Tribunas

Cuaresma en la pandemia

 

 

Ernesto Juliá


 

 

 

 

 

“Examinemos nuestros caminos, escudriñémoslos
y convirtámonos a Yahvéh
Alcemos nuestro corazón y nuestras manos
al Dios que está en los cielos.
Nosotros hemos sido rebeldes y traidores.
¡Tú nos has perdonado!”

(Tercera Lamentación, Jeremías, 40-42).

 

Me ha llamado la atención este texto de Jeremías, y por algo muy sencillo. El profeta reconoce humilde y claramente que “hemos sido rebeldes y traidores”; en palabras más cercanas: “porque hemos pecado”. El pueblo le escucha, reconoce el pecado que les ha llevado a Babilonia, y el Señor devuelve el pueblo judío a Jerusalén.

Esta pandemia no va a durar tantos años como el exilio judío en Babilonia -70 años-, pero sí está dejando una huella profunda en muchas personas. En unas, el miedo, el pánico, la incertidumbre, etc., les aplana, les quita la fuerza para casi todo, se arrinconan, y se dejan dominar por los acontecimientos.

Y en el corazón de otras, de muchas, la pandemia se convierte en una música que les mueve a rezar, a elevar el corazón a la Virgen María, para que nos alcance a todos la paz, la serenidad de saber, y de darnos cuenta, de que el Señor está viviendo estos momentos con todos nosotros que creemos en Él, y que procuramos conocerle más y mejor, y amarle.

Es lo que han vivido ese grupo de católicos que ha invitado a rezar un Rosario por todos los enfermos del Covid19, el pasado día 11, fiesta la Virgen de Lourdes, a las 20.00. Y así lo han hecho. En sus apariciones, la Virgen animó a rezar el Rosario, y pedir por la conversión de los pecadores. Y su petición sigue más vigente, si cabe, en estos momentos difíciles en el mundo y, especialmente y por otras causas, en la Iglesia.

Uno de los motivos de esta situación, y ya lo señaló con claridad Pio XII allá por los años 50 del siglo pasado, es la pérdida del sentido del pecado, y no solo entre los no creyentes, sino, y por desgracia, dentro de la Iglesia.

Ya en La Salette, y después en Lourdes, y más tarde en Fátima, la Inmaculada ha invitado a los videntes, y en ellos a todos nosotros, a rezar por los pecadores para que se arrepientan de sus pecados, se conviertan y vivan, dentro de la fragilidad de todo ser humano, en el deseo de seguir los mandamientos de Dios.

Así daremos una alegría a Nuestro Señor Jesucristo que ha muerto para redimirnos del pecado, e iluminar nuestro corazón para que descubramos el amor de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Los Papas, en diversas ocasiones, han pedido perdón por los pecados cometidos en la Iglesia. Y han hecho muy bien.  El peor pecado que se puede cometer hoy en el ámbito de la Iglesia me parece que es el de no hablar con toda claridad del mal que el hombre se hace a sí mismo al asentar su vida en el pecado abandonando los Sacramentos, rechazando la moral –mandamiento de Dios-, abortando, blasfemando, fornicando indiscriminadamente, hombres con hombres y mujeres, mujeres con mujeres y hombres, adulterando y destrozando los matrimonios y las familias, robando, maltratando a los demás, calumniando, etc.

En Cuaresma vivimos ese tiempo histórico que vivió Nuestro Señor Jesucristo de preparación para Su Pasión y Muerte y redimirnos de nuestro Pecado. Arrepentirnos de nuestros pecados, y pedir perdón en el Sacramento de la Reconciliación, convierte el pecado en ceniza y prepara nuestro espíritu para gozar con Cristo de la Alegría y Paz de su Resurrección.

La cadena del Rosario, acompañando a la Santísima Virgen en su cuidado de los enfermos, promovido por ese grupo de católicos, ha sido, sin duda, una buena preparación para vivir este tiempo de Cuaresma en medio de la pandemia.

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com