Tribunas

¿Crisis en la Iglesia?

 

 

Ernesto Juliá


 

 

 

 

 

“A diferencia de la escisión de la Reforma en el siglo XVI y del vaciamiento producido luego en el siglo XVIII, se ha perdido ahora un fundamento aún más profundo: la verdad, la idea de verdad. Tropezamos aquí con un punto decisivo. Es preciso que la cuestión de la verdad, de la única verdad, vuelva a ser la aspiración central de la humanidad si no queremos que nos devore el caos”.

Joseph Lortz sabía muy bien lo que escribía al redactar estas líneas en su Historia de la Iglesia, y analizar la Edad Contemporánea.

Cristo dijo de Sí mismo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Una afirmación clara, y rotunda. No dijo “yo soy una verdad”, “yo soy la verdad para los que creerán en mí”. “Yo soy la Verdad”, con la misma precisión y afirmación con la que habló Dios al encontrarse con Moisés en el Sinaí. “Yo soy el que soy”.

Jesucristo es el Camino para llegar, con el Espíritu Santo, al Padre; es la Verdad que abre nuestra inteligencia, con la gracia del Espíritu Santo, para reafirmar los dogmas que la Iglesia anuncia desde su creación: Dios Uno y Trino; Dios Padre y Creador; la Moral, los Sacramentos y la Vida Eterna, que da sentido a nuestro vivir. Y la Vida, porque Cristo ha venido a darnos a los hombres una nueva vida, hacernos una nueva criatura: la de los hijos de Dios en Cristo. Y esa nueva vida se abre, se alimenta y se sostiene en cada cristiano con los Sacramentos.

Las crisis en la Iglesia no son las crisis personales de los santos, ni de los profetas, que siempre han existido y existirán ante los sufrimientos que comporta en tantas ocasiones seguir a Cristo y serle fiel; ni las cruces que nos podemos encontrar y ser muy pesadas y difíciles de llevar, unidas a la Cruz redentora de Cristo, viviendo enfermedades, injusticias, etc.

No. Las crisis en la Iglesia son siempre crisis de Fe; de querer el hombre dominar el Misterio de Dios que se ha encarnado, y se ha hecho hombre. Son crisis de hombres que quieren construirse un Cristo a su imagen y semejanza, un Cristo al que se quieren convertir en un simple Jesús que en vez de redimir a los pecadores, quiera vivir con ellos dejándolos muertos en su pecado; eso sí, con aires de buenismo y de comprenderlo todo y disculparlo todo.

Hasta ahora, a lo largo de la historia, estas crisis se han manifestado con posiciones heréticas sobre la Persona de Cristo; sobre las dos naturalezas de Cristo sobre los Sacramentos, especialmente sobre el Bautismo, la Confesión, la Eucaristía y el Matrimonio; sobre la realidad del Pecado y sobre las Postrimerías –Cielo, Purgatorio, Infierno-, la Vida Eterna etc.

Hoy, la crisis es más profunda y más sutil. Y está muy conectada a la pérdida del sentido de la Verdad. Y, quizá, más que a la pérdida, a la banalización de la verdad, al considerarla algo más bien subjetiva, y que da lo mismo “mi verdad” que la “tuya”.

Y es una crisis que no se presenta a las claras, y de frente, como se presentaron las herejías que acabaron en cismas. No. Ahora se presentan con un lenguaje que se puede interpretar de diversas maneras, al gusto del consumidor. Por ejemplo, palabras de un eclesiástico: “Uno puede decir que todas las religiones son valederas; y a la vez señalar que para los cristianos lo importante es Cristo”.

¿Sólo para los cristianos es importante Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre?  La Verdad que es Cristo, ha sido sustituida por la “verdad tuya y mía”, y todas agradables a Dios. ¿A Dios o al “dios” que se invente, con “su verdad”, cada uno?

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com