan poca capacidad de defender y promover socialmente, en el pueblo y en la plaza pública, en las instituciones políticas, su proyecto de vida, su propuesta a la sociedad y las personas, y la limita a las cuatro paredes de los templos.

Todo esto no es una crítica, sino la manifestación sincera, evangélica, de una preocupación después de observar la realidad, sin mirar hacia otro lado, de los últimos quince años de nuestra historia.