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Meditación sobre Jesús en el desierto

 

Llevado al desierto por el Espíritu, Jesús prolonga su bautismo en la soledad y el hambre. Se le presenta la tentación de otro camino. Pero la palabra meditada y la oración orientan su decisión… El desierto es, a la vez, el lugar de la prueba y el lugar de una cercanía más íntima de Dios.

 

 

07 feb 2021, 09:44 | La Croix


 

 

 

 

 

Jesús en el desierto

Llevado al desierto por el Espíritu, Jesús prolonga su bautismo en la soledad y el hambre. Se le presenta la tentación de otro camino. Pero la palabra meditada y la oración orientan su decisión: es la hora de actuar en el nombre del Padre. En el desierto Jesús rechaza la tentación: su rechazo se expresa con una cita del Deuteronomio, capítulo 8, versículo 3, para recordar al discípulo la necesidad del vacío en sí mismo.

Más tarde, en el centro de una situación que le consume, Jesús se retira, aparte, para orar: otro desierto, donde a veces lleva a sus discípulos para abrirles a su intimidad con el Padre.

El desierto es el espacio donde Dios pone a prueba y se revela. La fe nace del desierto, como si fuera necesario atravesar la sequedad para volverse a Dios. Noche de místicos o de duda en el creyente, la fe es siempre un camino incesante hacia ese Dios que llama y se revela, pero que parece que siempre se escapa.

 

El desierto en la Biblia

En el desierto nace la alianza entre Dios y su pueblo: Moisés lo atraviesa a lo largo de esos grandes relatos de los libros del Pentateuco: el Éxodo, el libro de los Números… Elías conoce en el desierto la prueba y la revelación (Primer libro de los Reyes, capítulo 19).

Ismael y su madre (Génesis 2), David (1 Samuel 23ss), encontraron refugio en el desierto cuando eran fugitivos. Para los profetas también es el lugar de la purificación y de la renovación (Oseas 2,16; Ezequiel 20,35).

Por último, también del desierto viene la llamada a la conversión con Juan Bautista (Mateo 3,1).

 

El lugar de la Alianza

La fe judía comienza en el desierto: ahí se refugia Moisés. Ahí recibe la revelación del nombre de Dios, que le envía a liberar a su pueblo (Éxodo 3-4). La salida de Egipto y la travesía del mar (Éxodo 13-14) llevan el pueblo al desierto.

Durante cuarenta años, conoce las privaciones: con la sed y el hambre Dios verifica la fe de su pueblo. La Ley que le da se rompe por la infidelidad. El becerro de oro adorado (Éxodo 32), es la impaciencia del creyente que prefiere lo tangible a lo invisible. Sin embargo la alianza establecida en el desierto sella el amor entre Dios y el hombre.

 

El país de la sed y del hambre

El desierto es el lugar de la sed y del hambre. En la indigencia, el pueblo reclama y se revela (Éxodo 16-17). El sufrimiento del hombre pone a Dios a prueba. El agua que surge de la roca o el pan venido del cielo van a alimentar y salvar el pueblo en peligro.

Toda vida debe pasar por la prueba. San Juan retoma simbólicamente este doble signo: por su muerte y su resurrección, Jesús hace surgir el agua del bautismo (Juan 19, 34) y el pan de vida (Juan 6).

 

Lugar de refugio y de prueba

Como Moisés al principio, el otro profeta, Elías vuelve al desierto (1 Reyes 19,1-9). Le empuja un drama: su lucha implacable contra Jezabel (1 Reyes 18) le obliga a huir de la cólera de la reina idólatra. El desierto es a la vez refugio y prueba, Elías espera la muerte bajo una retama. Pero Dios Pero Dios le realza: el agua y el pan devuelven las fuerzas al profeta agotado. Ahora, puede dirigirse a la montaña donde Dios va a pasar.

 

El desierto de los profetas

Continuamente los profetas recuerdan el amor de Dios. Pero, como una esposa infiel, el pueblo se prostituye con otros dioses. Los profetas amenazan: Yo "la llevo al desierto, le hablo al corazón". (Oseas 2,16). En la prueba del exilio, como una vuelta a la fuente, el pueblo amado vuelve a encontrar la fuerza de su fe.

 

La palabra en el desierto

Una voz grita en el desierto (Lucas 3, 21-22). Cuando se acerca el tiempo nuevo en el que Jesús va a venir, la profecía de Isaías (Isaías 40, 3) se realice; Juan Bautista surge para preparar el camino. Es necesario despojarse en el agua del Jordán para acoger al enviado de Dios. En el desierto, el Hijo de Dios se une a la humanidad sumergiéndose con ella en las aguas de la prueba total.

 

 

Joël Serard (diócesis de Coutances)