Colaboraciones

 

Apuntes sobre los últimos Papas y la Medicina

 

Todos los últimos papas han tenido una sensibilidad especial hacia la profesión médica

 

 

03 diciembre, 2020 | por Dr. José María Simón


 

 

 

 

 

Todos los últimos papas han tenido una sensibilidad especial hacia la profesión médica. Ello no debe sorprender pero es un aliciente más de esta profesión tan apasionante y dura a la vez.

Pío XII se reunía a menudo con cientos o miles de médicos, dialogaba con ellos y les ofrecía enseñanzas de moral médica. Alguna de ellas la tenemos siempre en mente, como la de la analgesia profunda, que es moral si es necesaria, avisada y no pretende quitar la vida sino confortar al paciente, aunque pueda acortar la vida. También escribió una bella Oración del médico. Y no olvidó nunca a las comadronas. Lamentablemente, al final de su vida terrena. un médico infame, que sería expulsado del colegio de médicos, fotografió y vendió su agonía: también un médico puede ser miserable.

San Juan XXIII fue sanitario y capellán militar durante la Primera guerra mundial. Siempre apreció la profesión sanitaria.

San Pablo VI publicó su famosa encíclica “Humanae vitae” en la que, reafirmando las enseñanzas de sus predecesores, indicó el gran bien de los hijos y el mal de impedir la procreación saltándose los fisiológicos ritmos de fertilidad-infertilidad de la esposa. Nos pidió a los médicos que considerásemos como propia labor profesional el procurarnos sobre estos aspectos delicados toda la ciencia necesaria para dar a los esposos que nos consultan sanos consejos y directrices sanas que de nosotros esperan con todo derecho. Verdaderamente, no sé si hemos estado a la altura de lo que se nos pedía…

Juan Pablo I escribió, en mayo de 1973, una interesante carta a Hipócrates y su famoso Juramento.

Benedicto XVI siempre nos recibió cuando se lo pedíamos. Recuerdo perfectamente sus enseñanzas en Castelgandolfo sobre la necesitad de investigar con células madre que no impliquen la producción-destrucción de embriones humanos; o que los trasplantes de órganos se deben obtener de personas cuya muerte no ofrezca dudas.

El Papa Francisco, que quiso ser médico en su juventud, ha recibido numerosas veces a grupos de  médicos, tanto a los médicos católicos organizados como a grupos de médicos seculares. A mí mismo me recibió en audiencia privada y muchas veces más en audiencias especiales a grupos de médicos de la FIAMC o de los médicos católicos italianos. Él nos ha subrayado que hay siempre que evitar la Cultura del descarte (de ancianos, embriones, enfermos, migrantes o pobres); que nunca los seres humanos se pueden tratar como esclavos (el tráfico de personas para extracción de órganos es inhumano); que hay que estudiar más las enfermedades raras para ponerles remedio o paliación; que hay que cuidar el planeta por el bien y la salud de sus habitantes y de las siguientes generaciones; que la eutanasia no es digna de la Medicina; que el desarrollo humano debe ser integral ya que somos cuerpo, mente, alma, familia y sociedad.

San Juan Pablo II, en su larguísimo y fructífero pontificado, dio un impulso decisivo a los médicos católicos, a la pastoral de la salud y al Magisterio sobre la vida y su transmisión.  Él estaba muy unido a su hermano Edmund, médico que murió atendiendo enfermos durante una epidemia. Durante largos años gozó de una buena salud y de una fortaleza envidiable.

Creó el Consejo pontifico para los agentes sanitarios  (y para la pastoral de la salud), del que tuve el inmenso honor de ser miembro hasta su fusión en el actual Dicasterio Integral. Creó la Academia Pontificia para la Vida y nombró a un presidente laico, el Doctor Jérôme Lejeune. Sus catequesis sobre la “teología del cuerpo” se estudian hoy apasionadamente por su conocimiento del ser humano hombre y mujer. Se puede decir perfectamente que Juan Pablo fue el Papa de la Vida y de la Familia.

Escribió muchísimo. Como ejemplos, la encíclica Evangelium Vitae sobre el valor y el carácter inviolable de la vida humana (25 de marzo de 1995); la Veritatis splendor, sobre el esplendor de la verdad y algunas cuestiones fundamentales de la enseñanza moral de la Iglesia; la Fides et Ratio, sobre las dos alas –Fe y Razón- con las cuales el espíritu humano se eleva en busca de la verdad. También ordenó y supervisó la creación del Catecismo de la Iglesia católica, instrumento sumamente útil para conocer todos los aspectos de nuestra fe y su apoyo en las Escrituras, la Tradición y el Magisterio.

En su haber también están sus numerosísimos viajes internacionales, llevando la semilla de Cristo directamente a millones de personas. O la instauración de las Jornadas internacionales de la juventud, de la familia o del enfermo. Beatificó y canonizó a muchísimos hombres y mujeres que nos han precedido en la fe y que son referentes e intercesores nuestros. En septiembre de 2004, en Loreto, beatificó al gran médico catalán Pere Tarrés i Claret. También canonizó a Giuseppe Moscati, a Ricardo Pampuri o a Gianna Beretta Molla. Y a tantísimos otros, sanitarios o no, fundadores o no.

San Juan Pablo II durante la Guerra fría nos mostró la seguridad de Cristo y de su Madre. “Abrid de par en par vuestras puertas a Cristo”, nos decía al principio de su pontificado. No escondió nunca que, junto al calor y confort del Salvador, la vida del cristiano es exigente y siempre habrá cruz. Él mismo, sufrió un atentado y la enfermedad en los últimos años de su bendita vida.