Biblia

 

Job: ¿Por qué Dios se calla?

 

Figuras bíblicas para tiempos difíciles. Job, un hombre que ha perdido todo, ¿puede ayudarnos a vivir la pandemia? Sylvain Gasser, sacerdote asuncionista, musicólogo, ha leído el libro de Job durante el primer confinamiento de marzo de 2020. De esta experiencia ha resultado un libro, Job est comme ça, que será publicado en marzo de 2021 (Bayard Éditions).

 

 

13 ene 2021, 20:18 | La Croix


Imagen: Gerard Seghers, Job y sus amigos.

 

 

 

 

 

¿Cómo se ha enfrascado usted en la lectura de Job?

Con los hermanos asuncionistas de mi comunidad, hemos decidido vivir el primer confinamiento como un gran retiro. Desde hacía años quería leer Job, este relato bíblico que plantea la cuestión de la desgracia que se abate sobre un hombre. No sé por qué, pues nunca he tenido experiencia de la desgracia. Pero veo la desgracia de los otros, lo que suscita en mí una inquietud: ¿qué sería de mí si desapareciera esta vida feliz que tengo? ¿Continuaría creyendo en Dios, o lo rechazaría todo? Durante el primer confinamiento he leído cada día un capítulo del libro de Job, y enviaba a mis allegados mis reflexiones. Muchos se han puesto a leer a Job. Como es un relato filosófico, este libro interesa a creyentes y no creyentes. No se puede comprender el enigma del mal, pero el hecho de plantear claramente esta cuestión nos permite hacerla nuestra. Nos da menos miedo y, poco a poco, podemos entrar en un camino de confianza hacia Dios.

 

¿Cuál es la historia de Job?

Job es un hombre rico, con una familia numerosa. En el mundo judío, el dinero y los hijos –Job tiene diez– son los signos de la bendición divina. Job reconoce que Dios es el origen de todos estos bienes. Por eso ofrece sacrificios todos los días, y mejor dos veces que una, no sea que sus hijos no tengan todo ese agradecimiento a Dios. Es un hombre religioso perfecto. Dios está feliz con un servidor así. Está muy orgulloso de él, hasta el punto de que Satanás, el divisor, le plantea la cuestión crucial: ¿Y crees que Job teme a Dios de balde? Lo hace para que le bendigas y no le maldigas. Una especie de trueque a las espaldas de Job: Dios permite a Satanás poner a prueba la fe de Job. Satanás le quita todo lo que tiene, menos la palabra. Y la palabra salvará a Job.

 

En la desgracia, Job interroga a Dios e incluso le planta cara. ¿Se pueden pedir cuentas a Dios?

Cuando se está agobiado, puede ser que se alcen las manos hacia el Cielo acusando a quien puede recibir todas nuestras acusaciones, Dios. En un primer momento, Job reacciona como religioso perfecto. Dice: «Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré a él. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; bendito sea el nombre del Señor» (Job 1,21). Con otras palabras: alabo al Señor en el gozo, ¿por qué no le alabaría en la desgracia? Pero se percibe que algo no marcha en la humanidad de Job. ¿Quién puede decir tranquilamente eso cuando ha perdido todos sus hijos, sus tierras, sus rebaños y todos sus bienes? Después de esta primera etapa, Dios desaparece, Satanás también, y Job se queda solo. Guarda silencio durante siete días y siete noches. Cuando sus labios se abren de nuevo, es para maldecir el día de su nacimiento y su madre; lo que para un judío es una blasfemia. Entra en una gran depresión y pide que se le dé la muerte. Y cuestiona a Dios como en un proceso: «Tú has permitido que me alcancen todas esas desgracias. ¿Por qué?». Pero en la peor desgracia, Dios se calla. Es la cuestión crucial que los judíos se plantean en Auschwitz: «Dios, ¿dónde estás? ¿Por qué te callas?». Para nosotros, este silencio de Dios es lo más difícil de concebir. Job cuestiona este misterio.

 

Algunos amigos procuran responder a Job. ¿Qué papel juegan?

Al principio, estos tres compañeros contemplan a Job en silencio. Después, en un cierto momento, comienzan a decirle: «No puedes hablar así de Dios. Deliras. Tus palabras son insensatas». Cada vez que un amigo habla, Job responde. Se tiene la impresión de que responde a los amigos, pero continúa, a partir de lo que ha oído, cuestionando a Dios, pidiéndole cuentas. En realidad, es un proceso a Dios sin la presencia del acusado. En un determinado momento aparece un cuarto compañero que procesa a los tres amigos precedentes, pero también a Job. Le dice que ha cometido una falta por lo que debe pagar pues le han llegado esas desgracias. Los amigos de Job muestran todos los descaminos posibles cuando se intenta dar una respuesta hecha, no vivida, al misterio del mal, de la desgracia, del sufrimiento y de la muerte. Por ejemplo: «el mal es la libertad del hombre», «no hay mal que por bien no venga», «ofrece tu sufrimiento», «después de la muerte, continuaremos viviendo»… Algo que es insoportable de oír. Ante alguien que sufre, solo se puede callar. Job lanza un último grito a Dios, pidiendo su intervención.

 

¿Dios interviene?

Sólo en el capítulo 38 –el libro tiene 41–, Dios sale de su silencio. Pero cuando se espera que responda a Job y le explique las desgracias que le han caído encima, Dios le plantea una cuestión: «¿Dónde estabas tú, Job, cuando cimenté la tierra, cuando los hijos de Israel eran mi gloria y las estrellas del cielo cantaban mi alabanza?». De alguna manera, Dios procesa a Job: «¿Quién eres tú para interpelarme? Cuando yo he creado el mundo, tú no estabas ahí. Yo lo he ordenado todo. Tú me interpelas, pero no comprendes este mundo». Esta respuesta de Dios es extraña. Tenemos ahí un tercer relato de la creación. Pero a través de este grito de Dios, Job comprenderá que debe tomar otro camino.

 

¿Qué camino?

El problema de Job es que en su relación con Dios se sitúa en una forma de retribución: «Te doy para que me des». Se ha construido un Dios que debe responder a sus necesidades, servir sus intereses, una suerte de ídolo, en definitiva. Por eso Dios le interpela. Le hace ver que no ha comprendido el mundo porque no ha comprendido quién es Dios. En conclusión, el núcleo del libro de Job no es el enigma del mal, sino la gratuidad. No es el proceso de Dios, sino el de la relación con Dios. Al final, la cólera de Dios se abate sobre los tres amigos porque mientras hablaban de Dios, hacían un discurso sobre Dios. Job hablaba a Dios. Cuando se habla a alguien, incluso si uno se enfada, se honora a la persona a la que se habla. Job pide a Dios que no deje caer su mano sobre sus compañeros. Por primera vez experimenta lo que los otros viven. Se da en la gratuidad de un «fuera de sí» por el otro. Desde ahora ya no esperará nada de Dios, y todo lo que le venga, lo recibirá como un don. Lo que decía al principio como si recitara el catecismo –«El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; bendito sea el nombre del Señor»–, al final Job lo dice porque lo ha vivido.

 

¿Por qué leer Job en tiempos de pandemia?

Quizás para tomar distancia. En tiempo de sufrimiento, todos buscamos respuestas hechas, medios para consolarnos. Que no vienen. En mi familia, tres personas han muerto de Covid-19; en mi comunidad, cinco hermanos han sido afectados y yo mismo he estado enfermo. O alzo las manos a Dios, o me pregunto qué Dios me he fabricado: ¿un Dios salvavidas o un llavero como amuleto? ¿Un Dios tranquilo que ayuda a todos y que todo perdona? Es evidente que no creo ni por un instante en un Dios así. Pero, ¿quién es Dios: un Dios tan enigmático como enigmático es el mal? ¿Es la presencia de un Dios inesperado e inesperable la apertura de un camino para amar gratuitamente? Si quiero entrar en una relación profunda y viva con Dios, será necesario que dé cuentas de cómo le hablo. ¿Llego a estar en silencio ante Él? Cuando Dios habla, Job ha decidido poner un candado a sus labios. Ha comprendido que también es necesario integrar el silencio en la relación con Dios y ver su fecundidad. En mi vida no estoy más que al comienzo de este camino. El silencio de Dios no es su ausencia. No confundamos estas dos cosas. ¿Qué es lo que espero de Dios? La gratuidad es decir que no espero nada, confío en él, le creo. Leer el libro de Job es plantearse continuamente preguntas y caminar con ellas, es hacer ese trabajo crítico que da valor a nuestra humanidad.

 

 

Entrevista realizada por Florence Chatel