Fiestas religiosas

 

¿Se puede celebrar la Navidad sin Jesús?

 

La Navidad se universaliza. Cristianos y no cristianos la celebran en todo el mundo. ¿Secularización que hay que lamentar o victoria del cristianismo? Por Jean-François Petit, asuncionista, filósofo y teólogo.

 

 

21 dic 2020, 09:48 | La Croix


            Giambattista Pittoni, La Virgen con el Niño Jesús, Museo Nacional de Varsovia.

 

 

 

 

 

Como filósofo yo no estoy tan seguro de que tengamos claro lo que hoy significa la fiesta de Navidad. En estos últimos años hemos podido ver algunas asociaciones caritativas que invitaban a vivir la Navidad de manera «sobria y solidaria» o de «manera eco-responsable». Después de todo, el despojo del pesebre ¿no nos invita a preguntarnos qué necesitamos verdaderamente?

 

Una Navidad mundializada

En un periodo de crisis económica como la nuestra, evidentemente, este esfuerzo por compartir no está fuera de lugar. Ver las estadísticas de los regalos de Navidad que se venden por internet, es motivo de preocupación. En este caso, la Navidad, celebrada universalmente ¿no está despojada de su sentido cristiano? Lo que me sorprende es que también los chinos celebran la Navidad, cuando no tienen ninguna razón para ello. La mundialización, el mestizaje de los pueblos, la occidentalización del mundo han llegado hasta allí.

Veo en ello menos una «victoria» del cristianismo que una reelaboración completa del sentido de esta fiesta. Con otras palabras, el símbolo que representa no ha desaparecido completamente. Más bien, se ha ampliado y actúa de otra manera. Es decir, es menos un movimiento irreversible de secularización de la fiesta de Navidad que una profunda transformación de su sentido. Las familias continuarán reuniéndose en Navidad. Este momento de gozo, de amistad, de compartir continuará revistiendo un papel importante. Además, no hay que ser cristiano para ver que una parte de nuestra humanidad se vive en la acogida de la fragilidad de un recién nacido. Este momento lo significa quizás más que otros si, como dice la canción, «todos los días es Navidad». Por eso, si la preocupación por los más pobres ilumina un poco más el conjunto de la sociedad, nadie se lamentará.

 

Fuera de las fronteras de la Iglesia

Sin embargo, algunos continúan viendo en ello el triunfo de la secularización. Para otros, al contrario, el mundo entero termina por intuir la importancia del mensaje evangélico. ¿Es decir demasiado? Yo no lo creo. Los cristianos celantes deberían recordar que la fiesta del solsticio de invierno es vieja como el mundo… Además, en la historia, incluso en la cristiana, las celebraciones de la Navidad no han sido siempre iguales. Es suficiente recordar las «Navidades de nuestra infancia».

Además, en nuestra Navidad de hoy hay una curiosa ironía: lo que era pagano se ha convertido en cristiano, como en el contexto histórico de la Antigüedad. Pero el Espíritu Santo continúa su obra. Hoy propone el reconocimiento «fuera de las fronteras de la Iglesia». La nueva evangelización debería hacer suya con más fuerza la cuestión del acceso a todos de estos periodos claves de la vida y del ciclo litúrgico. Además, la buena voluntad de las personas más alejadas de la vida cristiana se dejan interpelar, de manera semiconsciente, por lo que tienen de más íntimo, sagrado y verdadero en ellas mismas.

 

Una elevación de la humanidad

Con otras palabras, comprender que Dios se encarna en el mundo no es tan difícil como se podría pensar. También aquí vale el testimonio: Dios toma el aspecto de un hombre. Dios mira el mundo con los ojos de un niño. Pero sobre todo, los más sencillos, los más alejados de la fe le reconocen. Por amor, están dispuestos a arriesgar la propia vida por esa Buena Nueva. Como los monjes de Tibhirine en Argelia. El Príncipe de la paz les ha dejado con las manos abiertas, gozosos de compartir en igualdad con todo su entorno. Su diálogo se fundaba en la convicción de que «el Dios único reúne una única comunidad», como decía Christian de Chergé. Al movimiento de anonadamiento de Dios en este mundo corresponde una elevación de la humanidad. Con prácticas como la oración, el ayuno, el compartir, la conversión, la hospitalidad, los creyentes de todas las religiones tejen entre ellas una correspondencia necesaria. Les ayudan, en un anonadamiento análogo, a salir más de sus certezas para entrar en el misterio de Dios.

 

La Iglesia es sin duda más grande de lo que cree

Vayamos hasta el final: ¿no muestran las Navidades de hoy que la Iglesia se encuentra todavía en un tiempo de alumbramiento? La Iglesia es sin duda más grande de lo que cree. Sobre todo en Navidad, el nacimiento de Dios desarma todas nuestras apropiaciones del misterio cristiano e invita a seguir al Príncipe de la paz. Cuando el 24 de diciembre de 1993, el jefe del comando del GIA, llegado al monasterio de Tibhirine para pedir armas, medicinas y un médico, sabe que los monjes se preparan a celebrar la Navidad, dice solamente: «Perdonadme; no lo sabía». Muchos necesitan esta misma revelación, en un contexto felizmente menos dramático. En nuestras calles, como en lo profundo del desierto, el encuentro con Dios en Navidad continúa liberando a los hombres.

 

 

Jean-François Petit,
asuncionista, teólogo