Tribunas

 

Falsos ídolos

 

 

Ángel Cabrero

 

 

 

 

 

Me produjo auténtica vergüenza y una pena grande, ver hasta que límites llega la estupidez de ciertos noticiarios. Me refiero a la noticia sobre la muerte de Maradona. Cuando empezó la sección de deportes del telediario de las 9 del día 25 de noviembre, el título que se veía en la pantalla con grandes letras llenándolo todo era “DIOS”.

Unos profesionales a quienes nunca se les ocurre hablar algo más o menos interesante sobre religión -salvo que haya algo negativo sobre los obispos o el Papa- que no quieren saber nada de Dios, del único y verdadero Dios, se ponen al nivel de los idólatras de la antigüedad, que eran ignorantes de tomo y lomo, sin mucha culpa, pues no había llegado para ellos ninguna Revelación.

Y estos, que viven en un país católico, aun cuando lo veamos más o menos paganizado, solo se les ocurre emplear la palabra DIOS, con mayúsculas y en la entrada de la noticia para hablar de un pobre hombre recién fallecido. Un pobre hombre (q.e.p.d.) dedicado a las drogas, que ha maltratado a mujeres,  que ha pasado por todas las inmundicias de sociedad sin moral, a este pobre le llaman dios porque le da muy bien a la pelotita. Eso es todo.

Esos son los ídolos modernos. Y hemos visto, no solo en el caso de Maradona, sino también en algún gol de Messi, como una mayoría de los graderíos del estadio hacían gestos de alabanza, de adoración. Y, como ya comenté en alguna ocasión, puedo pensar en la vergüenza que pasarían tantas personas normales, de creencias rectas, que estuvieran en aquellos graderíos, entre aquellos idólatras.

¿Qué es una broma? ¿Qué es un juego? ¿Qué son exageraciones momentáneas? Puede ser, pero a cualquier persona con dos dedos de frente no se le ocurre semejante gesto, ni en público, ni en su casa por hacer el ganso. Porque hay modos de hacer, manifestaciones de las personas, que son tan contrarias a lo que tiene que ser nuestra vida, que no se pueden admitir.

Es el fondo de lo que toda idolatría significa. Esa actitud quiere decir que no les importa la verdad sobre quién nos ha creado, sobre quién nos ha redimido, sobre ese Dios único y verdadero que vela por nosotros. Eso supone adorar a Dios, participar en los actos de culto, vivir la misa cada domingo o cada día, seguir de cerca a Jesucristo, con lo que supone en cuanto a una moral, unos modos de hacer que son buenos.

Lo otro es puro egoísmo. Hago lo que me apetece, me dejo llevar por los vicios, por las modas, más o menos inmorales, lo que me atrae. Pero amar a Dios sobre todas las cosas supone dejar atrás mi propio yo. Eso es complicado para una sociedad puramente hedonista. Y solo surgen los ídolos de quien me hace pasar una buena tarde en un concierto o en un partido de fútbol. Es lo que tenemos, en una parte importante de nuestra sociedad.

Es a la letra lo que ya les ocurrió a los israelitas. En cuanto perdieron de vista a su salvador, Moisés, que les había sacado de la esclavitud de Egipto, en cuanto no ven las manifestaciones extraordinarias de ese Dios que va con ellos en la nube, se construyen un becerro de oro para adorarle, como hacían los egipcios, auténticos ignorantes de la realidad divina.

Pero gracias a Dios, no es así toda nuestra sociedad. Hay muchas personas que saben remar contracorriente y saben bien quien es su Dios y entienden cuál es el sentido de su vida.

 

 

Ángel Cabrero Ugarte